El genio de los Andes

​El genio de los Andes​ de Juan León Mera


Canto a los ilustres viajeros M. M. Wilhelm Reiss y Adolph Stübel, con motivo de su ascensión al Cotopaxi y al Tungurahua.



En otros tiempos los sublimes vates,
del estro divinal arrebatados,
dioses y héroes cantaban, en combates
estupendos mezclados,
cuyo espantoso estruendo
hasta el trono de Jove estremecía;
o bien, de audacia llenos, impetuoso,
raudo vuelo rompiendo,
a las etéreas esplendentes salas
con ellos se encumbraban, y su canto
con el canto de Apolo competía;
o, depuestas las galas
del divino festín, a la sombría
mansión bajaban del eterno llanto
y el blasfemar eterno del precito;
y ¡oh portento inaudito!
treguas la magia de su lira daba
al tormento infernal. La antigua Musa
tal era; el universo reverente,
inclinada la frente,
cuanto la voz pïeria le anunciaba
fanático adoraba.
Mas, ahora, la humilde Musa andina,
dichosa cuanto humilde,
más noble tema a su cantar alcanza;
siente en el corazón llama divina,
hierve su sangre, exáltase su mente,
su mirada chispea
cual de águila caudal a la febea
lumbre, su mano treme y se abalanza
al acorde laúd, púlsale, y notas
nuevas al viento y armoniosas lanza.


¡Genio de las ignotas,
altas, inmensas, mudas soledades!
¡Genio de las igníferas montañas!
Tú, Genio de los Andes, Genio anciano
como el dios que preside las edades!
¡Tú, cuyo imperio del glacial Océano
Septentrional al Cabo se dilata
que al Sur el mundo de Colón remata!
¿En dónde, en dónde estás? ¿Por qué enmudeces?
Alza, yergue la frente. ¿Qué profundo
pasmo suspende tu inmortal aliento?
Álzate y habla... ¡Oh Dios! ¡quién lo creyera!
Vencido el numen de los Andes yace,
su mansión profanada...
¡Oh feliz vencimiento!
¡Santa profanación! Una y otra era,
y otras y otras rodaron sobre el mundo,
como de mar airada
tumultüosas ondas: mas, ninguna
de la humana osadía ejemplo muestra
semejante al que ahora
propala ya la fama voladora.


Reinaba el Genio; en majestad terrible
su faz resplandecía;
su níveo trono, al hombre inaccesible,
Naturaleza levantado había,
cuando a ostentar sus juveniles fuerzas,
en fiera convulsión, de sus entrañas
hizo brotar montañas tras montañas,
y los Andes se alzaron estupendos.
Desde allí su dominio al Continente
tendió que el Grande Océano
y el mar de Atlante en cerco inmenso guardan,
desde allí vibra su potente mano
la tempestad rugiente;
y hace que atroces los volcanes ardan
que el seno de la tierra se estremezca,
y entre montones de funestas ruinas
el ser humano mísero perezca;
desde allí ha visto ¡oh cuántas,
cuántas generaciones
rodar vertiginosas a sus plantas,
cual llevadas, de raudos aquilones,
de eternidad en el abismo a hundirse!
¡Cuántos reyes y locas ambiciones,
sangrientas guerras, crímenes, violencias
de conquistas audaces! ¡Cuántos nombres
en el ingrato olvido confundirse!
¡Cuánta infamia vivir! y ¡cuántos hombres
diversamente grandes... Moctezuma,
de trágica memoria;
Huaina-Cápac, del sol hijo felice;
Atahualpa, inmolado a la codicia
de un invasor; Colón, a cuya suma
inmarcesible gloria
ni aún el brillo faltó que la injusticia
da, persiguiendo el mérito eminente;
Cortés, cuya luz clara
fuera mayor si al lauro de guerrero
el de conquistador no se enlazara;
Pizarro, si no un héroe, aventurero
sin rival en la historia;
Las Casas, que a borrar con pías manos
vino el crimen que obraron sus hermanos;
Penn, de severa probidad modelo;
Franklin, audaz sojuzgador del rayo;
Washington inmortal que trajo al suelo
de América fecundo,
en venturoso ensayo,
de república libre las simientes;
Bolívar el excelso en paz y en guerra,
a quien proclama justiciero el mundo
libertador, y padre, y vida y gloria
de cien pueblos valientes;
el noble Sucre, en cuyo heroico lauro,
¡oh singular, altísima fortuna!
no halla posteridad mancha ninguna.
Y vosotros también perseguidores
de los secretos de natura ¡oh sabios!
La Condamine, Humboldt, Caldas el mártir,
Boussingault... todos del soberbio Genio
en la presencia deshojasteis flores,
y con honda efusión y ardientes labios
cantasteis sus loores.


Mas, un día llegó... ¡Quién te augurara
que en el seno del tiempo aqueste día,
oh numen poderoso, se guardara
de humillación a ti, de gloria al hombre!...
¿Los veis? ¿Quiénes son ésos? ¿Qué osadía
mueve su planta a la vedada cumbre?
Son dos germanos, y el amor de ciencia
allá los arrebata... ¡Ah, deteneos!
Temed, parad; devoradora lumbre
arde en esa eminencia;
Crüel fin nos aguarda: ¡que! la historia,
¿tendrá Encelados nuevos y Tifeos?
¡Que! de la austera ciencia el ejercicio,
¿de otros Plinios demanda el sacrificio?


¿Temer? ¿Cejar? ¡Oh, no! Vedlos: llegaron;
de ellos el triunfo es ya; bajo su planta
la frente el monte secular humilla,
y erguida en el espacio se levanta
y con los lampos de victoria brilla
del campeón de la ciencia la figura.
¿Veis esa exhalación que allá fulgura
una vez y otras mil en el lejano
confín del horizonte?
Es el Genio que en vano
juzgaba eterno alcázar su alto monte,
y hoy bate en fuga las enormes alas,
y en su rápido y vario movimiento
cárdenas luces va lanzando al viento.


Del sublime espectáculo pasmada
calla naturaleza;
de las entrañas de ignoradas tumbas
las sombras surgen de la antigua gente,
y entre las nubes vagan lentamente;
alzan los muertos siglos la cabeza
pesada y polvorosa...
Delante el vencedor contempla abierta
la boca del abismo pavorosa;
aún cálido y letal aliento espira,
cual monstruo herido que en penoso esfuerzo
por intervalos al vivir despierta,
al gladiador triunfante al lado mira,
y en el inútil furor tiembla y respira.
Encima el astro inmenso
numen de luz y genitor del día,
que en majestuoso ascenso
se aproxima al cenit; el infinito
azul espacio en torno; un océano
de crespas nubes a los pies, heridas
por las del sol miradas encendidas;
y el nombre venerando en todo escrito
y visible la mano
del de los mundos Padre y Soberano.


En tanto el pensamiento
de los felices héroes de la ciencia,
vívido rayo, a par de su mirada,
al hondo seno del volcán desciende;
en la lava y las rocas busca atento
las huellas de los siglos, y la influencia
indaga, aún poderosa, aún no menguada,
de remotos y horrendos cataclismos.
Así a la inteligencia
muestran hasta los lóbregos abismos
caracteres y cifras en que se halla
la Verdad escondida
al humano saber, mas no perdida.
Ella aparece y por el mundo vuela,
el claro nombre honrando
de quien tras luengo afán hallarla pudo;
ella aparece y su beldad mirando
la Musa, que yacía en ocio mudo,
se anima, el sacro fuego la arrebata
y en himnos de victoria se desata.