El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/VI



CAPÍTULO VI.

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo.


E

L cual [1] aun todavía dormia. Pidió [2] las llaves á la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dió de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron mas de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados y otros pequeños; y así como el ama los vió, volvióse á salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:—Tome vuestra merced, señor licenciado, rocíe este aposento, no esté aquí algun encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de las que les queremos dar, echándolos del mundo.=Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno á uno, para ver de qué trataban, pues podia ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.—No, dijo la sobrina, no hay para que perdonar á ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.=Lo mesmo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenian de la muerte de aquellos inocentes. Mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que Maese Nicolas le dió en las manos, fué los cuatro de Amadis de Gaula. Y dijo el cura:—Parece cosa de misterio esta, porque segun he oido decir, este libro fué el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demas han tomado principio y orígen deste; y así me parece que como á dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin escusa alguna condenar al fuego.—No señor, dijo el barbero, que tambien he oido decir que es el mejor de todos los libros que deste género se han compuesto; y así cómo á único en su arte se debe perdonar.—Así es verdad, dijo el cura, y por esa razon se le otorga la vida por ahora.—Veamos esotro que está junto á él.—Es, dijo el barbero. Las Sergas de Esplandian [3] hijo legítimo de Amadis de Gaula.—Pues en verdad, dijo el cura, que no le ha de valer al hijo la bondad del padre: tomad, señora ama, abrid esa ventana, y echalde al corral, y dé principio al monton de la hoguera que se ha de hacer.=Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandian fué volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.—Adelante, dijo el cura.—Este que viene, dijo el barbero, es Amadis de Grecia; y aun todos los de este lado, á lo que creo, son del mesmo linage de Amadis.—Pues vayan todos al corral, dijo el cura, que á trueco de quemar á la reina Pintiquiniestra [4], y al pastor Darinel y á sus Églogas, y á las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.—De ese parecer soy yo, dijo el barbero.—Y aun yo, añadió la sobrina.—Pues así es, dijo el ama, vengan, y al corral con ellos.—Diéronselos (que eran muchos), y ella ahorró la escalera, y dió con ellos por la ventana abajo.—¿Quién es ese tonel? dijo el cura —Este es, respondió el barbero, Don Olivante de Laura.—El autor dese libro, dijo el cura, fué el mesmo que compuso á Jardin de Flores; y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es mas verdadero, ó por decir mejor, menos mentiroso: solo sé decir que este irá al corral por disparatado y arrogante.—Este que se sigue, es Florismarte de Hircania, dijo el barbero.—¿Ahí está el señor Florismarte? replicó el cura; pues á fe que ha de parar presto en el corral á pesar de su estraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar á otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él, y con esotro, señora ama.—Qué me place, señor mio, respondia ella, y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.—Este es El caballero Platir, dijo el barbero.—Antiguo libro es ese, dijo el cura, y no hallo en él cosa que merezca venia: acompañe á los demás sin réplica; y así fué hecho.—Abrióse otro libro, y vieron que tenia por título: El caballero de la Cruz. Por nombre tan santo como este libro tiene, se podia perdonar su ignorancia; mas tambien se suele decir, tras la cruz está el diablo: vaya al fuego.—Tomando el barbero otro libro, dijo: Este es Espejo de caballerías.—Ya conozco á su merced, dijo el cura: ahí anda el señor Reinaldos de Montalvan con sus amigos y compañeros, mas ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpin; y en verdad que estoy por condenarlos no mas que á destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invencion del famoso Mateo Boyardo, de donde tambien tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.—Pues yo le tengo en italiano, dijo el barbero, mas no le entiendo.—Ni aun fuera bien que vos le entendiérades, respondió el cura; y aquí le perdonáramos al señor capitan que no le hubiera traido á España, y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamas llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo en efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco hasta que con mas acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando á un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y á otro llamado Roncesvalles, que estos en llegando á mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego sin remision alguna.=Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diria otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro, vió que era Palmerin de Oliva, y junto á él estaba otro, que se llamaba Palmerin de Inglaterra. Lo cual visto por el licenciado, dijo:—Esa Oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como á cosa única, y se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor Maese Nicolas, que este y Amadis de Gaula queden libres del fuego, y todos los demas, sin hacer mas cala y cata, perezcan.—No, señor compadre, replicó el barbero, que este que aquí tengo, es el afamado Don Belianis.—Pues ese, replicó el cura, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo, para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama, y otras impertinencias de mas importancia, para lo cual se les da término ultramarino[5], y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia ó de justicia, y en tanto tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer á ninguno.—Qué me place, respondió el barbero.=Y sin querer cansarse mas en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes, y diese con ellos en el corral. No se dijo á tonta ni á sorda, sino á quien tenia mas gana de quemallos que de echar una tela por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno á los piés del barbero, que le tomó gana de ver de quien era, y vió que decia Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.—Válame Dios, dijo el cura, dando una gran voz: ¡que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento, y una mina de pasatiempos: aquí está Don Kirieleison de Montalvan, valeroso caballero, y su hermano Tomas de Montalvan, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante[6] hizo con el Alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida[7], con los amores y embustes de la viuda Reposada[8], y la señora emperatriz, enamorada de Hipólito su escudero. Digoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demas libros deste genero carecen. Con todo eso os digo que merecia el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran á galeras por todos los días de su vida: llevalde á casa y leelde, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.—Así será, respondió el barbero. Pero ¿qué harémos destos pequeños libros que quedan?—Estos, dijo el cura, no deben de ser de caballerías, sino de poesía; y abriendo uno, vió que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo (creyendo que todos los demas eran del mesmo género): estos no merecen ser quemados como los demas, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entendimiento[9] sin perjuicio de tercero.—¡Ay señor, dijo la sobrina, bien los puede vuestra merced mandar quemar como á los demas; porque no seria mucho, que habiendo sanado mi señor tio de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que seria peor, hacerse poeta, que segun dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.—Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien quitarle á nuestro amigo este tropiezo y ocasion delante: y pues comenzamos por la Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia, y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.—Este que se sigue, dijo el barbero, es La Diana, llamada Segunda del Salmantino, y este otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.—Pues la del Salmantino, respondió el cura, acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo: y pase adelante, señor compadre, y démonos priesa, que se va haciendo tarde.—Este libro es, dijo el barbero abriendo otro, Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de lo Frasso, poeta sardo.—Por las órdenes que recebí, dijo el cura, que desde que Apolo fué Apolo, y las Musas Musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que por su camino es el mejor y el mas único de cuantos deste género han salido á la luz del mundo; y el que no le ha leido, puede hacer cuenta que no ha leido jamas cosa de gusto: dádmele acá, compadre, que precio mas haberle hallado, que si me dieran una sotana de raja de Florencia.—Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo: estos que se siguen son: El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaño de zelos.—Pues no hay mas que hacer, dijo el cura, sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el por qué, que seria nunca acabar.—Este que viene es El Pastor de Fílida.—No es ese pastor, dijo el cura, sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa.—Este grande que aquí viene, se intitula, dijo el barbero, Tesoro de varias poesías.—Como ellas no fueran tantas, dijo el cura, fueran mas estimadas: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene: guárdese, porque su autor es amigo mio, y por respeto de otras mas heroicas y levantadas obras que ha escrito.—Este es, siguió el barbero, El Cancionero de Lopez Maldonado.—También el autor dese libro, replicó el cura, es grande amigo mio, y sus versos en su boca admiran á quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta: algo largo es en las églogas; pero nunca lo bueno fué mucho: guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro es ese que está junto á él?—La Galatea de Miguel Cervantes, dijo el barbero.—Muchos años ha que es grande amigo mio ese Cervantes, y sé que es mas versado en desdichas, que en versos: su libro tiene algo de buena invencion, propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la Segunda Parte que promete, quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega, y entre tanto que esto se ve, tenelde recluso en vuestra posada, señor compadre.—Qué me place, respondió el barbero, y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de Don Alonso de Ercilla: La Austriada de Juan Rufo, jurado de Córdoba; y El Monserrate de Cristóbal de Virues, poeta valenciano.—Todos esos tres libros, dijo el cura, son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los mas famosos de Italia: guárdense como las mas ricas prendas de poesía que tiene España.=Cansóse el cura de ver mas libros, y así á carga cerrada quiso que todos los demas se quemasen. Pero ya tenia abierto uno el barbero, que se llamaba Las Lágrimas de Angélica.—Lloráralas yo, dijo el cura, en oyendo el nombre, si tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fué uno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fué felicísimo en la traduccion de algunas fábulas de Ovidio.


  1. Este relativo se refiere á Don Quijote, que es la última palabra del capítulo antecedente, porque se supone continuado el hilo del discurso sin la interrupcion del epígrafe, como se dijo.
  2. El supuesto de este verbo es el cura que le nombra en el epígrafe del capítulo.
  3. ‟Que tanto quieren decir como las proezas de Esplandian.”
  4. Giganta de espantosa y ridícula figura.
  5. Llámase así el que se concede para la prueba, proporcionado á la distancia donde se ha de hacer, á diferencia del de ochenta dias. (Diccionario de la lengua.)
  6. En las primeras ediciones, y en todas las demas se leía el valiente Detriante: errata de imprenta manifiesta, procedida de haber traspuesto la i en la palabra Tirante, incorporando con ella el artículo de. Con efecto, en el c. 59 del lib. III se habla de la batalla que el valiente de Tirante tuvo con uno de los alanos del príncipe. Esta corrección se debe á Don Juan Bowle. (Anotaciones á Don Quijote: p. 80).
  7. Era doncella de la princesa Carmesina, pretendida por Tirante.
  8. Era dueña de la misma princesa, á quien habia criado.
  9. Así en las primeras ediciones; pero debe reputarse por yero de imprenta, en lugar de libros de entretenimiento. Lo primero, porque si fueran escritos con entendimiento, no arrojara Cervantes algunos de ellos al corral. Lo segundo, porque la espresion de libros de entretenimiento es la comun, la consagrada y usada por Cervantes y demas autores que escribian con propiedad, para significar estos libros de invencion, que son de los que se trata aquí, como se pudiera probar con muchas autoridades.