Brisas de primavera
El loro hablador

de Julia de Asensi


El tío Salvador, que había llegado de América en el mes de Abril había regalado entre otras muchas cosas a su sobrinita Lola un precioso loro. Tenía un brillante plumaje, se balanceaba con gracia en el aro de metal que pendía de su jaula, pero lo que más llamaba la atención de la niña era que hablaba lo mismo que si fuese una persona.

Lo primero que hizo fue enseñarle a decir su nombre, lo que el loro aprendió pronto y bien, pero no tardó la niña en arrepentirse de ello porque más de veinte veces al día tuvo que dejar sus estudios y sus juegos creyendo que su abuela la llamaba, porque el loro hablaba lo mismo que la anciana cuyo metal de voz parecía remedar a cada instante.

Lolita tenía un hermano mayor con el que no congeniaba mucho porque Gabriel, que así se llamaba, la reprendía a cada instante por sus defectos, que a la verdad no eran pocos. Así es que buscaba la compañía de una niña de su misma edad, hija de los jardineros de su casa, porque la pobre criatura se avenía a todos sus caprichos sin atreverse a contradecirla jamás.

Lola era caprichosa y mal criada, porque sus padres y su abuela la mimaban mucho y, a pesar de verse tan querida, envidiaba la suerte de cuantos la rodeaban creyéndose la niña más desgraciada del mundo cuando tenía una pequeña contrariedad.

El tío Salvador, que era su padrino, le hizo pasar una temporada feliz mientras permaneció a su lado, porque no hubo juguete que ella deseara ni traje que le agradase que no le comprara enseguida; pero el tío tuvo el capricho de visitar Andalucía y partió a los dos meses de su llegada en busca de otros parientes a los que también hacía algunos años no veía.

Una tarde que los padres y el hermano de Lolita salieron, se quedó ella en el jardín jugando con la otra niña, que se llamaba Amparo. Llegaron corriendo cerca de la verja que separaba su posesión de otra aún más hermosa, donde varias niñas vestían una muñeca de tamaño extraordinario; Lolita no tenía ninguna tan grande ni recordaba haber visto jamás ninguna así. Luego sacaron un oso que bailaba; una jardinera que con un carretón lleno de flores andaba después de darle cuerda, y una porción de juguetes a cuál más bonito y más nuevo.

Lola estaba pálida de envidia y se alejó de allí para no ver aquellos objetos que la hacían sufrir de una manera cruel.

-Vamos a jugar con tus muñecas -dijo Amparo.

-¡Mis muñecas! ¡qué feas son! -exclamó Lola llorando-, yo quiero una como esa.

-Ha costado doscientas cincuenta pesetas -dijo Amparo-, lo he oído esta mañana. ¿Por qué no reúnes tu dinero para comprarte otra?

-¿Cuánto dinero es eso? -preguntó Lola.

-No sé qué duros serán.

-Espera, lo ajustaremos... veinticinco y veinticinco pesetas son cincuenta y veinticinco son setenta y cinco... yo no tengo más que setenta y cinco pesetas, o sea quince duros, luego doscientas cincuenta...

Hizo muy despacio la cuenta, y al fin dijo:

-Son cincuenta duros, me faltan treinta y cinco ¿de dónde los voy a sacar?

-Pide a tus papás y a tu abuelita.

-Es verdad, buena idea.

La abuela, que no había salido, dio a Lola dos duros para satisfacer su capricho, pero ¿qué iba a hacer ella con diecisiete?

Cuando volvieron los padres y Gabriel, Lolita les pidió dinero para una muñeca, cuyo precio no se atrevió a decir, pero con gran sorpresa suya su madre la abrazó llorando y no le dio nada.

Su hermano le enteró de lo ocurrido refiriéndole que su padre había perdido en una quiebra su fortuna, que tenía además que pagar una deuda sagrada y que todo el dinero que hubiese en la casa sería poco para salir de aquel compromiso hasta que volviese el tío e hiciese algo por ellos.

Gabriel entregó a su padre lo que tenía ahorrado, pero Lolita no le imitó.

Gracias al empeño de algunas alhajas de la madre se completó la suma y aún sobró algo para ir viviendo hasta el regreso del tío Salvador.

El día en que el padre de Lolita debía efectuar el pago, la niña vio sobre la mesa de despacho muchos billetes de Banco y algunas monedas de oro y plata. Una atracción extraña le hacía entrar en aquella pieza a cada momento y, sin comprender la importancia que la deuda podía tener para su padre, sólo pensaba en que uno de aquellos papeles de color le darían fácilmente la deseada muñeca.

Amparo se hallaba con la niña y, acaso adivinando su pensamiento, trató varias veces de llevarla al jardín para que jugasen.

-Bueno -dijo Lolita al cabo-, ve a buscar mis muñecas, llévatelas bajo el emparrado que yo iré a pedir a mamá las que me tiene guardadas por ser las mejores.

Amparo se alejó y Lola, después de un instante de vacilación, se acercó a la mesa y cogió un billete de cien pesetas. Nadie la había visto. Corrió a su cuarto, abrió su hucha, que era una cajita con llave, y metió el papel en ella.

Después pidió sus juguetes a su madre y se marchó al jardín.

Al reunirse con Amparo vio que esta hablaba con sus vecinas; estas le decían que se iban a marchar para hacer un largo viaje y que no podrían llevarse su hermosa muñeca, que era de esas con articulaciones y que tenía varios trajes y sombreros.

-¿Y qué haréis de ella? -preguntó Lolita acercándose.

-Si hay quien nos la compre...

-Yo -interrumpió la niña-, la tomaré si me la dais por algo menos que su valor.

-¿Cuánto tienes?

-Treinta y siete duros.

-Pues trato hecho; venga el dinero y toma la muñeca por la reja, puesta de lado y sin vestir creo que podrá pasar.

-Pero tú no tienes tanto dinero -murmuró tímidamente Amparo.

-Sí, mi tío Salvador me ha mandado cien pesetas -contestó Lola faltando a la verdad con el mayor aplomo.

Un cuarto de hora después la niña tenía en sus brazos la codiciada muñeca, pero se hallaba muy preocupada. Y, sin embargo, aquel juguete era de lo más bello y más perfecto que se hace en Alemania; pero a Lola le parecía que pesaba demasiado, que sus pequeñas manos no la manejaban bien y que jamás podría lucirla llevándola a paseo.

Cuando su padre fue a pagar al importuno acreedor, halló, no sin sorpresa, que faltaban veinte duros de su mesa de despacho. Avergonzado pidió un plazo de veinticuatro horas para reunir aquella cantidad y no dudó que en su casa se había cometido un robo. En su cuarto no habían entrado más que Lolita y Amparo y todos acusaron a la segunda, excepto Gabriel. Como aquello no podía probarse, se contentaron con prohibir a la hija del jardinero la entrada en la casa y todo trato con Lola. Esta dijo que las vecinas al partir le habían regalado la muñeca y nadie pensó en unir un suceso con otro, creyendo que Lolita decía siempre la verdad.

Entre tanto había vuelto el tío Salvador sacando a la familia de apuros, pues era muy rico.

Una tarde se hallaban reunidos en el jardín y Lolita jugaba con el loro.

-Di Lola -le ordenó la niña.

Y el loro dijo enseguida:

-Lola es mala.

-¿Cómo se entiende, pícaro, quien te ha enseñado eso? -preguntó ella muy disgustada.

-Lola es mala -repitió el loro-. Amparo es buena.

Y como la niña gritase protestando, el loro dijo una infinidad de veces:

-Lola es mala, Lola es mala.

-¿Sabéis que este loro es muy inteligente? -objetó Gabriel-; parece que mi hermana comprende que tiene razón por que se ha puesto muy encarnada, y no es de indignación al verse calumniada sino de miedo al ser descubierta. ¿Has hecho algo malo, Lola?

-Yo no -contestó la niña muy turbada.

-Y a propósito de Amparo -prosiguió Gabriel-, ¿saben Vdes. que la pobre niña está muy enferma?

-Amparo es buena -repitió el loro al oír el nombre.

-¿Qué tiene? -preguntaron los padres de Lolita.

-Empezó su mal por una gran tristeza al verse despedida de casa y, aunque adivinaba la causa de esto, no se atrevía a hablar. No comía, ni dormía apenas al ser tratada como una ladrona, y le dio una violenta calentura que ha puesto en grave riesgo su vida. Al saber esto la visité y logré me dijese lo que había callado a todo el mundo.

-Es falso -le interrumpió la niña.

-¿Y cómo sabes tú lo que voy a contar? -preguntó severamente el hermano mayor.

-Lola es mala -gritó el loro.

-Pues el caso es -prosiguió el joven-, que Amparo en efecto no cogió los veinte duros, que quien los tomó fue Lolita, y esta ha dejado que calumnien a esa pobre niña cuando la indigna de estar en esta casa es ella.

Lolita quiso aun protestar; pero al oír al loro repetir que era mala, le dio tal terror que tuvo que confesar su enorme falta.

Lo primero que hicieron los padres fue obligar a Lola a pedir a Amparo perdón y esta, desde que se supo que no era culpable empezó a mejorar.

Regalaron a la hija del jardinero los mejores trajes de Lolita y todos los juguetes de esta y decidieron dar un ejemplar castigo a la niña mala. Le prohibieron hablar con las personas de la casa, le quitaron todos sus gustos y caprichos, la vistieron pobremente, la obligaron a trabajar, y el loro se encargó de aumentar sus penas recordándole a cada momento su falta al decir apenas la veía.

-Lola es mala.

Sinceramente arrepentida lloraba día y noche y preguntaba cuando Dios y los hombres la podrían perdonar.

-Cuando el loro diga que eres buena -respondía su hermano.

Pero el loro que tan fácilmente había aprendido, al enseñárselo Gabriel sin que nadie lo supiera, a decir que Lolita era mala no se avenía, al tratarse de llamar bueno a alguno, a nombrar más que a Amparo. Esta intercedía por su antigua amiga constantemente y todos veían que el castigo se prolongaba demasiado.

Lolita estaba una mañana corriendo en el jardín, acompañada de toda su familia, cuando la abuela, queriendo terminar la triste situación de la niña, le preguntó si prometía enmendarse. El loro al oír el nombre de su joven ama, dijo por primera vez:

-Lola es buena.

Entonces Lolita loca de alegría le sacó de la jaula y le dio un beso en la cabeza. El loro no la pagó con un picotazo, como era de temer, porque la quería mucho.

Desde entonces todos perdonaron a Lolita y no volvieron a hacer la menor alusión a lo pasado.

Amparo recibió una brillante educación al mismo tiempo que Lola, costeando la enseñanza de ambas el tío Salvador, que ya no se separó de la familia.

Fueron todos felices. En cuanto al loro, no volvió a decir que su ama era mala y estuvo en aquella casa hasta que se murió de viejo, cuando ya Lolita y Amparo hacía años que eran viejas también.


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