El hombre (Arolas)

​El hombre​ de Juan Arolas

El ángel bueno, y el ángel malo
Es el hombre sin penas ni reveses,
antes de ver la luz que el mundo dora,
fruto amargo que agrava nueve meses
el seno maternal en donde mora.
 
Fruto de la mujer que poseída
de la fiebre de amor, que abrasa tanto,
lo compra con placer de corta vida,
que redime después con largo llanto.
 
Fruto, que al árbol mismo que lo cría
suele siempre abrumar de extraño modo;
sobre pensil muy breve de alegría,
de las dichas en flor fruto de lodo.
 
Cuando nace, deslústrase su rama,
pues se arranca de allí con pena dura:
¿Para tan triste afán la mujer ama?...
¡Oh maldición que arrastra la hermosura!
 
Nace, y apenas sale de su encierro,
da muestras de dolor con el vagido...
¿Conoce que este mundo es su destierro?
¿Teme cieno pisar, Ángel caído?
 
¿O le muerde tal vez fatiga interna,
que con voz de suspiro el labio nombra?
¿Serán quejas del alma que es eterna,
contra el cuerpo que pasa como sombra?
 
¿O será que aquel aire que respira,
mientras corre la sangre por sus venas,
lo corrompe del mundo la mentira,
y vaga por atmósfera de penas?
 
¿Será que desvalido, sin fortuna,
ya sabe su destino funerario,
y contempla un sepulcro tras la cuna,
y al lado de las fajas el sudario?
 
Por esto de su madre en el regazo
parece esconder quiera el alma toda,
y estrecha el blanco cuello con el brazo,
cual si huyese un fantasma que incomoda.
 
Llora porque es mortal: mientras levanta
la frente y corazón al alto cielo,
lastimado de espinas en la planta,
vuelve a bajar los ojos a este suelo.
 
La muerte, cuya idea martiriza,
tiende a sus pies alfombra de tristura,
y pisando una tierra movediza,
viene a caer en honda sepultura.
 
En mis sueños de amor y poesía,
(Dios sabe tales sueños lo que halagan,
como llenan el alma de ambrosía,
y con cáliz de néctar la embriagan)
 
yo vi fresco vergel: pieles de armiño
formaban una cuna de reposo
festonada de flores, donde un niño,
gozaba de suavísimo reposo.
 
Así llegando el tiempo apetecido
que libra al marinero de pesares,
duerme el pequeño alción en leve nido,
sobre la blanca espuma de los mares.
 
Así, llegando el héspero, reposa
el cisne sobre un lago de aguas bellas,
con bordes de alelíes y de rosa,
que las nubes retrata y las estrellas.
 
Sobre tranquilo pecho de jazmines
ambas manos plegaba el tierno infante,
cual plegaban hermosos serafines
sobre el arca sus alas de diamante.
 
Sueño de oro de aquella edad dichosa
destilaba en su labio la sonrisa,
y era sueño de ciclo y mariposa,
de gruta y de pensil, de flor y brisa.
 
Otro sueño de dichas y embelesos
de su madre feliz se apoderaba,
y era sueño de abrazos y de besos,
que el fruto de su amor le regalaba.
 
De las nubes del plácido occidente
que son tiendas del sol, do se engalano,
sirven de colgadura trasparente,
y le bordan un lecho de oro y grana,
 
vi descender, dejando eternas salas,
un ángel entre coros escogido,
que con oscilacion de iguales alas
posó junto a la cuna del dormido.
 
¡Largo perfil!... Su vista penetrante
mezclada con halago de ternura,
borraba de mi mente vacilante
todo mirar de humana criatura.
 
Revelaba un origen soberano,
un principio de luz inextinguible,
en misterio de Dios, profundo arcano,
y expresión de un amor indefinible.
 
En sus ojos midió mi pensamiento
la distancia entre el polvo de mis huellas
y la bóveda azul del firmamento,
que por faros se alumbra con estrellas.
 
Sus cabellos que heria el aura leve,
como el ébano negros y bruñidos,
eran gasa de luto sobre nieve,
por los hombros y espalda desprendidos.
 
Su túnica bordada de luceros,
desmayándose en pliegues por la falda,
dejaba en libertad los pies ligeros,
que calzaban coturnos de esmeralda.
 
En su rostro la luz resplandecía
como el primer albor, cuando amanece;
era luz nacarada, y no ofendía,
como rayo de luna que adormece.
 
Brotó el vergel al punto nuevas flores,
transformose en Edén con su llegada,
que al sitio de deleite y ruiseñores,
para que fuese Edén, no faltó nada.
 
Mientras esta visión sin pena alguna
absorto en su placer me entretenía,
vi alzarse al otro lado de la cuna
sulfúrico vapor, niebla sombría.
 
Abiertas de la tierra las entrañas
produjeron un monstruo sin segundo,
de conjunción de torpes alimañas
producción infernal, aborto inmundo.
 
Reconocí a Luzbel; a la serpiente,
que arrastró del Edén entre las flores,
y en la dicha de Adán, que era inocente,
fijó los ojos tristes y traidores.
 
Silbó un engaño torpe y amañado
de la débil mujer en los oídos,
y así, causó la muerte y el pecado
de Adán y de sus hijos maldecidos.
 
Reconocí a Luzbel... ¡Cuán diferente
de aquel que se sentaba entre las nubes,
que pisaba el volcán del sol ardiente
entre beatos coros de Querubes!
 
Ya en las negras cavernas del abismo,
al llanto del precito siempre sordas,
es a más de verdugo de sí mismo,
torvo adalid de las tartáreas hordas.
 
Monstruo entre, fiera sátiro y arpía
conjunto abominable de torpeza,
oprobio de la luz, baldón del día,
alzaba como escollo su cabeza.
 
La ensortijaban sierpes por cabellos,
que en sus sienes surcadas rebullían;
eran de tigre en furia sus resuellos,
en tanto que las sierpes le mordían.
 
Cual de cerda que cría en selva brava
jabalí montaraz, áspero bruto,
era su luenga barba, y le tapaba
con feo desaliño pecho hirsuto.
 
Negra sangre, salía de su boca,
de tan amarga hiel, de tal ponzoña,
que las piedras abrasa si las toca
y do cae, la hierba no retoña.
 
Carbones encendidos son sus ojos,
ata en nudos su cola serpentina,
que se agita al rigor de sus enojos;
tiene rostro infernal, forma ferina,
 
apenas vio el Monarca tenebroso
a la tranquila madre y al infante,
y al ángel que alumbraba su reposo
con un rayo de luz de su semblante,
 
suspiró como el mar en la tormenta,
recordó su caída vergonzosa
y de su rebelión la vil afrenta,
renovando la llaga dolorosa.
 
Meditó su pasado poderío,
su alteza, su esplendor y antigua gloria,
penetró sus medulas dolor frío,
sudó sangre también con tal memoria.
 
Y el pensil no fue Edén... bajaron nieblas
que intentaban mudarlo en cementerio,
y entre el ángel de luz y el de tinieblas
vieron pasar mis ojos un misterio.
 

  ÁNGEL DE LUZ
¡Mira el fruto del hombre! Su destino
será llenar la silla que perdiste,
cuando con el furor de un torbellino
a la región más alta te subiste,
 
y te llamaste Dios... ¡locura vana!
Tu orgullo se deshizo como espuma!
¿Lucero fuiste tú de la mañana?
¿Quien al ver tu torpeza lo presuma?
 

  LUZBEL
¡No nombres mi desgracia! Ya es sabida
mi empresa que por ti fue contrariada:
tú no puedes negármela atrevida,
mientras yo la concedo desgracia.
 
Tú sirve a tu Señor: ya que ni anhelo
no consiguió con glorias siempre eternas
avasallar los ámbitos del Cielo,
avasalló del Orco las cavernas.
 
Tú sirve a tu Señor: contrario extremo
me plugo a mi seguir, y en negra pompa
proclamarme entre llamas Rey supremo,
al ronco son de la tartárea trompa.
 
¡Guarda el sueño de un niño! ¡Yo haré guerra
contra el usurpador de mi corona!
Yo vi formar al hombre de la tierra
de un barro que se pisa y se abandona.
 
¡Nace para morir!... ¡Sombra mentida
de existencia fugaz!... tiene por suerte
ser pasto de pesares en la vida,
ser pasto de gusanos en la muerte!
 
Es torre sin cimiento, que derrumba
con soplo de huracán; su polvo vano
consumido en el hueco de la tumba,
no llenaría el hueco de mi mano.
 

  ÁNGEL DE LUZ
Vituperas la carne que es esclava,
y te olvidas del alma que es señora,
que no conoce tumba, que no acaba,
y que en la eternidad a Dios adora.
 
El barro que abominas piensa y siente,
y midiendo el Océano se avanza,
sin que arrugue el pavor su heroica frente,
sirviéndole los astros de esperanza.
 
¿Si la idea del Dios que tú ofendiste
llena toda su vida transitoria,
si mide las estrellas que perdiste,
quieres tú más afán que ver su gloria?
 
Yo he dejado las nubes de Occidente
y reflejé en los mares mi hermosura
por la vida de flor de este inocente,
que reclama mi amparo y mi ternura.
 
Yo doraré su infancia de ilusiones:
La tela de sus noches y sus días
recamaré de rosas en festones,
bordándola de dulces alegrías.
 

  LUZBEL
Yo del materno pecho regalado
le secaré las fuentes abundosas;
a beber le dará seno comprado
la hiel de enfermedades dolorosas.
 
Vivirá suspiroso, entumecida
con el germen letal todas sus venas;
y de tus ilusiones deslucidas
¿que piensas quedará? luto de penas.
 
 
  ÁNGEL DE LUZ
¿Quien te igualó en maldad?... La perla pura
tiene lecho de nácar, donde crece,
que defienda su nítida hermosura,
cuando el mar más altivo se embravece.
 
Y el Seno maternal contra tus males
tiene su talismán: ¿de que te admiras?
Tiene una cruz hermosa de corales,
y al lado de la cruz ¿que son tus iras?
 
No ofenderán al niño tus encantos:
Cual se para festiva mariposa
sobre los rubicundos amarantos,
para libar su esencia deliciosa,
 
suspenderá sus risas y sus juegos,
y poniendo en la tierra su rodilla,
respirará el aroma de los ruegos
y dirá su oración pura y sencilla.
 
Yo subiré al Olimpo su plegaria
como queja de amor y desconsuelo,
como arrullo del ave solitaria,
que desea volar al alto Cielo.
 

  LUZBEL
Yo acreceré sus miedos y temores
con horrendas visiones de tortura,
que le turben la paz y los amores
y la santa plegaria que murmura.
 
O bien verá un fantasma que se pierde
con un rastro de luz amarillenta,
o huyendo de una lamia que le muerde,
dará con un vestiglo que atormenta.
 
Le mentirán los vientos inclementes
del precito los ayes más aciagos;
le mentirá la voz de los torrentes
congresos de hechiceras y de magos.
 
De su cuerpo infantil la leve sombra
le mentirá en los hórridos desiertos
el paño funeral, la negra alfombra,
que los vivos extienden a los muertos.
 
El eco fingirá rumor extraño,
las noches esqueletos que caminan,
y verá en las bugías con engaño
las antorchas que el féretro iluminan.
 

  ÁNGEL DE LUZ
Espíritu falaz, usa tus artes
de fantástico error, usa tus lazos;
pero mi protegido en todas partes
por escudo tendrá maternos brazos.
 
Defenderá mi celo cariñoso
su juventud, edad de convulsiones,
que se alumbra al reflejo peligroso
del volcán destructor de las pasiones.
 

  LUZBEL
Yo encenderé en su pecho llama impura;
la seducción vestida de placeres,
que disfraza su tétrica figura
con mimos y caricias de mujeres,
 
por vergel de fantásticos hechizos,
le brindará su copa de tal suerte
que apure los nefandos bebedizos,
que enloquecen el alma y dan la muerte.
 
Los celos con sus furias espantosas,
aguzando puñales del despecho,
amagarán su tálamo de rosas,
como fieras voraces en acecho.
 
Le haré sentir un áspid venenoso,
que muerde el mismo seno donde anida,
y es la falsa amistad, áspid doloso,
que miente con lisonja fementida.
 
Yo no tengo otra furia más ingrata
la guardo entre las sierpes, cuya boca
mi sien de maldición hiere y maltrata,
y a furor contra el hombre me provoca.
 
De fortuna los bienes y contentos
convertiré en dolores y castigos,
y hambriento ante sus hijos más hambrientos
comerá negro pan de los mendigos.
 
Para agravar sus ansias y su pena,
cuando más le consuman los enojos,
todo el ajeno bien y dicha ajena
haré pasar delante de sus ojos.
 
Y si sucumbe al peso de los males,
si perdida la fe, no espera gloria,
si maldice la luz de los mortales,
si blasfema de Dios... he mi victoria.
 

  ÁNGEL DE LUZ
En vano a tu maldad pones el sello...
¿Quién tu impotencia ignora? ¿quién tu pena?
No tocarás del justo ni un cabello,
sin permiso del Dios que te condena...
........................................
Nada más escuché, y al punto mismo,
dejando espesa niebla en este mundo,
hundiose el fiero monstruo en el abismo,
que retumbó con eco muy profundo.
 
Volvieron de su sueño madre y niño,
ella con la plegaria y él con lloro,
y el ángel de la luz y del cariño
les formó con las alas dosel de oro.