El legado de la Commune

El legado de la Commune (2 jul 1871)
de Teobaldo Nieva
Nota: «El legado de la Commune» (2 de julio de 1871) La Federación (98): pp. 1-2.
EL LEGADO DE LA COMMUNE

Jamás había sentido tanto escribir un artículo como hoy, que al hablar de la epopeya de los héroes de París, se necesitaba escribir volúmenes y la pluma del Dante; pero me siento impulsado á ello aun cuando la grandiosidad del asunto sea superior á mis facultades, y aun á las ideas del siglo en que vivo.
¿La pluma del Dante? Aun sería mezquina. Proudhon no pudo hacer otra cosa que saludarlos. Para juzgar la superior abnegacion y la grandeza del sacrificio que los valerosos defensores de La Commune han consumado, á fin de que la posteridad llegue á gozar algun dia la dicha que no se hizo para ellos, era necesario un génio que, perteneciendo al mundo del porvenir, reuniera a la profunda dialéctica del filósofo pensador que acertó à demostrar las iniquidades y absurdos de las instituciones sociales, la sublime y creadora llama de la inspiración del poeta, que llevó sobre sí todos los dolores de su sigilo infernal; y que sobrepujase además, por el adelantado progreso de su época, á todos los génios ascendientes, entonces vulgares, y aun á los contemporáneos.
«¡Salud al poeta que no encuentre en su creador concepto antagonismo alguno! ¡Salud al que cantará, bardo de las edades futuras, los réprobos de la actual civilizacion; salud al filósofo que meditará algun dia sobre sus vestigios! ¡Poeta, filósofo, los defensores del Paris de el pueblo que están ya envueltos en la sombra del olvido, pero que no temieron ni el infierno, ni la muerte, os saludan!»
«Yo tambien os saludo, y conmigo muchos más, solidarios todos de ellos, y que separados de la Humanidad, que marcha sin embargo en pos suya, tebemos todos juntos el sublime egoismo de ceernos nosotros solos, como los de La Commune tambien lo creyeron, la Humanidad entera!»
La Commune ha muerto. ¡Viva la Commune!
Este grito, esta exclamacion que nos arranca el entusiasmo por los que perecen en aras de su amor à la Humanidad, lo preferimos hoy á pesar de la tibia adhesion de los menos, en medio del anatema de todos, y lo que mas sensible es, á través de la indiferencia de los que debieran tener mayor interés en que hubieran triunfado sus regeneradores principios, que entrañaban la completa emancipacion del proletariado, tomando por base la administracion directa de la cosa pública por los trabajadores, lo mismo que su raparticion y consumo; única clase fundamental del Estado económico, por el derecho de su produccion.
Murió La Commune, sí; pero marcando á la Humanidad un nuevo derrotero, mas corto, seguro y eficaz para arriba á sus destinos, que el de las estériles revoluciones políticas, mina inagotable de los esplotadores de los pueblos, abismo sin fondo de todas las ambiciones y apostasías.
El problema ha quedado simplificado en el último y desastroso movimiento revolucionario, de ese foco inestinguible y luminoso de la Revolucion que se llama Paris. La eterna causa del Progreso le debe, entre otros señalados esfuerzos, este último que es el mas supremo.
El funesto y fecundo orígen de todas las conmociones y trastornos que castigan, por decirlo así, á la sociedad para purificarla, no es otro que el propio malestar social, motivado por esa terrible desigualdad de clases y condiciones, contraria á la Justicia, á la Libertad y al Trabajo, que permite que el trabajador esté supeditado al capital, y en que la inícua y cruel esplotacion del hombre que todo lo crea por el que nada produce, viene sanciándose por tanto tiempo con el nombre y la proteccion de eso que se llama Dios, que se llama moral, y que se llama ley.
Los partidos políticos, disfrazando á los pueblos este antagonismo latente que entre intereses tan opuestos existe, y encerrando á la Humanidad en el círculo vicioso de libertad y despotismo, han llegado siempre á merodear en el campo feraz del trabajo, por medio de la astucia y de la fuerza combinada, legalizando sus medros con el apoyo del pueblo mismo que, despues de haber derramado su sangre, y de servir de escabel para elevar à sus dominadores, havuelto á quedar en el mismo estado de miseria, de abyeccion y de ignorancia, y por consiguiente, sujeto como antes á la esclavitud y á la ignominia.
Pero La Commune, es decir, el esfuerzo titánico é incesante de los que luchan contra el mal, para reducir cada vez á menores términos la miseria, ha planteado el problema con ecuacion mas precisa, para provechosa denseñanza de los pueblos oprimidos que sacudan su letargo, y estos, despejarán á su tiempo la pavorosa incógnita por sí mismos, sin esperar nada de sus constantes esplotadores, cuando la reflexion del derecho domine suficientemente su inteligencia y su voluntad.
La lucha no es ya de blancos ni de rojos: los partidos que no subordinan la política á la cuestión social, han perdido la razon de ser: la lucha es de pobres contra ricos: de aquí en adelante no hay mas que estos dos partidos: las revoluciones no serán políticas, serán sociales.
Tal es el legado de la Commune.
La Commune ha sucumbido sepultándose entre los escombros de Paris, para enseñar á los pueblos, que para vivir cómo bestias de carga, cumpliendo todos los deberes, sin gozar jamàs todos los derechos, preferible mil veces morir, si mil vidas tuvieran, ó reivindicar la plenitud de nuestro ser de hombres, ó no vivir degradados como máquinas, engrandeciendo sumisos y resignados, à los que como á tales, y mientras les somos indispensables, nos utilizan y mantienen, sin ver que cuando ya nos les somos necesarios, es claro que han de hacer consistir su superior virtud, que apellidan caridad, en arrinconarnos como trastos inservibles en uno de esos desvanes inmundos que denominan asilo ó santo hospital, donde nos echan generalmente antes de tiempo á fuerza de usarnos, mal cuidarnos y robarnos, para seguirnos allí robando y malcuidando, porque aun esperan ¡hipócritas! conseguir el premio de una sofiada vida eterna, usando à nuestra costa, y cual si fuéramos materia nacida para ese fin, los señalados méritos de su beneficencia...
Que la guerra de los ricos contra los pobres es despiadada é implacable, lo demuestra el hecho constante de que, cuando los pueblos, conforme sus mismas necesidades les van revelando sus derechos imprescriptibles, se insurreccionan contra los poderes existentes, siempre estacionarios,—derechos que jamàs les concederàn los gobiernos autoritarios, sostenedores de esas instituciones que como la propiedad, el Estado jurídico y administrativo, y los ejércitos permanentes, destinados á conservarlos por la fuerza, constituyen los verdaderos obstáculos tradicionales más formidables que se oponen á la marcha ascendente de la Humanidad—son ametrallados en nombre del órden, que simboliza la impunidad de los privilegiados, y hasta invocando una mentida libertad que no está garantizada igualmente para todos.
Entónces es cuando, si la insurreccion es prepotente, preparan antes todos los medios de destruccion con que cuentan, encubriéndose, sin embargo, como el gobierno rastrero de Versalles, con la hipócrita falacia de eserar à ver si los insurrectos reconocen su yerro, á fin de fingir que quieren evitar la efusion de sangre, y de los que tratan es de ganar tiempo para asegurar así por todos los medios posibles, el éxito, muchas veces comprado, de su premeditada agresion contra las legítimas aspiraciones de un pueblo, y contra su libérrima voluntad para darse todas aquellas reformas, instituciones ó distintas clases de gobierno que estime conveniente à su completa emancipacion.
Y luego, aun cuando un pueblo entero esprese su voluntad, aun cuando esa voluntad viniera sancionada, como ha sucedido en Paris por el sufragio universal, y hasta por el voto sagrado del hogar doméstico, representado por el deseo, por la aceptacion, por el arrojo, y lo que es mas por el heroico sacrificio de las mujeres y aun de los niños, que tambien han derramado su sangre en defensa de sus derechos, y de la que pudiéramos llamar su verdadera Pátria, contra los invasores que de ella venian á apoderarse para aherrojarla y esplotar à los vencidos; despues de haber dado lugar á ese insondable abismo de sangre llamado represalias, consecuencias funestas de todas las guerras, los intitulados defensores de la propiedad, del órden y de la familia, los que pretenden salvar la sociedad, cuando lo que salvan son sus poderes y usurpaciones, destruyen la propiedad con la metralla, ordenan el degüello, la violacion y el saqueo, y fusilan á las débiles mujeres y á los inocentes niños, derramando despues como el asesino Thiers, lágrimas de cocodrilo sobre sus víctimas, y para llevar al colomo su infame hipocresía, lanzan furiosos ahullidos de execracion y de deshonra contra la provocada defensa, por legítima y esforzada que haya sido, sin respetar la sublime desesperacion de un pueblo heróico, y sin reconocer en último resultado, que si crímenes hubo, fueron provocados por los que ellos perpetraron y perpetran en todas ocasiones, ayudados de mayores fuerzas, protegidos con la invulnerabilidad de una legalidad bastarda y de sus medios superiores de guerra.
¿Y con qué derecho invocas la palabra crímen, astuta y procaz clase media, tú que todo lo debes á la conquista y al despojo?....
¡Esas llamas que destruyen los soberbios edificios, levantados con lágrimas y ayes de dolor por sus proletarios artífices, son fúlgidas antorchas que iluminan el negro cáos de tu existencia: que se propaguen, que devoren con súbida voracidad, no importa, esos alcázares impíos que tu codicia y el robo fabricaron con las privaciones de los que en ellos trabajaban, para que esplotaras mejor tu sudor: bastante tiempo los ha hollado tu altiva planta, desde que les echaste la garra usurpadora: no te den pavor esas llamas que calientan tu frialdad en el crepúsculo del monopolio y de tus privilegios, que á no ser por ellas, llegaria tu último momento en la frígida noche que ha de preceder la aurora feliz del nuevo día!...
¡Ah, clase media, no es estraño que tiembles, que te horrorices al rojizo y humeante fulgor de esas llamas regeneradoras, y que su resplandor brillante desvanezca tu razon; eres ya decrépita: mira, por el contrario, como con ellas demuestran su potente virilidad los hijso exánimes y desheredados del trabajo: mira con qué gozo las atizan, hasta las mujeres, tímidas y tiernas, desplegando al viento abrasador del incendio su sedosa y hermosa cabellera! ¡Es el festin con que los desposeidos te obsequian, y es tal su dicha, es tal su afan porque sean suntuoso y fantàstico, que anhelan febrilmente confundir con tu ruina la suya propia!...
¡Tras ese festin á lo Sardanápalo, los de la misma familia, que es numerosa y eterna, te tienen preparado otro, y otro, y otro... hasta que haya bastantes ruinas para edificar de nuevo!...
! Ese es el legado que les han dejado tus víctimas!... ¡Tú, así lo quieres, en tu furor por conservar lo que no puede resistir á la accion del tiempo!...
¿ Y á esto los llamas crímenes...? ¡Insensata! Pues, ¿cómo llamarás tus hipócritas ferocidades, para sostener y perpetuar la injusta esplotacion de la vida, de la fuerza é inteligencia de sucesivas generaciones de trabajadores, que desaparecen estenuadas por el hambre y la fatiga, en frente de tus goces y sibaríticos placeres, para dejarle en completa y tranquila posesion de todas las inmensas riquezas, comodidades y magnificencias por ellos producidas?
¡Crímenes seran siempre para los poderosos criminales de la tierra, los hechos revolucionarios: crímenes llaman, en su relajada moral, á esos sobrehumanos esfuerzos á que se ven hostigados los pueblos para aniquilar las causas, mediatas é inmediatas, de sus profundos y profusos males, cansados de sufrir eternamente con paciencia el yugo insoportable de ellos...?
¡Y criminales llamarán tambien los ricos,—¿pues no han de llamarlos?—á los pobres, cuando convencidos estos de que aquellos encontrarán siempre justo un orden de cosas que los mantiene satisfechos en la insultante ostentacion del lujo y de todos los placeres, á costa de la miseria de los que sufren y trabajan, se decidan para bien de todos, á trastornar ese órden aunque sea pacíficamente!
Decidnos, ricos desalmados, plantas parásitas y mortíferas, desarrolladas bajo la atmósfera envenenada de una civilizacion puramente egoista: ¿no habeis reflexionado nunca lo que es ese órden de que tan colosalmente os mostrais conservadores, hasta el punto de que vuestros capitales se ocultan sonrojados ante la Revolucion, cual la desposada gazmoña, á la presencia del legítimo esposo que ha de fecundarla...?
Pues analizadlo una vez siquiera en cualquiera de sus detalles. Tomad la libre concurrencia, por ejemplo, que en una sociedad justa debiera ser un instrumento útil de benéfico progreso, y observareis qué tal queda con vuestras instituciones venerandas.
¿No veis que con esa libertad sin reserva, que es su atributo esencial, no hay en esa concurrencia otra libertad que la de oprimir, ó ser oprimido por la fuerza de los capitales, y la de arruinar ó ser arruinado, perdiendo un ojo un productos, à trueque de sacar los dos à su rival, sin que la ley pueda entrometerse nunca á averiguar la moralidad y la conveniencia de este juego aleatorio de fortunas?
¿Y no escita vuestros sentimientos filantrópicos, y esa vuestra decantada caridad cristiana,—que es de suponer sois todos cristianos,—la pena arbitraria de muerte que sobre los proletarios pesa, a consecuencia de la criminal y atentatoria organizacion de la propiedad individual que da lugar à su ímprobo é insuficiente trabajo, con todo el séquito infernal de vuestros despilfarros, agios, usuras, y monopolios?
¿Y no comprendeis que al ver los proletarios vuestra oposicion á ese progreso sucesivo, pacífico, que introduce paulatinas reformas, precedido de una lenta preparacion, de una educacion que aleje todo dolor y horrores, y por consiguiente, equitativo y justo de la Internacional, quitais toda esperanza de salvacion al que parece, y ya en la cumbre de la desesperacion, no podrán menos de reproducirse, y mientras no desaparezcan las causas, á cada momento, esos desastres espantosos que nos ha legado La Commune?
No es la represion, ni el ódio, ni la guerra sin tregua ni cuartel, la parte que en ese legado os corresponde, poderosos de la tierra, sino que estudieis por el contrario, si aun os queda algun resto de conciencia y de honradez, el modo de armonizar, hasta para su mayor garantia, esos mismos intereses vuestros, con los del proletariado, que tan opuestos y contrarios son hoy: de este modo la lepra del parasitismo y de la empleomanía, no disminuirán las fuerzas de la produccion, y los hechos revolucionarios, no volverian á ser mas, con respecto à nuestra sociedad, la amputacion necesaria del miembro corrompido que exige la salvacion del cuerpo, ni la poda indispensable de las ramas secas é inútiles que impiden la frondosidad del àrbol;—que no otra cosa significa todo lo que os ha horrorizado en Paris, horrores que vosotros justificais con vuestra cruel soberbia y con vuestras acerbas e irritantes vejaciones...
Hé aquí el verdadero legado de La Commune, y no el que indican esos escritores mercenarios que por halagar vuestras ambiciones, fomentan vuestros errores y dan pàbulo à vuestros ódios, movidos por la esperanza de merecer un asiento en el banquete del presupuesto, en premio de sus servicios de partido.
Si los creeis, vereis reproducirse constantemente la catástrofe de Paris y en todas las naciones de la tierra; entónces podria ser muy bien que no siempre triunfáseis, y sin en vuestra obcecacion proseguís oponiéndoos al progreso, ¡ay de vosotros...!
Y finalmente: ¿á quién incumbe la responsabilidad de ese inmenso desastre?
¿A la poblacion revolucionaria, que desde el 18 de Marzo no pide otra cosa que vivir independiente y libre, proclamando la misma libertad para todos los municipios de Francia; ó bien á Versalles, que ha querido imponerse á Paris á cañonazos?
¿A La Commune, que no ha vertido una gota de sangre fuera de los combates legales y de las leyes de la guerra; ó bien à la Asamblea, que ha fusilado prisioneros y llevado con toda premeditacion á su colmo la desesperacion de Paris?
¿A La Commune, que ha ofrecido la paz dos veces por mediacion de hombres casi simpáticos á Versalles; ó bien á la Asamblea, que ha rechazado altaneramente toda conciliacion, á menos de una absoluta é imposible sumision?
¿A La Commune, que por espacio de dos meses —y digan lo que quieran sus interesados detractores— ha mantenido en Paris un órden admirable, en que no se han visto ni crímenes ni delitos; ó bien a Versalles, que ha lanzado contínuos insultos à la frente de un gran partido social, desconociendo todas las leyes de la política y de la guerra?
¿A La Commune, que ha guardado intacta y pura la roja bandera; ó bien á la Asamblea. que no hubiera aniquilado á Paris a no ser por la ayuda de los enemigos de Francia?
¡Qué tiene de estraño que ante esa coalicion de todas las monarquias, y de todas las centralizaciones y privilegios, desde la república unitaria y el orieanismo, hasta el imperio aleman; que de estraño tiene que esos héroes de la Commune, impulsados á la desesperacion, no haya querido desaparecer, sin haber hecho sucumbir con ellos al Paris de la centralizacion y del despojo legalizados, al Paris de la monarquia y de la bourgeoisie!...
Víctor Hugo ha dicho: «Acepto el principio, no acepto los hombres de La Commune. La destruccion de la columna Vendòme es un acto de lesa nacion. La destruccion del Louvre es un crimen de lesa civilizacion.»
Víctor Hugo se equivoca. Los hombres que derribaron la columna, tenian mas conciencia que él de su pricipio, pues han sabido morir para justificar la afirmacion de que deben desaparecer, en la idea de solidaridad universal, los monumentos que engendran y perpetúan el ódio entre los pueblos, recordàndoles, como título de gloria, los crímenes de la guerra, los crímenes de los tiranos. Esos obeliscos que atestiguan el predominio del Estado militar ó guerrero, pertenecen a la oprobiosa historia de un pasado de barbarie: en el Estado pacífico y trabajador del porvenir que ya fulgura no caben. La conmemoracion, si quier pasiva, de hechos inícuos, cuyo recuerdo daña, y que deben quedar en eterno olvido, rebajaría su grandeza...
Víctor Hugo se equivoca, y lo deploro. Los hombres de La Commune, no incendiaron sino cuando sucumbian: al incendiar el Louvre, protestaban enérgicamente contra una civilizacion menguada, que sin haber realizado la Justicia, sin haber efectuado la redencion del hombre, cifra toda su gloria en el arte, y en coleccionar cuadros y pinturas que por mérito que tengan, ni moralizan la especie humana por la pràctica sencilla de todos los deberes, ni menos la hacen dichosa con el gozo tranquilo de todos los derechos, à fin de que todos puedan tener inteligencia para admirar las portentosas obras del génio del artista.
Vea Víctor Hugo, cómo los hombres de La Commune estuvieron á la altura de su mision. Así murieron en el iluminismo.
Por lo demás, exigir en circunstanciones anormales y difíciles, perfecta consonancia con los principios, es desconocer las pasiones, y las influencias que sobre ellas ejerce el medio social existente en conformidad con el momento histórico.
La nimiedad de Víctor Hugo no es digna de un filósofo, aunque sí propia de un talento de la clase media.
«¡Viva la Humanidad!» A este grito murieron fusilados aquellos héroes magnanimos.
Enmudeced y descrubríos: reflexionad un momento siquiera, detractores, pigmeos y malvados de los que fenecen, coronados con la aureola inmarcesible de un martirio, por el que no esperan premio alguna en otra vida en que no creyeron: los justos que al morir manifiestan su último deseo de que vivan sus propios verdugos, no merecen sino la veneracion y el reconocimiento de la posteridad...
¡¡GLORIA, PUES, A LOS HOMBRES DE LA COMMUNE!!!

Teobaldo Nieva.