El mal menor (Mella)

 La guerra exclusivamente defensiva lo mismo en las luchas guerreras que en las sociales y en las batallas de doctrinas, no es más que una triste necesidad de los débiles. Y cuando no es así, por fuerte que sea el ejército que limita sus empresas a resistir la violencia, no conseguirá otra cosa que pactar con la muerte, transigir con desventaja con el enemigo y abdicar hasta la esperanza de la victoria.

 Con esa estrategia del mal menor se puede hacer el recuento de todas las batallas que se han perdido; pero no es posible empezar la lista con una sola que se haya ganado.

 Durante todo el siglo décimo nono, no hay en España una sola década en que no haya perdido algo la fortaleza de la fe: Un día cae una almena, otro se ciega un foso, más tarde se derrumba una torre, después se cuartea un muro, y no está toda en el suelo, porque ha habido los soldados de la tradición que acometieron por fuera al adversario. ¿Y todavía habrá quien defienda semejante estrategia, que no es más que la teoría de la derrota? La sabiduría popular la comenzó en uno de sus gráficos apotegmas: «El que pega primero pega dos veces»; pero los católicos españoles repetimos filosóficamente la súplica del general griego: «Pega, pero escucha». Y la Revolución, que no es en sus distintas formas más que la fuerza impía, pega, pero no escucha; y si escucha es para llamarnos ¡provocadores! — como el lobo de la fábula al cordero que bebía más abajo — y después pega otra vez. Y sin embargo no aprendemos. La ley del escarmiento, que rige para los gatos, no rige para los católicos españoles.

 Los que pueden vencer, los que vencerán sin duda, si se lo proponen valerosamente, son los que no acataron las instituciones enemigas, ni entraron en su legalidad, ni se resignaron a la estrategia de la sola defensa, sino que tomaron resueltamente la ofensiva; que a la táctica ofensiva se deben las victorias; que por no saber seguirla los católicos, vamos perdiendo cada día un girón de nuestra bandera y un pedazo de nuestra independencia.

 Juan Vázquez de Mella


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