El loro muerto
El loro llenaba en la corte tres empleos: anunciaba la visita de los altos personajes, tenía el encargo de recrear a Su Excelencia en sus momentos de ocio con cuentos amenos y de atajar a los solicitantes con el grito consagrado: «¡No hay vacante!». Y como es justo, teniendo tres empleos, cobraba tres sueldos, como quien dice nada.
Murió, y pocas horas después del triste acontecimiento, estaban conversando el chajá, la urraca y el bien-te-veo, ponderando a cual más las cualidades del finado: -¡Pobre señor loro!, decía uno con aflicción. -¡Qué muerte tan repentina-, contestó otro tristemente! -¡Es un gran vacío!, observó el tercero compungido. -¡Y una gran vacante!, murmuró la urraca. Y el chajá se sonrió y también el bien-te-veo, y los tres, mirándose con ojos de candidato: ¡Qué vacante linda, che!, susurraron los tres.