El final de Norma: Tercera parte: Capítulo VI


Quince días después de la muerte de mi padre se detuvo un lujosísimo caballero en la puerta del Silly.

Pidió hospitalidad y fue admitido.

Mi tío y yo pasamos al gran salón de los Condes, y dimos orden de que introdujeran al huésped.

Abriose la puerta, y uno de nuestros servidores anunció:

-El jarl Rurico de Cálix.

Mi tío se adelantó a recibir al recién llegado.

Yo creí morir al verlo entrar.

¡Era el cazador montañés que tanto aborrecía!

Era el Capitán del Leviathan, a quien ya conocéis.

-Señora... -dijo el joven, inclinándose fríamente ante mí-. Si no tuviéramos el sentimiento de llorar la muerte del jarl de Silly, él me presentaría a vos entre sus brazos y os diría la alta consideración con que soy vuestro admirador más humilde y apasionado.

-Recibid, señor... -le contesté-, la ofrenda de mi gratitud. Yo bendigo en vos al que en otro tiempo me conservó un padre... que después me ha sido arrebatado.

-Admito esas palabras con tanto más placer, cuanto que me recuerdan otras no menos gratas del difunto jarl... -contestó el joven saludándome de nuevo.

-Y esas palabras... -murmuré con terror.

-¿Las ignoráis? -replicó vivamente-. ¡Son un juramento!

-Lo sé.

-Entonces, señora, espero...

-Bien, jarl... -repuse sin saber lo que decía-. Pero ved...

-¿Qué deseáis? -preguntó Rurico. palideciendo.

-¿Y vos?

-Yo, con el mayor respeto, pido al señor Gustavo de Silly la mano de su pupila la jarlesa Brunilda.

-Y yo, caballero... -respondió mi tío-, os la concedo con el mayor placer, y cumplo así lo que he jurado.

-También me atrevería a suplicar... -añadió el de Cálix- que nuestro enlace se verificase lo más pronto posible.

-Nos permitiréis un año... -replicó mi tío-. Mi hermano acaba de morir.

-No es sólo eso... -observé yo entonces.

Por mi parte desearía otro plazo... además del exigido por el luto.

Rurico me lanzó una mirada ardiente.

-Yo no os amo, jarl... -le dije con entereza-, y desearía trataros antes de ser vuestra esposa.

Los ojos del joven se inyectaron de sangre.

-Yo sí os amo, señora... -murmuró con voz alterada-. Os amo hace mucho tiempo... y vuelvo a suplicaros que no retardéis el día de mi ventura.

-¡Jarl! -repuse con altivez-. Ni mi padre ni yo hemos jurado nada relativo a fechas...

-¡Señora! -replicó Rurico con los labios trémulos-: ¡fuera un horrible escarnio que, valida de ese pretexto, excusarais vuestro deber!... ¡Según lo que decís, pudierais esperar a que blanqueasen vuestros cabellos ante de ir al altar conmigo!

-Caballero, me ofendéis... -respondí con dignidad-. Sólo os pido cuatro años.

-¡Cuatro años! -murmuró el joven con despecho.

-Y, en tanto -dije yo a mi tío-, recorreremos la Europa, según tenemos proyectado.

Una viva transición se obró de pronto en la fisonomía de Rurico.

-¡Sea! -apresurose a decir-. Dentro de cuatro años... El día 7 de Mayo de...

-Permitid, jarl, que fije el plazo yo misma... -le interrumpí-. Somos 7 de Mayo de 18... Pues bien: el día 7 de Agosto de 18... os acompañaré al altar.

-Bien, señora... -respondió el jarl de Cálix-. Me arrebatáis otros tres meses... Pero acepto. Tomad mi sortija.

Y me entregó este anillo, cuyo blasón no he comprendido nunca.

-¡Yo soy testigo!... -añadió el hermano de mi padre.

-Entretanto, jarl, viajaréis con nosotros, puesto que Brunilda quiere trataros.

-Con sumo placer... -respondió el joven-; y, si me creéis digno de tanta honra, pondré a vuestra disposición un bergantín que acabo de comprar en Liverpool. Se llama Leviathan.

-Aceptamos -respondió mi tío.

-Mañana partiremos -añadí yo.

-Convenido -concluyó el de Cálix, saludando.