Elenco
El marido más firme
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen ARISTEO, Príncipe de Tracia, y CAMILO.
ARISTEO:

  Ya reino en aquesta sierra.

CAMILO:

Luego ¿no, piensas volver?

ARISTEO:

Más hubiera menester
volver en mí que a mi tierra.

CAMILO:

¿Qué locura te destierra
de donde a ser Rey naciste?

ARISTEO:

No preguntes lo que viste,
que no puede ser locura
la que en tal alta hermosura
celestialmente consiste.

CAMILO:

  No pensé que un cazador
miraba más que a las fieras,
y que, si amaras, pudieras
cazando olvidar tu amor;
ya de tu reino, señor,
estás muy lejos; advierte
que te pones de esta suerte
a gran peligro.

ARISTEO:

Ya es tarde;
que no hay desdicha que aguarde
quien tiene en poco la muerte.
  Parte, Camilo, y aquí
me deja, o sea loco o cuerdo;
que si por amor me pierdo,
no me he perdido por ti;
a mis vasallos les di
que de selva en selva errando
me entretengo, y vuelve cuando
te parezca, a ver si soy
o vivo o muerto, pues voy
o vida o muerte buscando.
  Hoy, cuando el alba salía
coronada de azucenas,
y de estos montes apenas
las cabezas guarnecía,
vi que cantando venía
gran copia de labradores,
cubiertos de varias flores;
seguílos, y abrióse un templo,
donde la imagen contemplo,
de Venus, diosa de amores.

ARISTEO:

  Ya Febo, de luz vestido,
columnas y frontispicios
de sus altos edificios,
bañaba de oro fingido,
cuando, suspenso el rüido,
advierto una ninfa hermosa,
hecha de jazmín y rosa,
a quien Venus concediera
templo y altar si dijera:
«¡Pastores, yo soy la diosa!»
  Eurídice se llamaba,
que luego este nombre oí,
y al niño de Venus vi
rendirle flechas y aljaba;
como vio que la miraba,
con el velo se cubrió,
y más hermosa quedó,
como mirar puede ser
el sol al amanecer,
y cuando se enciende, no.
  Las ansias que me vinieron,
los rayos que me causaron,
los que en mis ojos entraron
y de sus cielos salieron,
Venus y Amor bien los vieron,
y aun las ninfas y pastores,
que, en mis trocadas colores,
dijeron: «Este hombre ha sido
de mortal veneno herido,
o muere de mal de amores.»

ARISTEO:

  Hablaba Eurídice hermosa
con Venus sobre casarse,
sin poder averiguarse
cuál de las dos fue la diosa;
pero de la selva umbrosa
salió tan triste, que creo
que teme un triste himeneo;
o que si es este temor
de amor, la madre de Amor
no viene con su deseo.
  Yo, como pájaro amante
suele de una en otra rama
seguir la prenda que ama,
hasta que el arco le espante
y le fuerce a que no cante,
del cazador engañoso,
sigo su pie, donde airoso
las arenas estampó,
y cuando a su padre halló,
cesó mi canto amoroso.

CAMILO:

¡Perdido estás!

ARISTEO:

  No lo niego.

CAMILO:

Pues ¿cómo la servirás,
si aquí te quedas?

ARISTEO:

Tú irás,
Camilo, a mi reino luego,
y sin decir mi amor ciego,
entretén de día en día
mis vasallos; que podría
ser tan piadoso el amor
que naciese de este error
alguna ventura mía.

CAMILO:

  Mucho sentirán no verte;
y si aquestas cosas van
a la larga, pensarán
que yo te he dado la muerte.

ARISTEO:

A Ulises, Camilo, advierte
tantos años desterrado,
y defendido su Estado
de una valiente mujer:
pues ¿que puedo yo perder
en poco tiempo olvidado?

CAMILO:

  ¿Y en este tiempo podrás
andar en aquesta selva?

ARISTEO:

Cuando en su pastor me vuelva,
podré conquistarla más.

CAMILO:

Tu valor ofenderás.

ARISTEO:

No haré, pues con más valor
hicieron por el rigor
que este veneno reparte,
Júpiter, Mercurio y Marte,
transformaciones de amor.
  Parte y déjame; que quiero,
sin ser fuego, cisne, toro,
sátiro, ni lluvia de oro,
ver la causa por quien muero.

CAMILO:

¡Perdido te considero!

ARISTEO:

Yo confieso que lo estoy.

CAMILO:

A disculparte me voy.

ARISTEO:

Di que presto volveré.

CAMILO:

Y si tardas, ¿qué diré?

ARISTEO:

Di que de Eurídice soy.
(Vase CAMILO.)
  Pensaba la moral filosofía
pintar de amor la fuerza, que el decoro
pierde a los dioses, cuya flecha de oro
los mayores planetas desafía,
en la transformación y fantasía
del argentado pez y el rubio toro,
o lloviendo las nubes el tesoro
que el sol engendra y que la tierra cría.
Pero mejor su fuerza se entendiera
si el alma, y no los cuerpos, transformara,
pues que su calidad y esencia altera,
que más encarecido amor quedara
si el alma, desasida de su esfera,
al cuerpo de quien ama se pasara.

(Sale EURÍDICE, ninfa, vestido corto, velos de plata plumas, calzadillos antiguos con listones, y FÍLIDA, labradora.)
EURÍDICE:

  Esto Venus respondió.

FÍLIDA:

¡Injusta tristeza!

EURÍDICE:

Mira
que engañar con la mentira
no es de amigas.

FÍLIDA:

Pienso yo
  que en las cosas no entendidas,
asegurar la verdad
con daño, no es amistad.

EURÍDICE:

Cuando mi tristeza impidas,
  si después ha de llegar,
verás que es entretener
el mal, que viniendo a ser
mayor, me puede matar:
  los sabios, que no se ciegan,
dicen, y han de ser creídos,
que los males prevenidos
son menores cuando llegan.
  Pues si yo prevengo el mío,
claro está que no será
tan grande llegando ya.

FÍLIDA:

Bella Eurídice, confío
  en la piedad celestial
que el bien has de conseguir;
pero vuélveme a decir
de dónde infieres tu mal.

EURÍDICE:

  Fílida: Venus, la diosa
de amor, a mi casamiento
este oráculo responde,
luego verás si le entiendo:
«Breve, gustoso, perdido.»
Pues si breve ¿cómo es bueno?
que el bien breve ya no es bien,
pues le sigue el mal tan presto.
Gustoso se sigue a breve:
aquí, Fílida, confieso
que puede ser con mi gusto,
y por breve le condeno,
después de breve y gustoso,
dice perdido: no creo
que perdido hay bien, pues ya
resulta más sentimiento
de perderle que fue gusto
adquirirle.

FÍLIDA:

Yo interpreto
al contrario esas tres cosas,
y que me escuches te ruego:
breve casamiento, dice
que te casarás muy presto.
Gustoso, que lo ha de ser
siendo gallardo tu dueño.
Perdido, que lo estará
de amor por ti; y si no es esto,
que otra ha de perderle acaso
si le ha tenido primero;
o que, en fin, le has de perder,
y esto es lo mejor que veo
en tus bodas, Eurídice;
porque si perdido es muerto,
morir primero el marido
no sé si es bien, pero pienso
que de morir la mujer
le viene menos provecho.

ARISTEO:

  ¿Qué arroyuelo en noche fría
prendió descuidado el hielo,
y detenido en el suelo
calló su dulce armonía,
  como mirando quedaron
tu hermosura, detenidos,
Eurídice, mis sentidos,
y su ejercicio olvidaron?
  Mas que me engaño recelo
en la hermosura que vi;
que el sol me detiene a mí,
y a los arroyos el hielo:
  porque al sol que me procura
en sus rayos confundir,
puede el del cielo pedir
prestada luz y hermosura;
  y que es enigma recelo,
pues corren en su calor
los arroyuelos mejor,
y yo con el sol me hielo;
  llegaré, porque perder
la ocasión no es discreción,
siendo ley de la ocasión
o tarde o nunca volver.

EURÍDICE:

  ¡Ay, Fílida! ¿Qué es aquesto?

FÍLIDA:

¡Huye!

ARISTEO:

Eso no: deteneos;
que no son cuerpos deseos,
para saberlos tan presto.
  Forastero y cazador,
por estas selvas perdido,
dice amor que me apellido.

EURÍDICE:

Huye, que trata de amor.

ARISTEO:

  De amor de las fieras digo:
si lo sois, no os dentengáis.

EURÍDICE:

Finalmente, ¿qué buscáis?
porque sabed que me obligo
  de cualquiera cortesía.

ARISTEO:

A mí mismo voy buscando,
que me perdí desde cuando
os vi con tal gallardía.

EURÍDICE:

  Dejad lo que en la ciudad
debe de ser gentileza,
o probaréis la aspereza
si decís la voluntad.
  Si son fieras, todo el monte
es fieras, roble y sabina,
hasta donde le termina
la raya del horizonte.
  Si es fuente, de aquellas peñas
se despeñan cinco o seis,
que entre pizarras diréis
que a vuestra sed hacen señas.
  Si es poblado, en ese valle
hay dos o tres caserías,
que las mismas fuentes frías
os llevarán a buscalle.
  Si es gusto, no le busquéis,
porque tengo un gran disgusto,
y donde no tienen gusto,
no es posible que le halléis.

ARISTEO:

  De fuentes, caza y poblado,
el poblado buscaré;
que el gusto ya no podré
si el disgusto os le ha quitado.
  Voy, aunque con mil enojos,
al poblado a descansar,
si descanso puedo hallar
ausente de vuestros ojos.

(Vase ARISTEO.)


FÍLIDA:

  ¡Buen talle de cortesano!

EURÍDICE:

En irse lo fue no más.

FÍLIDA:

¿De qué parecer estás?

EURÍDICE:

De que me consuelo en vano
  si Venus ha respondido
a mi honesto pensamiento,
que sera mi casamiento
breve, gustoso y perdido.

FÍLIDA:

  Aquella sagrada selva
dividen cristales vivos
de un arroyo, que en invierno
hace que le llamen río.
Cubren su verde ribera
verdes álamos y alisos,
donde a coro le responden
las aves desde sus nidos;
donde habita el sabio Orfeo,
aquel músico divino,
que mueve a escuchar su canto
los árboles y los riscos.
Este, fuera de esas gracias,
es excelente adivino
de las cosas por venir;
consúltale, te suplico,
y sabrás de las palabras
que la madre de Amor dijo,
la sentencia verdadera.

EURÍDICE:

Tu pensamiento confirmo;
que de la ciencia de Orfeo,
notables cosas me han dicho
pastoras de aqueste valle.

FÍLIDA:

Pues sígueme.

EURÍDICE:

Ya te sigo;
que en una pena dudosa,
en suspender el juicio
hasta saber si lo es,
consiste el mayor peligro.

(Vanse.)
(Salen ORFEO y FABIO, uno galán y otro criado.)
ORFEO:

  Toma, querido Fabio, el instrumento.

FABIO:

Suspéndele, por Dios; que en este prado
los árboles te siguen, y en el viento
las aves a escucharte se han parado;
de aqueste río el líquido elemento
cubrió las ondas de silencio helado,
y te oyeron sus íntimos vecinos
debajo de doseles cristalinos.
  Estaban los leones, y pintados
tigres, como de pórfidos de fuentes,
de tu divino canto transformados,
y suspensos los ojos transparentes;
hasta los elementos concertados
dejaron los enojos diferentes,
haciendo por tu dórica armonía,
con detener el sol, mayor el día.

ORFEO:

  Fabio, mi voz no fuera tanta parte
como el cantar las alabanzas justas
de Júpiter, Mercurio, Apolo y Marte.

FABIO:

Con la razón y la verdad te ajustas,
pagas la deuda a Dios, honras el arte,
cuando cantar sus alabanzas gustas;
que a Dios se deben primitivos dones
de los versos, la voz y las canciones.
  Mas dime, ¿cómo a Venus (bella diosa
de amor y de hermosura) no has cantado
algún himno, algún verso, alguna prosa?

ORFEO:

No la tengo por diosa en igual grado:
del casto amor la madre generosa
adoro, Fabio, y la de amor vendado
tengo en desprecio ya, después que ha sido,
no amor vendado, sino amor vendido.
  La que engendra celestes pensamientos
y a su contemplación las almas guía,
celebrarán mis dulces pensamientos
desde que nace hasta que muere el día;
pero no gastaré cuerdas ni acentos
con la Venus de Chipre, que solía
dar precio a las mujeres, porque precio
la libertad que les entrega el necio.
  ¡Qué cosa es ver un amador perdido
vivir fuera de sí y en cuerpo ajeno!
Amor del matrimonio permitido
conserva el mundo; lo demás condeno.

FABIO:

Y fuera de él, ¿no sabes que ha nacido
más de algún bueno?

ORFEO:

No por eso es bueno
aquel primero error.

FABIO:

¿Qué gente es ésta?

ORFEO:

Las pastoras que a Venus hacen fiesta.

(Salen los MÚSICOS, baile, pastoras y pastores.)
MÚSICOS:

  Zagalas del valle,
venid y veréis
coronar a Orfeo
de verde laurel.

DANTEA:

Pongo en tu cabeza,
músico divino,
este verde lauro,
de tus sienes digno.
Ninfas de este río,
venid y veréis.

MÚSICOS:

Coronar a Orfeo
de verde laurel.

ORFEO:

  Pastores y bellas ninfas
de aquesta sagrada selva,
muy obligado me siento
a vuestro amor y nobleza.
No tengo con qué pagaros
las honras de aquesta fiesta,
y aqueste verde laurel
de que adornáis mi cabeza,
sino es con la voluntad;
porque para tantas deudas,
¿qué valor tendrán mis obras?

CELIO:

Si puedes, llega, Dantea,
y dile tu pretensión.

DANTEA:

Venus, madre de Amor bella,
todos los años nos da
por este tiempo respuestas:
Declárame tú la mía:
así para dulces cuerdas
jamás te falten los ríos
de darte simples culebras.
Mira, generoso Orfeo:
yo dije a Venus (¡qué necia
fue mi pregunta; mas vaya,
que no nací más discreta!):
«Venus, yo quiero un marido
que aquestas tres cosas tenga:
rico, sabio y amoroso.»

ORFEO:

Y ¿qué te dió por respuesta?

DANTEA:

«Las dichas y las desdichas
nacieron con las estrellas.»

ORFEO:

Pues en tanta claridad,
¿qué tienes por cosa incierta,
si en las estrellas consiste
tener dicha o no tenerla?

DANTEA:

En fin, ¿no me dices nada?

FABIO:

Yo te lo diré, Dantea.

DANTEA:

¿Tú, Fabio?

FABIO:

Pues ¿no soy yo
pastor de alguna experiencia?

DANTEA:

No quiero tus desatinos.

FABIO:

Si tú a la diosa le ruegas
por marido rico y sabio
 (dos cosas raras y nuevas),
y añades que sea amoroso,
bien a tu pregunta necia
responde, con que esa dicha
con las estrellas se engendra;
mira entre tantas cuál fue,
y pregúntaselo a ella;
que yo, con aconsejarte
que sólo sabio le quieras,
pienso que hallarás con él
el amor y la riqueza;
porque un hombre, cuando sabe,
sabe mandar las estrellas.

CELIO:

Ahora bien, yo te pregunto...

ORFEO:

Celio, di.

CELIO:

«Gran Citerea,
 (le dije a Venus) ansí,
por más que el sol lo pretenda,
jamás tu cojo marido
los hurtos de Marte sepa,
que me digas si me ha hecho
mi hermosa mujer Filena
algún hurto.»

ORFEO:

Y ¿qué responde?

CELIO:

Miróme, y dijo risueña:
«Pregúntalo, Celio, al signo
donde entra la primavera.»

ORFEO:

Y ¿no sabes tú cuál es?

CELIO:

No, ¡por Júpiter!

FABIO:

No creas
en signos.

CELIO:

¿Por qué razón?

FABIO:

Porque no hay quien los entienda.
¿No ves que dicen sí y no?
Y esto te da por respuesta
el toro, porque en su signo
la primavera comienza.

CELIO:

Guarda la cara.

TIRSI:

Pastores,
dad lugar que Tirsi pueda
preguntar.

RISELO:

Llega y pregunta.

TIRSI:

«Oráculo de estas selvas,
dije a Venus, más famoso
que las Délficas y Délias,
yo quiero cierta casada,
cuyo marido me cela,
y de la que yo la doy
jamás le ha pedido cuenta.
¿Mataráme?»

ORFEO:

Y ¿qué le dijo?

TIRSI:

«Dentro asiste, y teme fuera.»

ORFEO:

Quiere decir que hay galanes
a quien es justo que temas,
y que mientras dentro asistes,
no es posible que te ofendan.

FABIO:

Bien haya el marido al uso
que finge celos, y deja
que su mujer tome y dé
para encarecer la venta.

RISELO:

Pregunté, gallardo Orfeo,
a Venus, dulce sirena
de amor: «¿Qué haré para ser
famoso, que soy poeta?»

ORFEO:

Y ¿respondió?

RISELO:

«Escribe obscuro.»

ORFEO:

Pues ¿qué más clara respuesta?

FABIO:

Es ansí, porque los versos,
quien no los entiende, piensa
que dirán que los entiende
si por buenos los celebra.
Hay tanta bachillería
en el mundo, que desprecian
lo que fácilmente alcanzan,
por extremado que sea.

ORFEO:

Ahora bien, volveos, pastores,
y tú, Fabio amigo, cuelga
su verde laurel a Apolo
por lisonja de su pena.

(Vanse cantando.)
[PASTORES Y MÚSICOS]:

  Zagalas del valle,
venid y veréis
coronar a Orfeo
de verde laurel.

(Salen FÍLIDA y EURÍDICE.)
FÍLIDA:

  Ya le dejan.

EURÍDICE:

Y ya
confieso que voy contenta
de ver tal hombre.

FÍLIDA:

Tu exenta
condición segura está;
  pero no hay ninfa en la selva,
en fuente o en árbol more,
que no le quiera y le adore.

EURÍDICE:

Déjale que el rostro vuelva.

FÍLIDA:

  ¿Qué temes?

EURÍDICE:

Nunca pensé,
Fílida, que yo temiera.

ORFEO:

Fabio, ya la primavera
pone en nuestra selva el pie,
  o por ventura la aurora,
celosa busca su esposo,
o por este bosque umbroso
la luna el pastor que adora.
  No os recatéis, ninfa bella;
llegad, oíd, no temáis:
¿soy, por dicha, a quien buscáis?
¡Dichosa mi buena estrella!
  Y estimad este deseo;
que en mi vida sucedió
tal cosa por mí, pues yo
de mí mismo no lo creo.
  ¿Qué enmudecéis?, ¿qué miráis?
Nos enseñéis a hacer colores
con la vergüenza a las flores
que fugitiva pisáis.
  Que sois Venus he pensado,
que a castigarme salís
de aquel templo en que vivís
por el desprecio pasado:
  Señora, no os conocía;
mal hablé, dadme perdón.

FÍLIDA:

¿Puede haber más confusión?

EURÍDICE:

Sí, Fílida.

FÍLIDA:

¿Cuál?

EURÍDICE:

La mía.

FÍLIDA:

  ¿Qué tienes?

EURÍDICE:

Aún no he caído
en el mal que tener puedo;
pues tengo miedo del miedo
de decir lo que he sentido.
  Pienso que debe de haber
también basiliscos hombres.

FÍLIDA:

Llega a hablarle: no te asombres.

EURÍDICE:

Si mata con sólo ver,
  ¿qué espero de oírle hablar,
o qué vidas tengo yo,
pues una que Dios me dió,
ya me la pudo quitar?

FÍLIDA:

  ¡Qué cierto de los desdenes
es dar en facilidades!
Mas si va a decir verdades,
disculpa, Eurídice, tienes;
  que a no haberte declarado,
lo que dices te dijera;
mas si estás de esta manera,
retiraré mi cuidado;
  que, cual suele el jugador
que vió la suerte primero
retirar presto el dinero,
quiero retirar mi amor.

ORFEO:

  Hablando están.

FABIO:

Y de ti,
y la ninfa tan turbada,
que quiere, y no quiere nada,
y se va, y se queda aquí.

ORFEO:

  Hermosa ninfa, merezca
un hombre que aborreció
a cuantas mujeres vió,
que a vuestros ojos ofrezca
  desdeñosa libertad,
riguroso pensamiento,
por la novedad que siento
rindiendo la voluntad.
  No soy villano grosero
destas selvas soy señor,
aunque ya esclavo de amor
después que os adoro y quiero.
  Orfeo, ninfa, es mi nombre,
aquel músico que un día
la celestial armonía
hizo que envidiase un hombre.
  No se atreve el mismo Apolo
a competir con mi mano;
a Júpiter soberano,
ninfa, reconozco, sólo.
  Y sola vuestra hermosura
es la que conozco ya,
pues ninguna vida habrá
de vuestros ojos segura.

EURÍDICE:

  Yo soy, generoso Orfeo,
Eurídice; ninfa he sido
de Diana, que he tenido
sólo el cazar por trofeo.
  De mi padre importunada,
palabra anoche le di
de casarme, aunque en el sí
no hay persona interesada.
  Fui al templo, y a Venus bella
consulté mi pretensión;
respondióme una razón
que hay tres enigmas en ella:
  «Breve, gustoso y perdido.»
¿Qué sientes de todas tres?

ORFEO:

Lo breve, ya en mí lo es
si me quieres por marido;
  también, si a tu gusto soy,
podrás hallar la segunda,
y si en perdido se funda
tu pena, de amor lo estoy.
  Conque ya queda entendido
todo el oráculo ansí,
pues hallas marido en mí,
breve, gustoso y perdido.

EURÍDICE:

  ¿Conoces, dime, a Frondoso?

ORFEO:

Sé que es un gran mayoral.

EURÍDICE:

Ese es mi padre.

ORFEO:

Es igual
tu ingenio a tu rostro hermoso;
  Pues con sólo preguntar
si a tu padre conocía,
¿quieres, Eurídice mía,
que también le vaya a hablar?
  Yo lo haré; que pues las hados
nos conciertan de esta suerte,
seré tuyo hasta la muerte.
Montes, selvas, bosques, prados,
  que mi dulce voz y acento
celebrastes, y el rigor
con que me burlé de amor,
venid a mi casamiento.
  Vosotras, fuentes perenes,
de corriente siempre igual,
que con risa de cristal
murmurastes mis desdenes,
  cantad en vuestras arenas
por prados de flores llenos,
que aquellos ojos serenos
fueron para mí sirenas.
  Vamos, Fabio, ven conmigo;
ven conmigo, Fabio amado.

FABIO:

¡Por Dios, que voy admirado!
Y casi confuso, digo:
  Tú, para todas cruel,
¿aquí tan blando? No creo
que nace de tu deseo;
veneno te han dado en él;
  Venus airada, el Amor,
su hijo, se han conjurado
contra ti, que has despreciado
su poder y su valor.

ORFEO:

  Fabio, si a Eurídice bella
me dan, ¿qué llamas agravio?
Ven conmigo; vamos, Fabio.

FABIO:

Vamos, y con buena estrella,
  que alguna pena he tenido
de que dijese la diosa
que será de esposo, esposa,
breve, gustoso y perdido:
  lo breve, como hoy se acabe
el concierto con los viejos;
lo gustosa, no está lejos;
lo perdido, Dios lo. sabe.

(Vanse ORFEO y FABIO.)


EURÍDICE:

  ¿Qué sientes de mi ventura?

FÍLIDA:

Siento que estoy envidiosa.

EURÍDICE:

¡Gran mudanza!

FÍLIDA:

¡Rigurosa!

EURÍDICE:

¡Breve dicha!

FÍLIDA:

Y mal segura.

EURÍDICE:

  Anda, que no; que la dicha
busca al dueño.

FÍLIDA:

Así se nombra;
mas también tiene por sombra
el breve bien la desdicha.
  Cuando yo algún hombre veo
subir presto a gran fortuna,
témole desdicha alguna
y en la brevedad no creo.
  Y la causa de esto es,
si yo no me engaño en esto,
que ninguno subió presto
que afirmase bien los pies.

EURÍDICE:

  Fílida, yo tengo a Orfeo,
y sobre tanta ventura,
no tenga cosa segura
como lo esté mi deseo;
  porque sobre tanto bien,
¿qué puede haber que sea mal?

(Sale CLARIDANO, pastor viejo, y ARISTEO, galán, de labrador.)
ARISTEO:

Para todo liberal
me hallaréis, padre, también;
  lo menos será el arado,
ni cosa en el campo veis
para que no me tendréis
valiente y ejercitado.

CLARIDANO:

  Seguro estoy, sólo en ver
vuestra persona, que a todo
os tengo de hablar del modo
que los buenos suelen ser;
  con esto os he recibido
en mi casa tan contento,
que por hijo igual os cuento
a los hijos que he tenido;
  a quien tanto parecéis,
que en parte me consoláis.

ARISTEO:

Padre, no os entristezcáis,
pues que tal hija tenéis;
  que la gallarda y hermosa
Fílida, que ayer la vi,
en templo, en selva y en mí,
es deidad, es ninfa, es diosa.

FÍLIDA:

  Mi padre y un labrador
bajan del monte.

EURÍDICE:

Pues vamos,
Fílida, por estos ramos
a hablar de mi loco amor.

FÍLIDA:

  ¿Tan presto, Eurídice, tratan
tus deseos de amor? Bueno.

EURÍDICE:

Sí, que el amor y el veneno
no lo son si tarde matan.

(Vanse EURÍDICE y FÍLIDA, y salen CLARIDANO y ARISTEO.)
CLARIDANO:

  Con esto, ya concertados
quedamos.

ARISTEO:

Mas quiero hacer
por vos; que pienso poner
en estos valles y prados
  un ejército famoso
de abejas que labren miel.

CLARIDANO:

Si en este valle, si en él
asientas, pastor dichoso,
  ese ejército, por ti
vendré a ser más estimado
que el mismo Apolo.

ARISTEO:

Este prado
me has de dejar todo a mí.
  De estos alcornoques rudos
desnudaré las cortezas,
que con soberbias cabezas
no temen verse desnudos;
  donde pondré las primeras
enjambres, que al alba hermosa,
con susurro y voz gozosa
irán marchando en hileras.
  Vistiéndose de sus flores,
los prados despintarán,
y al aire parecerán
mariposas de colores.
  Formarán su arquitectura,
y en sus vasos el licor
que dió codicia al Amor
para hurtar tanta dulzura;
  aunque le picó una abeja,
y a su madre se quejó,
que de escuchar se vengó
su tierna, aunque injusta queja,
  diciéndole: «Tú también
eres pequeñito, Amor,
y das terrible dolor
cuando tratas con desdén.»
  Finalmente, Claridano,
enriquecerte deseo.

CLARIDANO:

Mis brazos te doy; que creo
que no me agradaste en vano
  desde el punto que te vi;
con esto al monte me voy,
porque satisfecho estoy
que está mi cuidado en ti.

(Vase CLARIDANO.)
ARISTEO:

  Y mi cuidado, ¿en quién? Pero no creo
que estar pudiera en otro mi cuidado,
y aunque sin esperanza mi deseo,
en mi pecho más firme y abrasado:
¿quién dijera que el príncipe Aristeo
pudiera a tal mudanza haber llegado?
Pero ¿qué no podrá quien de los cielos
derriba dioses y los mata a celos?
  En forma de pastor, bella Eurídice,
sigo tu sombra, y tu hermosura adoro,
y espero al alba que tu sol matice,
bañando, en llanto lo que baña en oro.
Tu rigor a tus ojos contradice,
tu esquiva condición a tu decoro;
prueba a querer; que el hielo, aunque mas pueda,
si no se llega al sol, hielo se queda.
  Determinado estoy a no partirme
de aquesta selva hasta rendirte amando:
¿ves estas peñas? Pues yo soy más firme
esperando, sufriendo y conquistando;
no podrá de tus ojos dividirme,
ni julio ardiendo, ni diciembre helando;
ya soy pastor, ya guardo desvaríos
en las riberas de los ojos míos.

(Sale EURÍDICE.)
EURÍDICE:

  Amor, a quien jamás guardé respeto,
no parezcáis villano en la venganza,
pues eres dios, y es perdonar efeto
digno de quien tan alto nombre alcanza;
castigar mis desdenes te prometo,
y amar aunque me falte la esperanza;
perdona, Amor, que, a tu poder rendida,
te ofrezco el alma si me das la vida.
  No había visto yo mi amado Orfeo,
rebelde a tu valor y a mi hermosura,
ni su divina voz me dió deseo,
que la montaña enterneció más dura;
ya le vi, ya le oí; ya adoro y creo
tu gran poder; ya el alma le procura,
para dar de tus glorias testimonio,
si le merezco, en justo matrimonio.
  Tratando están, ¡ay Dios!, de los conciertos
mi padre y él. ¡Oh Júpiter piadoso!
Alma, Venus, haced que salgan ciertos,
pues él también pretende ser mi esposo;
selvas, montañas, prados y desiertos,
testigos de su canto sonoroso,
pedid al cielo...

ARISTEO:

Tente, y no le pidas.

EURÍDICE:

¡Ay, Eco, tú es posible que me impidas!
  Jamás goces en flores a Narciso,
ni su memoria en esta clara fuente.

ARISTEO:

La fuente enturbio ya, las flores piso,
con llanto y con buscarte diligente.

EURÍDICE:

Pastor, cualquier que seas, yo te aviso
que soy ajena ya, si no me miente
el bien; que hasta aquel punto que se alcanza,
engaña con el gusto la esperanza.

ARISTEO:

  ¿Sabes quién soy?

EURÍDICE:

Pareces extranjero.

ARISTEO:

De mi patria y de ti, que por ti vivo,
en esta selva; dije mal, pues muero;
agora no, mientras tu luz recibo;
no mires en el hábito grosero;
de púrpura Rëal por ti me privo;
Aristeo es mi nombre, Tracia el reino,
donde, ausente de ti, dicen que reino.
  Matóme tu hermosura andando a caza
de fieras, que vengaste con ser fiera;
no tengo de volver a Tracia, traza,
sino es que tu piedad me estime y quiera;
en tu rigor la muerte me amenaza:
¡Ay, no permita tu piedad que muera!
Mejor que con el hombre que decías,
podrás conmigo...

EURÍDICE:

Tente: ¿qué porfías?
  Antes que deje yo de amar al dueño
que ya tiene propuesta la esperanza,
la codicia tendrá segura dueño,
y discreta será la confianza;
no pienses que por loca te desdeño,
mas porque es imposible la mudanza.

ARISTEO:

¿Posible es que mujer ¡ay, Eurídice!
que es imposible la mudanza dice?
  ¡Qué mal hice en vestirme, para verte,
este rústico traje!

EURÍDICE:

¿Qué importara?

ARISTEO:

Quien quiere al basilisco dar la muerte,
de espejos cubre brazos, pecho y cara;
si viniera vestido de esta suerte,
no me mataras tú, yo te matara;
que viendo tu hermosura desde lejos,
te mataras tú misma en mis espejos.
  Pero pues que mis ojos no han podido
en sus niñas, señora, retratarte,
dándome muerte el alma que has rendido,
será el espejo en que podrás mirarte;
allí verás que amor pintor ha sido,
y basilisco tú para matarte;
pues morirás mirando tu hermosura;
que el alma es inmortal, e irá segura.

(Vase ARISTEO.)


EURÍDICE:

  No me puedo persuadir
que es este pastor quien dice;
deidad es, deidad parece;
temo; su poder me aflige;
pero aunque, como otra Daphe,
viese de Apolo seguirme,
antes laurel que traidora,
antes sin alma que libre.
¿Quién es la que tan ligera
salta, sin que apenas pise,
la margen de aquel arroyo?

(Sale FÍLIDA.)
FÍLIDA:

Ya, venturosa Eurídice,
eres esposa de Orfeo,
que no hay hombre a quien no incline
su persona y su elocuencia,
que con los dioses compite.
Frondoso, tu padre, quiere:
sola mi envidia te impide;
mas si tú gozas el bien,
¿qué se te da que te envidien?

EURÍDICE:

Fílida, ¿qué te daré
de albricias? Mas quien recibe
vida, ¿qué dará por ella?
Estas cintas carmesíes
tienen un retrato de oro
donde están Apolo y Clicie;
él en su carro de sol,
y ella que, ya flor, le sigue.
Sin esto, el alma y los brazos,
y después haré que Tirsi
te dé en casa diez corderos,
que desde lejos son cisnes.
¿No respondes? ¿No te alegras?
¿Qué tienes? ¿De qué estás triste?

FÍLIDA:

De tu bien.

EURÍDICE:

¿De mi bien?

FÍLIDA:

Sí.

EURÍDICE:

¿Sí dices?

FÍLIDA:

Sí.

EURÍDICE:

¿Sí repites?

FÍLIDA:

Esto no te ofende a ti.

EURÍDICE:

¿Cómo que no?

FÍLIDA:

Ya lo dije;
que a un amor desesperado
esto y más se le permite.
Toma tu retrato y cintas;
que no quiero persuadirme
a que es bien tomar barato,
pues con ninguno, se mide
cuando pierdo el bien que pierdo.

EURÍDICE:

Basta; no quiero reñirte
esas locuras en día
que las albricias me pides
del bien que temí dudoso,
y tú me le das tan firme.

(Vase EURÍDICE.)
FÍLIDA:

  ¡Si yo tuviere gusto, airados cielos,
descanso, paz, contento y alegría,
en tanto que vistiere el alma mía
estos cansados y mortales velos!
¡Que tenga más congojas y desvelos
que arenas de oro este arroyuelo cría,
y que mi desengaño y mi porfía
sigan mi amor, donde me abrasen celos!
Tristezas quiero ya, no quiero engaños,
ni en las tormentas presumir bonanzas,
si el cuidado, mayor vencen los años.
Tiempo, apelo de amor a tus mudanzas;
que más quiero morir con desengaños,
que no vivir con falsas esperanzas.

(Sale ARISTEO.)
ARISTEO:

  Cierto me dicen que es ya
y que concertados quedan:
¿De qué sirve preguntarla
después de cierta la pena?
Pastora, que Apolo guarde,
¿sabes tú si es nueva cierta?

FÍLIDA:

¿Dices casarse Eurídice,
ninfa de esta verde selva?

ARISTEO:

¿Adivinas, o respondes?

FÍLIDA:

Si no es ésta la respuesta,
es, por lo menos, pastor,
lo que yo pienso.

ARISTEO:

Bien piensas,
que lo mismo voy pensando;
y si de los dos se engendra
un pensamiento tan triste,
que será quiero que sepas
víbora de mis entrañas.

FÍLIDA:

Si que se case te pesa
Eurídice, a mí su esposo.

ARISTEO:

Mi mal el tuyo consuela.

FÍLIDA:

Ya se están dando las manos.

ARISTEO:

Los pastores hacen fiesta.
¡Plega a los cielos, amén,
que se vuelvan en tragedia!

(Sale la boda: FRONDOSO y CLARIDANO, viejos; EURÍDICE y ORFEO de las manos, DANTEA y los MÚSICOS.)
[COMENSALES]:

  Desposado dichoso,
gozad la novia,
porque nunca Venus
fue tan hermosa.

(Sale FABIO.)
FABIO:

  Volved, mayoral Frondoso,
el alegría en tristeza,
porque Venus e Himeneo
asisten, las hachas muertas,
a las bodas de Eurídice.

FRONDOSO:

Notable rüido suena.

CLARIDANO:

La pared adonde estaba
pintada Eurídice bella,
dió en tierra.

(Caiga por dos cordeles el retrato de la que hiciere la EURÍDICE, así, en pie, arrimado al vestuario.)
FRONDOSO:

¡Válgame el cielo!

ORFEO:

Venus, ¿que venganza es ésta?
Amor, ¿ya no estoy rendido?
Pero ven, no tengas pena;
que pues yo te llevo viva,
la tabla será la muerta.

(Vanse todos, y queden allí ARISTEO y FÍLIDA.)
ARISTEO:

Bien sé lo que significa.

FÍLIDA:

¿Qué imaginas?

ARISTEO:

Que me deja
Orfeo aquésta pintada,
y que la viva me lleva.

FÍLIDA:

Hacerla quiero pedazos.

ARISTEO:

¿Cómo, si por alto vuela?

(Tórnese el retrato a su lugar.)
FÍLIDA:

Como a toro me ha dejado,
pues pensando que pudiera
dar en la sombra del hombre,
doy con la frente en la tierra.