El galán Castrucho
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

CASTRUCHO y ESCOBARILLO.
ESCOBARILLO:

Está media campaña alborotada
porque el Sargento piensa que el Alférez
la dama le quitó con sus soldados,
y el Alférez, señor, lo mismo piensa
del Capitán, y aunque verdad fue todo,
en pensar que la dama está escondida
en la casa y poder del vitorioso
parecen todos tres un mismo engaño,
que tú la gozas, hablas y requiebras.

CASTRUCHO:

Eso es tener los hombres sangre y cólera.
¡Fuera gallinas, no conmigo bríos!,
que de todos aquesos que presumen
ser gallos de mi dama, antes de un hora
les cortaré las crestas y haré dellas
un sabroso potaje y una epíctima
para templar del corazón la furia.
Mal conoces la espada de Castrucho,
sola en el mundo y heredada de Hércules.

ESCOBARILLO:

¿Hércules trujo espada o sólo un tronco
de un roble, abierto por sus propias manos?

CASTRUCHO:

El tebano es aquese, picarito,
y el español el que yo digo agora,
que no mató las fieras de los campos
sino que conquistó ciudades y hombres;
pero vengamos a lo que hace al caso.
El maese de campo, don Rodrigo,
me dicen que es un hombre apasionado
por estos que vivimos de la hoja,
y que en sabiendo que hay algún valiente
que tenga ya por sus hazañas nombre
confirmado en el mundo por su fama,
le da su mesa y cama y favorece.
Quiero que me conozca y que se informe
de mis temeridades y locuras
y sepa lo que soy con una espada,
porque, con su favor, todos aquestos
huyan de mí como las brujas huyen
la siempre verde ruda y amapolas.

ESCOBARILLO:

¿De manera que a eso vienes?

CASTRUCHO:

Vengo
a buscar un escudo de Fortuna
contra la Fuerza, Envidia y la Malicia.
¡Oh, pesia tal! El Capitán es éste
y me ha visto sin duda.

ESCOBARILLO:

Pues no huyas,
que puedes engañarle fácilmente.

CASTRUCHO:

¿Trae cuadrilla?

ESCOBARILLO:

Su ordinaria gente.

(Entre el CAPITÁN, y PRADELO y BELARDO, soldados.)
HÉCTOR:

   ¿En efeto sospecháis
que el Alférez la encontró
después que allí me huyó
y el indicio confirmáis?

BELARDO:

   ¿Pues quién lo duda, si acaso
no se la tragó la tierra,
que en diciendo España y cierra
alargó la hembra el paso?
   Como él la calle huyó
allí donde le perdimos,
mientras a buscarle fuimos
ella con él se encontró.

ESCOBARILLO:

Llégale primero a hablar.

CASTRUCHO:

¡Calla!

ESCOBARILLO:

¿De qué estás medroso?

CASTRUCHO:

¡Oh, capitán valeroso!

HÉCTOR:

¡Bravo encuentro!

CASTRUCHO:

¡Bravo azar!

HÉCTOR:

¿Dónde bueno?

CASTRUCHO:

En busca tuya
ando desde esta mañana.

HÉCTOR:

¿Cómo?

CASTRUCHO:

Sabe que mi hermana
perdió la sobrina suya.

HÉCTOR:

   ¿Quién, la señora Fortuna?

CASTRUCHO:

Fortunica, pesia a mí,
que desde que ayer te vi
anda corriendo fortuna.
   ¿Y cómo donde tú estás,
que eres digno de una Elena,
de una Dánae o Alcumena,
o si hay más que Venus, más,
   un sargentillo, un medio hombre,
un tu soldado, que ayer
tu mano le pudo hacer
con darle esa plaza y nombre,
   ha de gozar una dama
que se trujo para ti
desde España, que hasta allí
llega la voz de tu fama?
   Vuelve, señor, por tu honra,
que a saber ayer quién eras
yo hiciera que no tuvieras
este disgusto y deshonra.
   Que luego te la entregara
para que gozaras della,
sin que se alzara con ella
quien... Mas costarále cara,
   que sin que nadie la pida
de tu parte, yo le haré
que lo que es tuyo te dé
o le quitaré la vida.

HÉCTOR:

   ¿Cómo, cómo? ¿Que el Sargento,
sabiendo que tú traías
esa mujer, en dos días
tenga tanto atrevimiento?
   ¿No eres tú el hombre que ayer...?

CASTRUCHO:

Sí, señor, el mismo soy,
que por tu servicio estoy
en guarda desta mujer.
   Yo la truje de Sevilla,
que en un corro de guzmanes
tratando de capitanes
te dieron la primer silla.
   Contaron de tus grandezas,
de tus liberalidades,
tus heroicas amistades,
lauros, hazañas, proezas.
   Estaba entonces gozando
esta muchacha su flor,
enamorando al Amor
y en lugar de Amor matando.
   Tierna como una patata,
más colorada que rosa,
más que el azúcar, sabrosa,
y más limpia que la plata.

CASTRUCHO:

   Duques, condes y marqueses
desempedraban su calle;
mozalbitos de buen talle
puntas, tajos y reveses.
   Pero desta confusión
la saqué, a pesar de todos,
que soy sangre de los godos
y bravo más que un león.
   Y pues la truje hasta aquí,
tanta tierra y tanta mar,
tú solo la has de gozar.
¡Fuera, guárdense de ahí,
   que voy de cólera ardiendo!
¿Dónde está el Sargento, dónde?
Ya la muerte me responde
que el arco está apercibiendo.
   ¿Dónde te hallaré después?

HÉCTOR:

Paso, que estoy informado
de que sois muy hombre honrado.

BELARDO:

(¡Y harto ligero de pies!
   ¿No es gracioso el fanfarrón?

PRADELO:

¿Cuándo has visto tú rufián
que no parezca Roldán
y sea después lebrón?
   ¡Pese a tal con el picaño!

HÉCTOR:

Belardo, aunque éste es un loco,
lo que dice no es tan poco
que no resulte en mi daño;
   ya veo que es hablador,
pero la mujer me agrada,
y yo sé que está encerrada
más de fuerza que de amor.
   Vamos los tres a buscar
este Alférez, que yo sé
que él me la dará, aunque esté
hecho de amores un mar.)
   ¿Cómo os llamáis?

CASTRUCHO:

¿Yo, señor?
Castrucho, a vuestro servicio.

HÉCTOR:

¿Y traéis aquese oficio?
¿No sabéis otro mejor?

CASTRUCHO:

   Calla, príncipe, que quiero
que goces de hoy más mil damas
y que deshagas más famas
que cortó cabezas Nero.
   Traeréte dos mil mozuelas,
y no de aquestas perdidas
sino las de ayer nacidas,
con su flor como ciruelas.
   Vete en paz, y goza aquésta,
que a la tarde la tendrás.

HÉCTOR:

Soldados ¿hay que oír más?

SOLDADOS:

No hay en el mundo otra fiesta.

HÉCTOR:

   Ahora bien, vamos de aquí.

CASTRUCHO:

¿Dónde a la tarde estarás?

HÉCTOR:

A la plaza me hallarás.

(Váyase el CAPITÁN y los SOLDADOS.)
CASTRUCHO:

¿Qué te parece de mí?

ESCOBARILLO:

Que todas tus cosas van
por un camino acertado.

CASTRUCHO:

¡Con qué soberbia he hablado
aqueste vil capitán!
   ¿Puédese ver en el mundo
tal término de tratar?

ESCOBARILLO:

(A lo menos de hablar.)

CASTRUCHO:

¿Qué dices?

ESCOBARILLO:

Que es sin segundo
y que hablaste como un Cid.

CASTRUCHO:

¿Que es Cid adonde yo estoy,
que el Hércules mismo soy
y el gigante de David?
(Espántese.)
   ¡Guarda! ¡Pesia tal! ¿Quién es
éste que viene hacia aquí?

ESCOBARILLO:

El Sargento es, pese a mí.

CASTRUCHO:

¿Apretaremos los pies?

ESCOBARILLO:

   ¿Siendo tú tan gran gigante
quieres que huyamos de un hombre?

CASTRUCHO:

¿Pues he de afrentar mi nombre
menos que con otro Atlante?

(Entre el SARGENTO.)
ÁLVARO:

   No hay que fiar en la tierra
buena fe de amigo ingrato,
pues que se usa tan mal trato
en el valor de la guerra.
   A Fortuna me quitaron
ciertos bisoños ayer;
maraña debió de ser
que entre amigos me trazaron.
   A los alcances le voy
algun fingido, que creo
que da rueda a su deseo
porque su Sargento soy.
   Pues cortaréle los pasos
aunque pierda el alabarda,
pues tan mal la amistad guarda
en los amorosos casos.
   ¿Castrucho no es éste? Sí.
¿Qué hay de nuevo?

CASTRUCHO:

¡Pesia tal!
Poco bien y mucho mal.

ÁLVARO:

¿Y mucho mal? ¿Cómo ansí?

CASTRUCHO:

   ¿Este Alférez, este nada,
este bizarro Sansón,
descalzo, con almidón
y doncella por la espada,
   éste te había de quitar
con bellacos en cuadrilla
mujer que desde Sevilla
te vino a Italia a buscar?
   ¿Sabes dónde le hallaré,
que le voy a desmentir?

ÁLVARO:

Espera, no te has de ir
desa suerte.

CASTRUCHO:

¡Sueltamé!
   ¡Suéltame, pese a mis males,
que no suelo yo comer
de más renta que vender
las espadas de hombres tales!
   ¡A ti, un alférez, a ti,
que tienes fama en el mundo
de ser un Héctor segundo,
que casi te igualo a mí!
   ¿Por qué me detienes? Deja
que esta cólera ejecute.

ÁLVARO:

No es bien que a mí me repute
de traidor nadie en su queja.
   ¿Que el Alférez era aquel
que anoche en cuadrilla vino?

CASTRUCHO:

El que te salió al camino,
y dos soldados con él.
   Que la vieja, a puntillazos,
me ha contado lo que pasa:
que fue el concierto en su casa
y aun por ventura en sus brazos.
   ¡Ea, que a matarle voy!

ÁLVARO:

¡Detente, loco!

CASTRUCHO:

¿Aún me tienes?

ÁLVARO:

Con buenas nuevas me vienes;
por darte albricias estoy,
   porque ha no sé cuántos días
que encontrarme deseaba
con el Alférez, que andaba
apuntado en cosas mías.
   ¡Tan gran traición, vive Dios!

(Meta mano el SARGENTO, espántese CASTRUCHO.)
CASTRUCHO:

¡Válgate el diablo!

ÁLVARO:

Esta espada
no está por dicha manchada
de otro mejor que no vos.
   ¿En cuadrilla para mí
y por quitarme mi gusto?
¿Justo es esto? ¿Aquesto es justo?

CASTRUCHO:

El diablo te diga sí.
   (Temblando estoy, Escobar,
no me dé algún espetón,
que una espada es tentación
de hombre enseñado a matar.)

ÁLVARO:

   ¡Agora estés, don Jorge, mal nacido,
en el cuerpo de guarda o en la plaza,
o con el Capitán, o divertido
en ver del rebellín la nueva traza,
o estés comiendo, o a placer dormido,
o en gresca y juego o en campaña rasa,
que donde quiera volverá manchada
de tu villana sangre aquesta espada!

(Váyase.)
CASTRUCHO:

   ¿Fuese ya?

ESCOBARILLO:

¿Pues no se fue?

CASTRUCHO:

Míralo bien si ha traspuesto.

ESCOBARILLO:

Dígote que sí.

CASTRUCHO:

Y más presto
de lo que yo imaginé,
   que a fe que si se esperara,
que por lo mucho que habló
quizá le asentara yo
algún chirlo por la cara.
   Soldaditos de vinagre,
que en viendo un hombre se mueren
y como estudiantes quieren
retularse con almagre.
   ¡Qué vítor y qué nonada!
Vítor Castrucho no más,
que es el propio Barrabás
la punta de aquesta espada.

(Entre LUCRECIA, dama milanesa, en hábito de hombre.)
LUCRECIA:

   Por el rastro que he traído
aquí he de venir a hallar
aquel huésped fementido,
otro Eneas en dejar
muerta la segunda Dido.
   ¡Oh, soldado injusto y ciego!
A mi deshonor y ruego,
a ti mismo haces ultraje,
que en pago del hospedaje
pones a la casa fuego.
   Un alférez hospedé
en Milán, de donde soy,
a quien el alma entregué;
segunda casa que doy
para aposentar la fe.
   Más que fe, huésped traidor,
falso, aleve, engañador,
que no es fe la fe fingida,
pues me has llevado la vida
y a vueltas della el honor.
   Gente me mira. ¡Ay de mí
si han entendido mi engaño!

ESCOBARILLO:

¿Buscáis algo por aquí,
gentilhombre?

LUCRECIA:

Busco el daño
de todo el bien que perdí.

ESCOBARILLO:

¿Qué perdistes?

LUCRECIA:

Quien solía
servir de noche y de día.

ESCOBARILLO:

¿Que amo andáis a buscar?

LUCRECIA:

Si yo le pudiese hallar
más que dichoso sería.

CASTRUCHO:

   ¿Qué es aqueso, Escobarillo?

ESCOBARILLO:

Un gracioso pajecillo
que busca un amo y asaz
es apropiado el rapaz
para ser alcagüetillo.

CASTRUCHO:

   ¿De dónde eres?

LUCRECIA:

De Milán.

CASTRUCHO:

¿Eres noble?

LUCRECIA:

Solia ser.

CASTRUCHO:

¿Cómo te llaman?

LUCRECIA:

Beltrán.

CASTRUCHO:

¿Eres mujer?

LUCRECIA:

¿Yo mujer?
¿Juraréislo vos, galán?
   Siempre a cualquier hombre noble
suele afeminar al doble
la madre naturaleza;
no juzguéis por la corteza,
que tengo el alma de roble.

CASTRUCHO:

   ¿Cuándo veniste?

LUCRECIA:

Anteayer.

CASTRUCHO:

¿Has tenido qué gastar?

LUCRECIA:

Y que jugar y perder.

CASTRUCHO:

¿A qué has perdido?

LUCRECIA:

Al parar.

CASTRUCHO:

Propio juego de mujer,
   vive Dios que lo pareces.

LUCRECIA:

Santiguareme mil veces,
hermano, téngase allá.

CASTRUCHO:

¿Éste es hombre?

ESCOBARILLO:

Claro está.
¿En eso te desvaneces?

CASTRUCHO:

   ¡Vive Dios que es como un oro
para el oficio!

ESCOBARILLO:

¿Pues no?
Digo que vale un tesoro.

LUCRECIA:

(Harto mejor era yo
para ser de quien adoro.)

ESCOBARILLO:

   Conciértale, ¿por ventura
querrá servirte?

CASTRUCHO:

Eso quiero,
aunque en talle y compostura
parece tan caballero
cuanto hembra en la hermosura.
   Di, Beltrán ¿quieres estar
conmigo?

LUCRECIA:

¿Pues no, señor,
si un amo vengo a buscar?

CASTRUCHO:

Mientras le hallas mejor
me puedes acompañar.

LUCRECIA:

   ¿No eres soldado?

CASTRUCHO:

Sí soy.

LUCRECIA:

¿Y de quién?

CASTRUCHO:

Sin plaza estoy,
que he venido aventurero
por una mujer que quiero
a quien el alma le doy.

LUCRECIA:

   ¿Y tiénesla aquí contigo?

CASTRUCHO:

Aquí, en cierto alojamiento
que es rancho de un grande amigo.

LUCRECIA:

Agora con más contento
a tu servicio me obligo.

CASTRUCHO:

   Pues ¡sús, alto! aquesto es hecho,
ya estás conmigo.

LUCRECIA:

Y estoy
de tu valor satisfecho.

CASTRUCHO:

Valdrate, a fe de quien soy,
un infinito provecho,
   que esta mujer, Beltranico,
es mujer.

LUCRECIA:

Ya estoy al cabo,
ea, que a todo me aplico.

CASTRUCHO:

Por Dios, igualmente alabo
tu discreción, gracia y pico.

LUCRECIA:

   ¿Para decir que es mujer
destas que hacen placer
es menester más rodeo?
¡Vive Dios! Verla deseo,
que quiero echarme a perder.

CASTRUCHO:

   Paso, paso, no tan hombre,
que no es ése vuestro oficio.

LUCRECIA:

Mal me conoces el nombre,
pues si empiezo a echar de vicio
haré que el rapaz te asombre.

CASTRUCHO:

   Ea pues, llévale a casa
porque Fortuna le vea.

LUCRECIA:

¿La Fortuna? ¿Aquesto pasa?
Rogarle quiero que sea
en mis desdichas escasa.

ESCOBARILLO:

Llámase la dama ansí.

LUCRECIA:

¿De veras?

ESCOBARILLO:

Vente tras mí.

LUCRECIA:

Guía por aquesta calle.
(Vanse LUCRECIA y ESCOBARILLO.)

CASTRUCHO:

¡Qué rapaz de tan buen talle!
Que era mujer presumí.
   Ahora ¡sús! esto se ordena
a mi gusto y va en su punto,
mas si rompe la cadena
temo que me venga junto
el galardón y la pena,
   pero si de aquesta suerte
ordeno a los tres la muerte...
mas ¡ay! el Alférez viene,
que le engañe me conviene;
permita el cielo que acierte.
(Comienza a dar voces.)
(Entre el ALFÉREZ.)
   ¿Hase visto maldad tan manifiesta?
¿Hay en el mundo enredo como aqueste,
que ordenen convidarle a mesa puesta
porque la vida al pobre Alférez cueste?
¿Adónde le hallaré?

JORGE:

¿Qué voz es ésta?
¿Qué alférez? ¿Qué maldad es? ¿Qué hombre es éste?
¡Hola soldado! ¿Qué decís? ¿Qué es eso?

CASTRUCHO:

Despacio voy para tan mal suceso.
   ¡No me faltaba más sino pararme!

JORGE:

Teneos, por vida mía.

CASTRUCHO:

¿Qué es tenerme?
Voy a avisar a un hombre que se arme
porque inocente entre enemigos duerme.

JORGE:

El hombre y el suceso has de contarme
aunque supiese...

CASTRUCHO:

Paso, sin ponerme
la mano al pecho, y así en breve digo
que a don Jorge buscaba.

JORGE:

Ése es mi amigo.

CASTRUCHO:

   Pues a ése le ordenan dura muerte
su Sargento y Capitán, y han trazado
convidalle a comer, que desta suerte
le dejarán el pecho atosigado.
Mas la Verdad, que es invencible y fuerte,
que el mundo juzga del celeste estrado,
quiere que yo lo escuche y que le avise,
para que viendo el áspid no le pise.
   ¿Conocéis a don Jorge? Encaminadme
para que luego la verdad le diga.

JORGE:

Paso, yo soy.

CASTRUCHO:

¿Vos?

JORGE:

Yo.

CASTRUCHO:

La mano dadme,
que bien ha sido de la vuestra amiga.

JORGE:

Tomad, señor, y una cadena echadme,
que a ser muy vuestro para siempre obliga
la gran merced que ahora me habéis hecho,
que eternamente vivirá en mi pecho.
   ¿Dónde lo oístes?

CASTRUCHO:

¿Cómo adónde? Ahora,
en este punto y en aqueste puesto,
que lo trató con intención traidora
el fiero Capitán.

JORGE:

¡Cielos! ¿Qué es esto?

CASTRUCHO:

Sirven, según entiendo, una señora
de trato no muy lícito ni honesto,
adonde pienso yo que os vi una tarde
con estos hombres, de quien Dios os guarde.

JORGE:

   Ya me acuerdo de vos, y por más señas
cierta cadena os di.

CASTRUCHO:

Ya está perdida.

JORGE:

Éste pensaba dar a aquellas dueñas,
pero es mejor que vuestros dedos mida.

(Dale un anillo.)
CASTRUCHO:

Con tu nobleza romperás las peñas,
guárdate de aceptar cena o comida.

JORGE:

Idos con Dios, que he de meter la guarda.

CASTRUCHO:

Respete el suelo lo que el cielo guarda.

(Váyase CASTRUCHO.)
JORGE:

   ¿Esto se sufre, Capitán ingrato?
¿Sargento, esto se sufre, por ventura?
¿Que puede haber en hombres tan mal trato
y más en el Sargento, que es mi hechura,
si a traidores imito, si retrato
su fiera crueldad, injusta y dura?
¿Cómo no me dispongo a la venganza
con tan bastante causa y esperanza?
   Bien sospechaba yo que la cuadrilla
que aquella noche me quitó la dama
era del Capitán la gentecilla,
que desde que la vio la adora y ama.
No le basta gozalla y persuadilla,
sino que juntamente se disfama
con procurar matarme. ¡Santos cielos,
para tan breve amor, tan graves celos!

(Entre el SARGENTO.)
ÁLVARO:

   (Don Jorge es éste, yo he de hacer de suerte
que le retire deste puesto infame,
no me cueste la vida el darle muerte
y en su lugar mi sangre se derrame.)

(Entre el CAPITÁN.)
HÉCTOR:

(Tal es la rabia y el coraje fuerte
que he de enviar un paje que le llame;
mas ya no hay para qué, si está en el cuento.
Don Álvaro es aquéste, y mi Sargento.)

JORGE:

   (Trazando voy de mi venganza el modo.)

ÁLVARO:

(¿De qué manera podré yo matalle?)

HÉCTOR:

(¿También don Jorge? A entrambos me acomodo.)

JORGE:

(El Capitán es éste, quiero hablalle;
¿mas qué digo? De manga viene todo,
pues don Álvaro viene a acompañalle;
metamos mano, brazo y defendamos
la parte de nobleza que heredamos.)

(Mete mano el ALFÉREZ, y luego SARGENTO y CAPITÁN.)
HÉCTOR:

   ¿A matarme venís, y acompañado?
¿En qué, señor don Jorge, os he ofendido?

ÁLVARO:

No basta que la dama me han quitado,
sino que darme muerte han pretendido.

HÉCTOR:

Es buena libertad la que han usado.
¿Espada para mí?

JORGE:

¿Tan mal servido
has sido de don Jorge que esto hagas?

ÁLVARO:

¿Y a mí también, señor, tan mal me pagas?

(Entre TEODORA.)
TEODORA:

   ¿Qué es esto, hijos, qué es esto?
¡Espadas desenvainadas,
los tres en aqueste puesto!

HÉCTOR:

¡Hola! Envainá las espadas.
¿Qué me miráis? ¡Luego, presto!

JORGE:

   No la saco por tu ofensa
sino para mi defensa,
porque me quieres matar.

ÁLVARO:

Y yo la vine a sacar
por lo mismo que éste piensa.

HÉCTOR:

   ¿Yo matarte, Alférez?

JORGE:

Sí,
sobre quitarme la dama.

ÁLVARO:

De eso me quejo de ti,
Alférez, pues corre fama
que me la has quitado a mí,
   y por aquesta maldad
vine a romper tu amistad,
que me la has de dar, por Dios.

HÉCTOR:

Yo me quejo de los dos;
mirad quién dice verdad,
   que uno de los dos la tiene
y anoche me la llevó.

TEODORA:

Paso, hijos, que os conviene,
que estoy de por medio yo.

JORGE:

Mirad la paz que nos viene.

TEODORA:

   Pues si a mí me ven en medio
¿no han de decir sin remedio
que por mi pie de ternera
reñís de aquesa manera?
Sosegaos, búsquese un medio.
   ¿Por qué reñís?

HÉCTOR:

Madre mía,
que a tu hija les quité
dicen con igual porfía.

JORGE:

Él la tiene y yo lo sé,
y aun decir dónde podría.

ÁLVARO:

   No la tiene el Capitán,
que vos la tenéis.

JORGE:

¿Yo?

ÁLVARO:

¡Vos!

HÉCTOR:

Ved qué conformes están,
y a fe que está entre los dos.

TEODORA:

Digo que es cuento galán.
   ¿Quién lo ha dicho?

HÉCTOR:

Castrucho.

TEODORA:

¿Y a vos?

JORGE:

El mismo.

TEODORA:

¿Y a vos?

ÁLVARO:

Castrucho también.

TEODORA:

No es mucho,
porque él la tiene, por Dios.

HÉCTOR:

¿Qué oigo?

ÁLVARO:

¿Qué veo?

JORGE:

¿Qué escucho?

TEODORA:

   Digo que él mismo la trujo
anoche y durmió con ella.

HÉCTOR:

¡Oh, bellaco!

TEODORA:

Es medio brujo;
harto esta noche por ella
mis tristes ojos estrujo.

HÉCTOR:

   ¿Que a los tres nos la ha quitado?

ÁLVARO:

¿Que esta noche la ha gozado?

JORGE:

¿Que nos burlase a los tres?

TEODORA:

Verdad lo que digo es,
que mis carnes lo han pagado,
   que acostada estaba yo
y salí con un candil
a las palmadas que dio.
Cruces hice más de mil
porque la sangre me heló.
   Si le hubieras dado muerte
cuando yo os lo supliqué,
no os burlara desta suerte
ni yo, que no lo pequé,
me viera en trago tan fuerte.
   Que porque estaba acostada
y él fuera de la posada,
en mis carnes pecadoras
me pegó más de dos horas
con una soga doblada.

HÉCTOR:

   Ea, soldados, no se sufra aquesto,
vamos en busca del rufián infame.

JORGE:

Vamos, que no se escusa en cualquier puesto
que aquella sangre bárbara derrame.

ÁLVARO:

A darle dos mil palos voy dispuesto.

HÉCTOR:

Para eso haced que un pícaro se llame,
mas donde no hay afrenta, pues no cabe,
mejor será que de una vez acabe.
(Váyanse los tres, quede TEODORA.)

TEODORA:

   Agora quedo contenta,
que van a darle Santiago;
de su sangre estoy sedienta,
y por beberla de un trago
el corazón me revienta.
   ¡Muere, traidor! Eso sí,
y déjame libre aquí,
que si hoy no te acabaran
tirano te confirmaran
de aquel ángel y de mí.
   Quiero entrar en San Clemente
mientras pasa tanto mal.
¿Mas qué ruido es éste, y gente?
Sin duda es el General,
no sé si una cosa intente...
   pero quiérola intentar,
que si me saliere azar
muy poco puedo perder.
Quiero el manto componer
y mi rosario sacar.
(Entre mucho acompañamiento de SOLDADOS tras el GENERAL, hablando con el maese de campo DON RODRIGO.)
   Mi señor, con su licencia,
quiero hablar a Su Excelencia.

GENERAL:

¿Quién es?

RODRIGO:

Lo que ves delante.

TEODORA:

Una pobre vergonzante.

RODRIGO:

Honrado talle y presencia.

TEODORA:

   Por virtud de los honrados...

GENERAL:

Denle limosna.

TEODORA:

Señor,
óyame quatro pecados.

GENERAL:

¿Pecados? ¿Soy confesor?

TEODORA:

Iba a deciros cuidados:
   soy una pobre mujer
como se me echa de ver.
Tengo una hija tan bella
que dejó de ser doncella
por no tener qué comer;
   no tiene dieciséis años,
fresca como una camuesa;
ayer la miré en los baños,
con una pierna tan gruesa
y unos pecitos tamaños.
   Los pechos son dos manzanas
y no hay rosas castellanas
como las mejillas bellas,
que más coloradas que ellas
se levante a las mañanas.
   Canta como un serafín,
habla que no hay más que ver,
es de la hermosura fin;
si no lo queréis creer,
trairela a vuestro jardín
   donde veréis que a las rosas
les quita el nombre de hermosas.
Habla bien, y tañe, y canta
que es una cosa que espanta,
sin otras secretas cosas.

GENERAL:

   (Gentil alcagüeta, a fe.)
¿Sabéis mi casa?

TEODORA:

Muy bien.

GENERAL:

Id allá.

TEODORA:

¿Cuándo podré?

GENERAL:

Yo haré que el aviso os den
cuando sin negocio esté.
   ¿Qué os parece, don Rodrigo?

RODRIGO:

Que es estremada la pieza
y me quiero hacer su amigo.

(Vanse el GENERAL y los demás, queda TEODORA sola.)
TEODORA:

Guarde el cielo tu cabeza,
con dos manos te bendigo.
   ¡Qué amparo de gente pobre!
Plega el cielo que te sobre,
como al César, la ventura,
porque el lugar que procura
vitoriosamente cobre.
   Ahora bien, vamos a casa
a poner mano en la masa;
demos a Fortuna cuenta
que ya quien la pide cuenta
deste mundo al otro pasa.

(Vase, entren LUCRECIA, FORTUNA, ESCOBARILLO.)
FORTUNA:

   Tan pagada estoy del paje
que no me ha hecho otro gusto
tu amo que a éste aventaje.

LUCRECIA:

Ya tengo, dama, por gusto
que el tiempo a servir me abaje,
   porque serviros es cosa
tan agradable y dichosa
que no hay reinos que mandar
por quien se pueda trocar.

FORTUNA:

¿Por qué?

LUCRECIA:

Porque sois hermosa,
   que esto puede la hermosura,
que no hay gloria como estar
asistiendo a la luz pura
de un rostro que puede dar
gloria, descanso y ventura.
   Si el que más príncipe fuera
de mejor gana os sirviera,
¿no he de tener yo a gran bien
que por señora me den
la que del mundo pudiera?

FORTUNA:

   Beltrán, lisonjero eres.

ESCOBARILLO:

¿He de poneros en paz?

LUCRECIA:

(Bien tienes con qué, si quieres:
por ser hombre eres capaz,
que estás entre dos mujeres.)

ESCOBARILLO:

¿Qué mormuras?

LUCRECIA:

Que podrías
no meterte en cosas mías.

ESCOBARILLO:

Pues cómo, hermano Beltrán,
¿trújeos yo para galán?

LUCRECIA:

Calla y serémoslo a días.

ESCOBARILLO:

   ¿Cómo? ¿No has entrado en casa
y alzarte quieres con ella?

LUCRECIA:

¿Cuál es el hombre de masa
que en viendo una dama bella
no se enamora y abrasa?

ESCOBARILLO:

   Basta, que es muy hombre en todo.

FORTUNA:

(Perdiéndome voy de modo
que me enloquece Beltrán.
¡Qué bien hecho, qué galán!)

LUCRECIA:

(Mas que te pongas de lodo.)

FORTUNA:

   Salte afuera, Escobarillo.

ESCOBARILLO:

(Ta, ta, ya andamos en eso.
¿Pero qué me maravillo?
Que es bello el mozo y travieso,
y esotra... estoy por decillo.)

(Váyase ESCOBARILLO.)
FORTUNA:

   ¿Que, en fin, eres milanés?

LUCRECIA:

Ya soy tuyo, no me des
otra tierra ni otro nombre.

FORTUNA:

(¿Es posible que éste es hombre?
¡Y, para mi mal, lo es!)

LUCRECIA:

   (Esta bellaca está en duda,
menester será que agora
más vivo al engaño acuda.)
¿De qué enmudeces, señora?

FORTUNA:

Tu lengua me tiene muda.

LUCRECIA:

   ¿Pues qué, parécete bien?
Porque haré que te la den
estas manos en un punto.

FORTUNA:

Mejor lo tomara junto.

LUCRECIA:

¿Junto lo quieres también?

FORTUNA:

   Buenas manos tienes.

LUCRECIA:

Buenas.
Y buenas me las he dado.

FORTUNA:

Parecen dos azucenas.

LUCRECIA:

Ya el tiempo las ha secado
y el invierno de mis penas.

FORTUNA:

   ¿Penas has tenido?

LUCRECIA:

Sí.

FORTUNA:

¿Has querido bien?

LUCRECIA:

Y quiero.

FORTUNA:

¿A quién, por tu vida?

LUCRECIA:

A ti.

FORTUNA:

Pues cree que por ti muero
desde el punto que te vi.

LUCRECIA:

   Pues alto, dure el concierto;
si te he muerto, tú me has muerto.

FORTUNA:

Bésame para que viva.

LUCRECIA:

Ea, sube gente arriba.

FORTUNA:

¿Cómo?

LUCRECIA:

La puerta han abierto.

(Entre el ALFÉREZ.)
JORGE:

   Aquí, señor don Jorge, el que es primero,
ése me han dicho que se lleva el fruto
y que del árbol cuelgan al postrero.
   Viendo Castrucho el enojoso luto
que por haberos anteayer perdido
de que aun apenas traigo el rostro enjuto,
   mostró mi alma, donde habéis tenido
más verdadero asiento que en el pecho
de ese Sargento, a quien habéis querido.
   Antes que el Capitán, a su despecho,
os lleve a fuerza de razón, que es hombre
que mira solamente a su provecho,
   mandá que yo, sin que el temor me asombre
de que es mi superior, conmigo os lleve,
pues ya sabéis mis prendas y mi nombre
y la razón que para ello os mueve.

FORTUNA:

   Voluntad tuve primero
de teneros voluntad,
porque ni al Sargento quiero
ni fue más nuestra amistad
que el interés del tercero.
   Mi madre gobierna en mí,
ésta quita, veda y pone,
y pues ella no está aquí,
que es la que de mí dispone,
podéis perdonarme a mí.

LUCRECIA:

   (¡Ay de mí! Que éste es aquel
español bello y cruel
por quien ando desta suerte.)

(Entra TEODORA.)
TEODORA:

¡Albricias, hija!

LUCRECIA:

(¡Si es Muerte,
que viene a librarme dél!)

FORTUNA:

   ¡Oh, madre, seas bienvenida!

TEODORA:

Señor Alférez ¿qué es esto?

JORGE:

¡Oh, mi Teodora querida!

TEODORA:

Quítame este manto presto.

FORTUNA:

Turbada estás, por mi vida.

TEODORA:

   Será de puro contento
de ver que muerte le dan
a aquel bellaco sangriento
por gusto del Capitán,
en este mismo momento.

FORTUNA:

   ¿Díceslo de veras?

TEODORA:

¡Bueno!

FORTUNA:

Gracias a Dios que has rompido
aquel vaso de veneno.

LUCRECIA:

(No es malo el que yo he bebido,
más flojo ni menos lleno.)

TEODORA:

   ¿Cúyo es este pajecico?

FORTUNA:

A casa viene a servir.

TEODORA:

Por mi vida que es bonico.
¿Sabes leer y escribir?

LUCRECIA:

Y multiplicar tantico.

TEODORA:

   Bien has hecho; pues, señor,
¿qué buscáis?

JORGE:

Oídme acá.

FORTUNA:

Perdido viene de amor.

LUCRECIA:

Hablando de oído está,
mudádoseme ha el color.

FORTUNA:

   ¿De qué?

LUCRECIA:

De que es cosa cierta
que de llevarte concierta
y es negocio sin remedio
si hay dinero de por medio,
que he de quedarme a la puerta.

FORTUNA:

   ¿Sabes qué podrás hacer?
Conmigo quiero llevarte
y darémosle a entender
que es bien que se vaya aparte.

LUCRECIA:

¿Y luego?

FORTUNA:

Echar a correr.

LUCRECIA:

   Eso llaman dar esquina.
¿Pero adónde dormiremos?

FORTUNA:

En casa de una vecina.

LUCRECIA:

Si no, en campaña podremos
o al fresco de la marina.

TEODORA:

   Está bien ¡hola, muchacha!

FORTUNA:

¿Qué mandas?

TEODORA:

Cúbrete el manto.

LUCRECIA:

(¡Oh, vieja infame y borracha!)

FORTUNA:

El tuyo no importa tanto.

TEODORA:

Bien dices, tengo esa tacha:
   cuanto hago se me olvida.
¿Estás cubierta?

FORTUNA:

Ya voy.
Beltranico, por tu vida,
que me acompañes.

LUCRECIA:

Yo soy
dichoso en que tal me pidas.

JORGE:

   No, no, yo la llevaré.

FORTUNA:

Antes os iréis delante
y más segura saldré.

JORGE:

Pues alto ¡oh, dichoso amante!

LUCRECIA:

(¡Oh, falso amante sin fe!)

FORTUNA:

 Madre, a Dios.

TEODORA:

Ése te guarde;
no vengas mañana tarde.

FORTUNA:

¡Oh, qué noche que me espera!

LUCRECIA:

No espere pasar carrera,
que es yelo el fuego que arde.

(Váyanse todos, quede TEODORA.)
TEODORA:

   Buena cadena me llevo,
ella vale buena suma.
Aquéste es pájaro nuevo
y pues que le sobra pluma
no es bien que le falte cebo.
   Entrarme acostar me place,
pues no hay ya quien despedace
la puerta, Castrucho muerto.
Rezarle quiero, si es cierto,
un Requiescat in pace.

(Éntrese TEODORA.)
(Entren el CAPITÁN y el Sargento DON ÁLVARO.)
HÉCTOR:

   Digo que tengo sospecha,
pues el Alférez se ha ido,
que entró la calle derecha,
que en juego igual ha sabido
lo que la mano aprovecha.
   ¿No es esta casa?

ÁLVARO:

Ella es.

HÉCTOR:

Si puso en ella los pies,
no hay duda, llevó la joya,
que la más cercada Troya
se rinde con interés.

(TEODORA a la ventana con un orinal.)
ÁLVARO:

   ¡A de casa!

TEODORA:

¡Agua va!

ÁLVARO:

¡Desviaos!

HÉCTOR:

Tarde es ya,
embistiome.

ÁLVARO:

¡Oh, puta vieja!

HÉCTOR:

Callad, no venga una teja,
que el agua limpiarse ha.

ÁLVARO:

   ¡Qué bellacamente huele!

HÉCTOR:

Sin duda que está acostada,
y pues tan presto nos huele,
la mozuela está ocupada,
lo que en el alma me duele.

ÁLVARO:

   ¿Pues no llamaré otra vez?

HÉCTOR:

No, por Dios, que estoy muy puerco,
que es cuero y mea la pez
y si a la puerta me acerco
me arrojarán otros diez.

(Entre CASTRUCHO embozado.)
ÁLVARO:

   Un hombre viene embozado.
¿Queréis que le reconozca?

HÉCTOR:

Estoy, por Dios, tan mojado
que temo que me conozca
en tal lugar y meado.
   Echad luego por ahí.
¡Pese al punto en que salí
a buscar este rufián!

ÁLVARO:

Vamos, señor Capitán.

HÉCTOR:

No me nombres ¡pese a mí!
[Vanse el CAPITÁN y el SARGENTO.]

CASTRUCHO:

   Hora bien, estos se han ido,
que porque no me cogieran
tan tarde a casa he venido,
mas si aquí me conocieran
mayor daño hubiera sido.
   Todo está en silencio, bueno;
Fortuna estará acostada;
yo me acojo como un trueno,
que aquesta vieja taimada
a palos consiente el freno.
   ¡Ah de arriba! ¡Hola, Escobar!
¡Beltranico! ¡Hola, Teodora!
Ya me canso de llamar.
¿Posible es que duerma ahora
la que era grulla en velar?

(TEODORA a la ventana con una toca sucia, antojos y un candil.)
TEODORA:

   ¿Quién llama? ¿Quién está ahí?

CASTRUCHO:

El diablo: Castrucho soy.

TEODORA:

¿Aun muerto vienes aquí?
Con agua bendita estoy,
alma ¿qué quieres, me di?

CASTRUCHO:

   Quiero que el diablo te lleve;
abre borracha, que llueve.

TEODORA:

¿Que no eres muerto, Castrucho?

CASTRUCHO:

¿Yo muerto?

TEODORA:

Tu voz escucho.

CASTRUCHO:

¡Abre aquí, cuarenta y nueve!

TEODORA:

   ¡Traidor! Nuevas me han traído
que te han muerto a puñaladas;
si eres diablo revestido,
reliquias tengo colgadas
en cuyo nombre te pido
   que huyas sin volver más
de la casa donde estoy.

CASTRUCHO:

¡Abre! ¡A los diablos te doy,
cocinera de Caifás!
Abre la puerta, vejona,
cara de mona,
abre, hechicera, bruja,
la que estruja
cuantos niños hay de teta;
por alcahueta
once veces azotada
y emplumada.

CASTRUCHO:

Abre, mielga con antojos,
cuyos ojos
ven de noche cual murciélago,
sucio piélago
de meados estantíos,
que esos bríos
te suelen costar más palos
que hay robalos
en el río de Sevilla.
Abre, malilla,
mala, maleta, mallorca,
que a la horca
vas de noche con candelas
y las muelas
quitas a los ahorcados
desdichados,
que aun muertos no están seguros
de conjuros
y de maldades que haces,
con que deshaces
las nubes y las arrasas
por donde pasas.

CASTRUCHO:

Que sin ir a la dehesa,
en una artesa
sueles hacer nacer berros,
y a los perros
hurtas riñendo la tierra,
porque encierra
virtud de hacer olvidar;
que he de quebrar
la puerta y molerte a azotes.

TEODORA:

No te alborotes,
bellaco, rufián, ladrón
y gran lebrón,
que un muchacho de Sevilla,
Jaramilla,
te quitó una vez la espada
y fue sonada
tu infamia por toda España,
y no hay picaña
que se precie de ser tuya,
sino que huya
porque las hurtas y robas
a las bobas;
esta casa tiene dueño,
que a buen sueño
está con Fortuna agora.
¡Vete en mal hora!

CASTRUCHO:

¡Oh, vieja de Berzebú,
que a tú por tú
te pongas con quien ayer
te hizo ver
estrellas a mediodía,
y aun solía
desollarte aquese rostro
de algún mostro!
¡Abre aquí, vieja borracha!

CASTRUCHO:

Que a esa muchacha
la chupas sangre y dinero,
y eres un cuero
que de sola una bebida
a la comida
gastas cuarenta bodegas,
y cuando llegas
a la noche estás de suerte,
que por verte
pueden entrar a real;
hespital
lleno de mil pestilencias
e impertinencias;
dientes de corcho, bellaca,
cara de haca,
espinazo de cuartago,
que este pago
me das porque tantas veces
de los jueces
he librado esas espaldas.

TEODORA:

¡Hombre con faldas,
bellaco, medio mujer!
No has de ver
esta cadena en tu mano,
luterano,
que me dio un hombre esta noche,
que en un coche
se ha llevado a Fortunica
y va más rica
que cuando la desnudaste
la quitaste
aquella saya bordada
que en Granada
acababa de hacer.

CASTRUCHO:

Muestra a ver.
(Muéstresela.)
Abre, amiga de mis ojos,
y estos enojos
se queden luego a una parte,
que quiero darte
barato de una ganancia
de importancia
que agora en la soldadesca,
en cierta gresca,
acabo de hacer muy grande.

TEODORA:

No lo mande
ni lo quiera mi desdicha,
si por dicha
hablas como sueles, perro,
que ese yerro
está en mi carne enseñado.

CASTRUCHO:

Pierde cuidado,
que te quiero como a mí.
Abre aquí
y el diablo me lleve, amén,
si tan bien
te hubiere hablado jamás.
No haya más;
dame esa mano de amiga
y nadie diga
que entre los dos hay pendencia,
que en mi conciencia,
que me debes amistad.

TEODORA:

Si es verdad
lo que juras, yo abriré.

CASTRUCHO:

Sí, en buena fe.
¡Abre, tía, por tu vida,
si estás vestida,
y si no, ponte el manteo,
que ya deseo
darte de lo que he ganado!

TEODORA:

Ya has jurado;
ahora ¡sús! quiero creerte,
que de otra suerte
no me atreviera a bajar.

CASTRUCHO:

(¿Qué es jurar?
¿Cuándo has visto juramento
con buen intento
en hombre de vida airada,
vieja honrada?
Abre, sota; abre, pelota,
cuello de bota,
que a fe que pienso ponerte
de tal suerte
que escarmientes de burlarme,
y de mirarme
te quedes temblando y muerta.)

TEODORA:

Ya está abierta;
entra, hijo de mis ojos,
no haya enojos,
dame aquesos brazos.

CASTRUCHO:

¡Toma,
vieja mahoma!

TEODORA:

¡Que me mata! ¡Ay, que me ha muerto!

CASTRUCHO:

Ya has abierto,
agora quéjate al viento.

TEODORA:

¿Y el juramento?

CASTRUCHO:

No hay juramento.

TEODORA:

¡Ay, traidor!
Ruego al Señor
que no te logres, amén.

CASTRUCHO:

Está bien,
que maldición de puta vieja,
como dice la conseja,
por do sale, por allí entra.
 
FIN DEL SEGUNDO ACTO