El león, el tigre y el caminante
Entre sus fieras garras oprimía Un Tigre a un Caminante. A los tristes quejidos al instante Un León acudió: con bizarría Lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre A su regia caverna. «Toma aliento, Le decía el León; nada te asombre; Soy tu libertador; estáme atento. ¿Habrá bestia sañuda y enemiga Que se atreva a mi fuerza incomparable? Tú puedes responder, o que lo diga Esa pintada fiera despreciable. Yo, yo solo, monarca poderoso; Domino en todo el bosque dilatado. ¡Cuántas veces la onza y aun el oso Con su sangre el tributo me han pagado! Los despojos de pieles y cabezas, Los huesos que blanquean este piso Dan el más claro aviso De mi valor sin par y mis proezas.» «Es verdad, dijo el hombre, soy testigo: Los triunfos miro de tu fuerza airada, Contemplo a tu nación amedrentada; Al librarme venciste a mi enemigo. En todo esto, señor, con tu licencia, Sólo es digna del trono tu clemencia. Sé benéfico, amable, En lugar de despótico tirano; Porque, señor, es llano Que el monarca será más venturoso Cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.» «Con razón has hablado; Y ya me causa pena El haber yo buscado Mi propia gloria en la desdicha ajena. En mis jóvenes años El orgullo produjo mil errores, Que me los ha encubierto con engaños Una corte servil de aduladores. Ellos me aseguraban de concierto Que por el mundo todo No reinan los humanos de otro modo, Tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»