El monje
Vive alegre su vida, humilde el corazón,
bajo la albura intacta de un santo escapulario,
sintiendo el goce místico de la maceración,
en el convento en ruinas, viejo y estacionario.
En la quietud beatífica duerme la hora impávida
cantada por el bronce de un campanil sonante.
El cielo es lapiz-lázuli. Y una atmósfera grávida
de sol y de sahumerio baña el claustro fragante.
Salmodia el enclaustrado su fervor en el huerto,
plegando las dos manos, rígido como un muerto.
La esquila conventual apaga su bullicio.
Es la hora de sexta. Y tramonta la tarde;
y, mientras reza el monje, divinamente, arde
una lámpara de oro bajo el tosco cilicio.