CIPRIANO:
|
En la amena soledad
de aquesta apacible estancia,
bellísimo laberinto
de flores, rosas y plantas,
podéis dejarme, dejando
conmigo--que ellos me bastan
por compañía--los libros
que os mandé sacar de casa;
que yo, en tanto que Antioquía
celebra con fiestas tantas
la fábrica de ese templo
que hoy a Júpiter consagra,
y su traslación, llevando
públicamente su estatua
adonde con más decoro
y honor esté colocada,
huyendo del gran bullicio
que hay en sus calles y plazas,
pasar estudiando quiero
la edad que al día le falta.
Idos los dos a Antioquía,
gozad de sus fiestas varias,
y volved por mí a este sitio
cuando el sol cayendo vaya
a sepultarse en las ondas,
que entre oscuras nubes pardas
al gran cadáver de oro
son monumentos de plata.
Aquí me hallaréis.
|
MOSCÓN:
|
No, puedo,
aunque tengo mucha gana
de ver las fiestas, dejar
de decir, antes que vaya
a verlas, señor, siquiera
cuatro o cinco mil palabras.
¿Es posible que en un día
de tanto gusto, de tanta
festividad y contento,
con cuatro libros te salgas
al campo solo, volviendo
a su aplauso las espaldas?
|
CLARÍN:
|
Hace mi señor muy bien;
que no hay cosa más cansada
que un día de procesión
entre cofadres y danzas.
|
MOSCÓN:
|
En fin, Clarín, y en principio,
viviendo con arte y maña,
eres un temporalazo
lisonjero, pues alabas
lo que hace, y nunca dices
lo que sientes.
|
CLARÍN:
|
Tú te engañas,
que es el mentís más cortés
que se dice cara a cara;
que yo digo lo que siento.
|
CIPRIANO:
|
Ya basta, Moscón; ya basta,
Clarín. Que siempre los dos
habéis con vuestra ignorancia
de estar porfiando, y tomando
uno de otro la contraria.
Idos de aquí, y, como digo,
volved aquí cuando caiga
la noche, envolviendo en sombras
esta fábrica gallarda
del universo.
|