El final de Norma: Primera parte: Capítulo II
Pero mejor será que prestemos oído a lo que dicen con relación a su persona algunos viajeros y viajeras...
-¿Quién es -pregunta uno- aquel gallardo y elegante joven de ojos negros, cuya fisonomía noble, inteligente y simpática recuerdo haber visto en alguna parte?
-¡Y tanto como la habrá usted visto! -responde otro-. Ese joven es Serafín Arellano, el primer violinista de España, hoy director de orquesta del Teatro Principal de Cádiz.
-Tiene usted razón ¡Anoche precisamente le oí tocar el violín en La Favorita!... Por cierto que me pareció de más edad que ahora.
-Pues no tiene ni la que representa... -agregó un tercero-. Con todo ese aire reflexivo y grave, no ha cumplido todavía los veinticinco años...
-Diga usted... Y ¿de dónde es?
-Vascongado: creo que de Guipúzcoa.
-¡Tierra de grandes músicos!
- Éste ha resucitado la antigua buena práctica de que el director de orquesta no sea una especie de telégrafo óptico, sino un distinguido violinista que acompañe a la voz cantante en los pasos de mayor empeño; que ejecute los preludios de todos los cantos, y que inspire, por decirlo así, al resto de los instrumentistas el sentimiento de su genio, no por medio de mudas señas, trazadas en el aire con el arco o con la batuta, sino haciendo cantar a su violín, y compartiendo, como anoche compartió él mismo, los aplausos de los cantantes...
-Pues añadan ustedes que Serafín Arellano es excelente compositor. Yo conozco unos valses suyos muy bonitos...
-Y ¿a qué vendrá a Sevilla?
-No lo sé... La temporada lírica de Cádiz terminó anoche... Podrá ser que se vuelva a su tierra, o que vaya a Madrid...
-A mí me han dicho que va a Italia...
-Y ¡qué presumido es! -exclamó una señora de cierta edad-. Mirad cómo luce la blancura de su mano, acariciándose esa barba negra... demasiado larga para mi gusto...
-¡Oh! Es un guapo chico...
-Diga usted, caballero... -preguntó una joven-, y ¿está casado?
-Perdone usted, señorita: oigo que preparan el ancla... y tengo que cuidar de mi equipaje... -respondió el interrogado, girando sobre los talones.
Y con esto terminó la conversación, y se disolvió el grupo para siempre.