El laberinto de Creta (Lope de Vega)/Acto I

Acto I

Salen MINOS, rey de Creta; FENISO, capitán, y soldados.
MINOS:

  En cuanto la humana gloria
deleites, Feniso, alcanza,
el primero es la venganza,
y el segundo es la victoria.
  Hoy entrambos los poseo,
pues he tenido, Feniso,
con la victoria de Niso
la venganza de Androgeo.
  Matáronme los de Atenas
mi hijo, y Júpiter santo
quiere que con otro tanto
tengan consuelo mis penas.
  Si a mi hijo dieron muerte,
tu hijo a Niso mató;
con que de Grecia me dió
la ciudad más noble y fuerte.
  Después que por tantas veces
su muro habemos cercado,
tres vueltas el sol ha dado
desde el Aries a los Peces.

MINOS:

  Mas si mil siglos dilata
los rayos de su tesoro,
ya en el vellocino de oro,
ya en las escamas de plata,
  no era posible gozar
la venganza y la ocasión
menos que con la traición
que nos dió puerta y lugar.
  Mató Cila, patricida,
al Rey, su padre, por mí,
a quien la palabra di
indigna de ser cumplida.
  Entregarme la ciudad
lo prometió, y lo cumplió;
pero no pensaba yo
que fuera con tal crueldad.
  Ni amor es justo que mande
llegue tal mujer a Creta;
que puesto que amor sujeta
no para crueldad tan grande.
  La ciudad entrado habemos,
y aunque la puerta me ha dado,
yo quedo desobligado,
porque los reyes queremos
  de la victoria, el valor,
por traidor o por leal,
pero es cosa natural
aborrecer al traidor.

FENISO:

  Invicto Rey, no pudiera
ser la ciudad conquistada
si no es que Cila, engañada
de su amor, la puerta abriera;
  porque el gallardo Teseo,
y otros griegos generosos,
la guardaban codiciosos
de ganar honra y trofeo.
  Ella, con la confianza
de que tu mujer sería,
te dió, Minos, en un día
ciudad, victoria y venganza.
  Agora no sé si es bien
que la dejes de este modo.

MINOS:

Los dioses lo han hecho todo,
y nuestra dicha también:
  Némesis, la diosa airada
de la venganza, ha querido
que Cila pierda el sentido
de loca y de enamorada,
  y que yo quede vengado
de la muerte de Androgeo.

FENISO:

Bien dejarás su deseo
bastantemente burlado,
  porque, a no tener amor,
no hubiera humano interés.

(Sale CILA, dama.)
CILA:

¿Está aquí el Rey?

FENISO:

Ella es.

MINOS:

¿Qué haré?

FENISO:

Escucharla, señor.

CILA:

  Rey Minos, a quien se humillan
los altos muros de Creta,
como agora a tu victoria
los imposibles de Atenas:
bien sabes los muchos años
(testigo esta misma cerca)
que no pudiste llegar
a ver sus famosas puertas,
y que el sol, tu armado campo,
cuando el aurora comienza
a dar vida a cuantas cosas
se la quitan las tinieblas,
hasta que por el ocaso
van haciendo las estrellas
corona a la obscura noche,
diamantes de su cabeza,
hallada en la escarcha helada
del invierno, y en la siesta
del caluroso verano,
sin poder hacerle ofensa;
hasta que yo, desde el muro,
para desdicha tan cierta,
te vi gallardo a caballo
armado de todas piezas;
no de otra suerte que a Marte
pintan en la quinta esfera,
desde la lustrosa gola
a la dorada esquinela.

CILA:

Daba la blanca celada,
de varias plumas compuesta,
a los aires tornasoles
y a sus alas ligereza.
Ibas haciendo escarceos
con tanta gracia, que apenas
volvías el rostro, cuando
llevabas tras ti la media
del alma, porque quedaba
la otra para la vuelta,
más obediente a tus ojos
que tu caballo a la espuela.
Con esta imaginación
pasé mil noches enteras,
también hallándome el alma
en más peligrosa guerra;
hasta que, venciendo amor
la razón y las potencias,
te ofrecí de darte, Minos,
la ciudad y el alma abiertas
si me llevabas contigo;
y tú, como si no hubiera
dioses que el vicio castigan
y que las virtudes premian,
falsa palabra me diste,
pues dicen que me la quiebras,
y que te quieres partir
y dar a los vientos velas.

CILA:

Pero guárdate, que vas
a peligro de tormenta;
que va en mis ojos el mar
y mis suspiros en ellas.
Por ti, al tiempo que dormía
mi padre (crueldad sangrienta),
corté el cuello y vertí sangre,
la misma que dió a mis venas.
Las llaves te di, y entraste
la ciudad, de quien saqueas
mas oro que ve el aurora
donde con marfil se peina.
Buen pago de amor tan grande
será dejarme en la tierra
que he vendido, y que está toda
bañada en sangre paterna.
No lo harás; que no eres tú
nacido en las libias selvas,
ni en los montes de Tesalia
te dieron leche sus fieras.
Pero si como ellas fueres,
una cosa me consuela:
que no hay desdicha en la vida
que con la muerte lo sea.

MINOS:

  Cila, a mí me pesa mucho
de que, en fin, por mi ocasión
hayas hecho la traición
que ya de ti misma escucho.
  De Atenas quise vengarme,
mas no con tanto rigor;
que era venganza mayor
vencella sin infamarme.
  Verdad es que yo te di
la palabra, que cumpliera
si por otro medio fuera
el bien que tengo por ti.
  Nunca entendí que mataras
al Rey; que por ese modo
antes lo perdiera todo
que tu intento ejecutaras.
  ¿Qué dirá el mundo de mí
si a Creta, Cila, te llevo,
sino que en caso tan nuevo
consejo y armas te di?
  Pero ¿es justo que le infame
tan glorioso capitán,
por antojos que te dan
de que yo mujer te llame?
  No, Cila; no puede ser
infamarme por tu gusto,
ni repudiar fuera justo
a Pasife, mi mujer.
  Fuera de eso, si llevara
en mi nave tu alevoso
corazón, era forzoso
que la mar se alborotara.
  Mejor te podrá sufrir
la tierra que te ha criado,
el mar no; que el mar sagrado
no te querrá consentir.
  Llevo mis dioses conmigo,
que también se enojarán

CILA:

¡Qué justamente me dan
de mi locura castigo!
  En fin, ¿me dejas?

MINOS:

No puedo
llevarte; que quiero el mar
tranquilo, por navegar,
Cila, a mi patria sin miedo.

CILA:

  El cielo se muestre airado
de suerte que nunca veas,
ni la patria que deseas,
ni el fiero mar sosegado.
  Salgan de su cueva obscura
los vientos que alteran tanto
las aguas, y en su azul manto
no esté la luna segura.
  Vayas a tus hijas bellas
en relación, no en persona;
o te quite la corona
un vil vasallo por ellas.
  Y aunque los muros ganados
te den por venganza gloria,
infame aquesta memoria
la gloria de tus pasados.
  Y si ausencia suele ser
del honor ladrón sutil,
seas el hombre más vil
que fue jamás por mujer.
  No se cuente de ninguno
la ofensa cue de ti cuenten;
todos los hombres se afrenten
de que cupiese en alguno.
  No se acompañen de ti
por hombre que mereció
tener mujer que llegó
a despreciarse de sí.
(Vase.)
  ¡Bravos enojos!

FENISO:

Mujer
airada, ¿qué efetos quieres?

MINOS:

Es afrenta de mujeres,
y piensa que yo he de ser
  de los hombres, capitán,
la infamia y el deshonor;
y aunque ausencias dan amor,
a mí ninguno me dan.
  Llamad a los principales
de Atenas, porque tratemos
que en libertad los dejemos,
pero con medios iguales:
  que me han de reconocer
por señor.

FENISO:

Ese tributo
será de esta empresa el fruto.

MINOS:

Con esto pienso volver
  a la patria que mi ausencia
siente con tanto rigor.

FENISO:

Tres años ha, gran señor,
que le falta tu presencia.

(Sale POLINECES.)
POLINECES:

  ¿Dónde está Minos?

MINOS:

Aquí,
¡oh Polineces famoso!
¿Bueno de la patria vienes?

POLINECES:

Gracias al cielo que pongo
mi boca en tus pies.

MINOS:

Levanta.
¿Qué hay de Creta?

POLINECES:

Que está en hombros
de tu fama todo en paz.

MINOS:

¿Mis hijas?

POLINECES:

No mira Apolo
cosa más bella en el Asia.

MINOS:

¿La Reina? ¿Vuelves el rostro?
¿Callas? ¿Qué es esto? Responde.

POLINECES:

Señor, si no te respondo
no es sin ocasión.

MINOS:

¿Qué dices?

POLINECES:

Que estoy, señor, temeroso.

MINOS:

¿Es muerta?

POLINECES:

¡Pluguiera al cielo!

MINOS:

Notables sospechas tomo
de algún accidente fiero.

POLINECES:

No se vió de polo a polo
mayor desdicha.

MINOS:

La Reina,
¿mayor mal que muerta? ¿Cómo?
Habla, yo te doy licencia
si el caso es más afrentoso
que se ha contado en el mundo

POLINECES:

Siendo fuerza darte enojos,
y no pudiendo excusarse,
el justo silencio rompo,
aunque fuera bien estar
mudo amor, el honor sordo,
ciego el mundo, el sol sin rayos,
para no volverse locos.
Sabrás que Pasife, ¡ay cielo!
iba con hábito corto
por un bosque cierto día,
cuando al cristal de un arroyo
cortesano en murmurar
a la espalda de unos olmos,
bajaban de tus pastores
las vacas, que en los cogollos
de la hierba entretenían
la sed, con pies perezosos.
Puso los ojos Pasife
en un blanco y rubio toro,
novillo de pocos años,
más doméstico que hosco,
tan pintado de la piel,
con varias manchas el lomo,
que sólo por las estrellas
es el del sol más hermoso.

POLINECES:

Las puntas de media luna
que tiene menguado el rostro,
corto de nariz y cuello,
y de esmeraldas los ojos;
donde no ha probado el yugo,
con un remolino rojo
tan bello, que parecía
revueltas madejas de oro.
Enamoróse Pasife
de este animal, dando asombro
a Creta, aunque hay opiniones
que es Júpiter poderoso,
que como a la bella Europa,
de quien tomó el nombre heroico
la tercer parte del mundo,
enamoró cauteloso
en forma de toro blanco:
tienen por cierto, que él sólo
pudo hallar en sus deseos
de la ejecución el modo.
Pasife, en fin, ha parido,
si es de Júpiter, un monstruo
medio toro y medio humano;
y es tan público y notorio,
que vienen de varias partes
a verle por espantoso
prodigio en naturaleza,
pero conviniendo todos
en que es de Júpiter hijo,
siendo efecto prodigioso
de imaginarle Pasife
en forma de blanco toro:
así lo entienden los sabios
y los filósofos doctos;
tal es la fuerza que tiene
la imaginación en todo.

POLINECES:

Está en dos años tan grande,
tan fiero y tan riguroso,
como un toro que sus celos
escribe en los verdes troncos,
haciendo a golpes que tiemble
y que le responda el soto.
Júpiter a nadie afrenta:
por eso a Júpiter nombro
por dueño de aquesta hazaña;
que a no ser suya, era poco
perder el seso y la vida,
pues no menos victorioso
halló el fuerte Anfitrión
vencido el casto decoro
de Alcumena, cuyo hijo
ganó tan altos despojos,
que el gran Hércules Tebano,
antes de salirle el bozo,
dijo bien qué padre tuvo
con hechos tan valerosos.

MINOS:

  No prosigas mi afrenta y desventura,
trágico embajador; nunca yo vea
la patria ingrata, aunque mi bien procura,
y el dueño de mi mal Júpiter sea;
eclipse el claro sol su lumbre pura,
apáguese la lámpara Febea,
porque no pueda ver la mortal gente
tal monstruo de mi honor eternamente;
  que de imaginación de un blanco toro,
en que Júpiter vino transformado,
Pasife, indigna del real decoro,
haya el monstruo que dices engendrado,
no fuera tanta ofensa del tesoro
que en el honor divino está guardado;
mas nunca el vulgo juzga bien; que en todo
elige siempre el más indigno modo.
  Vengado se ha de mí, vencida Atenas,
pero yo haré que llore mi deshonra.

FENISO:

Aquí vienen sus fuertes defensores.

(Salen TESEO, ALBANTE y FINEO, criado de TESEO.)
TESEO:

Aquí tienes, gran Minos, tus vencidos.

ALBANTE:

Aquí tienes, señor, a tus vasallos.

MINOS:

Valeroso Teseo, Albante noble,
no me llaméis el vencedor, que el cielo
me quita de las manos la victoria
con un suceso de portentos lleno:
nació en mi casa un monstruo en esta ausencia;
que en ausencia, atenienses, de un marido,
¿qué puede sino un monstruo haber nacido?
Cuantos males nacieron en el mundo,
hijos crueles fueron de la ausencia;
vengados estaréis de que Pasife
pariese un medio humano y medio toro,
hazaña infame del lascivo Júpiter,
deidad indigna de tan alto nombre,
pues tiene acciones y bajezas de hombre.
Si cuando yerra un rey dicen que tiene
indignamente el cetro, no conviene
que tenga el de los cielos dios lascivo
que, en toro transformado, me ha quitado
la honrosa vida del honor sagrado;
porque cuando es secreto el adulterio,
no viene a ser con tanto vituperio.
Mas no penséis que no os alcanza parte;
que en parias quiero que me deis cada año
diez hombres de vosotros, que devore
y coma aqueste monstruo de Pasife.

TESEO:

Serás obedecido como mandas.

MINOS:

En dejando presidio en vuestros muros,
parto a la patria a ver mi desventura,
si dura hasta llegar vida tan dura.

(Váyanse, y queden TESEO, ALBANTE y FINEO.)
TESEO:

  Extraño suceso.

ALBANTE:

Extraño,
y que venganza nos diera
a no ser por nuestro daño.

FINEO:

Diez hombres para una fiera,
fiero tributo de un año;
  pedid que resuelva en uno,
si no es más de sentimiento
tributo tan importuno.

ALBANTE:

No lo, hará, que no le siento
para partido ninguno.

FINEO:

  Pues si de aquel blanco toro
la señora, su mujer,
se enamoró sin decoro,
¿no fuera mejor querer
parias y tributo en oro?
  ¿Qué culpa le tiene Atenas?
¡Ah, mujeres! ¿Qué no haréis?

TESEO:

Respeta, necio, las buenas.

FINEO:

¿Agora toros corréis,
de extraños antojos llenas?
  ¡Ah, señor, que aquellos son
los daños que se cometen
con capa de religión!
Dioses dicen que se meten
en toros; ¡linda invención!
  Lo mismo es el ir al templo,
vengo del templo, contemplo,
doy al templo, y lo interior
es todo vicio y error,
como lo dice este ejemplo.

TESEO:

  Menester es que pensemos
cómo un hombre se ha de dar
cuando ser uno alcancemos;
que una vida no hay pensar
que por dineros la hallemos.

FINEO:

  ¿Cómo no? Mil hallaréis
cuya vida, así a la sorda,
como de un puerco, veréis
que la quieren corta y gorda,
y ésta comprarla podréis.
  Aquel que su vida emplea
sólo en vicios, no repara
en que larga o corta sea,
porque solamente para
en cumplir lo que desea.
  Hombre he visto yo tan malo,
que por un mes de regalo
seis años de vida vende.

TESEO:

Quien esa vida pretende,
a tales bestias le igualo.

ALBANTE:

  Paréceme a mí, Teseo,
que para excusar las muertes
de aqueste tributo feo,
se echasen comunes suertes
y se hiciese igual empleo.

TESEO:

  Dices bien, que, en general,
todos tendrán esperanza,
y será la ley igual;
que no es ley la que no alcanza
del plebeyo al principal.

FINEO:

  ¡Vive el cielo, que no quede
hombre en Atenas!

TESEO:

Si hará,
pues la ley a nadie excede.

FINEO:

Necio está Minos.

ALBANTE:

Querrá
vengarse.

TESEO:

Vengarse puede.

FINEO:

  ¿No fuera más acertado
que este Minos, o cominos,
matara este monstruo airado,
que no por tales caminos
dar a la fama cuidado?
  ¿Está loco?

ALBANTE:

Puede ser.

FINEO:

Hará bien, pues su mujer
ha dado en esta flaqueza;
de aquel toro, en la cabeza
las armas ha de tener.
  Y desde hoy queda sabido
que por este blanco toro,
el desdichado marido
a quien se pierde el decoro,
queda en toro convertido.

(Vanse, y entran ORANTEO, príncipe de Lesbos, y ARIADNA.)
ARIADNA:

  No puedo significar
mi pena con más rigor.

ORANTEO:

Yo no me quejo de amor,
que amor no puede agraviar;
de mí me debo quejar,
no por el alto sujeto,
mas porque no fui discreto
en amar tan confiado,
causa que nunca ha dejado
de producir tal efeto.

ARIADNA:

  Si mi padre quiere darme
a Feniso por marido,
y lo que allá le ha servido
pagarle aquí con matarme,
mejor puedo, yo agraviarme
de la pena que me alcanza
por mi necia confianza;
pero, discúlpome luego,
pues le guía, como a ciego,
siempre al amor la esperanza.
  Por servicios de la guerra
me han escrito que me dan
a este fiero capitán,
que toda mi paz destierra;
si Minos, mi padre, yerra,
presto lo dirá el efeto;
si obedecerle es preceto,
yo le prestaré obediencia;
pero para vuestra ausencia
corta vida me prometo.
  No me puedo, resistir,
aunque no es la causa el miedo;
mas si resistir no puedo,
bien sé que puedo morir.
Sin vos no quiero vivir,
y bien me podéis creer;
que aunque mujer, puede ser
porque cuando, tiene amor,
no hay fortaleza mayor
que la más flaca mujer.

ORANTEO:

  ¡Hermosa Ariadna mía,
como el alba pura, hermosa,
centro del alma dichosa
que por su cielo os tenía!
Ya se acabó mi alegría
y comenzó mi tristeza;
que puesto que mi firmeza
vuestros agravios resista,
¿quien vivirá sin la vista
de vuestra rara belleza?
  Estoy tan agradecido
de ver vuestro sentimiento,
que ha crecido mi tormento
y mi obligación crecido;
menos hubiera sentido
en verme en tan triste estado
siendo de vos olvidado.

ARIADNA:

Luego ¿pésaos de tener
este amor que me deber?

ORANTEO:

¿Qué os debo si os he pagado?
  Desconciertan mi sentido,
señora, vuestros conciertos;
siendo los daños tan ciertos
como las nuevas lo han sido;
quien tanto bien ha perdido
en esta injusta mudanza,
¿en qué tendrá confianza,
quedando en esta ocasión,
quien creyó la posesión,
apenas con la esperanza?
  Pero no podrá mi suerte,
ya que de vos me divida,
quitarme tanto la vida
que se dilate mi muerte;
todos mis males concierte;
que no podrán sus enojos
triunfar de tantos despojos
que lleve el tiempo la palma,
pues más os deja en el alma
que os aparta de los ojos.
  Fortuna contraria intente
mostrar en mí su poder,
que no ha de poder hacer
que no os quiera eternamente:
tan dueño seréis ausente,
como siempre lo habéis sido,
y por consuelo he tenido,
si le tiene pena igual,
que no ha de hacerme otro mal
después de haberos perdido.
  Temores han de matarme
de que puesto que juréis
que en el alma me tendréis,
estáis cerca de olvidarme,
de cuanto bien pudo darme
quien me puso en tal estado,
hoy quedo desobligado,
y de mi dicha quejoso,
pues no fuera yo dichoso
para no ser desdichado.

(Vase.)


ARIADNA:

  ¿Adónde vas amenazando ausencia,
dueño del alma venturosa mía?
que no se suele olvidar el que porfía,
porque donde hay memoria no hay paciencia.
Amenaza atrevida la presencia;
mas luego que la vista se desvía,
vuelve en su fuerza amor, que a sangre fría
no sabe hacer al gusto resistencia.
Amor, cuando se ha dado por despojos,
no muda la pasión mudando cielos;
que ven las almas si no ven los ojos.
Juegan los que aman si lo son desvelos;
mas no se ausente nadie por enojos,
que lo que saca amor vuelven los celos.

(Sale FEDRA, hermana de ARIADNA.)
FEDRA:

  ¿Con ese cuidado estás?
Luego ¿no escuchas la salva
que hoy ha hecho el mar al alba?

ARIADNA:

En mí a la noche dirás.
  Porque, partido Oranteo,
¿qué me puede haber venido
que iguale al bien que he perdido,
ni satisfaga al deseo?

FEDRA:

  ¿Y si dicen que es el Rey?

ARIADNA:

¡Mayor mal si con él viene
Feniso!

FEDRA:

Amor nunca tiene
con su misma sangre ley.

ARIADNA:

  ¡Ay, Fedra, que no hay consuelo
para tan grave dolor,
porque es la ausencia en amor
un rayo ardiente del cielo!
  Que como a un árbol desnuda
de sus hojas y sus ramas,
y en sus abrasadas llamas
su verde esperanza muda,
  así, donde ausencia alcanza,
aunque son sus fuegos hielos,
trueca en lo azul de los celos
lo verde de la esperanza.

FEDRA:

  Pésame de verte ansí;
pero si la fiera ausencia
es del amor resistencia,
lo mismo será de ti:
  si te olvida, olvidarás.

ARIADNA:

Amor juzga lo presente,
y yo presumo que ausente
querré más, penando más.
  ¿Qué voces son éstas?

FEDRA:

Creo
que se acerca el Rey.

ARIADNA:

Si fuera
mi muerte, mejor viniera
a mi esperanza y deseo.

(Salen MINOS, FENISO, soldados y cajas.)
MINOS:

  Echad esas banderas por el suelo,
como conviene a un capitán sin honra.

FENISO:

Mira que ofende tu dolor al cielo
en presumir que Júpiter deshonra.

ARIADNA:

Si tus hijas te pueden dar consuelo,
padre y señor, su cuello y brazos honra
de los que tantos reinos han vencido.

MINOS:

Vencido vengo yo, mi honor perdido.
  ¿Dónde está la cruel?

FEDRA:

Tu furia huyendo.

MINOS:

Hijas, yo vengo como veis; que es justo
perdone amor si con mi honor le ofendo.

ARIADNA:

Carece de consuelo tu disgusto.

MINOS:

Dejadme aquí mientras venganza emprendo,
de un poderoso no, puesto que injusto;
pero de la cruel que me ha ofendido...

FEDRA:

Guárdete el cielo.

MINOS:

Aún vida no le pido.
  ¡Hola! ¡Llamadme a Dédalo!

FEDRA:

Aquí viene
el mayor arquitecto que respeta
Grecia, ni ha visto el Asia.

DÉDALO:

Den los dioses
a tu venida prósperos sucesos.

MINOS:

Dédalo amigo, ¿qué sucesos prósperos
puede esperar un hombre desdichado,
a quien, para consuelo de sus penas,
ponen la culpa al poderoso Júpiter,
y ha sucedido a Marte, que tenía
envidia de mis armas y victorias,
tomó venganza, oscureció mis glorias?
¿Has visto acaso el monstruo que ha infamado
la bella, en variar naturaleza,
y aquí tan fea, bárbara y disforme?

DÉDALO:

Sí, gran señor.

MINOS:

Pues ¿cómo haré una fábrica
donde pueda encerrar aquesta fiera,
de tan sutil ingenio y artificio,
que el que entrare una vez salir no pueda?

DÉDALO:

Después que me escribiste que tenías
esa intención, y que encerrar querías
este monstruo feroz, a quien la fama,
de toro y Minos, Minotauro llama,
yo hice y estudié varios diseños,
y de tantos modelos y artificios
hice elección del que verás presente,
que aquí te le tenía prevenido,
para que, si te agrada lo pintado,
quede en madera y piedra ejecutado.

(Corriendo una cortina se vea en un lienzo pintado el Laberinto, y el Minotauro dentro.)
MINOS:

¡Por los dioses, que es digno de tu ingenio
Y dime: ¿es de esta suerte el fiero monstruo?

DÉDALO:

Este, es señor, el monstruo retratado,
aquí ha de estar de aquesta plaza en medio;
esta es la puerta; pero no hay remedio
de hallarla el que una vez por ella entrare.

MINOS:

Pues ¡alto! A ejecutalla, insigne Dédalo;
que a ti te dará fama en todo el mundo
del más supremo e ingenioso artífice,
y a mí del hombre de mayor desdicha.

DÉDALO:

Tú verás brevemente en pie la fábrica.

MINOS:

Matara el Minotauro; pero temo
la ira del gran Júpiter si es suyo;
que para mí, sin diferencia alguna,
es hijo de la envidia y la fortuna.

(Vanse, y salen TESEO y FINEO.)
FINEO:

  No te quiero consolar.

TESEO:

No hay en este mal consuelo.

FINEO:

Airado tienes el cielo.

TESEO:

Hoy me mandan embarcar.

FINEO:

  ¡Que te cupiese la suerte
entre más de seis mil hombres
de tan diferentes nombres!

TESEO:

¡Fuerte mal! ¡Desdicha fuerte!

FINEO:

  Si fuera para algún bien,
la suerte se te escondiera.

TESEO:

Para bien no me cupiera,
ni me dieran parabién;
  para mal, y tanto mal,
conmigo acertó mi nombre.

FINEO:

¿Cómo permiten que un hombre
tan valiente y principal
  vaya a dar pasto a una fiera?

TESEO:

Porque es república justa,
y no ha de hacer cosa injusta
cuando, más valor tuviera.
  Aquí, con justicia igual,
sin que a uno falte, a otro sobre,
al que es rico y al que es pobre,
se reparte el bien y el mal.
  Estos gobiernos difieren
de otros injustos y odiosos,
adonde los poderosos
se salen con lo que quieren.
  ¡Ay del reino en que por fuerza
el pobre ha de padecer,
y el rico hacer y poder
que la ley con él se tuerza!

FINEO:

  No entiendo lo que es justicia;
mas con los que nobles son,
es justo que haya excepción.

TESEO:

Debes de hablar con malicia.

FINEO:

  Esto es cosa natural,
puesto que un sabio decía
que en la muerte sólo había
justicia a todos igual.
  En fin, ¿te piensas partir
a morir?

TESEO:

Si esto conviene
a la patria, un noble tiene
obligación de morir.

FINEO:

  Acompañarte es forzoso,
de tu valor animado.

TESEO:

Eres, Fineo, criado
leal, noble y animoso.
  Por lo menos, si la suerte
para morir me ha cabido,
piadosa conmigo ha sido
en la causa de mi muerte.
  Vamos, que aguarda la nave,
y el mar bonanza promete.

FINEO:

Más que todo se inquiete
con cuantas tormentas sabe...

TESEO:

  No llegare a salvamento,
puesto que es el viento tal.

FINEO:

Para caminar al mal,
a nadie ha faltado viento.

(Vanse, y salen ORANTEO y LAURO.)
LAURO:

  Si no se la pediste,
¿de qué te quejas, que es injusta cosa?

ORANTEO:

¡En eso no consiste
haber perdido mi querida esposa!
Consiste en las estrellas,
que no importa querer si olvidan ellas,
  ¡Ay, Lauro! Yo vivía
en Creta, de Ariadna enamorado,
esperando que el día
que del gobierno militar cansado
Minos cruel volviera,
de mi esperanza posesión me diera.
  Escribióle el tirano
que la daba a Feniso en casamiento;
Feniso, a cuya mano
debe su victoriosa fama, a intento
de hacerle rey de Creta,
al cetro trasladando la jineta.
  Mal hizo, porque Minos
no ignoraba mi amor, ni que desciendo
de los dioses divinos,
y que de Lesbos soy Príncipe.

LAURO:

Entiendo
que, si allí te aguardaras,
el fin de tu esperanza conquistaras.

ORANTEO:

  Lauro, si la ha casado,
¿qué esperanza me queda? Yo soy muerto.
¡Plega al cielo que, airado,
el mar sorba sus naves en el puerto,
y en las ondas furiosas
derrame las banderas victoriosas!

LAURO:

  Son cortas maldiciones,
para la grande que del cielo tiene,
si a contemplar te pones
que a ver un monstruo de deshonra viene.

ORANTEO:

Yo he visto en Creta, Lauro,
el fiero y espantoso Minotauro.
  En tanto que fabrica
el Laberinto, que este nombre llama
al sitio en que le aplica
infamia para él, y eterna fama
para su gran maestro,
Dédalo insigne, en todas artes diestro,
  y en cercos intrincados
se pierden sin poder hallar salida,
a muerte condenados,
los que le sirven de sustento y vida,
yo tendré prevenido
el monstruo, de un ejército lucido.
  Este, en el Laberinto,
de naves de alto bordo irá a quitalle,
en término sucinto,
la vida que me quitas, y roballe
a Feniso la joya,
como a los griegos el ladrón de Troya
  Ven, porque demos luego
voz a la fama, lienzo al mar, a Marte
materia, a amor más fuego.

LAURO:

Ya los consejos son sólo ayudarte.

ORANTEO:

Dar consejo al que ama,
es animar con soplos a la llama.

(Vanse, y salen MINOS, ARIADNA, FEDRA, FENISO y DÉDALO.)
MINOS:

  La fábrica es excelente.

ARIADNA

Es imposible que en Grecia
haya un edificio igual.

FEDRA:

Ya por naciones diversas
va discurriendo la fama
con alas plumas nuevas.

DÉDALO:

Yo pienso, invicto señor,
que el Laberinto no sea
menos que su Minotauro,
monstruo de naturaleza.

MINOS:

Yo estoy servido de ti,
y así pienso hacer que tenga
Icaro, tu hijo, el premio
del trabajo que te cuesta.

FEDRA:

Aquí viene, invicto Rey,
un embajador de Atenas.

(Salen TESEO y FINEO.)
TESEO:

Yo no soy embajador,
supuesto que mi nobleza
diera ocasión a la patria
para cargos de más fuerza;
Teseo soy; y aunque fui
duque generoso en ella,
por la suerte me ha cabido
ser el más vil de mi tierra;
vengo a morir, con que he dicho
que no soy nada, y quisiera
ser mas, para que estimara
perder la vida por ella;
sus ciudadanos te dieron
palabra segura y cierta
de darte cada año, en parias,
diez hombres para esta fiera;
yo soy, rey Minos, el uno,
que no me he puesto en defensa
por la lealtad que te digo,
y que a tus pies me presenta;
porque en razón de su honor,
que es una vida me pesa,
pues por ella aventurara
cuantas el cielo me diera:
¿Qué quieres hacer de mí?

MINOS:

Teseo, la fortaleza
de tu generoso pecho
no pudo dar mayor muestra;
pésame que fueses tú,
a quien la pasada guerra
hizo ilustre en mi opinión;
pero si lo quiere Atenas,
y tú serle tan leal,
Feniso a una torre lleva
al Duque, en tanto que al monstruo
de su arrogancia sustenta.

(Vase.)
TESEO:

Voy contento de saber
que por tales medios quieras
encubrir tu deshonor.

(Vase TESEO, y asga ARIADNA a FINEO.)
ARIADNA:

¿A quién digo?

FINEO:

¿Quién es?

ARIADNA:

Tenga
el paso, que yo le llamo.

FINEO:

¡Ah, mi bellísima Reina!
¿Cuándo mereció mi boca
besar la dichosa arena
adonde ponéis los pies,
aunque está revuelta en perlas?

ARIADNA:

¿Es éste el duque Teseo?

FINEO:

Este es aquel de quien cuentan
tan espantosas hazañas;
éste el que la mar soberbia
pasó con Jasón a Colcos
hasta robar a Medea;
éste el que bajó al infierno
con Hércules, el de Grecia,
y a la bella Proserpina
presentó cosas diversas:
para el calor que hace allá
por el verano las fiestas,
un abanillo famoso;
y porque estaba dispuesta
de vestir a la española,
seis puños como rodelas,
que en el infierno también
quieren descubrir muñecas.
Este le ayudó a matar
los centauros, en la mesa
de las bodas de Hipodamia;
éste...

ARIADNA:

Basta que éste sea
Teseo, de cuya fama
no hay poca noticia en Grecia;
lástima me da su edad,
su hermosura y gentileza.

FINEO:

Dios os lastime en el alma
por esa piedad; que en ella
se conoce, gran señora,
vuestra bondad y nobleza.
Y cierto que es sinrazón
echar un hombre a una bestia,
aunque tratar con un necio
pienso que lo mismo fuera.
No habrá tantico remedio,
porque es cargo de conciencia
matar un mozo a bocados,
como suele cuando entra
un asno en un melonar.

ARIADNA:

¡Ay, hermana, quién pudiera
dar vida a aqueste mancebo!

FEDRA:

Bien podrás si tú lo intentas.

ARIADNA:

Que lo intentaré no dudes.

FINEO:

Sí, ¡por Dios! para que tenga
un esclavo esa hermosura
y un amante esa belleza.

ARIADNA:

¿Es casado?

FINEO:

No es casado,
como dicen, ni Dios quiera
que se vea en tanto mal;
digo mal, mal de paciencia.

ARIADNA:

Venme a hablar aquesta noche.

FINEO:

No hay bien que al hombre no venga
por manos de la mujer.
¡Benditas mil veces sean!
Mas cuando vuelve la cola
marzo, y el diablo se suelta,
todo hombre guarde la cara,
quiero decir, la cabeza.