El hombre de los ocios líricos
Dulce conformidad de la treintena...
Rostro aniñado y bello, y un silbido
rondador por las calles siempre solas.
Tan poca cosa, y ¡qué feliz, Dios mío!
De gorra humilde; mujeriego siempre.
Todo desgalichado, misterioso.
Peleador sin rival. Trompo en la danza.
Danza a la moda con el vals del cosmos.
La vecindad augusta no le arredra
de la nieve que abisma los collados.
Nada de nada, al fin. O el premio sólo
de una luz en el dombo ilimitado.
Flor en la landa; canto entre las ocas.
Paradojal en sumo grado; y sueña
en la verdad más dulce:
en la mala que peca...
por amar demasiado algunos versos.