El galán Castrucho
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

DON ÁLVARO, sargento; DON JORGE, alférez.

 

ÁLVARO:

   Vila, señor don Jorge, en una quinta
donde fuera del campo está alojada,
más hermosa que el sol cuando nos pinta
el alba de colores matizada;
una encarnada y venturosa cinta,
que a la mejilla hermosa y encarnada
hurtó el color, ceñida por su frente
a imitación del arrebol de Oriente.
   Los ojos, yo no sé que fuesen ojos,
estrellas sí, ni aun pienso yo que estrellas,
que quien al Sol quitó sus rayos rojos
despreciará comparación con ellas.
Decir yo que mi alma por despojos
ceniza el corazón de sus centellas
llenaron, y quedó, será un lenguaje
tan ordinario que su cielo ultraje.
   Suspendime, lleveme, quedé muerto;
viví, torné a morir, estoy sin alma;
ya con bonanza voy seguro al puerto,
ya me detiene la esperanza en calma;
alegre y triste estoy, dudoso y cierto,
mil esperanzas ya me dan la palma,
mil miedos me la quitan, y sin celos,
de celos muero y quéjome a los cielos.

JORGE:

   Por Dios, señor Sargento, que no hubiera
pintado algún poeta en diez canciones,
cuando a su dama dilatar quisiera
del estrellado Plaustro a los Triones,
tan bien su perfección, aunque estuviera
tres meses castigando sus borrones,
y que de sólo oíros vuestro cuento
me habéis enamorado el pensamiento.
   En efeto, la dama es forastera
¿qué digo forastera? Es castellana,
que aquí en el campo nuestro y donde quiera
se lleva, como Venus, la manzana.
Dichoso habéis andado, y de manera
que ya la Envidia fiera e inhumana
os sigue por los pasos que habéis dado;
pero tenéis, don Álvaro, mi lado.
   Mirad si de mis prendas y vestidos
halláis alguna cosa que ofrecella;
sean esos baúles descogidos,
que alguna gala habrá que guste della;
mis criados tendréis apercebidos
para servilla, para andar con ella;
mi alojamiento siempre estará a punto,
que con su dueño os sirve todo junto.

ÁLVARO:

   Beso, señor Alférez, vuestras manos,
que basta ser los dos de una bandera
y casi de una tierra, y castellanos,
para hacerme merced de esa manera,
que de vuestros respetos cortesanos
no menos liberal valor se espera,
y mayormente para mí, que he sido
yedra que en vuestros muros he crecido.
   El día que yo vi, volviendo al cuento,
esta dama gentil, esta hermosura,
vi detrás della un negro paramento
y una fantasma de la noche obscura:
una vieja, señor, bebiendo el viento,
que cual suele la sombra en la pintura
parecía detrás del ángel bello
junto al realce y luces del cabello.
   Vi mal agüero en ella.

JORGE:

¿Y halo sido?

ÁLVARO:

¡Y cómo si lo fue! Porque es la hembra
de mayor interés que ha producido
el más villano que la tierra siembra;
no hay pez, apenas en la red caído,
cuando parte por parte lo desmiembra
sacándole el dinero con los sesos
de la menor medula de sus huesos.
   Tiene unos ojos vivos, que parece
que como dos lancetas los aguza;
de día duerme, en viendo que anochece
sale como murciélago o lechuza;
no que a maitines con los frailes rece,
porque entre once y doce ronda y cruza
los cuerpos del real, adonde había
los cuerpos del motín del otro día.

ÁLVARO:

   Flacas las dos inútiles quijadas,
desgarrados los labios de la boca,
altas las negras cejas, y tiznadas,
y en ellas una reverenda toca;
las manos de raíces y doradas
del oro y plata que recibe y toca;
los pechos hasta el vientre, que hay en ellos
para cuatro corcovas de camellos.
   Quien no la ve haldeando por la calle
no ha visto posta ni serpiente ha visto
cuando la cola aciertan a pisalle
como aquesta tercera de Calisto;
sustenta, en fin, su envejecido talle
con almidón, sustancias, farro y pisto,
y a mi costa también parte sustenta,
que como el cardo y pago la pimienta.
   Una merced quisiera suplicaros
pero, por Dios, señor, que no me atrevo
porque...

JORGE:

No más, que en todo el obligaros
es lo que siempre a los amigos debo;
decid luego lo que es.

ÁLVARO:

Temo enojaros.

JORGE:

Antes agora me enojáis de nuevo,
porque habéis de obligarme con mandarme.

ÁLVARO:

Vuestro valor me obliga a aventurarme:
   aquel vestido con que el otro día,
de nuestro Emperador en la presencia,
metistes vuestra guarda y compañía
la llevaré como me deis licencia,
que me ha pedido alguna gala mía
para cierto disfraz o impertinencia
y hanme dejado un once y don Onofre
vacio de ropa y lleno de aire el cofre.
   Perdí las dos sortijas de la rifa,
la cadena perdí, perdí los ojos
con aquel alcorzado que se engrifa
copete y barba, y mira con antojos.

JORGE:

Quien con aquese mal trapillo rifa
merece tales pérdidas y enojos;
pésame, por mi fe, que hayáis perdido,
mas quiero hacer que os traigan el vestido.
   ¡Camilo! ¡Hola, Camilo!

(Entre CAMILO, criado del Alférez.)
CAMILO:

¿Qué me mandas?

JORGE:

¿Dónde estabas?

CAMILO:

Aquí, con dos soldados.

JORGE:

Siempre una legua a mis espaldas andas
entre mil bagajeros y criados.
¡El vestido de tela, el de las randas,
ya entiendes cuál!

CAMILO:

Ya entiendo.

JORGE:

Ansí doblados
calzones y ropilla saca luego.

ÁLVARO:

¿Y el capote y sombrero?

JORGE:

Nada os niego;
   dale sombrero, plumas y capote.

CAMILO:

¿Con las piezas?

JORGE:

Con todo ¡mal criado!
que ayer era este bárbaro un guillote
y ya se iguala con cualquier soldado.

CAMILO:

(¡Qué liberal se muestra el marquesote!)

ÁLVARO:

Allá tengo mi paje embarazado;
con el vuestro me iré porque lo lleve.

JORGE:

Vaya en buen hora, que eso y más se os debe.

ÁLVARO:

   Bésoos las manos.

JORGE:

Yo las vuestras: mira,
Camilo, que te vuelvas al momento.

ÁLVARO:

¡Qué gran nobleza! ¡Vive Dios que admira!

CAMILO:

Huelgo servir a mi señor Sargento.
(Váyanse DON ÁLVARO y CAMILO.)

JORGE:

¡Oh, vano amor, a cuyo cielo aspira
el juvenil ardiente pensamiento,
cual llevas el celebro deste mozo,
pobre de seso y rico de su gozo!
   Será, si viene a mano, esta señora
alguna ninfa de color quebrado
que me deje en el término de un hora
de humor el vestidillo inficionado.
¡Oh, cuerpo de la pobre pecadora
que el alma de don Álvaro has robado,
trátame bien, si pueden oraciones,
las inocentes calzas que te pones!
(Entren el capitán DON HÉCTOR, y PRADELO y BELARDO, SOLDADOS.)
   Mi capitán es aquél,
quiérole llegar a hablar.

HÉCTOR:

Basta, que el siete y llevar
me ha hecho tiro cruel;
   quedose allá la cadena.

JORGE:

¡Oh, mi señor Capitán!
¿Dónde bueno?

HÉCTOR:

Hacia San Juan.

JORGE:

¿Qué lleva?

HÉCTOR:

Un poco de pena
   y quiéromela pasar
oyendo una misa allí.
(¿Qué dije? No estoy en mí,
¿digo que voy a rezar
   porque ya casi anochece?
¡Cuánto la cólera ciega!)

JORGE:

¿Cómo el capitán me niega
lo que de nuevo se ofrece?

BELARDO:

   Ha perdido mil ducados
y un trencellín de diamantes.

JORGE:

En refriegas semejantes
tiene tres tantos ganados,
   ¿de qué se congoja agora?

BELARDO:

Ha perdido con un hombre
que a veces de oír su nombre
se encoleriza y azora.

JORGE:

   ¿No iríamos por ahí
a divertirnos un rato?

HÉCTOR:

¿Qué os ha dado de barato?

PRADELO:

Cuatro reales me dio a mí.

JORGE:

   (¡Mirad con qué sale agora!)

HÉCTOR:

¿Y a ti qué te dio?

BELARDO:

Un real,
y no lo ha hecho muy mal,
que apostaré que le llora.

HÉCTOR:

   ¿Donde sólo había escudos
halló real que te dar?

BELARDO:

¿Cuándo le suelen faltar
dos doblones de menudos?
   Que siempre, por si ganare,
trae las dos faltriqueras
llenas de veinte maneras
de menudillos que pare.
   Con aquéstos da barato
el gallardo fanfarrón
ganando tanto doblón.

HÉCTOR:

Vamos a la plaza un rato.

JORGE:

   Ya es tarde para la plaza
y mucho mejor iremos
a parte, donde podremos
levantar alguna caza,
que para el juego, Amor ciego
es la triaca mejor,
como también para amor
es la ceguedad del juego.

HÉCTOR:

   ¿Hay alguna novedad?

JORGE:

Una mozuela romana
hizo ayer tarde ventana
y por la noche amistad.
   Vuesa merced la verá,
que si como el precio fuera,
a la Troyana venciera
y a Venus.

HÉCTOR:

¿A cómo va?

JORGE:

   A ducientos españoles.

HÉCTOR:

¿Reales?

JORGE:

Escudos digo,
y en Roma a probar me obligo
que vendía caracoles.

HÉCTOR:

   ¡Qué caras que se nos venden!

JORGE:

Aun ya si tuvieran caras
pudieran venderse caras:
caras, sin caras ofenden.

HÉCTOR:

   ¿Estase la Milanesa
junto al muro?

JORGE:

Allá se está,
que por él se arrima ya
de flaca que se confiesa.
   Doña Juanilla está loca
de que vino el Capitán.

HÉCTOR:

Ésa es gentil piedra imán
que se lleva lo que toca.
   Gran cuartera es Madalena,
su hermana.

JORGE:

¡Grande, por Dios!

HÉCTOR:

Ayer sesteó con dos.

JORGE:

¡Oh, qué matraca!

HÉCTOR:

Y qué buena.
   Pero ya la tiene a cuestas.

JORGE:

¿Cuándo?

HÉCTOR:

Anoche la llevó,
aunque hoy se me quejó
y le hice grandes fiestas.
   Tarde es. ¿Cenaréis conmigo?
Porque, después de cenar,
nos vamos a pasear
o a jugar con don Rodrigo.
   Pradelo, vete adelante
y dirás que a punto estén.

PRADELO:

¿Y vendré avisarte?

HÉCTOR:

Ven.

PRADELO:

¿Dónde?

HÉCTOR:

En casa de Violante.
(Vanse todos.)

(Entre FORTUNA, dama y TEODORA, vieja.)
TEODORA:

   Hija, si de los viejos
no tomáis las costumbres que os enseñan
sus dichos y consejos,
y tan ligeramente se desdeñan
de vuestros pocos años
¡qué tarde lloraréis mis desengaños!
   Que si cuando el tesoro
de ese cabello rubio convirtiere
en blanca plata el oro,
y en plata falsa, que ninguno quiere
aun dar por ella cobre,
por necedad y hacienda que le sobre;
   y si cuando las rosas
de esos graciosos labios y mejillas,
gorditas y lustrosas,
se vieren como aquestas amarillas,
y los ojos hundidos
detrás de las narices consumidos;

TEODORA:

   y si cuando los dientes
haciendo fueren horcas en la boca,
o cual ojos de puentes,
se viere la igualdad que agora apoca
las perlas ensartadas,
entre esos dos corales engastadas:
   queréis hallar contentos,
queréis hallar amigos que os regalen
y que beban los vientos
porque con ellos su esperanza igualen,
y no la hallando abierta,
que os bañen de sus lágrimas la puerta.
   ¡Engáñase, bobilla!
¡Engáñase, bobaza, bobarrona,
flaquilla, lloroncilla,
que luego se amartela y apasiona!
¡Ah, mal haya un azote!

FORTUNA:

Madre, no se congoje ni alborote;
   no tome pesadumbre.

TEODORA:

Sí quiero, y tú lo quieres, desdichada,
que aquesa ardiente lumbre
de blanca cera y juventud dorada
hasta el pabilo quemas,
y sin que el soplo de la muerte temas.

FORTUNA:

   Ya hablamos de la muerte.

TEODORA:

¿Qué cosa es ésta, que una moza hermosa,
sana, gallarda y fuerte
a conquistar el mundo, poderosa,
perdida siga a un hombre
que...?

FORTUNA:

¿Qué tiene?

TEODORA:

¿Qué? ¿Aún quieres que le nombre?
   Es un picaño, un feo,
un público rufián que te ha traído
a Italia con deseo
de comerte las carnes y el vestido,
que apenas tienes prenda
que no la coma, juegue, empeñe o venda.
   ¿A qué piensas que viene
al ejército agora este bellaco?
¿Por codicia que tiene
de hacerte rica en el primero saco?
¡Ay, qué mal que lo entiendes,
que sólo aguarda y cobra lo que vendes!
   Tú aguardarás, cuitada,
que sobre desnudarte llegue el día
que alguna cuchillada
medida por los puntos de la mía,
te calce en esta cara,
que tiene en este muslo media vara.
   Aguardas que te hiera,
aguardas que te mate y que se acoja.

FORTUNA:

¡Madre, si yo pudiera...!
¡Válame Dios, qué sin razón se enoja!
Dígame cómo puedo
huir deste hombre.

TEODORA:

Desechando el miedo.
   Juntos están agora,
en aquestas villetas alojados,
de gente vencedora
mil capitanes, quince mil soldados,
y al primero que hables
hará en tu nombre hazañas memorables.
   Que eres un angelito,
estás en tierra que una castellana
vale precio infinito,
y no habrá capitán, que cosa es llana,
que cual Leandro en esto,
no rompa el mar hasta llegar al sexto.

TEODORA:

   Haréle, si tú quieres,
matar a palos y hacer cuartos luego,
que no hay por qué te alteres;
Santantón se le coma de mal fuego.
¡Ay, muchacha, muchacha!
Todas las más tenéis aquesa tacha:
   amáis lo aborrecible,
lo amable aborrecéis, lo provechoso
decís que es insufrible;
buscáis lo feo, desdeñáis lo hermoso.
¿Qué son vuestros deseos?
¿Qué diablos os halláis en estos feos?
   ¡Mas ay, amigas mías,
estas cañas de azúcar os destruyen!
Porque de las vacías
¿cuáles son las valientes que no huyen?
¡Peregrino secreto,
pocas veces hallado en el discreto!

(Entre CAMILO, criado del Alférez, con el vestido.)
FORTUNA:

   Aquí sube un hombre, madre.

TEODORA:

¡Ay, desdichada! Si es él,
fingir quiero un mal de madre,
que no has de salir con él
por el siglo de mi padre.

CAMILO:

   ¿Tengo licencia de entrar,
señora? Que os vengo a hablar
de parte de un caballero.

FORTUNA:

Entrad, señor, que no os quiero
oído y puerta negar.

CAMILO:

   El Sargento me pidió
que os trajese este vestido.

FORTUNA:

¿No sois su criado?

CAMILO:

No.

FORTUNA:

¿Pues de quién?

CAMILO:

De otro he sido
que el vestido le prestó.

TEODORA:

   A fe que sois declarado
o no venís avisado.

CAMILO:

¿Qué me habían de avisar?

TEODORA:

Que supiérades callar
que era el vestido prestado.
   Mas yo ya entiendo la flor:
por no le dar, como es bueno,
quiere fingir el señor
que es ajeno, y si es ajeno
decid que pierda el temor,
   que se guardará muy bien
y se volverá también.

CAMILO:

Pésame, por Dios, señora,
que en esa opinión agora
con nuestro Sargento estén
   porque, vive Dios, que ha sido
del Alférez mi señor
y aun es agora el vestido,
que el Sargento os tiene amor,
mas ha jugado y perdido.
   Esotro está de ganancia,
que es un hombre de importancia;
don Jorge tiene por nombre,
que es el más liberal hombre
que hay desde España hasta Francia.
   Tiene joyas y cadenas,
telas, cortes y jubones;
sortijas, las manos llenas;
tiene muy pocas razones
pero las obras muy buenas.
   Ayer me dio de barato
por sólo miralle un rato
tres doblones y un sombrero
con unas vueltas de acero
y un camafeo retrato.
   Mirad ese vestidillo
y pues es de lo que empresta,
conoced el hombrecillo.

FORTUNA:

No he visto labor como ésta,
de velle me maravillo.

TEODORA:

   ¡Ay, hijos, qué ricas cosas!
Por cierto, linda labor,
guarnición rica y hermosa.
¡Qué galán es tu señor,
bobillo!

CAMILO:

(¡Oh, vieja raposa,
   cómo se viene al dinero!)

TEODORA:

Dime ¿y ese caballero
sirve alguna dama aquí?
¿Está enamorado?

CAMILO:

Sí.

TEODORA:

¿De quién?

CAMILO:

Decírtelo quiero:
   de una mujer que en Milán
le trujo cierto truhán,
que después que no la ve
no la hay que gusto le dé
de mil que en el campo han.
   Aunque si él os viese a vos,
no hay duda que le tuviese,
porque yo os prometo a Dios
que más que un ciento os valiese
destos doblones de a dos.

CAMILO:

   Que tenéis una carilla
tan hermosa y tan gordilla
que a mí, con ser un pobrete,
hasta el alma se me mete
y el corazón me aportilla,
   y a fe que gaste con vos
mis tres escudos de paga
mejor que entrambos a dos.

TEODORA:

¡Ay, amigo, que se estraga
y es malo para la tos!
   Pero ven acá, gallito,
barbirrubio, mozalbito,
¿en mí no podrás tener
cuatro ratos de placer?

CAMILO:

(¡Oh, muerte del apetito!)
   Si me prestases la salsa
de tu hija hermosa y bella,
haciendo una sombra falsa
aún pudiera entrar con ella
sin ahogarme en tu balsa.
   (¡Mas cómo de otra manera!
¡Qué cien azotes, qué palos!)

TEODORA:

Anda necio, considera
que saben nuestros regalos
hacer los diamantes cera.
   ¿Y es malo comer manido,
como el Príncipe y el Rey
es de las aves servido?

CAMILO:

No comprehende esa ley
a las aves de Cupido,
   que es carne que no se cuece
y cuanto más tiesa ofrece
más sabroso gusto al gusto.

FORTUNA:

¿No es necio?

CAMILO:

A lo menos gusto
de aquello que me parece.

TEODORA:

   Ea ya, abracemonós,
que yo apuesto que se haga
algún hijo entre los dos.

CAMILO:

¡Ay, amigo, que se estraga
y es malo para la tos!

TEODORA:

   (¡Tomad si sabe pagarse!)

FORTUNA:

Madre, deje de burlarse
y sepa su alojamiento.

TEODORA:

No te entienda el pensamiento,
calla, que él vendrá a enredarse;
   yo sé que ya está la liga
en parte que, poco a poco,
se enreda, prende y enliga.
¿Adónde te alojas, loco?

CAMILO:

En la Calle Nueva, amiga.

TEODORA:

   Don Jorge, digo.

CAMILO:

También.

FORTUNA:

Madre, este vestido ten,
llévale a dentro, y el paje
al punto de aquí se abaje,
que viene acá riba...

CAMILO:

¿Quién?

TEODORA:

   Muestra, esconderéle presto.

CAMILO:

¿Es el Sargento?

FORTUNA:

Si él fuera
¿qué se aventuraba en esto?

(Éntrese la vieja con el vestido y váyase CAMILO.)
CAMILO:

A Dios.

FORTUNA:

Bajad la escalera.
(Descolorida me he puesto.)
   ¿Cuándo, triste, querrá el cielo
que salga mi corazón
de sobresalto y recelo,
y del poder de un león
mi pecho de nieve y hielo?
   Si ha visto el paje salir
o si le encuentra al subir,
a fe que el vestido pobre
nunca su dueño le cobre
ni se le vuelva a vestir.
(Entre el galán CASTRUCHO con bizarro calzón y coleto, un sombrero de halda grande, capotillo corto y su espada en las manos.)
   ¡Oh, mi bien! ¡Bien seas venido!
¿Qué traes? Llégate acá.
¡Por mi vida! ¿Qué has habido,
que me parece que está
tu rostro descolorido?
   ¿Quién te ha dado pesadumbre?
¿Quién entristece la lumbre
de los ojos de mi cara?
¿Perdiste?

CASTRUCHO:

¿No es cosa clara
y de mis manos costumbre?
   ¿Eso preguntas, Fortuna,
pese aquella de tu nombre?
Aunque, con serme importuna,
por tu respeto me asombre
decille blasfemia alguna.
   Llegueme al cuerpo de guarda,
donde el mío despojé
en una gresca gallarda;
la cadenilla dejé
revuelta en la banda parda
   y dejara el asadura,
que me dejó la ventura
cual me venga la salud.

FORTUNA:

Con gentil solicitud
nuestro remedio procura.
   (La cadena me ha jugado.)

CASTRUCHO:

¿Qué murmuras entre dientes?

FORTUNA:

Digo que eres desdichado.

CASTRUCHO:

Cosa que los inocentes
paguen la vuelta del dado,
   y si empiezo ¡vive Dios!
de no dejarte ni aun dos
en esa boca parlera.
¿Dónde está aquella hechicera?

FORTUNA:

(¡Malos años para vos!)
   Guisándote de cenar
debe de andar. ¿Qué la quieres?

CASTRUCHO:

Pues bien la puedes llamar
porque hasta los alfileres
pienso esta noche jugar.
   Vuesa merced adivine
que estoy picado, camine,
sáqueme cuanto tuviere
si a espaldarazos no quiere
que la tulla y arruine.
   ¿Qué me mira, relamida?
Camine ¡pesiá a Mahoma!
¿Que no quiere andar? ¡Por vida...!

FORTUNA:

No me pique.

CASTRUCHO:

Que la coma
y entre los dientes divida.

(Entre TEODORA.)
TEODORA:

   ¿Qué es esto, hijo? Detén
el brazo y cólera fiera.
Cuanto pidieres te den;
no ofendas de esa manera
los ojos que quieres bien.

CASTRUCHO:

   Desvíese allá.

TEODORA:

¿Conmigo?
¿Pues en qué te ofendo, amigo?

CASTRUCHO:

Pero diga en qué me agrada.
¡Hágase allá, vieja honrada,
que la pasaré el ombligo!

TEODORA:

   ¡Válame Dios! No es posible
sino que has perdido.

CASTRUCHO:

Bueno.
¿No sabe que es imposible
dorarme a mí su veneno
con ese rostro apacible?
   El barbero, aguja y hilo
la esperan por un estilo
si no hace luego alarde
de la venta desta tarde.
¿De qué lloras, cocodrilo?
   Ea, pesia mi linaje,
venga de aquello que trujo
debajo del brazo el paje.

TEODORA:

¡Ay, qué gracioso dibujo
si fuera punta y encaje!
   Venía a saber la hora
en que el Sargento pudiese
ver estos ojos que adora,
mas no que nada trujese,
por vida de Teodora.

CASTRUCHO:

   ¡Tengo de hacer un guisado
de su corazón picado
para que esta noche cene!
¿Cómo no habla? ¿Qué tiene,
angelito almacigado?

FORTUNA:

   Escucho las sinrazones
con que ya tan sin razón,
Castrucho, en eso te pones.
¿Quién te ha hecho, fanfarrón,
todo fieros y razones?
   ¿Soy yo por dicha tu esclava?
¿Esto es lo que me juraba
esa tu lengua enemiga?

TEODORA:

Tiene razón.

CASTRUCHO:

¿En qué, diga,
quinta agüela de la Cava?
   Venga lo que digo luego
o pondré fuego a la casa
porque la abrase otro fuego,
que ya yo sé que se abrasa
como yo lo estoy del juego.

TEODORA:

   ¿Qué te han de dar?

CASTRUCHO:

Treinta escudos.

TEODORA:

Tomáralos en menudos.

CASTRUCHO:

¿Menudos corre la tienda?
¡Miren aquí qué hacienda
para renta de cornudos!

TEODORA:

   Aquesa bolsa los tiene;
toma, y al primer azar
haz que en otra cante y suene.

CASTRUCHO:

Pues más que esto me ha de dar
porque hoy es fiesta solene.
   ¡Venga del oro guardado!

TEODORA:

¿Qué oro, desvergonzado?
Basta, que te tiene, necia,
por tesoro de Venecia.

(Meta mano a la daga.)
CASTRUCHO:

¡Que aun tienes lengua, pescado!
   Aguarde un poco la vieja,
que yo la asentaré un chirlo
que cure de oreja a oreja.

FORTUNA:

¡Tente, por Dios!

CASTRUCHO:

¿Y a impedirlo
te vienes tú, mansa oveja?
   ¡Desvíate!

TEODORA:

Tenle, hija,
abre el escritorio y dale
aquella negra sortija.

CASTRUCHO:

Agradecelde que os vale
quien os ampara y cobija.

(Entre el capitán HÉCTOR, y el ALFÉREZ y CAMILO.)
HÉCTOR:

   El ruido nos ha dado,
señora, ocasión de entrar;
perdonad si hemos errado.

FORTUNA:

Con todo, entrar sin llamar
pudiera estar escusado.

HÉCTOR:

   ¿Aqueso juzgáis a mal
en aquesta ocasión tal?
¿Quién es este hombre que agora
os quiso matar, señora?

CASTRUCHO:

Soy un su hermano carnal.

HÉCTOR:

Por cierto, así lo parece.
¿Es soldado?

CASTRUCHO:

Sí lo soy.

HÉCTOR:

¿Dónde?

CASTRUCHO:

Donde se me ofrece,
que para treinta años voy
y he servido desde trece:
   sobre Roma con Borbón
me hallé en aquella ocasión,
y en Santángel con el Papa
sobre quitar de la capa
a Godofre de Bullón.
   También he sido estudiante,
astrólogo y quiromante;
deme esa mano y verá
los años que vivirá,
El que lo puede mediante.

JORGE:

   Oya, que es gracioso humor,
por mi vida. ¿Es vuestro hermano?

TEODORA:

Por tal le tengo, señor.

CASTRUCHO:

Ya para probar la mano
da voces el atambor.
   Aparéjenme la cena
y quédense en hora buena,
que llevo treinta del pico
y a detenerse tantico
llevara alguna cadena.

JORGE:

   Venid acá, por mi vida;
jugad esto por los dos.

CASTRUCHO:

Tanto se os alargue y mida
rogarelo siempre a Dios
por la merced recibida.
   Por el menor eslabón
os echo una bendición
y vos a mí dos cadenas;
si hago dos manos buenas,
mando a mi hermana un jubón,
   que ha días que le merece;
a Dios, a Dios.
(Vase CASTRUCHO.)

HÉCTOR:

¡Bravo humor!

JORGE:

Gran bellaco me parece.
¿Queréis hacerme un favor?

FORTUNA:

¿Qué servicio se os ofrece?

JORGE:

   ¿Es sin falta vuestro tío?

FORTUNA:

Sin duda, señor, lo es mío
y de mi madre hermano.

HÉCTOR:

Por verle alzada la mano
lo tengo por desvarío.
   Ea, por mi fe, señora,
mirá que tenéis aquí
tan buenos brazos agora
que podéis fiar de mí
que no viva el hombre un hora.
   Si es acaso espadachín
destos que viven en fin
sin otra renta y caudal,
no es justo que os trate mal
y goce este serafín.

JORGE:

   Lo que el señor Capitán
ha dicho debe de ser.
¿De qué dudosas están?

FORTUNA:

Quisiérale responder,
mas temo lo que dirán.

TEODORA:

   ¿Qué temes, viendo ocasión
para que aqueste ladrón
nos deje vivir en paz?
Destos, cualquiera es capaz
para dalle un espetón.

FORTUNA:

   Madre, temo aquel bellaco,
que si no yo lo dijera.

TEODORA:

Anima ese pecho flaco,
que honra y provecho mal fuera
que cupieran en un saco.
   Y si no, déjame a mí,
que yo hablaré por ti.
¿Hame aquéste de matar?
¿Quieres por dicha quedar
sin mi amparo y sola aquí?

FORTUNA:

   No llores, madre, no llores;
demos al temor remate,
que vivo entre mil temores;
muera porque no te mate
este laurel de habladores.
   Mas pregúntales primero
qué hombres son.

TEODORA:

Aqueso quiero;
eso pido y no haya enojos.
¡Lograda te vean mis ojos
y libre de aqueste fiero!

HÉCTOR:

   ¿Hanse concertado ya?

TEODORA:

Sí. ¿Quién son vuesas mercedes?

HÉCTOR:

El Alférez lo dirá.

JORGE:

Mi Capitán es, bien puedes
hablar adonde él está,
   que debajo de su pie
está cuanto aquí se ve
y él encima de la luna:
don Héctor es, el de Osuna,
que primo del Duque fue.

TEODORA:

   Conozco vuestro valor
y bastaba sólo el veros
para saberlo, señor;
breve suma quiero haceros
de nuestro largo dolor.
   Las dos somos de Castilla,
de la ciudad de Sevilla;
he criado esta cuitada,
que me la dejó encargada
su madre desde chiquilla,
   que murió, su buena madre.

HÉCTOR:

No lloréis. ¿Por qué lloráis?

FORTUNA:

Dios os perdone, comadre,
y tan buen reposo hayáis
como el alma de mi padre,
   que murió desesperado.

HÉCTOR:

¡Qué buen lugar le habéis dado! <poem>

JORGE:

   ¿Qué cuenta?

TEODORA:

Lo que la dan.

JORGE:

¡Oh, pues eso estad muy cierta,
que todos le acudirán!
Pero si aquí se concierta,
mejor partido le harán;
   decid hasta el fin el cuento.

TEODORA:

Al fin, aqueste ladrón,
este bellaco sangriento,
este hablador fanfarrón
todo palabras y viento
   entró en mi casa. ¡Pluguiera
a Dios que se le quebraran
las piernas cuando saliera,
para que nunca tornaran
donde yo le hablara y viera!

TEODORA:

   Hase alzado con mi hija
y por el mundo la lleva
sin que otro freno la rija,
y como es bobilla y nueva
me la mata y desvencija.
   Desnúdala cuanto tiene
aunque de gran valor sea,
que jamás a casa viene
que para aquesto no sea,
y sólo el callar conviene,
   que porque una vez hablé
para su defensa yo
y a quitársela llegué,
medio muslo me pasó
y todo el solfamirré.

HÉCTOR:

   No llore, madre, no llore,
que yo le prometo a Dios
que las costumbres mejore.

TEODORA:

Débaoslo, señor, a vos,
sin que otro favor implore.
   Doleos deste angelillo:
mirad su rostro amarillo
y mi cara de cuartago,
que ha un año que ya no hago
sino llorar cardenillo.

HÉCTOR:

   No tengáis de aqueso pena,
que yo os alzaré del cuello
aquese yugo y cadena.

TEODORA:

Sólo vos podéis hacello,
cara honrada, cara buena.
   Entiérreme Dios con buenos,
no me dé vida entre malos:
con éstos se viene a menos,
los otros hacen regalos
de virtud y gracia llenos.

HÉCTOR:

   (¡Qué bendita es la viejaza!)

JORGE:

(Y pica la zorra muerta
más que pimienta o mostaza.)

(Entre ESCOBARILLO, criado de CASTRUCHO.)
ESCOBARILLO:

El Sargento está a la puerta.

HÉCTOR:

Pues entre, que haremos plaza.

FORTUNA:

   ¡Ay, señor, pobre de mí,
que la palabra le di
de irme con él a cenar!

HÉCTOR:

Bien se la podéis quebrar
y echadme la culpa a mí,
   que yo soy su Capitán.

(Entre el SARGENTO.)
ÁLVARO:

¡Oh, señores! ¿Acá están?

HÉCTOR:

Como tordos que desean
las guindas que colorean
sobre que pican y dan.

ÁLVARO:

   ¿Vuesa merced no sabía
que era aquesto cosa mía?

HÉCTOR:

No, a fe, que si lo supiera,
o no viniera o me fuera.

ÁLVARO:

Merced de la compañía.

JORGE:

   No le he dicho nada yo,
que el Capitán me ha traído,
que a cenar me convidó.
¿Es aquí lo del vestido?

ÁLVARO:

¿Que no lo supistes?

JORGE:

No.

ÁLVARO:

   ¿Pues qué hace Camilo aquí?

JORGE:

Preguntadme la primera
camisa que me vestí.
Por Dios, sin razón se altera.

ÁLVARO:

(Y ella búrlase de mí.)
   Tome su manto, camine.
¿Qué mira? Camine luego.

(Éntrese FORTUNA.)
HÉCTOR:

No hay para qué se amohíne,
señor Sargento.

ÁLVARO:

Estoy ciego;
no es mucho que desatine.
   Perdonad, señor, por Dios,
y servíos della vos;
pero, don Jorge, no crea
que en este gusto se vea.

JORGE:

Ea, reportemonós.

HÉCTOR:

   Tiene razón el Sargento,
que la convidó a cenar;
llevalda a vuestro contento
y yo os quiero acompañar.

ÁLVARO:

Eso, señor, no consiento,
   yo solo la llevaré;
beso, señor, vuestras manos.

(Vase el SARGENTO.)
HÉCTOR:

Basta, Alférez, que se fue.

JORGE:

Desvanecimientos vanos
y dichos sin para qué.

HÉCTOR:

   Pues, por vida de mi vida,
que no ha de llevarla, si es
Rodamonte quien lo impida,
hasta que pasado un mes
de limosna me la pida.

JORGE:

   ¿Pues quiere vuesa merced
quitársela?

HÉCTOR:

Y aun dejalle
arrimado a una pared.

JORGE:

Pues bajemos a la calle,
que me hacéis grande merced.

(Éntrense DON HÉCTOR y DON JORGE.)
TEODORA:

   Habládose han de secreto
Alférez y Capitán;
Zamora queda en aprieto
si algún rebato le dan
a aqueste mozo pobreto.
   Quiero estar atalayando.
¡Ah, muchacha! ¿No respondes?
Deben de quedarse armando,
de concierto están los Condes
hermanos, Diego y Fernando.

(Entre CASTRUCHO.)
CASTRUCHO:

   En dos suertes no más, pese a mi abuelo,
porque engendrase al padre que me hizo,
y que lo pierda yo con un mozuelo...
   Que ni el dado cargado ni el hechizo
me sirvan más que al otro su inocencia,
que máquina tan grande un seis deshizo.
   ¿Podrá con mi desdicha mi paciencia?
¿A dónde vas, Escobarillo?

ESCOBARILLO:

¡Ay, triste,
qué mal que tratan por allá tu ausencia!

(Entre ESCOBARILLO.)
CASTRUCHO:

   ¿Qué hay de nuevo?

ESCOBARILLO:

Lo que oí.

CASTRUCHO:

¿Qué es lo que oíste?
¡Vomita luego lo que sabes, perro!

ESCOBARILLO:

Yo lo diré: que así como te fuiste,
   aquella vieja infame, aquel cencerro
que en la garganta de tu dama suena
para llamar a su ordinario yerro,
   al que te dio, Castrucho, la cadena
y al otro Capitán les ha contado
toda tu historia de mentiras llena.
   Al fin les ha pedido y encargado
que te quiten la vida.

CASTRUCHO:

¿Y qué dijeron
el uno y otro fanfarrón soldado?

ESCOBARILLO:

   Hacerte cuatro cuartos prometieron.

CASTRUCHO:

Más que eso entre mujeres hablarían.
¿Y fueron a buscarme?

ESCOBARILLO:

Juntos fueron;
   y fuera desto, al tiempo que salían,
entró el Sargento que le dio la banda
y aunque los dos lo mismo pretendieron,
   delante dellos fue por la baranda
llevándola a empujones, y yo creo
que a bofetones la gobierna y manda.

CASTRUCHO:

   Agora es tiempo ¡ah, brazo giganteo!
que muestres tu valor. ¿Por donde iría?

ESCOBARILLO:

Cerca, que aun desde aquí la calle veo.

CASTRUCHO:

   Pues ¡alto, Escobarillo! allá me guía,
que quiero hacer pedazos este mozo
con mi siempre dichosa valentía.
   Échate al rostro, pícaro, el rebozo,
y no hagas más que ver, puniendo en lista,
la mortandad de mi cruel destrozo,
   porque si acaso fueres coronista
o dieres algún tiempo en ser poeta,
escribas la verdad como de vista.
   ¿Has visto por el aire la cometa?
¿Has visto el trueno horrísono y el rayo?
¿Has visto disparar de una escopeta?
   Pues desta suerte a batallar me ensayo,
y más veloz y mucho más ligero
doy enemigos al mortal desmayo.
   ¡Oh, poderoso Dios! ¿Qué Orlando fiero,
qué fuerte Aquiles sobre Troya hizo
lo que sobre mi dama hacer espero?

ESCOBARILLO:

   O me tiene el temor antojadizo,
señor Castrucho, o el Sargento es éste.

CASTRUCHO:

(De cólera, por Dios, me atemorizo.)
   Tan ciego estoy que, porque no le cueste
tantas vidas al mundo el meter mano,
quiero esperar que el fanfarrón se apreste.
   Arrímate a una esquina, que es en vano
estorbar la venganza y el cuchillo,
que soy fiero león con rostro humano
y este pobre Sargento corderillo.

(Arrímanse a una parte CASTRUCHO y ESCOBARILLO.)
(El SARGENTO y FORTUNA.)
ÁLVARO:

   Para mi satisfación...

FORTUNA:

Creedme, señor Sargento,
que no es tan de pluma y viento
mi femenil corazón.
   Si Alférez y Capitán
se me entraron sin licencia
¿pude yo hacer resistencia?

ÁLVARO:

Es don Jorge muy galán,
   ¿quién duda que no lo es vuestro?

FORTUNA:

¿Mío, don Álvaro?

ÁLVARO:

Pues
si le vistes, vuestro es.

FORTUNA:

¿Que cuanto vemos es nuestro?

ÁLVARO:

   Por fuerza, aunque no queráis;
mayormente, que yo sé
que sólo a buscaros fue,
pero al fin conmigo vais.
   Y pues que conmigo os llevo,
yo os pondré, si vos queréis,
adonde segura estéis.

(Haga CASTRUCHO muestras de querelle acometer a lo lebrón.)
FORTUNA:

   Todo aqueso y más os debo.

(Salgan DON JORGE, alférez, y dos soldados, MENDOZA y GUZMÁN.)
ÁLVARO:

   Tres hombres muy embozados
a las espaldas nos vienen,
si ellos malas manos tienen
no escapamos de robados,
   porque uno para tres
es muy desigual partido.

JORGE:

Éste es el que me ha herido.
¡Meted mano!

GUZMÁN:

¿Es él?

JORGE:

Él es.

MENDOZA:

   ¡Muera el ladrón!

ÁLVARO:

¡Ah, traidores!
¡Tantos para sólo un hombre!

(Los SOLDADOS le lleven a DON ÁLVARO a cuchilladas, y quédese DON JORGE.)
JORGE:

Vuesa merced no se asombre,
que no somos salteadores.
   El Alférez soy, mi vida.

FORTUNA:

¿El Alférez?

JORGE:

Sí, por Dios.

FORTUNA:

¿No eran amigos los dos?

JORGE:

¿Qué habrá que el amor no impida?
   Venios conmigo, mi bien.

FORTUNA:

¡Ay, señor! ¿Qué gente es ésta?

JORGE:

Paréceme que se apresta.

(Entre el CAPITÁN y PRADELO y BELARDO, sus criados.)
HÉCTOR:

¿Fuese el Alférez?

PRADELO:

También.
¡Qué solos nos han dejado!

HÉCTOR:

No se fue sin ocasión,
que a fe que está el fanfarrón
de la ramera picado.

BELARDO:

   (¡Pesia tal si está!)

HÉCTOR:

Espera
ella es, y éste el Sargento;
acuchillalde al momento.

PRADELO:

¡Muera el castellano, muera!

JORGE:

   ¿Tantos a uno, ladrones?

HÉCTOR:

¡Seguilde, matalde!

JORGE:

¡Ay, triste!
(Váyanse todos tras él acuchillándole, quede FORTUNA sola.)

(Sale CASTRUCHO, que ha estado a la mira, la espada desnuda.)
CASTRUCHO:

Agora sí que reñiste,
Castrucho, por seis leones.
¿Qué hace la muy probada?

FORTUNA:

¿Quién es?

CASTRUCHO:

¿Ya no me conoce?

FORTUNA:

Si no es que se desemboce.

CASTRUCHO:

¡A dalle una bofetada!
   Yo soy el que la he quitado
a los que de aquí se van,
Alférez y Capitán
y al sargentillo alcorzado;
camine a casa, badana.

FORTUNA:

¡No me des, triste de mí!

CASTRUCHO:

Eche luego por ahí,
camine, flaqueza humana.
 
FIN DEL PRIMER ACTO