​El caserío de los negros 1787 - 1816​ de Isidoro de María

Llamaban el Fuerte, a la Casa de Gobierno, que ocupaba una manzana, situada donde es hoy la Plaza denominada de Zabala. Era un sólido edificio bajo, con techo de teja, construido en cuadro. La portada, de tosca apariencia, miraba al norte. Entrando, a la izquierda, se hallaba el cuerpo de guardia, siguiéndole la oficina de la tesorería, con el año de su fundación en relieve sobre granito: 1768. A la derecha, la oficina de servicios indispensables, y un lienzo de pared al principio hasta la esquina de oeste, donde años después se edificó de altos, de azotea.
En el costado sur estaba el gran galón de gobierno hacia el oeste. Contiguo a él, en el centro de ese frente, la Capilla del Gobierno, donde se celebraba misa los días festivos. Sobre la portada de la Capilla figuraba un gran cuadrante o reloj de sol. A la derecha de la capilla seguían otros compartimientos hasta el extremo este. Por el este y oeste estaba todo edificado, formando cuadro, teniendo en esas piezas su habitación el Gobernador, y sirviendo otras para oficinas.
Una calzada de piedra conducía desde la portada hasta la Capilla y Sala de Gobierno. En la esquina del costado oeste al sur había una segunda puerta que daba entrada por los fondos a un patio interior con el que comunicaban las habitaciones del Gobernador y otras separadas que servían de alojamiento a los asistentes. Seguía una pieza de azotea con mirador donde se enarbolaba la bandera. Las mejores plantas de flores que tenían sus canteros provenían de jardín de Maciel en el Miguelete. Las más comunes en aquellos tiempos eran: la virreina, el taco de reina, la espuela de caballero, el botón de oro, la flor de raso, el lirio, la albahaca, la retama, las rosas, la congona y la borla de oro, arbusto que cultivaba en especialidad Balvin y Vallejo en su casa.
Ese jardín desapareció "en tiempos de la patria"', como decían los españoles, a manos de los muchachos de Otorgues, que consumaron la obra de destrucción empezada por los soldados de Soler que no querían "ni flores de los godos", según el dicho de unos y otros.
El año 1808 empezó a edificarse de dos pisos la parte del frente hacia el oeste, cuya obra aun seguía el año 12, habiendo sufrido interrupciones con motivo del asedio de la plaza. La espaciosa escalera que conducía a los altos, estaba situada en un especie de recodo, pasando la portada y el cuarto del oficial de guardia.
En el cuerpo bajo de esa parte, tuvo colocación la imprenta, el año 10, regalada por la princesa Carlota de Borbón; y más tarde, el año 16, en el gobierno de Artigas se estableció la Biblioteca Pública.
El año 1818, cuando se creó el Tribunal de Apelaciones, dominando los lusitanos, se destinaron los altos para el tribunal y sus oficinas, y se desalojaron los bajos que ocupaba la Biblioteca y la imprenta para darles otro destino. La imprenta se trasladó al Cabildo y la Biblioteca a un rincón en calidad de depósito.
En cambio, se destinó el año 1822 la parte este del edificio del Fuerte, para el establecimiento de la Escuela Lancasteriana, gratuita, fundada por la sociedad de aquel nombre, en que figuraban nuestros primeros hombres de aquella época, donde nos educamos con otros jóvenes de aquel tiempo, como Cándido Juanicó, Andrés Lamas y Salvador Jiménez.
El Fuerte, que ha desaparecido hace poco por demolición completa, para convertir el sitio que ocupó por más de un siglo en una plaza con el merecido e ilustre nombre del fundador de Montevideo, fue la Casa de Gobierno en todas las épocas y bajo todas las dominaciones. Lo habitaron los gobernadores que se sucedieron durante el coloniaje, lo mismo que en el tiempo de los lusitanos e imperiales, con excepción del Barón de la Laguna, que ocupó primero la casa de altos de Zamora, propiedad después del Gral. Lavalleja, mudando su domicilio el año 21 a los altos de la de Cipriano de Mello.
Los bailes más suntuosos en los días de gala dábanse en ese tiempo en el Salón de Gobierno del Fuerte, a los que concurrían las damas principales de Montevideo, con ricos atavíos y lujo deslumbrante. Por lo general, vestían traje de terciopelo o raso, con sobrepollera de punto bordado de oro; zapato de raso blanco bordado de lentejuelas; collar de perlas o gargantilla de oro con piedras preciosas; piochas riquísimas; peinados de rodete con tirabuzones, grandes y ricos pendientes, ya de diamantes, ya de oro macizo; guantes de seda de medio brazo, o de media mano y sortijas valiosas de diamantes.
Los caballeros se presentaban de etiqueta, de calzón corto, media de punto, zapato de raso negro con hebillas de oro; rica camisa con pechera elegantemente plegada, puños con volados, corbata blanca alta con almohadilla por dentro; chaleco o chupetín de raso, y rico alfiler de pecho; frac negro, reloj con cadena de oro y grandes sellos del mismo metal con piedras finas.
Sólo las damas tomaban parte en el baile (las jóvenes que no pasaban de los 16, planchaban) en la cuadrilla, la contradanza y el minué, que eran los bailes de moda en la alta sociedad, y alguna galopa.
"Me acuerdo como si lo estuviese viendo" —puede que diga alguien de aquel tiempo—, de los lucidos bailes del Fuerte en que la galantería de los personajes de la época, ostentando sus cruces y entorchados, nada perdonaba para ganar simpatías.