El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/XXIII

CAPÍTULO XXIII.


De lo que le aconteció al famoso Don Quijote en Sierra Morena, que fué una de las mas raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan.


V

IÉNDOSE tan mal parado Don Quijote, dijo á su escudero: Siempre, Sancho, lo he oido decir, que el hacer bien á villanos es echar agua en el mar: si yo hubiera creido lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre; pero ya está hecho, paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante.—Así escarmentará vuestra merced, respondió Sancho, como yo soy turco; pero pues dice que si me hubiera creido se hubiera escusado este daño, creame ahora, y se escusará otro mayor, porque le hago saber que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da á ella por cuantos caballeros andantes hay, dos maravedis: y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban por los oidos.—Naturalmente eres cobarde, Sancho, dijo Don Quijote; pero porque no digas que soy contumaz, y que jamas hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condicion, que jamas en vida ni en muerte has de decir á nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer á tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora te desmiento, y digo que mientes, y mentirás todas las veces que lo pensares ó lo dijeres; y no me repliques mas, que en solo pensar que me aparto y retiro de algun peligro, especialmente deste que parece que lleva algun es no es de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo no solamente á la Santa Hermandad que dices y temes, sino á los hermanos de las doce tribus de Israel, y á los siete Mancebos[1], y á
Cástor y á Pólux, y aun á todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo.—Señor, respondió Sancho, que el retirarse no es huir, ni el esperar es cordura cuando el peligro sobrepuja á la esperanza; y de sabios es guardarse hoy para mañana, y no aventurarse todo en un dia; y sepa que, aunque safio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno: así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, ó si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que hemos menester ahora mas los piés que las manos. Subió Don Quijote sin replicarle mas palabra, y guiando Sancho sobre su asno, se entraron por una parte de Sierra Morena que allí junto estaba, llevando Sancho intencion de atravesarla toda, é ir á salir al Viso ó á Almodovar del Campo, y esconderse algunos dias por aquellas asperezas por no ser hallados, si la Hermandad los buscase: animóle á esto haber visto que de la refriega de los galeotes se habia escapado libre la despensa que sobre su asno venia, cosa que la juzgó á milagro, segun fué lo que llevaron y buscaron los galeotes. Aquella noche llegaron á la mitad de las entrañas de Sierra Morena, adonde le pareció á Sancho pasar aquella noche, y aun otros algunos dias, á lo menos todos aquellos que durase el matalotage que llevaba; y así hicieron noche entre dos peñas y entre muchos alcornoques. Pero la suerte fatal, que segun la opinion de los que no tienen lumbre de la verdadera fe, todo lo guia, guisa y compone á su modo, ordenó que Gines de Pasamonte, el famoso embustero y ladron que de la cadena por virtud y locura de Don Quijote se habia escapado, llevado del miedo de la Santa Hermandad, de quien con justa razon temia, acordó de esconderse en aquellas montañas, y llevóle su suerte y su miedo á la mesma parte donde habia llevado á Don Quijote y á Sancho Panza á hora y tiempo que los pudo conocer, y á punto que los dejó dormir: y como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea ocasion de acudir á lo que se debe[2], y el remedio presente venza á lo porvenir, Gines, que no era ni agradecido ni bien intencionado, acordó de hurtar el asno á Sancho Panza, no curándose de Rocinante, por ser prenda tan mala para empeñada como para vendida. Dormia Sancho Panza, hurtóle su jumento, y antes que amaneciese se halló bien lejos de poder ser hallado. Salió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo á Sancho Panza, porque halló menos su rucio, el cual viéndose sin él, comenzó á hacer el mas triste y doloroso llanto del mundo, y fué de manera que Don Quijote despertó á las voces, y oyó que en ellas decia: ¡O hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi muger, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedis que ganabas cada dia, mediaba yo mi despensa! Don Quijote que vió el llanto y supo la causa, consoló á Sancho con las mejores razones que pudo, y le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa de cinco que habia dejado en ella. Consolóse Sancho con esto, y limpió sus lágrimas, templó sus sollozos y agradeció á Don Quijote la merced que le hacia. El cuál como entró por aquellas montañas, se le alegró el corazon, pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba. Reduciánsele á la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantes soledades y asperezas habian sucedido á caballeros andantes: iba pensando en estas cosas tan embebecido y transportado en ellas, que de ninguna otra se acordaba, ni Sancho llevaba otro cuidado (despues que le pareció que caminaba por parte segura) sino de satisfacer su estómago con los relieves que del despojo clerical habian quedado, y así iba tras su amo, cargado con todo aquello que habia de llevar el rucio[3], sacando de un costal y embaulando en su panza: y no se le diera por hallar otra aventura, entre tanto que iba de aquella manera, un ardite. En esto alzó los ojos y vió que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzon alzar no sé qué bulto que estaba caido en el suelo, por lo cual se dió priesa á llegar á ayudarle si fuese menester; y cuando llegó fué á tiempo que alzaba con la punta del lanzon un cojin y una maleta asida é él, medio podridos, ó podridos del todo y deshechos; mas pesaba tanto, que fué necesario que Sancho se apease á tomarlos, y mandóle su amo que viese lo que en la maleta venia. Hízolo con mucha presteza Sancho, y aunque la maleta venia cerrada con una cadena y su candado, por lo roto y podrido della vió lo que en ella habia, que eran cuatro camisas de delgada holanda, y otras cosas de lienzo, no menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y así como los vió dijo: ¡Bendito sea todo el cielo que nos ha
deparado una aventura que sea de provecho! y buscando mas, halló un librillo de memoria ricamente guarnecido: este le pidió Don Quijote, y mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él. Besóle las manos Sancho por la merced, y desbalijando á la balija de su lencería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por Don Quijote, dijo:—Paréceme, Sancho, (y no es posible que sea otra cosa) que algun caminante descaminado debió de pasar por esta sierra, y salteándole malandrines, le debieron de matar, y le trujeron á enterrar en esta tan escondida parte.—No puede ser eso, respondió Sancho, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí este dinero.—Verdad dices, dijo Don Quijote, y así no adivino, ni doy en lo que esto pueda ser; mas espérate, veremos si en este librillo de memoria hay alguna cosa escrita, por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo que deseamos. Abrióle, y lo primero que halló en él escrito como en borrador, aunque de muy buena letra, fué un soneto, que leyéndole alto porque Sancho tambien lo oyese, vió que decia desta manera:

O le falta al amor conocimiento,
O le sobra crueldad, ó no es mi pena
Igual á la ocasion que me condena
Al género mas duro de tormento.

Pero si amor es Dios, es argumento
Que nada ignora, y es razon muy buena
Que un Dios no sea cruel. ¿Pues quién ordena
El terrible dolor que adoro y siento?

Si digo que sois vos, Fili, no acierto,
Que tanto mal en tanto bien no cabe,
Ni me viene del cielo esta ruina.

Presto habré de morir, que es lo mas cierto,
Que al mal de quien la causa no se sabe,
Milagro es acertar la medicina.


Por esa trova, dijo Sancho, no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo.—¿Qué hilo está aquí? dijo Don Quijote.—Paréceme, dijo Sancho, que vuestra merced nombró ahí hilo.—No dije sino Fili, respondió Don Quijote, y este sin duda es el nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto, y á fe que debe de ser razonable poeta, ó yo sé poco del arte.—¿Luego tambien, dijo Sancho, se le entiende á vuestra merced de trovas?—Y mas de lo que tú piensas, respondió Don Quijote, y veráslo cuando lleves una carta escrita en verso de arriba abajo á mi señora Dulcinea del Toboso: porque quiero que sepas, Sancho, que todos ó los mas caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos, que estas dos habilidades, ó gracias, por mejor decir, son anecsas á los enamorados andantes: verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen mas de espíritu que de primor.—Lea mas vuestra merced, dijo Sancho, que ya hallará algo que nos satisfaga. Volvió la hoja Don Quijote, y dijo:—Esto es prosa, y parece carta.—¿Carta misiva, señor? preguntó Sancho.—En el principio no parece sino de amores, respondió Don Quijote.—Pues lea vuestra merced alto, dijo Sancho, que gusto mucho destas cosas de amores.—Qué me place, dijo Don Quijote; y leyéndola alto, como Sancho se lo habia rogado, vió que decia de esta manera.

‟Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan á parte donde antes volverán á tus oidos las nuevas de mi muerte, que las razones de mis quejas. Desechásteme ¡ó ingrata! por quien tiene mas, no por quien vale mas que yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas agenas, ni llorara desdichas propias: lo que levantó tu hermosura han derribado tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco que eres muger. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes arrepentida de lo que heciste, y yo no tome venganza de lo que no deseo.”

Acabando de leer la carta, dijo Don Quijote: Menos por esta que por los versos se puede sacar mas de que quien la escribió es algun desdeñado amante: y hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo que todos contenian eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros. En tanto que Don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincon en toda ella ni en el cojin que no buscase, escudriñase é inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que no escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal golosina habian despertado en él los hallados escudos, que pasaban de ciento, y aunque no halló mas de lo hallado, dió por bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar del brebage, las bendiciones de las estacas, las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gaban, y toda la hambre, sed y cansancio que habia pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba mas que rebien pagado con la merced recebida de la entrega del hallazgo. Con gran deseo quedó el caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando por el soneto y carta, por el dinero en oro, y por las tan buenas camisas, que debia de ser de algun principal enamorado, á quien desdenes y malos tratamientos de su dama debian de haber conducido á algun desesperado término; pero como por aquel lugar inhabitable y escabroso no parecia persona alguna de quien poder informarse, no se curó de mas que de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante queria, que era por donde él podia caminar, siempre con imaginacion que no podia faltar por aquellas malezas alguna estraña aventura. Yendo pues con este pensamiento, vió que por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecia, iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con estraña ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados, los piés descalzos y las piernas sin cosa alguna: los muslos cubrian unos calzones, al parecer de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos, que por muchas partes se le descubrian las carnes: traia la cabeza descubierta, y aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el caballero de la Triste Figura: y aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado á la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas, y mas siendo él de suyo pasicorto y flemático. Luego imaginó Don Quijote que aquel era el dueño del cojin y de la maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas hasta hallarle: y así mandó á Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte de la montaña, que él iria por la otra, y podria ser que topasen con esta diligencia con aquel hombre que con tanta priesa se les habia quitado de delante.—No podré hacer eso, respondió Sancho, porque en apartándome de vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de sobresaltos y visiones: y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquí adelante no me aparte un dedo de su presencia.—Así será, dijo el de la Triste Figura, y yo estoy muy contento de que te quieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte el ánima del cuerpo: vente ahora tras mí poco á poco, ó como pudieres, y haz de los ojos lanternas, rodearemos esta serrezuela, quizá toparemos aquel hombre que vimos, el cual sin duda alguna no es otro que el dueño de nuestro hallazgo. A lo que Sancho respondió:—Harto mejor seria no buscarle, porque si le hallamos, y acaso fuese el dueño del dinero, claro está que lo tengo de restituir; y así fuera mejor, sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo yo con buena fe, hasta que por otra via menos curiosa y diligente pareciera su verdadero señor, y quizá fuera á tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacia franco.—Engáñaste en eso, Sancho, respondió Don Quijote, que ya que hemos caido en sospecha de quien es el dueño, casi delante [4], estamos obligados á buscarle y volvérselos: y cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha que tenemos de que él lo sea, nos pone ya en tanta culpa, como si lo fuese: así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle, por la que á mí se me quitará si le hallo: y así picó á Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento: y habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo caida, muerta y medio comida de perros, y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada, todo lo cual confirmó en ellos mas la sospecha de que aquel que huia era el dueño de la mula y del cojin. Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y á deshora á su siniestra mano parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas por cima de la montaña pareció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Dióle voces Don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban. Él respondió á gritos, que quién les habia traido por aquel lugar, pocas ó ningunas veces pisado, sino de piés de cabras ó de lobos, y otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que de todo le darian buena cuenta. Bajó el cabrero, y en llegando adonde Don Quijote estaba, dijo:—Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa hondonada, pues á buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar: díganme ¿han topado por ahí su dueño?—No hemos topado á nadie, respondió Don Quijote, sino á un cojin y á una maletilla, que no lejos deste lugar hallamos.—También la hallé yo, respondió el cabrero; mas nunca la quise alzar, ni llegar á ella, temeroso de algun desman, y de que no me la pidiesen por de hurto: que es el diablo sotil, y debajo de los piés se levanta allombre cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no.—Eso mesmo es lo que yo digo, respondió Sancho, que tambien la hallé yo, y no quise llegar á ella con un tiro de piedra: allí la dejé, y allí se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro.—Decidme, buen hombre, dijo Don Quijote, ¿sabeis vos quién sea el dueño destas prendas?—Lo que sabré yo decir, dijo el cabrero, es, que habrá al pié de seis meses poco mas á menos, que llegó á una majada de pastores que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojin y maleta que decis que hallastes y no tocastes: preguntónos que cuál parte de esta sierra era la mas áspera y escondida: dijímosle que era esta donde ahora estamos, y es así la verdad, porque si entrais media legua mas adentro, quizá no acertareis á salir, y estoy maravillado de cómo habeis podido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que á este lugar encamine. Digo, pues, que en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y encaminó ácia el lugar donde le señalamos, dejándonos á todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le viamos caminar y volverse ácia la sierra: y desde entonces nunca mas le vimos, hasta que desde allí á algunos dias salió al camino á uno de nuestros pastores, y sin decille nada se allegó á él y le dió muchas puñadas y coces, y luego se fué á la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso en ella traia, y con estraña ligereza, hecho esto, se volvió á entrar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le anduvimos á buscar casi dos dias por lo mas cerrado desta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente alcornoque. Salió á nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido y el rostro desfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocimos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que de ellos teniamos, nos dieron á entender que era el que buscábamos. Saludónos cortesmente, y en pocas y muy buenas razones nos dijo, que no nos maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenia para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le habia sido impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era, mas nunca lo pudimos acabar con él: pedímosle tambien que cuando hubiese menester el sustento, sin el cual no podia pasar, nos dijese dónde le hallariamos, porque con mucho amor y cuidado se lo llevariamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto, que á lo menos saliese á pedirlo, y no á quitarlo á los pastores. Agradeció nuestro ofrecimiento, pidió perdon de los asaltos pasados, y ofreció de pedillo de allí adelante por amor de Dios sin dar molestia alguna á nadie. En cuanto lo que tocaba á la estancia de su habitacion, dijo que no tenia otra, que aquella que le ofrecia la ocasion donde le tomaba la noche: y acabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra los que escuchádole habiamos, si en él no le acompañáramos, considerándole como le habiamos visto la vez primera, y cual le veiamos entonces; porque como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona, que puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba á darse á conocer á la mesma rusticidad: y estando en lo mejor de su plática, paró y enmudecióse, clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando en qué habia de parar aquel embelesamiento con no poca lástima de verlo, porque por lo que hacia de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos apretando los labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algun accidente de locura le habia sobrevenido: mas él nos dió á entender presto ser verdad lo que pensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo donde se habia echado, y arremetió con el primero que halló junto á sí con tal denuedo y rabia, que si no se le quitáramos, le matara á puñadas y á bocados, y todo esto hacia diciendo: ¡Ah fementido Fernando! aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me heciste, estas manos te sacarán el corazon donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño: y á estas añadia otras razones que todas se encaminaban á decir mal de aquel Fernando, y á tacharle de traidor y fementido. Quitámossele, pues, con no poca pesadumbre, y él sin decir mas palabra se apartó de nosotros, y se emboscó corriendo por entre estos jarales y malezas, de modo que nos imposibilitó el seguille: por esto conjeturamos que la locura le venia á tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando, le debia de haber hecho alguna mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término á que le habia conducido: todo lo cual se ha confirmado despues acá con las veces, que han sido muchas, que él ha salido al camino, unas á pedir á los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras á quitárselo por fuerza, porque, cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma á puñadas, y cuando está en su seso lo pide por amor de Dios cortes y comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas: y en verdad os digo, señores, prosiguió el cabrero, que ayer determinamos yo y cuatro zagales, los dos criados y los dos amigos mios, de buscarle hasta tanto que le hallemos, y despues de hallado, ya por fuerza, ya por grado, le hemos de llevar á la Villa de Almodóvar, que está de aquí ocho leguas, y allí le curaremos, si es que su mal tiene cura, ó sabremos quien es, cuando esté en su seso, y si tiene parientes á quien dar noticia de su desgracia. Esto es, señores, lo que sabré deciros de lo que me habeis preguntado, y entended que el dueño de las prendas que hallastes, es el mesmo que vistes pasar con tanta ligereza como desnudez: (que ya le habia dicho Don Quijote como habia visto pasar aquel hombre saltando por la sierra) el cual quedó admirado de lo que al cabrero habia oido, y quedó con mas deseo de saber quién era el desdichado loco, y propuso en sí lo mesmo que ya tenia pensado, de buscalle por toda la montaña, sin dejar rincon ni cueva en ella que no mirase, hasta hallarle; pero hízolo mejor la suerte de lo que él pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareció por entre una quebrada de una sierra, que salia donde ellos estaban el mancebo que buscaba, el cual venia hablando entre sí cosas que no podian ser entendidas de cerca, cuanto mas de lejos. Su trage era cual se ha pintado, solo que llegando cerca, vió Don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre sí traia era de ámbar, por donde acabó de entender, que persona que tales hábitos traia, no debia de ser de ínfima calidad. En llegando el mancebo á ellos, los saludó con una voz desentonada y bronca, pero con mucha cortesía. Don Quijote le volvió las saludes con no menos comedimiento, y apeándose de Rocinante con gentil continente y donaire, le fué á abrazar, y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos lo hubiera conocido. El otro, á quien podemos llamar el Roto de la Mala Figura, como á Don Quijote el de la Triste, despues de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y puestas sus manos en los hombros de Don Quijote, le estuvo mirando como que queria ver si le conocia, no menos admirado quizá de ver la figura, talle y armas de Don Quijote, que Don Quijote lo estaba de verle á él: en resolucion, el primero que habló despues del abrazamiento, fué el Roto, y dijo lo que se dirá adelante.

  1. Así se lee en las primeras ediciones; pero acaso en el original del autor se leeria Macabeos, palabra fácil de equivocarse en la imprenta con la de mancebos. En la historia eclesiástica se habla de siete hermanos mártires, pero no consta que fuesen mancebos, y la hermandad mas famosa y conocida es la de los siete Macabeos.
  2. Así en todas las ediciones. Acaso en el original del autor se dirá á lo que no se debe.
  3. En la edicion de 1605 se decia en este lugar: sentado á mugeriegas sobre su jumento, y esta es la primera vez que el autor corrigió en la de 1608, el descuido de introducir á Sancho sobre su asno, hurtado ya por Pasamonte: y aunque lo enmendó tambien en otras ocasiones, pero no en todas.
  4. Este lugar, defectuoso en las dos ediciones primeras, haria sentido añadiendo estas palabras: de aquí adelante; o estas otras, á quien tenemos ó tuvimos casi delante.