El laurel y el gusano
-«Vistiome el cielo de verdor eterno,
-clamó altivo el laurel,-
»y a mis lucientes hojas puso aromas
»de pura miel;
»ciñose el César mis triunfantes ramas,
»signo de excelsitud;
»y di coronas vívidas al genio
»y a la virtud.
»Si en dotes, pues, y en méritos preclaros
»a los demás vencí;
»si hasta el tremendo rayo me respeta,
»¿quién contra mí?»-
Cuando el árbol de Apolo eso decía,
¡terrible punición!
un débil gusanillo taladraba
su corazón.
No se miren seguras la soberbia,
ni la alta majestad;
que un átomo levísimo destruye
la hinchada vanidad.