Elenco
El lacayo fingido
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Dicen de dentro dos GUARDAS.
GUARDA 1.º:

¡Fuego, fuego!

GUARDA 2.º:

¿Dónde, dónde?

GUARDA 1.º:

¡Fuego en casa del Marqués!

GUARDA 2.º:

¿Y hacia qué parte es?

GUARDA 1.º:

En lo que al muro responde.

(Sale un MAYORDOMO medio desnudo.)
MAYORDOMO:

¡Id y haced que toque a fuego
luego la Iglesia mayor,
porque anda el fuego mayor!
¡Id corriendo, luego, luego!
(Dentro.)

GUARDA 1.º:

   ¡Fuego, fuego!

GUARDA 2.º:

En la cocina
es donde se emprendió más.

(Sale el BOBO cargado de asadores, gatos y perros.)
BOBO:

¡Válate San Nicolás!
¡Camina, hijo, camina!

(Dentro.)
GUARDA 1.º:

   ¡Vinagre, vinagre, hola,
que esto es lo que más importa!

GUARDA 2.º:

¡Corta aquesa viga, corta,
que el toque está en ella sola!

MAYORDOMO:

   Vaya todo ese arco al suelo,
y no irá el fuego adelante.

(Vase. Sale LEONARDO con ROSARDA en brazos.)
LEONARDO:

Hecho voy segundo Atlante,
pues llevo sobre mí el cielo.

(Vanse. Dentro.)
GUARDA 1.º:

   ¡Socorro, presto!

GUARDA 2.º:

¿Qué quieres?

GUARDA 1.º:

Todo lo alto es una fragua.

GUARDA 2.º:

¡Agua, agua!

GUARDA 1.º:

¡Agua, agua!

GUARDA 2.º:

¡Al cuarto de las mujeres!

(Salen con dos cántaros, cada uno por su parte, tópanse, y quiébranlos.)
GUARDA 1.º:

   ¡Agua, agua! ¡Válate Dios!

GUARDA 2.º:

¡Mas que te valga a ti el diablo!

GUARDA 1.º:

¡Hame muerto, por San Pablo!

GUARDA 2.º:

¡Derrengome, vive Dios!

(Vanse, y sale el marqués y el MAYORDOMO.)
MARQUÉS:

   ¿En qué estado queda el fuego?

MAYORDOMO:

Solo el de esta sala queda.

MARQUÉS:

¡Remédiese como pueda,
con algo más de sosiego!
   ¡Y haced que se recorra
ese menaje de casa!

MAYORDOMO:

¡Notable desorden pasa!

MARQUÉS:

No os dé congoja, aunque corra;
   cójase así buenamente
eso que hubiere quedado;
lo demás no os dé cuidado.

MAYORDOMO:

¡Hola, echad fuera esa gente!

(Éntranse, y torna a salir LEONARDO con ROSARDA.)
ROSARDA:

   ¿Qué fuego es este, Leonardo?
¡Qué mal! ¡Qué desasosiego!

LEONARDO:

No hay, Rosarda, aquí otro fuego
que el fuego en que yo me ardo.
   Este es en mí natural,
que ese otro ha sido echadizo.

ROSARDA:

¿Luego fue ruido hechizo?

LEONARDO:

Y hecho, aunque por mi mal.
   El desposarte mañana
con el duque Rosimundo,
a pesar suyo y del mundo
me ha hecho tu casa llana.
   Porque no le des los brazos
mañana, fui a echar el fuego
y, echado, me arrojé luego
por él, y te saqué en brazos.
   Y si de industria se usó
y no se usó de la fuerza,
no importa, porque por fuerza
a importar, la usara yo.

ROSARDA:

Quiérote tanto, Leonardo,
y que me quieras estimo,
que en mi deshonra me animo
y en tus furores te aguardo.

LEONARDO:

   ¿Cómo? ¿Furor y deshonra?

ROSARDA:

¿Pues qué deshonra mayor
que la mía? ¿Y qué furor
que el tuyo, si sabes de honra?
   ¿No es deshonra que el Marqués,
siendo quien es en el mundo,
falte al duque Rosimundo
la palabra dada?

LEONARDO:

Es.

ROSARDA:

   Pues mira cuánto deseo
tu gusto, que te perdono,
y estos dos yerros abono
porque en los tuyos me veo.

LEONARDO:

   Confieso que mi osadía
ofensa fue del Marqués;
mas, ¡ay de mí, que no es
tanto suya como mía!

ROSARDA:

   ¿Cómo tuya?

LEONARDO:

Porque el Rey,
que en tus amores prosigue
y sin ley su gusto sigue,
porque un rey puede sin ley,
   viendo que te desposabas
con Rosimundo mañana
y que su esperanza vana
desposándote dejabas,
   me mandó que echase el fuego,
y a rio vuelto me arrojase
y en su poder te entregase,
y hube de obedecer luego.

ROSARDA:

   ¿Y piensas a él entregarme?

LEONARDO:

¿Pues qué tengo de hacer?

ROSARDA:

¿Pues tiénesme en tu poder,
y al suyo quieres llevarme?
   ¿Qué es lo que aguardas, cruel?
Pero no cruel, cobarde;
no aguardes a que sea tarde,
huyamos del Duque y de él.
   ¿Cómo que ose yo ir contigo
y a llevarme no te atrevas?

LEONARDO:

¿Cómo, si antes que el pie muevas
ha de estar el Rey conmigo?
   ¿No ves que a la mira ha estado,
y tan cerca que ya llega?

(Entra el REY embozado, con gente.)
REY:

Esta dama se os entrega;
llevalda donde he mandado.

ROSARDA:

   ¿Qué haces, señor? Aguarda,
no emprendas tan grave culpa.

REY:

Bien tengo que dar disculpa,
pero no es tiempo, Rosarda.

ROSARDA:

   No es hombre el Marqués, mi tío,
con quien se puede esto hacer.

REY:

Ningún respeto ha de haber
donde hubiere gusto mío.
   Tirad con ella de ahí,
y donde mandé aguardad.
(Llévanla.)

LEONARDO:

¿Qué manda tu Majestad
que haga?

REY:

Vente tras mí,
   Leonardo, y este servicio
pagaré como verás.

(Vase el REY.)
LEONARDO:

¡No me faltaba ya más
que servirte en este oficio!
   Ahora bien; esto está hecho,
y es justo considerar
que aquí la fuerza ha lugar
y no lo tiene el derecho.
   Y de dos inconvenientes,
o casarme con Rosarda
o tenella el Rey en guarda,
a pesar de sus parientes,
   claro es, si en el mundo hay ley,
que el menor es el presente,
porque si ella no consiente,
no le ha de hacer fuerza el Rey.
   Pues de ella seguro tengo
que me adora, y es quien es...
¡Pero si este es el Marqués...!
¡En mil dudas voy y vengo!

(Entra el MARQUÉS y su gente.)
MARQUÉS:

   ¿Cómo? ¿Que no parece? ¡Vive el cielo
que ha de sacarse la verdad en limpio!
¿Habéis buscado bien la casa toda?

MAYORDOMO:

En su espacioso sitio no ha quedado
sala, cámara, cuadra y su retrete
que no se visitó.

LEONARDO:

Marqués famoso,
¿tanta aceleración? ¿Pues qué hay de fuego?

MARQUÉS:

Valeroso Leonardo, en que ha resuelto
en paveses y humo mi hacienda;
quemó joyas y casa y murió luego.
Pero el que ahora abrasa mis entrañas,
consúmeme el honor.

LEONARDO:

¡Cómo! ¿Qué ha sido?

MARQUÉS:

Perdí entre los despojos abrasados
la mejor prenda de mi casa antigua.
Hanme robado, amigo, de su cuarto,
en medio del incendio, a mi Rosarda,
y padezco el agravio, y no sé cómo,
que el robador lo ha hecho ocultamente.

LEONARDO:

Guardándome el secreto de mi aviso,
por lo que suceder, señor, podría,
si sabe ser yo quien te lo ha dado,
te diré lo que vide yo no ha mucho
ni muchos pasos de este que ahora pisas.

MARQUÉS:

Prometo lo que pides.

LEONARDO:

Pues al tiempo
que el incendio salió en su mayor fuga,
pasó de gente junto a mí una tropa,
y en medio una mujer que daba voces,
pero rompidas, porque le tapaban
con un lienzo la boca el uno de ellos,
que fue de mí en la voz bien conocido.
Le oí decir: «Llevadla donde haga
lo que no quiso hacer sin casamiento
ahora, a su pesar, solo por fuerza».

MARQUÉS:

¿Y era ese quién?

LEONARDO:

El duque Rosimundo,
que de dalle la mano arrepentido,
ha querido, robándola, gozarla.

MARQUÉS:

Es el Duque un traidor, y eres mi amigo.
El aviso, Leonardo, te agradezco.
Y a Dios, que ya me llama la venganza.

(Vase el MARQUÉS.)
LEONARDO:

No le he dado a mi empresa mal principio.
Ahora importa verme con el Duque.
Tropel de gente siento, aquí me aparto.

(Entra el DUQUE ROSIMUNDO con criados.)
DUQUE:

Rosarda no se halla, pues no dicen
dónde se pudo ir o quién la esconda.
¿Tiene seno la tierra en que la oculta
el robador indigno de mi honra?

CRIADO:

Dicen que entre la bulla del incendio,
o ella emprendió la fuga o la robaron.
El tío esto responde.

LEONARDO:

Claro, Duque.

DUQUE:

¡Leonardo, amigo!

LEONARDO:

Pues, señor, ¿qué es esto?

DUQUE:

Falta, amigo, Rosarda de su casa,
y tiéneme el dolor tan impaciente
como dudoso el caso peregrino.

LEONARDO:

Con el secreto que requiere el caso,
(porque de no tenerle se podría
entre mí y el Marqués seguirse enojo)
te diré lo que sé de este suceso.

DUQUE:

El secreto prometo.

LEONARDO:

Pues ahora,
al tiempo que la llama codiciosa
mostraba mayor ímpetu, pasaron
por este puesto en un tropel confuso
algunos rebozados, que llevaban
una mujer en medio que llorosa
les dijo: «Robadores de mi honra;
¿adónde me lleváis, a pesar mío?
¡A Rosimundo quiero, a Rosimundo,
aunque el traidor Marqués mande otra cosa,
de la dada palabra arrepentido!».
Tapándole la boca, dijo uno:
«El Marqués, mi señor, nos manda esto,
y se ha de hacer lo que el Marqués nos manda».
Y volviendo esa esquina se escondieron.

DUQUE:

¿Luego el ruido y el fuego...?

LEONARDO:

Fue de industria,
según parece por lo que he contado.

DUQUE:

¡Oh, aleve! ¡Que esto pase! Mi Leonardo,
el hacerme amistad no es cosa nueva,
esta al número añado de las hechas.
A Dios, que voy a hacer lo que oirás presto.

LEONARDO:

¡Y yo con mi propósito bien puesto!

(Vanse y sale el MARQUÉS con sus criados.)
MARQUÉS:

   ¿Por dónde dijeron que iba?

MAYORDOMO:

Según allí nos dijeron,
en este punto le vieron
ir por esta calle arriba.

MARQUÉS:

   ¿Quién dicen que va con él?

MAYORDOMO:

Dicen que va con su gente.

(Entra el DUQUE ROSIMUNDO con criados.)
DUQUE:

Paréceme que se siente
hacia aquí grande tropel.

MARQUÉS:

   ¿Es el Duque?

DUQUE:

¿Es el Marqués?

MARQUÉS:

¿Quién es el que lo pregunta?

DUQUE:

¿Quién pudo hacer la pregunta?

MARQUÉS:

El Marqués.

DUQUE:

El Duque es.

MARQUÉS:

   Pues, Duque, ¿a qué das la vuelta?
Vuélveme a Rosarda a casa.

DUQUE:

Para pasar lo que pasa,
Marqués, no la traes mal vuelta.
   ¿Vienes quizá arrepentido
de echar echadizo el fuego
y quiéresme hacer entriego
de ella, habiéndola escondido?

MARQUÉS:

   ¡Bueno vienes!

DUQUE:

¡Bueno estás!
¿Qué es de Rosarda, Marqués?

MARQUÉS:

¡Tú sabrás mejor lo que es
de ella, pues robádola has!

DUQUE:

   Pues, traidor, ¿finges el fuego,
y usando de la ocasión
escóndesmela a traición
y hácesla robada luego?
   ¿Y pídesmela? ¿Pensaste
que ignoraba lo que pasa?

MARQUÉS:

Traidor, ¿quémasme la casa
con el fuego que tú echaste,
   y por achaque has tomado
el fuego, para echar fama
que te he escondido tu dama,
habiéndola tú robado?

DUQUE:

   Dame, Marqués, mi mujer.

MARQUÉS:

Dame, Duque, mi sobrina.

MAYORDOMO:

Señor, mal se determina
esto aquí, a mi parecer.
   Vuestra señoria se vuelva
y Rosimundo también,
y pues no puede por bien,
por pleito el caso se absuelva.
   ¿De qué ha de servir que os note
la corte de descompuestos?
Apartad y dejad estos
y ninguno se alborote.
Sino, dese al Rey noticia
y componga el caso el Rey.

MARQUÉS:

¡Aun bien, que hay justicia y ley!

DUQUE:

¡Aun bien, que hay ley y justicia!

(Vanse. Y sale una VILLANA, y Leonora princesa, que se llama SANCHO, en hábito de lacayo, con un capotillo de muchas cintas.)
VILLANA:

   Dad de comer al sardesco
porque se vuelva, que es tarde.
Gentilhombre, Dios le guarde;
esta posada le ofrezco.
   Que esta es la quinta que he dicho,
cuyo alcaide es mi marido,
si hubiere en qué sea servido.
A Dios, y lo dicho, dicho.
(Vase.)

SANCHO:

   Un pie le beso, mi reina,
por la merced ofrecida.
¡Que no tema aquesta vida!
¡Poco temor en mí reina!
   ¡Que pudiese tu memoria
sola, oh, duque Rosimundo!,
obligarme así a ver mundo
y que lo tenga por gloria!
   ¡Que siendo de España hija,
por ti a Francia haya venido,
y por hallarte haya sido
mi jornada tan prolija!
   ¡Que siendo dama gentil
me haya hecho un vil lacayo,
con más cintas en el sayo
que ponen a un tamboril,
   y que juzgue esta hazaña
con que mi afrenta eternizo
por la mayor que hombre hizo
después que España es España,
   y me pague todo esto
con dejarme por Rosarda!

(Entra el ALCAIDE.)
ALCAIDE:

Ponle al sardesco la albarda
y vuélvelo al pueblo presto.

SANCHO:

   (Este es el viejo, sin duda,
que a cargo esta quinta tiene.)
Si quien lo haga no viene,
yo lo haré, si hay en qué acuda.

ALCAIDE:

   No hay en qué acuda, señor.
¡Hánselo visto y qué agudo!
¿De dónde, adónde?

SANCHO:

Ahora acudo
a ser vuestro servidor.

ALCAIDE:

   No quiero servirme de él,
señor mozo de agujetas.

SANCHO:

Señor guía de trompetas,
menos yo servirle a él.

ALCAIDE:

   Mancebo, dejemos cuentos.
¿Buscáis algo?

SANCHO:

Aún por ahí sí.
¿Tenéis aposento aquí?

ALCAIDE:

Aposento y aposentos.

SANCHO:

   ¿Luego del Rey sois criado?

ALCAIDE:

Para lo que le cumpliere.
Diga presto lo que quiere.

SANCHO:

¿Y está aquí el Rey, hombre honrado?

ALCAIDE:

   Ha de estar antes de un hora.

SANCHO:

¡Oh, cuánto de eso me huelgo!

ALCAIDE:

¿Para eso dejáis sin huelgo
la persona?

SANCHO:

Calle ahora.

ALCAIDE:

   ¿Qué es lo que queréis al Rey?

SANCHO:

Querría darle un aviso,
y breve, que si hoy no aviso,
haré en ello contra ley.

ALCAIDE:

   ¡Válame Dios! ¿Qué será
caso de tanta importancia?

SANCHO:

Podría de toda Francia
ser remedio.

ALCAIDE:

Sí será.

SANCHO:

   Conoció la Antigüedad,
según diferentes eras,
monstruos de muchas maneras
y de extraña novedad:
   medio hombres, medio caballos,
medio toros, medio hombres,
que hasta sus propios nombres
puedo, si quiero, nombrallos.
   Nació en Creta el Minotauro,
en la era del rey Minos;
Hércules en sus caminos
encontró a Meso, el centauro.
Jusias, hombre y mujer,
vino al mundo hermafrodita,
sin otra copia infinita,
que en Plinio se puede ver,
   que afirma haber visto Roma
en los ya pasados siglos
mil portentos, mil vestiglos
de que el mundo agüeros toma.
   Llovió sangre, llovió trigo;
también de un hombre y mujer
se vio una mula nacer,
caso que horror trae consigo.
   Y aun diz que otra parió un puerco,
sí, y a uno mayor que vos.

ALCAIDE:

¿Tan grande? ¡Créolo, por Dios!

SANCHO:

Pues si a estos tiempos me acerco...

ALCAIDE:

   Dejemos viejas memorias
y nuevas, don Pipitín,
y sepamos a qué fin
revuelve tantas historias.

SANCHO:

   Los reyes en cuya edad
estos portentos se vieron,
sábese que padecieron
sed, hambre y necesidad.
   Y por eso yo al Rey vengo
a dalle con tiempo aviso
de que el Rey de reyes quiso,
en tiempo suyo...

ALCAIDE:

¡Oh, qué luengo!

SANCHO:

   Pero antes que esto se entienda,
solo esto entre los dos:
¿muy bien conocistes vos
al alcaide de esta hacienda?

ALCAIDE:

   ¡Demasiado lo conozco!

SANCHO:

¡Id conmigo!

ALCAIDE:

Con vos voy.

SANCHO:

¿No vino su mujer hoy,
en traje villano y tosco,
   de un pueblo que está aquí junto,
adonde se fue a holgar?

ALCAIDE:

Y vino de ese lugar.

SANCHO:

Pues voy al punto.

ALCAIDE:

Id al punto.

SANCHO:

   Sabed, pues, que la comadre
del lugar es madre mía,
y yo vine ese otro día
de España a ver a mi madre.
   Y estando contento y harto
regalado de mi madre...

ALCAIDE:

¿La comadre?

SANCHO:

La comadre.
Llegó esta mujer de parto.

ALCAIDE:

   ¿Quién? ¿La del alcaide?

SANCHO:

Sí.

ALCAIDE:

(¿Mi mujer? ¡Válame Dios!)

SANCHO:

¿Pues de qué os alteráis vos?
Que no hay de qué hasta aquí.
   ¿Esta moza no ha podido
empreñar?

ALCAIDE:

No es ése el daño.
Que ha más de treinta y un año
que no engendra su marido.

SANCHO:

   Como esas faltas me dijo
allí de él a mí mi madre,
que es un diablo la comadre...

ALCAIDE:

(¡Parecerase a su hijo!)
   ¿Faltas?

SANCHO:

Las que no se han visto.

ALCAIDE:

¿Que era viejo?

SANCHO:

Peor, otra.

ALCAIDE:

¿Qué?

SANCHO:

No sé: allá de una potra...

ALCAIDE:

¡Eso no, por Jesucristo!
   Id adelante, mancebo.

SANCHO:

Pues lo que queda es el diablo.

ALCAIDE:

¡Presto, pues, hablad!

SANCHO:

Ya hablo.
Veréis el caso más nuevo,
   el de mayor pasatiempo
y el de mayor compasión,
en parte...

ALCAIDE:

¡En resolución!

SANCHO:

No era el preñado de tiempo,
   más traía cuando entró
dolores que a mover vino.
Movió...

(Como que habla entre dientes.)
ALCAIDE:

¿Un qué?

SANCHO:

Un pollino.

ALCAIDE:

¡Verbum caro! ¿Un qué movió?

SANCHO:

   Movió un pollino, ¿estáis sordo?
Torno a decir que un pollino,
y aunque movido vino,
salió tan grande y tan gordo...

ALCAIDE:

   ¿Un pollino? ¡Oh, meretriz!
¡Oh, traidora adulterina!
¿Pues con un asno, ansarina,
planta de mala raíz?
   ¡Juro a santa Anastasia
que he de hacer una venganza!

SANCHO:

¿Sin duda parte os alcanza
de esta injuria?

ALCAIDE:

¡Toda es mía!

SANCHO:

   ¿Sois por ventura el alcaide?

ALCAIDE:

¡Soy el puto del marido!

SANCHO:

Habíaos yo conocido
como al propio moro Zaide.

ALCAIDE:

   ¿Y con esta buena nueva
venís a buscar al Rey?

SANCHO:

¿Pues no fuera contra ley
no decir cosa tan nueva?
   ¿No es justo que aviso tenga
de un prodigio que en sus tierras
promete hambres y guerras,
porque en tiempo se prevenga?

ALCAIDE:

   ¡No vi hijo de comadre
jamás que supiese tanto!

SANCHO:

Señor, nací en Viernes Santo,
y parió a las tres mi madre,
   y no nace sin misterio
quien nace el día que digo.

ALCAIDE:

¿Vos no seréis mi testigo
si yo pido mi adulterio?

SANCHO:

   ¿Pues por qué no lo he de ser?
Serelo de mil amores.

ALCAIDE:

¿Que se sintió con dolores
y me engañó esta mujer?
   ¡Y dijo que iba al lugar
a visitar sus parientes!
¡Mil castigos diferentes
tengo de hacerle dar!
   ¿Pues yo no me soy justicia
y tengo horca y cuchillo?

SANCHO:

Bien hacéis de no encubrillo,
tenga el Rey de ello noticia.

ALCAIDE:

   Galán, por amor de mí,
que no os vais; seréis testigo
en la querella.

SANCHO:

Id, que digo
que yo no me iré de aquí.
   Sépase en Francia de vos
que sabéis tomar venganza.

ALCAIDE:

¡Hela de hincar la lanza
hasta el cuento, vive Dios!

(Vase el ALCAIDE.)
SANCHO:

   De gusto tiene de ser
el movito del pollino;
no he hallado mal camino
para darme a conocer.

(Entra ELEANDRO, su criado.)
ELEANDRO:

Señora...

SANCHO:

¡Eleandro amigo!

ELEANDRO:

¿Qué haces?

SANCHO:

Nada que importe.
Como huyo de la corte,
el aldea y campo sigo.
   De corte, amigo, ¿qué hay?

ELEANDRO:

Tráigote unas buenas nuevas.

SANCHO:

¿Nuevas, Eleandro?

ELEANDRO:

Tan nuevas,
que son las más nuevas que hay.

SANCHO:

   ¿Casose ya Rosimundo?

ELEANDRO:

¿Y cómo, si es ya casado?
Bien sabes lo que ha pasado.
¡Húndese, señora, el mundo!
   ¿Acuérdaste que el cruel,
en España y en tu estado,
estando ya concertado
tu desposorio con él,
   tan a pique de ser ya,
que ese otro día se hacía,
se despareció en un día
antes de las bodas?

SANCHO:

Ya,
   ya me acuerdo, por mi mal;
que fue aquesta la ocasión
de esta peregrinación,
que en su alcance me trae tal.
   Y debo bien acordarme,
pues dejé padre y parientes,
la patria, estado y las gentes,
por buscarle y disfrazarme.

ELEANDRO:

   Pues de la misma manera
que te sucedió con él
le ha sucedido ahora a él
en su desposorio.

SANCHO:

Espera.
   ¿Del mismo modo?
{{Pt|ELEANDRO:|
Del mismo:
desde esta noche pasada
no hallan la desposada.

SANCHO:

¿Cómo?

ELEANDRO:

Tragola el abismo.
Pegose fuego a la casa,
según dicen, echadizo,
y entre el ruido hechizo
faltó ella, y esto pasa.
   Pídesela el Duque al tío,
y el tío pídela a él,
y anda sobre esto un tropel
extraño.

SANCHO:

En forma me río.
   Agrádame este suceso,
que, en fin, me queda esperanza.

ELEANDRO:

¿Y de labranza y crianza
profesas la aldea?

SANCHO:

Profeso.
   Pero cree que no fundo
mal por hoy mi intención,
porque así tendré ocasión
de verme con Rosimundo;
   que el Rey acude a esta quinta
la mayor parte del año,
y para esforzar mi engaño
hasta el sitio el cielo pinta
   para que el Rey me conozca;
que más pintado ha de ser,
porque aquí se deja ver
entre gente zafia y tosca
   mucho mejor que en palacio,
donde antes que le vean
los que hablarle desean
van las cosas más despacio.
   Esto es cuanto a lo primero;
luego, cuanto a lo segundo,
seré aquí de Rosimundo
parcial, que es lo que yo quiero.
   Porque del Rey conocido,
he de serlo de los Grandes.

ELEANDRO:

Grandes son sus trazas.

SANCHO:

Grandes,
si con las de hoy he salido.

ELEANDRO:

   ¿Luego tienes dada alguna?

SANCHO:

Una que presto has de ver
para darme a conocer,
que como ella ninguna.

ELEANDRO:

   ¿Pues con tanta brevedad
se ofreció tan buena traza?

(Llegan el REY, LEONARDO, ALCAIDE y GUARDA.)

GUARDA:

¡A una parte! ¡Plaza plaza,
que llega Su Majestad!

REY:

   De guarda estará esa gente,
y vos, como os he mandado,
tened en todo cuidado
y recato conveniente.

ALCAIDE:

   Lo que tu Majestad manda
haré con puntualidad.

LEONARDO:

Bien sabe tu Majestad
cuán apasionado anda.

REY:

   Leonardo, mucho lo estoy;
que diligencia no he hecho
de que consiga provecho
y he hecho infinitas hoy.
   Apartaos todos allá
y retirad esa gente.

GUARDA:

¡Hagan plaza brevemente!
(Apártanse, y queda el REY y LEONARDO solos.)

LEONARDO:

(Mucho en fingir bien me va.)
   Señor, ¿dónde esta tu prenda?

REY:

Encerrada en esta torre.
¿En corte qué fama corre?

LEONARDO:

Ninguna que a ti te ofenda.
   Es el alboroto grande
que hay en casa del Marqués,
y el de Rosimundo es
no menor, que al fin es Grande.
   Y, como venia diciendo,
están los dos encontrados
y de mi industria engañados:
los revolví yo mintiendo,
   y pídela el tío al Duque
y el Duque pídela al tío.

REY:

¡Bravo hecho!

LEONARDO:

Como mío.
Antes que el Marqués caduque,
   lo ha de hacer caducar
el robo de la sobrina.

REY:

Esta es la hora que camina
y me vienen a buscar.
   ¿Si sospechó algo la Reina?

LEONARDO:

Bien ha sabido su falta,
mas donde sospecha falta
ningún alboroto reina.
   No es cosa de pasatiempo
recelar sospecha de ella,
fuera de que no tuvo ella
tal sospecha en ningún tiempo.
   Lo que importa es que se tenga
por acá mucho secreto,
no lo sepa antes que a efeto
tu pretensión, señor, venga.

REY:

   La solicitud que puedo
pongo, Leonardo, en guardallo.
¿Quién ha de osar revelallo
si está por freno mi miedo?
   Bien sé, Leonardo, la gente
de quien mi secreto fío.

LEONARDO:

Señor, el parecer mío
te he de decir llanamente,
   dando licencia primero
que hable tu Majestad.

REY:

No tienes necesidad
de ella; habla, que ya espero.

LEONARDO:

   Bien sabrás que me mandaste
quemar la casa al Marqués,
y que entre el fuego después
robase a Rosarda...

REY:

Baste.
   Bien sé lo que en esto hiciste
y lo que en esto te debo:
no lo refieras de nuevo;
di el fin por que lo dijiste.

LEONARDO:

   Deberme tú es contra ley,
y yo sí debia por ti
hacer lo que hice allí,
que lo hice por mi Rey.
   Y como allí debia ser
aquel que fui en aquel puesto,
debo en este hacer esto,
o no hiciera el deber.
   Tú tienes a tu Rosarda
por gusto tuyo robada,
sobre robada encerrada
en una torre con guarda.

LEONARDO:

   Ella tiene calidad,
tú de rey obligación:
dos respetos que ellos son
grandes en tu Majestad.
   Si tu amor le ha satisfecho
tanto a ella como es justo,
cuando ella acuda a tu gusto
es todo a su costa hecho.
   ¿Gusta ella de su daño?
Ella se tiene la culpa.
Si no gusta, ¿qué disculpa
te queda que no sea engaño?
   Si ella por su voluntad
hiciere lo que pretendes,
solo a sus deudos ofendes,
pero no a tu Majestad.

LEONARDO:

   Que muchos reyes ha habido
que por amor han errado;
pero no porque han forzado,
mas porque los han querido.
   Y entonces las mismas leyes
hacen los yerros menores
siendo yerros por amores,
aunque acontezcan por reyes.
   Mas si no gusta ella de ello
y tú usas de la fuerza,
entonces tú eres de fuerza
quien más pierde en emprendello.
   Y aunque siempre se es lo mismo
para la ignominia de ella,
si gusta, ofendes a ella,
y si no gusta, a ti mismo.
   Porque soy parte en el caso
me he atrevido a decir esto:
perdona si en lo propuesto
de límite, señor, paso;
   que huyendo tu deshonra
me pareció que era justo
que el que ya acudió a tu gusto
acuda ahora a tu honra.

REY:

   Es tuya al fin la advertencia;
yo la agradezco, Leonardo;
cree que en llamas de amor ardo,
pero no con resistencia.
   Que lo que de esta pretendo
entiendo que lo merezco,
y si el amor que la ofrezco
no admite ahora pudiendo,
   aunque yo, al parecer tuyo,
como ardo en su amor arda,
no quiero de mi Rosarda
gusto, siendo sin el suyo;
   que como este falte en ella,
usar de fuerza no puedo,
que yo a quien me quiere quiero,
no solo quiero querella.

REY:

   Que para que yo agradezca
el verme favorecido,
tengo de verme querido
solo porque lo merezca.
   Rogarela, cansarela,
y cuando siendo importuno
no halle remedio alguno,
dejarela y guardarela.
   Y para dorar el caso
con el mundo y con su tío,
disculpa hay a favor mío
que hará no poco al caso.
   Yo sé -que se sabe todo-
que Rosarda no gustaba
de dar la mano que daba
al Duque de ningún modo;
   y que amenazas del tío
le movieron mano y labios,
y pues deshacer agravios
en mi reino oficio es mío,
   diré que yo tracé el robo
por deshacer su disgusto.

LEONARDO:

(Buen camino da a mi gusto.)

REY:

(Muy bien por aquí lo adobo.)

LEONARDO:

Digo que es bravo el color
que ya le tienes buscado.
(Llégase el ALCAIDE.)

ALCAIDE:

¡Sea por siempre ensalzado
por mil siglos el Señor!

REY:

Alcaide...

ALCAIDE:

(Llegó la hora
de tratar de mi adulterio.)

REY:

No le loáis sin misterio;
¿pues por qué le loáis ahora?

ALCAIDE:

Porque se acabó el secreto
y podremos ya hablar todos
los que somos de los godos
como del asa, en efeto.
   Háblelo todo, Leonardo,
y acá que nos papen duelos.

LEONARDO:

Señor alcaide, ¿son celos?
Llegad y hablad, que aquí aguardo.

ALCAIDE:

¡Negro de bien, que ha durado
el secreto!

REY:

¿Fue prolijo?
Mucho os afligís.

ALCAIDE:

¡No aflijo;
peor que eso!
 [Como entre dientes.]

REY:

¿Qué?

ALCAIDE:

Me enfado
   de que ante mí haya secretos.

REY:

¿Y si son en ocasión?

ALCAIDE:

No sé, a fe: en conversación
dicen que no es de discretos.

LEONARDO:

Como es tan buena la tuya,
perderá Su Majestad
mucho en perdella.

ALCAIDE:

En verdad,
que no es muy buena la suya.

REY:

(¡Maravilloso es el viejo!)
Tiene el alcaide razón.
Ea, va de conversación;
dejalde vos.

LEONARDO:

Ya le dejo.
   Perdone Su Majestad,
que emendareme otro día.

REY:

¡Lindo está, por vida mía!

LEONARDO:

Conoce bien la amistad
que tu Majestad le hace.
(Entra un VILLANO con un billete.)

VILLANO:

Señor, mi ama, que yace
en la cárcel, le envia un ruego
y que me despache luego.

REY:

¿A mí ruego? ¡Que me place!
(Abre el REY el papel y lee bajo.)

ALCAIDE:

¿Ruego envía? ¡Vive Dios
que no le ha de aprovechar!

LEONARDO:

Alcaide, ¿qué envía a rogar?
¿Está enojada con vos?

ALCAIDE:

¡Es una grande mundaria!
Y por la crisma que tengo,
que si a degollarla vengo,
no le ha de valer plegaria.

REY:

Pues alcaide, ¿cómo es esto?
¿Qué ha hecho vuestra mujer,
que la pudistes poner
del modo que la habéis puesto,
   con grillos y con cadena
y en un cepo de cabeza?

ALCAIDE:

¿Quéjase la buena pieza?
Pues, ¿por qué no es ella buena?

REY:

¿Pues es vuestra mujer mala?

ALCAIDE:

¿Cómo si es mala? ¡Y no poco!
¡Ay, Dios, y cómo está loco
el que a estas falsas regala!
   Porque a esta ruin mujer
mi regalo le ha hecho mal.

LEONARDO:

¿Qué hizo?

ALCAIDE:

El delito es tal,
que me hace estremecer.

REY:

¿Qué ha sido? ¿Haos hecho traición?

ALCAIDE:

¿Traición? ¡Y no comoquiera!

REY:

¿No diréis de qué manera?

ALCAIDE:

¡Es caso de Inquisición!

REY:

¿Es adultera, quizá?

ALCAIDE:

Adulterio ha cometido;
pero, ¡de qué suerte ha sido!

LEONARDO:

¡Válame, Dios! ¿Qué será?

ALCAIDE:

¿Que se la pidiese en carnes
yo a su padre a esta traidora
para que hiciese esto ahora?

LEONARDO:

¿Qué hizo?

ALCAIDE:

¡Tiémblanme las carnes
   solo en pensar el delito!

REY:

¿Fue más que adulterio?

ALCAIDE:

¡Más!

REY:

¿Qué fue más?

ALCAIDE:

Lo que jamás
fue visto de hombre ni escrito.
   Pues que no digo el misterio,
tiene.

LEONARDO:

Yo no lo adivino.

ALCAIDE:

¿Quién, si ella movió un pollino,
pudo hacerme el adulterio?

LEONARDO:

Un asno, a mi parecer.

ALCAIDE:

¡Pues un asno fue, por Dios,
tan grande como los dos!

REY:

O como vos podría ser.

ALCAIDE:

Mire, siendo el Rey, si es justo
que haya maldad como aquesta.

REY:

(Materia hay aquí dispuesta
para un buen rato de gusto.)
   ¿Y tenéis con quien probar
el delito a esa traidora?

ALCAIDE:

Testigos hay que a la hora
lo pueden aquí jurar.

REY:

Pues veamos un testigo.

ALCAIDE:

Este mancebo es el uno
y dice más que ninguno.

REY:

¿Decís vos esto?

SANCHO:

Sí, digo.

REY:

¿Cómo?

SANCHO:

Porque sucedió
esto en casa de mi madre,
señor, que fue la comadre
que al movito se halló.

REY:

(¡Agrádame, a fe, el testigo!
No puede ser esto malo.)
¿Jurareislo?

ALCAIDE:

¡Juraralo!

SANCHO:

Diré lo que ahora digo.

REY:

Pues decid cómo pasó
debajo de juramento,
que yo proveeré al momento
justicia.

SANCHO:

Esto sucedió;
   y sin faltar punto en algo
contaré el suceso todo.
Yendo a pasar por un lodo,
su mujer, de este hidalgo,
   en esta aldea aquí junto,
y no habiendo más de un paso,
y atravesándose acaso
un pollino en aquel punto,
   codiciosa de pasar
sin mojarse su camino,
la vi mover un pollino.

ALCAIDE:

¿Del lugar?

SANCHO:

¡Pues del lugar!

ALCAIDE:

¿Que no le movió movido
sino de una parte?

SANCHO:

A otra.

ALCAIDE:

¡Oigan esto! ¡Y tiene la otra
el cuerpo a palos molido!
   ¿No me viniste a decir
que había movido un pollino,
ladrón?

SANCHO:

¡Lindo desatino!
¿Un asno había de parir?
   ¡Qué hermoso entendimiento!
¡Pues aunque fuera ella burra!

ALCAIDE:

¡Mirad, el diablo me aburra
si os cojo!

REY:

¡Lindo cuento!
Ea, alcaide, paso, paso,
que vos entendistes mal.

SANCHO:

Señor, es un animal,
no estuvo cierto en el caso.

REY:

Galán, ¿quién os ha traído
por aquesta tierra a vos?

SANCHO:

¿Quién, señor? Después de Dios,
estos pies y este vestido.

REY:

   ¿De qué nación?

SANCHO:

Español.

REY:

¡Famoso suelo!

SANCHO:

¡Y bien ancho!

REY:

¿Y cómo es el nombre?

SANCHO:

Sancho.

REY:

¡Bravo hombre sois!

SANCHO:

Como el sol.

REY:

¿Habéis servido?

SANCHO:

He servido.

REY:

¿Muchas veces?

SANCHO:

Más de diez.

REY:

¿Y es la primera esta vez
que usáis de aqueste vestido?

SANCHO:

No, que aunque francés parece,
también usa de él España,
que aunque la usanza es extraña,
cuando es buena la apetece.

REY:

¿Luego allá de lacayuelo
habéis servido?

SANCHO:

A mil Grandes.

REY:

¡Gusto tiene!

LEONARDO:

No hay más Flandes
que oírle.

SANCHO:

Tenerle suelo.

REY:

¿Y quién os trujo a esta tierra?

SANCHO:

Mi padre, que está presente.
Es un ingenio eminente
y útil mucho en paz y en guerra.

REY:

¿Útil en qué?

SANCHO:

En cuanto importa
a un reino.

REY:

¿Qué tanto sabe?

SANCHO:

Imposible es que lo alabe
lengua que no quede corta.
   De astrólogos no conozco
quien le iguale, ni le leo;
ni supo más Tolomeo,
ni escribió más Sacrobosco.
   Es en medidas Vitrubio,
y en ingenios un Juanelo,
mide con un dedo el cielo,
con un dedal el Danubio.
   Nadie sobre las estrellas
ha tenido tanta parte,
y en su vida emprendió arte
sin consultarlas a ellas.
   Sabe la mágica toda,
y es en ella tan sutil,
que hace mil obras, y en mil
con su ingenio se acomoda.
   Y entre otras cosas que hace,
por extremo hace una;
a mí a lo menos ninguna
como ella me satisface.

REY:

¿Y es?

SANCHO:

Una tela que llama
prueba de la decendencia;
cosa de tanta excelencia
jamás la contó la fama.
   Es una cosa, señor,
donde se echa el resto junto,
porque antes que le dé el punto
que requiere a la labor,
   aguarda que por el cielo
influencia haya perfeta,
mira en tal y tal planeta
de aspecto benigno al suelo.
   Y después de darle el punto,
la mide.

ALCAIDE:

Yo os juro a Dios
que la estáis urdiendo vos
ahora, a lo que barrunto.

SANCHO:

Acabando de tejella,
tiene una grande virtud.

ALCAIDE:

No tengáis vos más salud
que la virtud tendrá ella.

SANCHO:

La virtud es que aquel hombre
que en naciendo de su madre
es legítimo del padre
que lo crío en ese nombre
   ve la tela, y al contrario,
el que se tiene por hijo
del que ser su padre dijo
sin serlo, caso ordinario,
   no la ve de ningún modo
si la está mirando un año.

SANCHO:

De suerte que es desengaño
la tela de un reino todo.
   Y con que se halla un rey,
sin pensar, bravos hallazgos,
de estados y mayorazgos
poseídos contra ley.
   Porque aquellos que poseen,
si legítimos no son,
por su simple confesión
confiesan que no la ven.
   Y a su lado la están viendo
los que legítimos son:
goza el rey de la ocasión
y entra la hacienda pidiendo.

REY:

Leonardo, ¿qué decís de esto?

LEONARDO:

Tan bueno es como imposible.

ELEANDRO:

Y si yo lo hago posible,
¿qué premio queda propuesto?

REY:

Y cuando no fuese así,
¿a qué pena has de ponerte?

ELEANDRO:

A que nos mandes dar muerte
luego a mi hijo y a mí.

LEONARDO:

Señor, virtud puso Dios
de influjos en las estrellas,
y quizá sabe por ellas
lo que ignoramos los dos.

SANCHO:

Verás mil desheredados
por momentos en tu corte.

REY:

De esta tela quiero un corte.
¿Si cuesta muchos ducados?

SANCHO:

No deja de ser de costa;
pero lo bueno que tiene
es que hasta que a hacerse viene
mi padre la hace a su costa.

REY:

Yo codicioso la espero.
¿Qué aguardáis que no se empieza?

ELEANDRO:

Digo que haré una pieza
donde echar el resto espero.

REY:

Pues mirad si algo queréis
entretanto que se labra.

SANCHO:

Solo que nos des palabra
de que nos la pagaréis.

REY:

¿Y cuánto?

SANCHO:

Lo que dijeren
los que merecieren vella,
que no quiero más por ella
que conforme lo que vieren.

REY:

Pues esa palabra doy,
y la cumpliré sin falta.

ELEANDRO:

Que me des licencia falta.

REY:

Ve en buen hora.

SANCHO:

¿Vaste?

ELEANDRO:

Voy.
   ¿Y tú?

REY:

Él queda en mi casa,
porque entretenerme pueda.

ALCAIDE:

(¡Ta, ta, Sancho en casa queda,
presto verán lo que pasa!)

REY:

Alcaide.

ALCAIDE:

Señor.

REY:

Mirad
que me guardéis a Rosarda,
que gente os queda de guarda.

ALCAIDE:

Descuide tu Majestad.

REY:

Y sobre todo el secreto,
que esto es lo que más encargo.

ALCAIDE:

El secreto tomo a cargo
y la guarda te prometo.

REY:

No entre persona en la torre
fuera de vuestra mujer,
ni aun se le dé de comer
si por su mano no corre.
   Y si yo, de cuando en cuando,
envïare este muchacho,
entre.

ALCAIDE:

¡Donoso despacho!
No guardo a nadie en entrando.
   De mí mismo no confío
en entrando él en la torre.

REY:

Eso por mi riesgo corre
en él, y entre a riesgo mío.

ALCAIDE:

Eso muy en hora buena;
allá con él lo han de haber.

REY:

Diranle lo que ha de hacer,
no tengáis vos de eso pena.
   ¡Vámonos!

LEONARDO:

No sé qué fin
estas quimeras tendrán.

SANCHO:

Allá me voy, padre Adán.

ALCAIDE:

No creo en vos, hijo Caín.

(Vanse todos, y queda el ALCAIDE solo.)

ALCAIDE:

Solo me faltaba ya
traer este diablo a cuestas.
Sancho en casa: ¡por aquestas,
cual secreto a riesgo está!
   Siguiera el diablo el camino
como aquel ladrón siguió.
¡Diz que un pollino movió,
y era que apartó un pollino!
   ¿Hubo en el mundo tal trueco?
¿Pensó el diablo tal novela?
En la invención de la tela
verán como fue embeleco
   el pensamiento en que dio.
Diz que tela pueda haber
que la pueden unos ver
claramente y otros no.
   Llega el legítimo y vela,
llega y no la ve el bastardo...
Yo solo la tela aguardo;
veamos quién ve la tela.
   Porque si ella se ejecuta
y la llegamos a ver,
maldito el hombre ha de haber
que no sea hijo de puta.