El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/XXXV

CAPÍTULO XXXV.

Que trata de la brava y descomunal batalla que Don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, y se da fin á la novela del Curioso Impertinente.


P

oco mas quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchon donde reposaba Don Quijote, salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo á voces: Acudid, señores, presto, y socorred á mi señor, que anda envuelto en la mas reñida y trabada batalla que mis ojos han visto: vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercen á cercen como si fuera un nabo. —¿Qué dices, hermano? dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba: ¿estáis en vos, Sancho? ¿cómo diablos puede ser eso que decis, estando el gigante dos mil leguas de aquí? En esto oyeron un gran ruido en el aposento, y que Don Quijote decia á voces: Tente ladron, malandrin, follon, que aquí te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra: y parecia que daba grandes cuchilladas por las paredes. —Y dijo Sancho: No tienen que pararse á escuchar, sino entren á despartir la pelea, ó ayudar á mi amo, aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya muerto y dando cuenta á Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caida á un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino. —Que me maten, dijo á esta sazon el ventero, si Don Quijote, ó Don Diablo, no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que á su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre á este buen hombre. Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron á Don Quijote en el mas estraño trage del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida, que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detras tenia seis dedos menos: las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello, y no nada limpias: tenia en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero: en el brazo izquierdo tenia revuelta la manta de la cama con quien tenia ojeriza Sancho, y él se sabia bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas á todas partes diciendo palabras, como si verdaderamente estuviera peleando con algun gigante; y es lo bueno, que no tenia los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fué tan intensa la imaginacion de la aventura que iba á fenecer, que le hizo soñar que ya habia llegado al reino de Micomicon, y que ya estaba en la pelea con su enemigo, y habia dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con Don Quijote, y á puño cerrado le comenzó á dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y con todo aquello no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fria del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó Don Quijote, mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba. Dorotea, que vió cuan corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar á ver la batalla de su ayudador, y de su contrario. Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo: Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento, que la otra vez en este mesmo lugar, donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quien me los daba, y nunca pude ver á nadie, y ahora no parece por aquí esta cabeza que ví cortar por mis mismos ojos, y la sangre corria del cuerpo como de una fuente. —¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? dijo el ventero: ¿no ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados, y el vino tinto que nada en este aposento? que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó. —No sé nada, respondió Sancho, solo sé que vendré á ser tan desdichado, que por no hallar esta cabeza se me ha de deshacer mi condado, como la sal en el agua. Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenian las promesas que su amo le habia hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maléfico del señor, y juraba que no habia de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habian de valer los privilegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habian de echar á los rotos cueros. Tenia el

cura de las manos á Don Quijote, el cual creyendo que ya habia acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo: Bien puede la vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy mas segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo tambien de hoy mas soy quito de la palabra que os dí, pues con ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido. —¿No lo dije yo? dijo oyendo esto Sancho: sí , que no estaba yo borracho, mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante, ciertos son los toros, mi condado está de molde. ¿Quién no habia de reir con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reian, si no el ventero que se daba á Satanás; pero en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con Don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta á consolar á Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque mas tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros; y la ventera decia en voz y en grito: En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta: la vez pasada se fué con el costo de una noche de cena, cama, paja y cebada para él y para su escudero, y un rocin y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala aventura le dé Dios á él y á cuantos aventureros hay en el mundo), y que por esto no estaba obligado á pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca: y ahora por su respeto vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con mas de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido; y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre: pues no se piense, que por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, ó no me llamaria yo como me llamo, ni seria hija de quien soy. Estas y otras razones tales decia la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritórnes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreia. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacian. Dorotea consoló á Sancho Panza, diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese decabezado al gigante, le prometía en viéndóse pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho, y aseguró á la princesa que tuviese por cierto que él habia visto la cabeza del gigante, y que por mas señas tenia una barba que le llegaba á la cintura, y que si no parecia, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por via de encantamento, como él lo habia probado otra vez que habia posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena, que todo se haria bien y sucederia á pedir de boca. Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vió que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demas le rogaron la acabase: él, que á todos quiso dar gusto, y por el que él tenia de leerla, prosiguió el cuento, que así decía:

Sucedió pues, que por la satisfacion que Anselmo tenia de la bondad de Camila, vivia una vida contenta y descuidada, y Camila de industria hacia mal rostro á Lotario, porque Anselmo entendiese al reves de la voluntad que le tenia, y para mas confirmacion de su hecho, pidió licencia Lotario para no venir á su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recebia; mas el engañado Anselmo le dijo: que en ninguna manera tal hiciese, y desta manera por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto. En esto el gozo que tenia Leonela de verse calificada en sus amores, llegó á tanto, que sin mirar á otra cosa se iba tras él á suelta rienda, fiada en que su señora la encubria, y aun la advertía del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecucion. En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y queriendo entrar á ver quien los daba, sintió que le detenian la puerta: cosa que le puso mas voluntad de abrirla, y tanta fuerza hizo, que la abrió y entró adentro á tiempo que vió que un hombre saltaba por la ventana á la calle: y acudiendo con presteza á alcanzarle ó conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole: Sosiégate, señor mio, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó: es cosa mia, y tanto que es mi esposo. No lo quiso creer Anselmo, antes ciego de enojo sacó la daga, y quiso herir á Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataria. Ella con el miedo, sin saber lo que se decia, le dijo: No me mates, señor, que yo te diré cosas de mas importancia de las que puedes imaginar. —Dilas luego, dijo Anselmo, si no muerta eres. — Por ahora será imposible, dijo Leonela, segun estoy de turbada, déjame hasta mañana, que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar: está seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo desta ciudad, que me ha dado la mano de ser mi esposo. Sosegóse con esto Anselmo, y quiso aguardar el término que se le pedia, porque no pensaba oir cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad tan satisfecho y seguro; y así se salió del aposento y dejó encerrada en él á Leonela, diciéndole que de allí no saldria hasta que le dijese lo que tenia que decirle. Fué luego á ver á Camila, y á decirle, como le dijo, todo aquello que con su doncella le habia pasado, y la palabra que le habia dado de decirle grandes cosas y de importancia. Si se turbó Camila ó no, no hay para que decirlo, porque fué tanto el temor y espanto que cobró, creyendo verdaderamente (y era de creer) que Leonela habia de decir á Anselmo todo lo que sabía de su poca fe, que no tuvo ánimo para esperar si su sospecha salia faIsa ó no; y aquella mesma noche, cuando le pareció que Anselmo dormia, juntó las mejores joyas que tenia y algunos dineros, y sin ser de nadie sentida, salió de casa y se fué á la de Lotario, á quien contó lo que pasaba, y le pidió que la pusiese en cobro, ó que se ausentasen los dos donde de Anselmo pudiesen estar seguros. La confusion en que Camila puso á Lotario, fué tal, que no le sabía responder palabra, ni menos sabia resolverse en lo que haria. En fin, acordó de llevar á Camila á un monasterio, en quien era priora una su hermana. Consintió Camila en ello, y con la presteza que el caso pedia, la llevó Lotario y la dejó en el monasterio, y él ansimesmo se ausentó luego de la ciudad, sin dar parte á nadie de su ausencia. Cuando amaneció, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, con el deseo que tenia de saber lo que Leonela queria decirle, se levantó y fué adonde la habia dejado encerrada: abrió y entró en el aposento; pero no halló en él á Leonela, solo halló puestas una sábanas añudadas á la ventana, indicio y señal que por allí se habia descolgado é ido: volvió luego muy triste á decírselo á Camila, y no hallándola en la cama, ni en toda la casa, quedó asombrado: preguntó á los criados de casa por ella, pero nadie le supo dar razon de lo que pedía: acertó acaso, andando á buscar á Camila, que vió [1] sus cofres abiertos y que dellos faltaban las mas de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura: y ansi como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fué á dar cuenta de su desdicha á su amigo Lotario; mas cuando no le halló, y sus criados le dijeron que aquella noche habia faltado de casa y habia llevado consigo todos los dineros que tenia, pensó perder el juicio: y para acabar de concluir con todo, volviéndose á su casa, no halló en ella ninguno de cuantos criados ni criadas tenia, sino la casa desierta y sola: no sabia qué pensar, qué decir ni qué hacer, y poco á poco se iba volviendo el juicio: contemplábase y mirábase en un instante sin muger, sin amigo y sin criados, desamparado á su parecer del cielo que le cubria, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vió su perdicion: resolvióse en fin á cabo de una gran pieza de irse á la aldea de su amigo, donde habia estado cuando dió lugar á que se maquinase toda aquella desventura; cerró las puertas de su casa, subió á caballo, y con desmayado aliento se puso en camino: y apenas hubo andado la mitad, cuando acosado de sus pensamientos le fué forzoso apearse y arrendar su caballo á un árbol, á cuyo tronco se dejó caer dando tiernos y dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta que casi anochecia; y á aquella hora vió que venia un hombre á caballo de la ciudad, y despues de haberle saludado, le preguntó qué nuevas habia en Florencia. —El ciudadano respondió: Las mas estrañas que muchos dias ha se han oido en ella, porque se dice públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivia á San Juan, se llevó esta noche á Camila, muger de Anselmo, el cual tampoco parece: todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche la halló el gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de Anselmo: en efeto, no sé puntualmente como pasó el negocio, solo sé que toda la ciudad está admirada deste suceso, porque no se podia esperar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que los llamaban: los dos amigos. —Sábese por ventura, dijo Anselmo, el camino que llevan Lotario y Camila? —Ni por pienso, dijo el ciudadano, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en buscarlos. —A Dios vais, señor, dijo Anselmo. —Con él quedéis, respondió el ciudadano, y fuése.

Con tan desdichadas nuevas, casi casi llegó á términos Anselmo no solo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantóse como pudo, y llegó á casa de su amigo, que aun no sabia su desgracia; mas como le vió llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algun grave mal venia fatigado. Pidió luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir: hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aunque le cerrasen las puertas. Viéndose pues solo, comenzó á cargar tanto la imaginacion de su desventura, que claramente conoció, por las premisas mortales que en sí sentia, que se le iba acabando la vida, y así ordenó de dejar noticia de la causa de su estraña muerte: y comenzando á escribir, antes que acabase de poner todo lo que queria, le faltó el aliento, y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente. Viendo el señor de casa que era ya tarde, y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar á saber si pasaba adelante su indisposicion, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenia aun la pluma en la mano. Llegóse el huésped á él, habiéndole llamado primero, y trabándole por la mano, viendo que no le respondia, y hallándole frio, vió que estaba muerto: admiróse y congojóse en gran manera, y llamó á la gente de casa para que viesen la desgracia que á Anselmo sucedia; y finalmente, leyó el papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenia estas razones: "Un necio é impertinente deseo me quitó la vida: si las nuevas de mi muerte llegaren á los oidos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada á hacer milagros, ni yo tenia necesidad de querer que ella los hiciese: y pues yo fuí el fabricador de mi deshonra, no hay para que….." Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razon, se le acabó la vida. Otro dia dio aviso su amigo á los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabian su desgracia y el monasterio donde Camila estaba casi en el término de acompañar á su esposo en aquel forzoso viage, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dícese que aunque se vió viuda, no quiso salir del monasterio, ni menos hacer profesion de monja, hasta que (no de allí á muchos días) le vinieron nuevas que Lotario habia muerto en una batalla, que en aquel tiempo dio Monsieur de Lautrec al Gran Capitan Gonzalo Fernandez de Córdova en el reino de Nápoles, donde había ido á parar el tarde arrepentido amigo: lo cual sabido por Camila, hizo profesion, y acabó en breves dias la vida á las rigurosas manos de tristezas y melancolías. Este fué el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.

Bien, dijo el cura, me parece esta novela; pero no me puedo persuadir que esto sea verdad, y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio, que quiera hacer tan costosa esperiencia como Anselmo: si este caso se pusiera entre un galan y una dama, pudiérase llevar, pero entre marido y muger, algo tiene de imposible: y en lo que toca al modo de contarle no me descontenta.



  1. A ver.