-Un capricho es -decía dos horas después al hampón la Cañas en «el camarote», donde habían quedado solos.

-¿Un capricho? ¿Cuál?

-¿Dices que esta noche tampoco quieres ir a casa?

-Son ya muchas noches, y no soy yo hombre pa entrar muchas noches en alcobas ande otros hombres puen dormir también.

-Conformes; no entres más en mi alcoba; pero déjame ir a la tuya. Permíteme dormir una noche en la galería abandoná, encima del cacho de estera ande, según dices, duermes tan ricamente.

-Sí que eres rara, criatura.

-No es que soy rara; es que te vas, Jorge, y es que no pueo estar, sin ti. Déjame ir siquiera por esta noche, déjame.

-¡Vaya! No te aflijas, vendrás, ya que tan gran empeño tiés. Sólo por esta noche, ¿estamos? No te arregostes, porque sería inútil.

-Sólo por esta noche.

Rodeándole con un brazo el cuerpo, caída la cabeza sobre el hombro de Jorge, va Irene; sus ojos miran al cielo.

Ninguno habla. Ella camina como en éxtasis; él, contemplando el contorno desigual de lamina.

A una gran llamarada que brota de la chimenea central, creo entrever la Cañas sombras moviéndose tras una tapia.

-Serán árboles -exclama en voz alta.

-¿Qué? -pregunta Jorge.

Dos fogonazos iluminan la obscuridad, y el hampón, llevándose la mano al pecho, vacila, y exclama con acento de ira:

-¡El asesino! ¡Me ha matao!

Hace un esfuerzo para sostenerse en pie, y cae.

-¡No grites!... ¡No llames! -murmura oprimiendo con sus manos las de la joven-. Cuando no hay remedio, está tó demás.

-¡Jorge!...

-Miá tú, quizás que hayan hecho un favor matándome. Te iba tomando ley y... Ya di, muerte a una mujer que me engañó. Fuera desdicha que, andando los tiempos, también te hubiera tenío que matar.

-¡Jorge!...

-No te muevas. Mete la mano aquí, cerca de esta hería que mana sangre. ¿Tientas? Es el medallón. Tráelo. Ábrelo apretando el resorte. Yo no pueo moverme. Es un niño, el retrato de un niño... Aquel niño, ¿sabes?... Pónmelo delante de los ojos.

Fijas quedaron las grandes pupilas verde mar en la cabecita infantil que recortaba el medallón. Poco a poco cuajaron sobre las pupilas dos lágrimas.

Fueron las últimas lágrimas de una vida; temblando quedaron en los párpados.

La Cañas, cerrando con sus labios los ojos del hampón, bebió aquellas dos lágrimas.