El galán fantasma/Jornada I

El galán fantasma
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

Salen JULIA, dama, PORCIA, criada, con mantos, y detrás ASTOLFO.
ASTOLFO:

De vuestras señas llamado,
de vuestra voz advertido,
hasta el campo os he seguido
ciego, confuso y turbado.
Sacad, pues, deste cuidado,
señora, el discurso mío:
si es por dicha desafío,
ya estamos en buen lugar;
bien podéis desenvainar
el garbo, el donaire, el brío,
que son las armas que vós
habéis contra mi desvelo
de esgrimir en este duelo.
Solos estamos los dos.
¡Descubríos ya, por Dios!
Sepa quién sois, que no es bien
matar con ventaja a quien
de vós se ha fiado hoy.

JULIA:

Pues no dudéis más, yo soy.

ASTOLFO:

Julia, señora, mi bien,
¿tú en este traje?, ¿tú aquí?
¿Qué dicha o desdicha es mía?
Que si una duda tenía
sin verte, cuando te vi
son infinitas. ¿Tú así
has salido de tu casa?
El corazón se me abrasa.
¡Dime, por Dios, lo que ha sido!
¿Qué es esto? ¿Qué ha sucedido?

JULIA:

Oye y sabrás lo que pasa.
Astolfo, en quien la fortuna
y el amor vieron iguales,
por descubrirse uno a otro
los gustos y los pesares,
no la novedad te admire,
no la extrañeza te espante
de verme, siendo quien soy,
venir en aqueste traje;
porque importando a tu vida
el verte, ¡ay de mí!, el hablarte,
no hay respeto que no venza,
no hay decoro que no allane.
Tu vida importa, tu vida,
que hoy te vea y hoy te hable;
y así pasando al oído
la admiración del semblante,
oye el peligro en que vives,
aunque mezcle en un instante
las desventuras que miras,
con las venturas que sabes.

JULIA:

Dos años ha, Astolfo mío,
que firme y rendido amante
de mi hermosura que quiero
confesarla en esta parte,
fuiste de día y de noche
la estatua de mis umbrales,
el girasol de mis rayos
y la sombra de mi imagen,
tantos ha que agradecida
y que obligada a las partes
de lo sutil de tu ingenio,
de lo galán de tu talle,
de lo airoso de tu brío,
de lo ilustre de tu sangre,
respondí menos ingrata
que debiera aconsejarme
del decoro de mi amor,
el respeto de mi padre;
si bien decoro y respeto
no pudieron agraviarse
de que torpes sacrificios
sus sagradas aras manchen,
siendo yo tu esposa, pues
la causa de dilatarse
nuestra boda fue el rigor
de aquellas enemistades
que a mi padre le costaron
tanto, que largas edades
enterrado antes que muerto,
tuvo su casa por cárcel,
adonde preso murió.

JULIA:

Pero esto en silencio pase,
y volvamos a enlazar
discursos de amor; no hallen
digresiones mis desdichas
que su remedio embaracen.
Agradecida, en efeto,
de tus finezas constantes,
cómplice a la noche hice
de hurtos de amor agradables,
y cómplice hice un jardín,
que a los dos quise fïarme;
porque al jardín y a la noche,
que son el vistoso alarde,
ya de estrellas, ya de flores
hiciera mal en negarles
a las unas lo que influyen
y a las otras lo que saben.
Viento en popa nuestro amor
navegaba hermosos mares
de rayos y de matices,
quieto el golfo y manso el aire.

JULIA:

¿Quién duda, quién, que han de ser
los celos los huracanes
que la tormenta despierten,
que la mareta levanten?
El gran duque Federico
de Sajonia, que Dios guarde,
o que no le guarde Dios,
si ha de ser para quitarme
mi media vida en la tuya,
acaso me vio una tarde,
que al mar a verte salí:
barbarismo de amor grande,
salir a ver y ser vista,
pues mal gramático sabe
persona hacer que padece
de la persona que hace.
Viome, en fin, y desde entonces
firme, rendido y constante,
si de día me visita,
de noche ronda mi calle.
Hartos enojos te cuesta
su cuidado vigilante;
mas como querido, en fe
de mis disculpas, trocaste
tus celos a mis favores,
no es mucho, si otros galanes,
por llegar al desenojo,
pasaran por el desaire.

JULIA:

Viendo el Duque que mi pecho
a los continuos embates
de lágrimas y suspiros
era roca de diamante,
pasando de enamorados
a celosos sus pesares,
averiguó que te quiero.
No sé a quién la culpa darle:
a sus celos o a mi amor,
pues ellos dos fueron parte
a decirlo, que no hay
amor ni celos que hallen.
En fin, sabiendo, ¡ay de mí!,
que eres tú, ¡desdicha grande!,
la ocasión de sus desprecios,
la causa de mis desaires,
para vengarse de mí
en ti pretende vengarse,
matándome a mí en tu pecho.
¡Oh duelo de amor cobarde,
disponer que un hombre muera
porque una mujer agravie!
Poderoso y ofendido,
¿quién ignora, quién no sabe
que es rayo oprimido, que es
pólvora encerrada que hace
en la mayor resistencia
la batería más grande?

JULIA:

Los avisos destos días,
que tan confuso te traen,
diciéndote que te ausentes,
diciéndote que te guardes,
suyos son; pero sabiendo
que dellos desprecios haces,
esta misma noche, esta
te esperan para matarte.
Y así te ruego que no
vayas a verme, ni pases
cubierto ni descubierto
la esfera de mis umbrales.
Deja que por unos días,
sin que allí puedan toparte,
se desmienta en la sospecha,
salga su recelo en balde.
Y, pues, que yo vengo así
a persuadirte, a rogarte
Astolfo, que no me veas,
esposo, que no me hables,
menos harás tú en hacerlo;
y pues en extremos tales
yo ruego lo más difícil,
concede tú lo más fácil.

ASTOLFO:

No sé cómo responder,
que no sé en acciones tales
si tengo que agradecerte,
o tengo de qué quejarme.
De una venenosa yerba
escriben los naturales
que donde hay llaga, la cura,
y donde no la hay, la hace.
Este mismo efecto, este
quieres que en mi pecho cause
tu voz; pues si cuando estoy
herido de tantos males
suele curarme el dolor
solamente el escucharte;
hoy que tuve sano el pecho,
le hieres, para que labre
tu voz ahora la herida
que hubieras curado antes.
Adonde hay celos, las curan,
donde no las hay, las hacen;
y si quieres darme vida,
no de darme celos trates;
pues son piadosos rigores,
o rigurosas piedades,
darme tú misma la muerte
porque otro no me mate.

ASTOLFO:

Dejarasme morir, Julia,
a su acero penetrante,
no a tu penetrante voz,
viviera más el instante
que hay de tu voz a su acero,
que no es, no, piedad afable,
porque su espada no llegue
que la tuya se adelante.
Fuera de que no remedias
nada tú en aconsejarme
que no te vea, supuesto
que el decirme que no pase
de noche por tus jardines,
ni de día por tu calle,
es decirme que no salga
dellas un punto, un instante.
¡Vive Dios que he de saber
si el cuidado que te trae
a que tu casa no vea,
y a que tu jardín no ande,
es porque de tu jardín
y de tu casa las llaves
rendiste a mayor poder,
y a mayor fuerza entregaste!

ASTOLFO:

Perdona desconfianza,
Julia mía, tan cobarde,
siendo quien eres, y siendo
yo quien soy; y no te espante
que esto de andar desvalido
lo augusto, Julia, lo grande,
es bueno para las farsas
españolas, donde nadie
vio querido al poderoso.
Nada llega a aventurarse
en esto, pues o es mentira
o es verdad dolor tan grave.
Si es mentira, ¿qué aventuras
tú en que yo me desengañe?
Y si es verdad, ¿qué aventuro
yo en que allí el Duque me halle?
Pues el que me diere celos
no importará que me mate.

JULIA:

Astolfo, señor, bien mío,
¿que de esa manera agravies
las finezas de mi amor?

ASTOLFO:

Quererte no es agraviarte.

JULIA:

¿Quién te ha dicho que es quererme
el querer aventurarte?

ASTOLFO:

¿Quién dice que no hay peligro
que a los celos acobarden?

JULIA:

Pues ¿qué viene esta fineza
a deberte?

ASTOLFO:

No olvidarte.

JULIA:

Cuanto más me obligas, más
me obligas a que te guarde,
y aquesto has de hacer por mí.

ASTOLFO:

Detente, Julia, y no en balde
tantas perlas desperdicies
y tanto aljófar derrames,
que yo quiero obedecerte.
Digo que saldré esta tarde
de Sajonia, antes que el sol,
que ya entre pardos celajes
se desvanece, en las ondas
su dorado coche bañe.
Será la mayor fineza
volver la espalda, pues nadie
es más valiente que aquel
que con celos es cobarde.
¿Quieres más, Julia?

JULIA:

Ni tanto,
que no quiero yo que pase
de extremo a extremo tu amor.

(Dentro CARLOS.)
CARLOS:

Echa por aquesta parte.

JULIA:

¡Ay de mí, que viene gente,
y no es bien que aquí me hallen!

ASTOLFO:

Pues vete, que yo me quedo
a que no te siga nadie;
pero dime, ¿en qué quedamos?

JULIA:

En quererte mis pesares
retirado, mas no ausente.

(Vase JULIA.)
ASTOLFO:

¿Habrá quien nivele y tase
las acciones de un celoso,
los discursos de un amante?

(Salen CARLOS y CANDIL.)
CANDIL:

Aquí está mi señor.

CARLOS:

Dadme los brazos,
que de eterna amistad han de ser lazos
que ciñan nuestros cuellos.

ASTOLFO:

Y el alma y vida en ellos.

CARLOS:

Díjome ese criado,
preguntando por vós, cómo llamado
de una tapada fuisteis,
y que tras ella a este lugar salisteis;
y como receloso
estoy de vuestra vida y cuidadoso
por las necias porfías
de los muchos avisos destos días,
loco buscándoos vengo.

ASTOLFO:

Es nueva obligación, Carlos, que os tengo;
mas aunque os trae tras mí vuestro cuidado
con tanta priesa, tarde habéis llegado
a este verde desierto
a darme vida, porque ya estoy muerto.

CANDIL:

¿Estás por dicha herido?

ASTOLFO:

¡Pluguiera a Dios!

CARLOS:

Pues ¿qué os ha sucedido?

ASTOLFO:

Haber, Carlos, llegado
a estar de mi temor desengañado,
haber sabido mi infelice suerte
quién es quien solicita, ¡ay Dios!, mi muerte.

CARLOS:

Más debiera, si llega a descubrirse,
aqueso agradecerse que sentirse.

ASTOLFO:

¡Ay Carlos! No debiera
si es tal el golpe que mi pecho espera,
que sin defensa alguna
se ha de dejar llevar de su fortuna.

CARLOS:

Ahora estoy más dudoso.
¿Quién es el enemigo?

ASTOLFO:

Un poderoso.

CARLOS:

Y el rigor que procura,
¿quién le ha dado ocasión?

ASTOLFO:

Una hermosura.

CARLOS:

O mienten mis recelos,
o esto es de Julia amor, del Duque celos.

ASTOLFO:

Fácil era el sentido
de mi confusa enigma: el Duque ha sido
quien de Julia celoso,
y quien de mí envidioso,
de süerte ausentarme ha procurado,
y Julia temerosa me ha mandado
que los avisos de mi muerte crea,
que ni la hable ni vea
porque ya es imposible
que entre en su casa yo, ¡pena terrible!,
sin que entre, ¡trance fuerte!,
tropezando en las sombras de mi muerte.

CARLOS:

Pues, ¿quién le ha descubierto
amor tan recatado y encubierto,
que solo ese criado
y yo le hemos sabido?

ASTOLFO:

A un desdichado,
¡ay Carlos!, ¿quién averiguarle puede
por dónde la desdicha le sucede?

CARLOS:

Una pregunta quiero
haceros.

ASTOLFO:

Yo satisfacerla espero.

CARLOS:

Julia, ¿qué os ha mandado?

ASTOLFO:

Que no la vaya a ver, por el cuidado
que ya a sus puertas Federico tiene.

CARLOS:

Quedar solos los dos aquí conviene,
porque quiero fïaros un secreto
que me habéis de guardar.

ASTOLFO:

Yo lo prometo.
Candil, vuélvete a casa,
y en ella esperarás.

CANDIL:

[Aparte.]
¿Qué es lo que pasa?
¿De mí se han recatado
el día que está el Duque declarado?
Sin duda que han sabido
que yo quien le contó su amor ha sido;
mas no, que no estuvieran
tan apacibles hoy, si lo supieran.

(Vase CANDIL.)
ASTOLFO:

En fin, todas mis penas y recelos
es que el paso han tomado ya los celos
del Duque.

CARLOS:

De manera
que si de ver a Julia modo hubiera,
y pudierais entrar a hablalla y vella,
y de día y de noche estar con ella,
sin que el Duque celoso,
aunque siempre ofendido y cuidadoso
a la puerta estuviera,
ni os viera ni os sintiera,
aquí vuestro cuidado
tuviera fin.

ASTOLFO:

Confuso y admirado,
esa proposición, Carlos, me tiene,
y divertir a un triste no conviene
ansí con lo imposible,
pues no es posible hacerme a mí invisible.

CARLOS:

Oidme, Astolfo, y veréis la amistad mía,
cuánto de vós por daros vida fía.
Ya sabéis los grandes bandos,
Astolfo, que largo tiempo
todo el orbe alborotaron
con civiles guerras, siendo
Güelfo y Gebelino, dos
hermanos, cabezas dellos,
por quien dividida Italia
en domésticos encuentros,
fueron todos los linajes
ya gebelinos, ya güelfos.
Ya sabéis cómo a Sajonia
llegó este marcial incendio,
inficionando las casas
más nobles, a cuyo efeto
la heredada enemistad
aún hoy dura en nuestros pechos,
por ruina de aquel estrago,
por ceniza de aquel fuego.

CARLOS:

Crotaldo, padre de Julia,
que es el divino sujeto
que adoráis, en quien juraron,
si de otros bandos me acuerdo,
aun más imposibles paces
la hermosura y el ingenio,
tomó la voz de una parte,
y de la otra parte Arnesto,
un deudo mío. No dudo
que sepáis a cuánto extremo
llegó este enojo en los dos;
mas aunque lo sepáis, quiero
referirlo, porque todo
importa para el suceso.
El día que a Federico,
generoso duque nuestro,
juró Sajonia por duque,
sobre el ocupar los puestos
de aquel acto, procurando
ser cada uno el primero.
En esa eminente plaza
se encontraron, cuyo extremo
llegó a ser público agravio
de uno de los dos, y puesto
que yo tiemblo de dezillo,
y aun de imaginallo tiemblo;
bien se deja ver que fue
el agraviado mi deudo.

CARLOS:

¿Para qué [lo] disimulo,
si balbuciente el afecto,
lo que callare la voz
lo dirá con el silencio?
Diole un bofetón Crotaldo,
¡ay de mí!, al anciano Arnesto,
en cuya gran confusión,
en cuyo notable estruendo,
aunque cumplió por entonces
desesperado y resuelto,
no quedó, a su parecer,
para después satisfecho;
necedad que hizo el valor
mal entendido, pues vemos
que no hay agravio delante
del que es soberano dueño.
Y ya se sabe, que adonde
es tal el príncipe, no hay duelo
que la satisfación obligue;
mas vive el honor compuesto
de una codicia tan fácil,
que en su opinión, su concepto,
bastó haber imaginado
que fue agravio para serlo.
El Duque, que aún no tenía
bien fundado su derecho,
disimuló, porque ha sido
política de los reinos
entrar en ellos piadoso
para conservarse en ellos.

CARLOS:

Y así, por quietar no más
las opiniones del pueblo,
envió a su casa a Crotaldo,
adonde le tuvo preso
con tantas guardas, que nadie
le vio más desde el suceso
deste día, o porque fue
la prisión con tanto aprieto,
o porque el temor le tuvo
tan guardado y tan secreto.
De cuantas desdichas, cuantas
miserias, cuantos tormentos
padece un hombre infeliz,
a ninguno, Astolfo, tengo
mayor lástima que a un noble
ofendido, en quien contemplo
amancillado el honor,
mal valido del esfuerzo.
Por Arnesto, en fin, lo digo,
pues imaginando Arnesto
varios modos de venganzas,
entró en mil trajes diversos
dentro de su misma casa,
pero nunca con efeto.

CARLOS:

Y para que admiréis cuánto
dicta un agravio, dispuesto
se vio hacer paso a su honor,
o penetrando o rompiendo
las entrañas de la tierra
por conseguir su deseo,
a pesar de las murallas
que se le ponían enmedio.
Un ingeniero buscó,
que en minar la tierra diestro,
facilitase su agravio
lo imposible de su acero.
Y fiándose de mí,
por estar mi casa en puesto
más vecino a su esperanza,
más conveniente a su intento,
el hombre empezó desde ella
a designar los modelos
con que tocase una mina
a su mismo cuarto; que esto
era en él fácil, porque
era de nación flamenco,
escuela donde el valor
pelea con el ingenio.
Y nivelando de día
las líneas y los tanteos,
las cavábamos de noche
con recato y con secreto.

CARLOS:

¿Quién creerá que trabajando
en el más obscuro centro,
se enterrase el ofendido
por ver a su ofensor muerto?
Llegó la mina a su fin,
pero no llegó a su efeto;
pues el día de la noche
que este horrible monstruo griego,
para abortarlos en rayos
preñado estaba de acero,
por las calles y las plazas
confusamente se oyeron,
todos hablando en Crotaldo,
nuevas de que se había muerto.

CARLOS:

Quedaron con este caso
frustrados nuestros intentos,
malogradas nuestras sañas,
postrados nuestros deseos;
porque el ofendido, ya
sin ofensor, conociendo
que en una hija no era
la venganza de provecho,
murió de melancolía
dentro de muy poco tiempo:
de suerte que, sin que nadie
pueda llegar a saberlo,
desde mi casa a la casa
de Julia una mina tengo,
tan fácil hoy de romperse,
que como avisada dello
esté Julia y sus criadas,
y con recato y secreto
la boca della se oculte,
que podréis entrar es cierto
y salir desde mi casa
hasta su mismo aposento,
que es adonde va a tocar,
sin que el amor ni los celos
del Duque causen temor.

CARLOS:

Pero ha de ser, advirtiendo,
que ha de ser esto con gusto
de Julia, porque no quiero
que se diga que en su honor
infamemente me vengo
dando paso a su deshonra.
Que como allanéis vós esto,
aquí está mi casa, aquí
mi vida, Astolfo, y mi pecho;
pues para todo es quien es
amigo tan verdadero.

ASTOLFO:

Dadme mil veces los brazos,
y si mudo os agradezco
tanto bien, es porque el caso
mudo me tiene y suspenso.
Yo hablaré a Julia, y de Julia
traer licencia os ofrezco,
y pues ya la noche obscura
extiende su manto negro,
iré a avisarla.

CARLOS:

Mirad
lo que os aventuráis.

ASTOLFO:

Luego
han de matarme esta noche,
siendo la última que espero
ponerme en esta ocasión.

CARLOS:

¿Cómo?

ASTOLFO:

Como si yo llego
a pedir licencia a Julia
de abrir esa mina, es cierto
que ha de darla o no ha de darla:
si la da, ¿para qué efeto
he de volver a arriesgarme,
teniendo seguro el riesgo?
Si no la da, pensaré
que está su amor de concierto
con el Duque, pues me quita
esa ocasión, y iré huyendo
de mis celos, si es que hay donde
no sepan de mí mis celos.

CARLOS:

A todo he de acompañaros.
[Aparte.]
Y estas finezas y extremos
tome por su cuenta amor,
pues el que yo a Laura tengo,
hermana de Astolfo, es
el que ha franqueado en mi pecho
secreto que tantos días
tuvo el honor el silencio.

(Vanse los dos.)


Salen ENRIQUE viejo leyendo un papel, y LAURA su hija.)
ENRIQUE:

¿Quién te dio aqueste papel?

LAURA:

Una mujer me le dio,
tapada, que aquí llegó.

ENRIQUE:

¡Hay desdicha más crüel!
¿No preguntaras quién era?

LAURA:

Ya, señor, lo pregunté,
mas solo me dijo que
en tu mano te le diera,
que una limosna pedía
y volvería al instante.

ENRIQUE:

¿Quién ha visto semejante
confusión como la mía?

LAURA:

¿Parece que te ha traído
el papel algún cuidado?

ENRIQUE:

Y tan grande, que ha causado
mil penas a mi sentido,
y habrá de morir en ellas.

LAURA:

¿No sabré yo la ocasión?

ENRIQUE:

Cosas de tu hermano son,
¿para qué quieres sabellas?

LAURA:

Para sentillas fiel,
ya que no puedo servir
más, señor, que de sentir.

ENRIQUE:

Pues oye, Laura, el papel:
 (Lee.)
Importa que esta noche con prudencia estorbéis a Astolfo
que no salga de casa, porque le va no menos que la vida.

LAURA:

Justos fueron tus enojos,
bien compuesto de crüel
rejalgar, es el papel
el veneno de los ojos.

ENRIQUE:

Días ha que desvelado
la tristeza me ha traído
de Astolfo, y sin duda ha sido
nacida deste cuidado.
Y no siento, no, ni es bien
su riesgo ni mi pesar,
sino que se ha de guardar
sin que le digan de quién.
Que, ¡vive Dios!, si supiera
quien es, que se le sacara
yo al campo, y que cara a cara
el disgusto concluyera.
Mas decirme que le guarde,
sin que de quién se me diga,
bien a presumir me obliga
que es su enemigo cobarde.
Y esto más mi pecho siente
que lo que ha de suceder,
porque más se ha de temer
a un cobarde que a un valiente.
¡Oh, quién supiera, ay de mí,
de quién se debe guardar!

(Sale CANDIL.)
CANDIL:

[Aparte.]
Aquí me manda esperar
mi amo en tanto... Mas aquí
está el viejo, fruncir quiero
el semblante, dando indicio
de beato y de novicio.

LAURA:

Bien dese crïado espero
que te informes, él quizá
advertirá tu dolor.

ENRIQUE:

Dices bien, Candil.

CANDIL:

Señor.

ENRIQUE:

¿Dónde vuestro amo está?

CANDIL:

Hacia el parque le he dejado
con Carlos, su grande amigo.

ENRIQUE:

Siempre el cielo me es testigo,
os tuve por leal criado.

CANDIL:

El fidus Acates fue
puesto conmigo, un bellido.

ENRIQUE:

Decidme, pues, ¿qué ha tenido
Astolfo que yo no sé,
qué humor inquieto y severo
andar tan triste le hace?

CANDIL:

Yo lo diré, todo nace
de tener poco dinero.
Perdió ayer el que tenía,
que, a imitación de las gentes,
hay barajas maldicientes
y dicen mal cada día.
Si bien ya cosas se ven,
que esto no es lo principal,
pues a las que dicen mal
hay quien las haga hablar bien.
Yo me acüerdo cuando era
agravio el decirle a un hombre
fullero, porque era nombre
que escucharse no debiera
sin mentís; pero después
que a ser llegó habilidad,
agravio es con más verdad
decirle que no lo es.
Flores se descubren hartas,
sin ser mayo, cada día:
¿qué más que haber fullería
al juego de sacar cartas?

ENRIQUE:

Decidme, pues, ¿ha tenido
por el juego algún disgusto?

CANDIL:

Sí, señor, muy grande y justo.

ENRIQUE:

Pues, ¿qué fue?

CANDIL:

Haber perdido,
que otro no lo supe yo,
y si a él le sucediera,
es cierto que le supiera;
que de nadie, en fin, fió
con más razón que de mí
sus disgustos, por saber
cuánto le suelo valer
en ellos.

ENRIQUE:

¿Cómo? Si oí
que alguna vez que riñó,
y que presente estuvistes,
vós las espaldas volvistes.

CANDIL:

Por eso lo digo yo,
pues corrió tras mí un tropel
con que la vida le di,
pues los que fueron tras mí
no le tiraron a él.

ENRIQUE:

Decidme, ¡oh quieran los cielos
que este desengaño vea!
¿sirve Astolfo, galantea
a alguna dama, son celos
los que triste le han tenido
estos días?

CANDIL:

¡Qué sutil!
Viendo que yo soy Candil,
de mí alumbrarte has querido.
Y así oye cuanto pasa,
si a callarlo te reduces;
porque quiero hacer dos luces
a la calle y a la casa.
Astolfo una dama ama,
y tiene un competidor
poderoso6, y en rigor
hoy la calle de la dama
con uno y con otro amante
ya moro, ya paladín,
la esfera de su jardín
hizo campo de Agramante.
Traidor fuera, si callara,
sabiendo el riesgo en que está
mi señor.

ENRIQUE:

Llévame allá,
pues ya de luces avara
y triste la noche fría,
en eclipsado arrebol,
las exequias hace al sol
alma y corazón de día.
Tú, Laura, si aquí viniere
mientras yo le busco, di
que no se salga de aquí,
que mando yo que me espere.

LAURA:

(Esto dice a CANDIL.)
Sí haré. Si a Carlos halláis
con él, decid que me vea.

ENRIQUE:

¡Ay hijos, quien os desea
no sabe lo que costáis!

(Vanse todos.)


(Sale el DUQUE, LEONELO, OCTAVIO y criados.)
DUQUE:

En esta noche fría,
émula hermosa de la luz del día,
de mi venganza espero
ver el fin, muera Astolfo, pues yo muero.

LEONELO:

Mal hace vuestra Alteza
en dar tanto lugar a una tristeza.

DUQUE:

¿Es mejor que ofendido
yo de un vasallo, llore aborrecido?

LEONELO:

Quien una hermosa dama
sin estrella, señor, festeja y ama,
no porfíe en querella,
que no hay ventura donde falte estrella.

DUQUE:

¡Qué error tan recibido
de la opinión común, Leonelo, ha sido
decir que las estrellas
de amor terceras son, y que está en ellas,
oh necio desvarío,
la primera elección del albedrío!

OTAVIO:

Pues, ¿quién puede negallo?

DUQUE:

Yo, que razones y aun ejemplos hallo
contra aquese conceto.

LEONELO:

Di uno solo.

DUQUE:

Despreciado de Dafnes hable Apolo,
si estrella fuera amor, sin él viviera,
¿cómo del sol aborrecido fuera
de las estrellas soberano dueño?
Luego bien claro enseño
que amor no vive en ellas,
pues el sol se quejó de las estrellas.

LEONELO:

Y, en fin, di: ¿qué has pensado?

DUQUE:

No fiar de mi estrella mi cuidado,
sino de mi poder y el valor mío,
que ellos los polos son de mi albedrío.
Y así tengo ganada,
como el criado de Astolfo, una criada
de Julia, que ha de abrir aquesta puerta,
que para Astolfo suele estar abierta.
Y ya que es hora creo
de que la seña hurtada a mi deseo
haga seguro el paso
a este ardor, a este fuego en que me abraso.

(Da en la reja.)


LEONELO:

La puerta abren, señor.

(Sale PORCIA.)
PORCIA:

Y vuestra Alteza sea bien venido,
que Julia, conociendo
la seña de su amante, presumiendo
que él fuese, me ha mandado
abrir la puerta, con que se ha cerrado
el temor de tu intento y de mi culpa,
pues su mismo precepto me disculpa.

DUQUE:

Los dos os retirad, y con cuidado
esa calle guardad.

(Éntranse el DUQUE y PORCIA.)
LEONELO:

Bien has fïado
de los dos tu deseo.

(Salen ASTOLFO y CARLOS.)
ASTOLFO:

¡Ay Carlos!, ¿si es verdad esto que veo,
por la puerta no ha entrado
un hombre, y otros dos se han retirado?

CARLOS:

No sé si engaño ha sido,
pero a mí que es verdad me ha parecido.

ASTOLFO:

¿Para esto, ingrata fiera,
fue decirme que a verte no viniera?
¡Vive Dios que he de entrar, y...!

CARLOS:

Deteneos,
que eso es embarazar vuestros deseos,
pues siéndolo estorbar vuestros agravios,
no lo han de hacer las manos ni los labios
desde aquí; pues no es medio ni es venganza,
si otro el favor en el jardín alcanza,
reñir los dos con estos dos afuera.

ASTOLFO:

Pues, ¿qué he de hacer en ocasión tan fiera?
Mas ya sé qué he de hacer; allí una reja
paso a un balcón me deja,
que es de una galería
del jardín, guardad vós la espalda mía
mientras me arrojo a él desesperado.

CARLOS:

Advertid no sea el Duque ese que ha entrado.

ASTOLFO:

Pues eso, ¿qué remedia mis desvelos,
los duques no dan celos?
Fuera de que si yo lo he presumido,
de oírlo a Julia ha sido,
y puedo presumir, y justamente,
que quien miente el amor, el galán miente.

CARLOS:

Con vós vengo, y después de preveniros
el riesgo, a todo trance he de seguiros.

ASTOLFO:

Pues yo en el jardín entro.

(Éntrase.)
CARLOS:

Nadie entrará mientras estáis vós dentro.

(Salen el DUQUE y PORCIA.)
JULIA:

Ponte, señor, sobre el rostro
el rebozo de la capa,
porque pueda hacer mejor
el papel de la turbada.
Aquí, señora, está Astolfo.

(Sale JULIA.)
JULIA:

¿Cómo es posible que haya,
Astolfo, en un pecho noble
tan necia desconfïanza?
A mi casa apenas vuelvo
de pedirte que a mi casa
no vengas por el temor
del Duque, cuando a ella llamas.
¡Qué necios celos!

DUQUE:

No son
muy necios, Julia.

(Descúbrese.)
JULIA:

Turbada
estoy, ¡ay Porcia!, ¿qué es esto?

JULIA:

Yo, señora, no sé nada.
A la seña abrí la puerta,
si a ti la seña te engaña,
¿qué mucho que a mí me engañe?

JULIA:

¡Ay de mí, qué [he] de hacer!

DUQUE:

Basta,
¡oh Julia!, la turbación,
que yo solo he sido causa
a este engaño, porque amor
todo es ardides y trazas.
No quise más que saber
si puerta que tan cerrada
está a una fe verdadera
se abría a una seña falsa.
Ya no me podréis negar,
testigos son estas plantas,
que sobre tantos avisos
Astolfo mi gusto agravia.

JULIA:

Señor, señor, esa culpa,
aunque hoy esté averiguada,
mía es, que no es de Astolfo,
pues creyendo que él llamaba,
yo le mandé abrir la puerta.
Luego en las dos, cosa es clara,
si fuera el llamar su culpa,
y mía hacer que le abran,
ya estoy culpada y él no,
pues yo le abro y él no llama,
que desde el primero día,
señor, que por mi desgracia
me visitastes, no ha entrado
más aquí.

(Entra cayendo ASTOLFO.)
ASTOLFO:

¡El cielo me valga!

DUQUE:

Pues, ¿qué es esto?

JULIA:

¡Muerta estoy!

JULIA:

¡Qué desdicha!

ASTOLFO:

[Aparte.]
Vida y alma,
perdámonos de una vez,
y no muramos de tantas.

DUQUE:

¿Quién va?

ASTOLFO:

Un hombre solo.

DUQUE:

¿Cómo
desta suerte en esta casa
entráis?

ASTOLFO:

Como vós de esotra.

DUQUE:

¿Sabéis quién soy?

ASTOLFO:

No sé nada,
que a estas horas y a estos celos
todas las sombras son pardas.

DUQUE:

Pues vuelve por donde entraste.

ASTOLFO:

Celos no vuelven la espalda.

DUQUE:

Haré que las vuelvas, y...

(Riñen.)
JULIA:

¡Señor, Señor!

DUQUE:

Suelta, aparta.

(Dentro ruido de espadas.)
JULIA:

En la calle, al mismo tiempo,
se oyen también cuchilladas.

(Dentro ENRIQUE.)
ENRIQUE:

Yo he de entrar en el jardín.

(Dentro CARLOS.)
CARLOS:

Mi brazo esta puerta guarda.

JULIA:

Da voces, Porcia.

DUQUE:

Hoy verás
que es rayo ardiente mi espada.

ASTOLFO:

¡Oh! Que estás favorecido
y riñes con gran ventaja.

(Dentro ENRIQUE.)
ENRIQUE:

La puerta echaré en el suelo.

(Dentro CARLOS.)
CARLOS:

Guardola yo.

JULIA:

¡Pena rara!

(Dentro LEONELO.)
LEONELO:

Yo te sabré hacer pedazos.

JULIA:

Luces traeré desta sala.

JULIA:

Acudid todos.

ASTOLFO:

¡Ay cielos!
Muerto soy.

(Cae en el suelo herido y desmayado.)
JULIA:

¡Desdicha extraña!

DUQUE:

Que aquí no me conocieran
fuera de grande importancia.

(Entran todos.)
ENRIQUE:

Julia, ¿qué [es] esto?

JULIA:

No sé,
tu desgracia y mi desgracia.
Tu hijo Astolfo, ¡muerta estoy!,
es, ¡qué pena tan tirana!,
el que, ¡rigurosa estrella!,
sobre, ¡el aliento me falta!,
esas flores, ¡qué rigor!,
caducas ya, ¡qué desgracia!,
hizo, ¡terrible desdicha!,
que con su púrpura y nácar
se conviertan en rubís
las que fueron esmeraldas.
El brazo, ¡ay Dios!, que te ofende,
el acero que te agravia,
no le sepas, no le sepas,
que sepa doblar las ansias,
ver posible la desdicha
y imposible la venganza.

ENRIQUE:

¿Cómo imposible, ¡ay de mí!,
si este acero y estas canas
Etna de fuego y de nieve
serán?

JULIA:

Tente, espera, aguarda,
no le ofendas que es el Duque.

DUQUE:

Enrique, Enrique, ya basta.

ENRIQUE:

Pues vuestra Alteza, señor,
¿tanto enojo, furia tanta?

DUQUE:

Así mi valor castiga

LEONELO:

a quien mi valor agravia,
(Vase.)
y si mil veces viviera,
le diera muerte otras tantas.

LEONELO:

¡Qué lastimosa tragedia!

OTAVIO:

¡Qué rigurosa desgracia!

CARLOS:

¡Qué amigo tan infeliz!

JULIA:

¡Qué mujer tan desdichada!

(Vase.)
CANDIL:

tener la pena me falta.

JULIA:

Temblando estoy de temor
por ser de su muerte causa.

(Vase.)
ENRIQUE:

¡Ay infelice de mí!
En pena, en desdicha tanta,
pues que me falta en la tierra,
denme los cielos venganza.