GOBERNADOR:
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¿Cómo ha sido la prisión?
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FABIO:
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Todos en su iglesia estaban
escondidos, donde daban
a su Dios adoración.
Llegué con armadas gentes,
toda la casa cerqué,
prendílos, y los llevé
a cárceles diferentes;
y el suceso, en fin, concluyo
con decir que en esta ruina
prendí a la hermosa Justina
y a Lisandro, padre suyo.
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GOBERNADOR:
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Pues si riquezas codicias,
puestos, honores y más,
¿cómo esas nuevas me das,
Fabio, sin pedirme albricias?
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FABIO:
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Si así estimas mis sucesos,
las que me has de dar no ignoro.
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GOBERNADOR:
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Di.
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FABIO:
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La libertad de Floro
y Lelio, que tienes presos.
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GOBERNADOR:
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Aunque yo con su castigo
parece que escarmentar
quise todo este lugar,
si la verdad, Fabio, digo,
otra es la causa por qué
presos han vivido un año,
y es que así de Lelio el daño
como padre aseguré.
Floro, su competidor,
tiene deudos poderosos;
y estando los dos celosos
y empeñados en su amor,
temí que habían de volver
otra vez a la cuestión;
y hasta quitar la ocasión,
no me quise resolver.
Con este intento buscaba
algún color con que echar
a Justina del lugar;
pero nunca le topaba.
Y pues su virtud fingida
no sólo ocasión me da
hoy de desterrarla ya,
mas de quitarla la vida.
No estén más presos; y así
a sus prisiones irás,
y con brevedad traerás
a Lelio y a Floro aquí.
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FABIO:
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Beso mil veces tus pies.
¡Qué merced tan peregrina!
Vase FLORO
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GOBERNADOR:
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Ya está en mi poder Justina,
presa y convencida; pues
¿qué espera mi rabia fiera,
que ya en ella no ha vengado
los enojos que me ha dado?
A sangrientas manos muera
de un verdugo.
A un CRIADO
Vos, mirad
Que aquí la traigáis os mando
hoy a la verguenza dando
escándalo a la ciudad;
porque si en palacio está,
nada a darla vida baste.
Salen FABIO, LELIO y FLORO
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FABIO:
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Los dos por quien enviaste
están a tus plantas ya.
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LELIO:
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Yo, que al fin sólo deseo
parecer tu hijo esta vez,
no te miro como juez,
con los temores de reo,
sino como padre airado,
con los temores de hijo
obediente.
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FLORO:
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Y yo colijo,
viéndome de ti llamado,
que es para darme, señor,
castigos que no merezco.
Pero a tus plantas me ofrezco.
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GOBERNADOR:
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Lelio, Floro, mi rigor
justo con los dos ha sido,
porque, si no os castigara,
padre, no juez me mostrara.
Pero teniendo entendido
que en los nobles no duró
nunca el enojo, y que ya
quitada la causa está,
intento piadoso yo
haceros amigos luego.
En muestras de la amistad
aquí los brazos os dad.
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LELIO:
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Yo el venturoso a ser llego
en ser hoy de Floro amigo.
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FLORO:
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Y yo de que lo seré
doy mano y palabra.
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GOBERNADOR:
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En fe
de eso a libraros me obligo,
que si el desengaño toco
que de vuestro amor tenéis,
no dudo que lo seréis.
Dentro
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DEMONIO:
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¡Guarda el loco! ¡Guarda el loco!
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GOBERNADOR:
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¿Qué es esto?
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LELIO:
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Yo lo iré a ver.
LELIO va a la puerta, y vuelve luego
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GOBERNADOR:
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En palacio tanto ruido,
¿de qué puede haber nacido?
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FLORO:
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Gran causa debe de ser.
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LELIO:
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Aqueste ruido, señor,
--escucha un raro suceso--
es Cipriano, que al cabo
de tantos días ha vuelto
loco y sin juicio a Antioquía.
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FLORO:
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Sin duda que de su ingenio
la sutileza le tiene
en aqueste estado puesto.
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TODOS:
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¡Guarda el loco, guarda el loco!
Salen TODOS, y CIPRIANO, medio desnudo
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