El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/X

CAPÍTULO X

De los graciosos razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza su escudero [1].


Y

a en este tiempo se habia levantado Sancho Panza algo maltratado de los mozos de los frailes, y habia estado atento á la batalla de su señor Don Quijote, y rogaba á Dios en su corazon fuese servido de darle vitoria, y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo habia prometido. Viendo pues ya acabada la pendencia, y que su amo volvia á subir sobre Rocinante, llegó á tenerle el estribo, y antes que subiese, se hincó de rodillas delante dél, y asiéndole de la mano, se la besó y le dijo:—Sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mio, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien, como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió Don Quijote:—Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las á estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa, que sacar rota la cabeza, ó una oreja menos: tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino mas adelante.=Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó á subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno, y comenzó á seguir á su señor, que á paso tirado, sin despedirse ni hablar mas con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho á todo el trote de su jumento; pero caminaba tanto Rocinante, que viéndose quedar atras, le fué forzoso dar voces á su amo, que se aguardase. Hízolo así Don Quijote, teniendo las riendas á Rocinante, hasta que llegase su cansado
do escudero, el cual en llegando, le dijo:—Paréceme, señor, que seria acertado irnos á retraer á alguna iglesia: que segun quedó mal trecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso á la Santa Hermandad, y nos prendan; y á fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos ha de sudar el hopo.—Calla, dijo Don Quijote: ¿y dónde has visto tu ó leido jamas, que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por mas homicidios que hubiese cometido?—Yo no sé nada de omecillos, respondió Sancho, ni en mi vida le caté á ninguno: solo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.—Pues no tengas pena, amigo, respondió Don Quijote, que yo te sacaré de las manos de los Caldeos, cuánto mas de la Hermandad. Pero dime por tu vida: ¿has tú visto mas valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leido en historias otro que tenga ni haya tenido mas brio en acometer, mas aliento en el perseverar, mas destreza en el herir, ni mas maña en el derribar?—La verdad sea, respondió Sancho, que yo no he leido ninguna historia jamas, porque ni sé leer ni escribir; mas lo que osaré apostar es, que mas atrevido amo que vuestra merced, yo no le he servido en todos los dias de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego á vuestra merced es, que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja, que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.—Todo eso fuera bien escusado, respondió Don Quijote, si á mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabras, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.—¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? dijo Sancho Panza.—Es un bálsamo, respondió Don Quijote, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor á la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna: y así, cuando yo le haga y te le dé, no tienes mas que hacer, sino que cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caido en el suelo y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo: luego me darás á beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar mas sano que una manzana.—Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor, que para mí tengo, que valdrá la onza á donde quiera mas de á dos reales, y no he menester yo mas para pasar esta vida honrada y descansadamente; pero es de saber ahora, si tiene mucha costa el hacelle.—Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres, respondió Don Quijote.—¡Pecador de mí! replicó Sancho: ¿pues á qué aguarda vuestra merced á hacerle y á enseñármele.—Calla amigo, respondió Don Quijote, que mayores secretos pienso enseñarte, y mayores mercedes hacerte: y por ahora curémonos, que la oreja me duele mas de lo que yo quisiera.=Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento; mas cuando Don Quijote llegó á ver rota su celada, pensó perder el juicio; y puesta la mano en la espada, y alzando los ojos al cielo, dijo: Yo hago juramento al Criador de todas las cosas, y á los santos cuatro evangelios, donde mas largamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marques de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos: que fué de no comer pan á manteles, ni con su muger folgar, y otras cosas, que aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por espresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo. Oyendo esto Sancho, le dijo:—Advierta vuestra merced, señor Don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le dejó ordenado, de irse á presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debia, y no merece otra pena, si no comete nuevo delito.—Has hablado y apuntado muy bien, respondió Don Quijote: y así anulo el juramento, en cuanto lo que toca á tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo, de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como esta á algun caballero: y no pienses, Sancho, que así á humo de pajas hago esto: que bien tengo á quien imitar en ello, que esto mesmo pasó al pié de la letra sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó á Sacripante.—Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mio, replicó Sancho, que son muy en daño de la salud, y muy en perjuicio de la conciencia: si no dígame ahora: si acaso en muchos dias no topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿hase de cumplir el juramento á despecho de tantos inconvenientes é incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenia el juramento de aquel loco viejo del marques de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no solo no traen celadas, pero quizá no las han oido nombrar en todos los dias de su vida.—Engáñaste en eso, dijo Don Quijote, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos mas armados que los que vinieron sobre Albraca á la conquista de Angélica la Bella.—Alto pues, sea así, dijo Sancho, y á Dios prazga que nos suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esa ínsula que tan cara me cuesta, y muérame yo luego.—Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno, que cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, ó el de Sobradisa, que te vendrán como anillo al dedo, y mas que por ser en tierra firme te debes mas alegrar.

Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algun castillo, donde alojemos esta noche, y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto á Dios que me va doliendo mucho la oreja.—Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuantos mendrugos de pan, dijo Sancho; pero no son manjares que pertenecen á tan valiente caballero como vuestra merced.—Qué mal lo entiendes, respondió Don Quijote. Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren mas á mano: y esto se te hiciera cierto, si hubieras leido tantas historias como yo, que aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relacion de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso, y en algunos suntuosos banquetes que les hacian, y los demas dias se los pasaban en flores; y aunque se deja entender que no podian pasar sin comer, y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efeto eran hombres como nosotros, hase de entender tambien, que andando lo mas del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su mas ordinaria comida seria de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que á mí me da gusto, ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.—Perdóneme vuestra merced, dijo Sancho, que como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caido en las reglas de la profesion caballeresca: y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de mas sustancia.—No digo yo, Sancho, replicó Don Quijote, que sea forzoso á los caballeros andantes no comer otra cosa sino las frutas que dices; sino que su mas ordinario sustento debia de ser dellas, y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocian, y yo también conozco.—Virtud es, respondió Sancho, conocer esas yerbas, que, segun yo me voy imaginando, algun dia será menester usar de ese conocimiento. Y sacando en esto lo que dijo que traia, comieron los dos en buena paz y compaña. Pero deseosos de buscar adonde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida. Subieron luego á caballo, y diéronse priesa por llegar á poblado antes de que anocheciese; pero faltóles el sol y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto á unas chozas de unos cabreros, y así determinaron de pasarla allí: que cuanto fué de pesadumbre para Sancho no llegar á poblado, fué de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedia, era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería.



  1. El epígrafe de este capítulo X en las primeras ediciones, dice: ‟De lo que mas le avino á Don Quijote con el vizcaino, y del peligro en que se vió con una turba de yangüesess.”