El maestro (Blasco)
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Ya hacía algún tiempo que se le llamaba así; y él, que alardeaba de perenne juventud intelectual, teniendo siempre la misma gallardía en la última crónica que daba a las cajas, aceptaba el título con legítimo orgullo porque sabía que le era otorgado sinceramente, aunque tres o cuatro principiantes ó advenedizos de la literatura lo quisieran tomar a chacota... con la sana intención de provocarle para que de ellos se ocupara: cosa facilísima, porque Eusebio Blasco ha sido—y hay que decirlo en honor suyo—quizá el único profesional que no ha tenido envidia a nadie.
Pasó toda su vida elogiando a los demás, alentando a la juventud, animando a los retraídos y únicamente guardaba lo acerbo de sus censuras para aquellos que en el orden social, sea cual fuese su categoría, falseaban cualquiera de los sanos principios de justicia que deben informar la vida.
Sabía dirigir el sentimiento de la caridad en los poderosos hacia los que realmente son necesitados, «descubriendo» los verdaderos pobres; hacíase eco de todas las buenas causas y era paladín noble y esforzado al esgrimir la pluma en pró de quien sufriese vejaciones ó injusticias. Demócrata por temperamento, tenía a la par los rasgos aristocráticos que dá la supremacía del talento: por eso estaba siempre «en su sitio»: lo mismo en las barricadas de la plaza de Antón Martin, que comiendo en la mesa con su amigo el ex-rey Milano.
Su estancia en París acabó de afianzar su personalidad de cronista; en aquella prensa donde hay maestros en el género, fué Eusebio Blasco de los primeros, no obstante su procedencia española, que tantas dificultades hubiese creado a otro cualquiera: después de haberlo sido él, parece cosa fácil ser un español redactor de Le Figaro, y, sin embargo, el caso no se ha repetido.
Durante medio siglo, la personalidad literaria de Eusebio Blasco no cesó de destacarse: aquella multiplicidad de aptitudes, tan envidiable por todos conceptos, y que le hacia aparecer como poeta, como autor dramático, como periodista, como cuentista y hasta como empleado de Hacienda, es la que difícilmente podrá borrarse y desaparecer como la de tantos otros que si en vida fueron algo merced a las veleidades de la fortuna, esfúmanse, después de muertos, en el gris horizonte del olvido.
Eusebio Blasco será siempre el autor de Soledades y del El Pañuelo blanco, el ingenuo cuentista aragonés y sobre todo el cronista de la España frívola y desequilibrada de los últimos tiempos.
La muerte será la consagración absoluta de su genio: nadie osará ya discutirle, nadie tendrá el mal gusto de poner en duda las virtudes del que pasó toda su vida trabajando... Hubo una vez que intentó ser diputado como socialista cristiano, y se quedó en la estacada: más vale así. Tenía bastante con la investidura de su genio.