El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/VIII
CAPÍTULO VIII.
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamas imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordacion.
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la órden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran mas pequeñas dos mulas en que venian: traian sus antojos de camino y sus quitasoles. Detras dellos venia un coche con cuatro ó cinco de á caballo que le acompañaban, y dos mozos de mulas á pié: venia en el coche, como despues se supo, una señora vizcaina que iba á Sevilla donde estaba su marido, que pasaba á las Indias con un muy honroso cargo. No venian los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas apenas los divisó Don Quijote, cuando dijo á su escudero:—O yo me engaño, ó esta ha de ser la mas famosa aventura que se ha visto, porque aquellos bultos negros que allí parecen, deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto á todo mi poderío.—Peor será esto que los molinos de viento, dijo Sancho. Mire, señor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasagera: mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe.—Ya te he dicho, Sancho, respondió Don Quijote, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.=Y diciendo esto se adelantó, y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venian, y en llegando tan cerca que á él le pareció que le podian oir lo que dijese, en alta voz dijo:—Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche llevais forzadas; si no, aparejaos á recebir presta muerte por justo castigo de vuestras malas obras.=Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de Don Quijote, como de sus razones, á las cuales respondieron:—Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen ó no ningunas forzadas princesas.—Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla, dijo Don Quijote:=y sin esperar mas respuesta, picó á Rocinante, y la lanza baja, arremetió contra el primero fraile con tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun mal ferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vió del modo que trataban á su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó á correr por aquella campaña mas ligero que el mismo viento. Sancho Panza, que vió en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió á él y le comenzó á quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y preguntáronle que ¿por qué le desnudaba?—Respondióles Sancho, que aquello le tocaba á él legítimamente como despojos de la batalla que su señor Don Quijote habia ganado.=Los mozos, que no sabian de burlas, ni entendian aquello de despojos ni batallas, viendo que ya Don Quijote estaba desviado de allí hablando con las que en el coche venian, arremetieron con Sancho, y dieron con él en el suelo, y sin dejarle pelo en las barbas, le molieron á coces, y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido: y sin detenerse un punto, tornó á subir el fraile todo temeroso y acobardado, y sin color en el rostro: y cuando se vió á caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose mas cruces que si llevaran al diablo á las espaldas.
Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: La vuestra fermosura, señora mia, puede facer de su persona lo que mas le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo derribada por este mi fuerte brazo; y porque no peneis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa Doña Dulcinea del Toboso: y en pago del beneficio que de mí habeis recebido, no quiero otra cosa, sino que volvais al Toboso, y que de mi parte os presenteis ante esta señora, y le digais lo que por vuestra libertad he fecho. Todo esto que Don Quijote decia, escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaino: el cual viendo que no queria dejar pasar el coche adelante, sino que decia que luego habia de dar la vuelta al Toboso, se fué para Don Quijote, y asiéndole de la lanza, le dijo en mala lengua castellana y peor vizcaina, desta manera:—Anda, caballero, que mal andes: por el Dios que crióme, que si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaino.=Entendióle muy bien Don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:—Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaino:—¿Yo nocaballero? juro á Dios tan mientes, como cristiano: si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuan presto verás que al gato llevas[2]: vizcaino por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes, que mira si otra dices cosa.—Ahora lo verédes, dijo Agrages[3], respondió Don Quijote:=y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaino con determinacion de quitarle la vida. El vizcaino que así le vió venir, aunque quisiera apearse de la mula, que por ser de las malas de alquiler no habia que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada. Pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demas gente quisiera ponerlos en paz; mas no pudo, porque decia el vizcaino en sus mal trabadas razones, que si no la dejaban acabar su batalla, que él mesmo habia de matar á su ama y á toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veia, hizo al cochero que se desviase de allí algun poco, y desde lejos se puso á mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dió el vizcaino una gran cuchillada á Don Quijote encima de un hombro por encima de la rodela, que á dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dió una gran voz diciendo: ¡O señora de mi alma Dulcinea, flor de la fermosura! socorred á este vuestro caballero, que por satisfacer á la vuestra mucha bondad en este riguroso trance se halla. El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaino, todo fué en un tiempo, llevando determinacion de aventurarlo todo á la de un solo golpe. El vizcaino, que así le vió venir contra él, bien entendió por su denuedo su corage, y determinó de hacer lo mesmo que Don Quijote: y así le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula á una ni á otra parte, que ya de puro cansada, y no hecha á semejantes niñerías, no podia dar un paso. Venia, pues, como se ha dicho, Don Quijote contra el cauto vizcaino con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaino le aguardaba ansimesmo, levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que habia de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban, y la señora del coche y las demas criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos á todas las imágenes y casas de devocion de España, porque Dios librase á su escudero y á ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
Pero está el daño de todo esto, que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló mas escrito destas hazañas de Don Quijote de las que deja referidas: bien es verdad, que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada á las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos ó en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen: y así con esta imaginacion no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.
- ↑ Era un hierro que se introducia en el peto á la parte derecha, donde encajaba el cabo de la manija de la lanza para afirmar en él.
- ↑ Dícese este refran del que vence á otro porfiando ó riñendo. Está tomado del juego en que atados dos á una soga, cada uno de su cabo forcejean cerca de algun pantano para mayor diversion, y el que echa al otro en él, vence. De otro modo jugaban tambien este juego los griegos y romanos, de quienes vino á España, según dice Rodrigo Caro en sus Dias Geniales ó Lúdicros. (Diálogo V. § I). Cobarruvias le da otro origen en su Tesoro en la palabra Gatear.
- ↑ Espresion que suele usar Agrages, hijo del rey Languines, grande amigo de Amadis, en cuya historia se introduce con frecuencia.