El fantasma del bosque

Cocos y hadas
El fantasma del bosque​
 de Julia de Asensi


- I - editar

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de la misma familia ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo, era hijo único del señor del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían entonces unos diez añitos, igual estatura, más bien alta que baja para su edad, el cabello castaño, los ojos negros, grandes y expresivos, la tez morena y algo pálida, los labios gruesos y los dientes blancos y pequeños.

Decíase que la madre de Paulino tenía veneración por la castellana, encontrándole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo. Y que así como Guillermo era el vivo retrato de la castellana, Paulino se parecía al niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos, igual en el rostro a la santa imagen que tanto había mirado su madre antes de darle a luz.

Si en la parte física se asemejaban los dos niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino adusto, retraído y envidioso.

La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por su hijo y Paulino vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo de padres ricos y nobles como Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna razón para que todos saludaran con cariño y respeto a aquel muchacho de su edad y a él no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo año que él, pero halagado por los dones de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta de lo más necesario para vivir?

Tuvo un inmenso júbilo cuando supo que Guillermo, por deseo de su padre, iba a ser enviado a un colegio en el extranjero; así al menos no le vería, no pasaría el disgusto de saber que aquel niño tenía todas las ventajas sobre él, porque estudiando también se distinguía por su aplicación y su talento.

Un enemigo del dueño del castillo llamado Antolín, hombre de malas costumbres y corazón perverso, contribuía a excitará Paulino y avivaba aquel odio que ni Guillermo ni sus padres conocían. Él también envidiaba a aquel opulento señor, al que debía varios favores.

Llegó el día de partir el niño al colegio y Paulino, después de despedirse de él, volvió a su casa más triste y preocupado que de costumbre.

No por haberse alejado Guillermo fue el otro muchacho más feliz; oía hablar a cada paso de sus brillantes estudios, de sus exámenes, que habían causado la admiración de cuantos los habían presenciado, de las simpatías que despertaba. Al fin tuvo la inmensa alegría de que los dueños del castillo se fuesen a vivir a una ciudad próxima, mientras él permanecía con sus padres en el pueblo. Poco después, habiéndose declarado una guerra, el soldado partió en defensa de su patria. La pobre esposa, casi ciega de tanto coser y de tanto llorar, pasaba una vida bien triste porque Paulino, al que cada día disgustaba más su modesta vivienda, no acompañaba sino muy contadas veces a su madre.


- II - editar

Un día que el niño había salido de su casa con objeto de coger nidos en el campo, prolongó su paseo más de lo debido, llegando a un sitio que no conocía. Cansado, se sentó en un banco de piedra y así le sorprendió la noche. Era aquel un paraje tan solitario que no había visto a nadie cruzar por él durante el tiempo que había permanecido allí. De repente divisó algo blanco, más alto que una persona, que se adelantaba hacia el banco. Era un fantasma gigantesco, sin cara, sin brazos y sin pies, una enorme sombra blanca que a Paulino le pareció que debía de haberse desprendido de los peñascales. Aunque era valiente, aquello le causó cierto espanto, el temor, que produce siempre lo desconocido.

Ya había él oído hablar en el pueblo de aquella extraña aparición, pero había tenido la suerte de no encontrarla nunca. Era el terror de los pacíficos habitantes por sus continuas exigencias; si no le daban dinero, maltrataba a los infelices que pasaban por el campo después de vender los productos de sus huertas en la villa cercana. Calumniaba a las mujeres, insultaba a los hombres, pegaba a los niños, y nadie se atrevía a hacerle frente creyéndole la mayor parte de los aldeanos el alma de un bandido famoso que hubo allí en otro tiempo y que no quería recibir ni el mismo Satanás en su reino.

Sin poder huir, Paulino se detuvo, esperando que el fantasma le hablase.

-¿Quieres ser rico? le preguntó, ¿quieres ser feliz? ¿quieres ocupar el lugar de Guillermo?

El niño no se atrevió a contestar.

-De tu respuesta afirmativa o negativa depende tu porvenir. ¿Quieres?

-Sí, murmuró al fin el muchacho.

-Pues ve a casa de Antolín y allí te explicarán lo que has de hacer.

Paulino se alejó rápidamente, en tanto que el fantasma se internaba en el bosque.

Cuando el niño llegó a la casa de Antolín, halló a la mujer de éste, a la que llamaban en el pueblo la bruja, sentada delante de la puerta. Al ver a Paulino, le habló con cariño y le hizo entrar en su casa.

-¿Dónde está tu marido? preguntó él.

-Ha ido hoy de caza y hasta las once no volverá, respondió ella; pero entra, que yo te recibiré como Antolín.

-Tú podrás explicarme...

-Todo lo que quieras.

Hizo sentar al muchacho y le habló así:

-El padre de Guillermo envió el cochero al pueblo de H... para que recogiese a su hijo que volvía de su colegio a pasar las vacaciones en la ciudad donde su familia habita. El padre no pudo ir a buscar al niño ni tampoco su madre, que está enferma. El cochero era de toda confianza y hasta el citado pueblo fue Guillermo desde el colegio con uno de los profesores, que regresó en seguida a su país. Pero he aquí que, sin saberse por qué causa, el caballo se asustó y salió desbocado, tiró al cochero del pescante y por último volcó el carruaje. El cochero, temeroso de que le achacasen la responsabilidad de lo ocurrido, huyó, y el niño, mal herido, fue recogido por nosotros. Tú eres pobre y desgraciado y tienes ambición. Si puieres ser rico y feliz ponte la ropa de Guillermo, hazte pasar por él, y éste, vivo o muerto, ocupará tu lugar.

La tentación era muy grande para que Paulino resistiera a ella.

Vio a Guillermo que estaba acostado en una pobre cama, pálido, perdido el conocimiento, y creyó que le quedaban pocas horas de vida. Puesto que el niño iba a morir ¿qué perjuicio podía causarle aquella sustitución? Antolín, que llegó a su casa poco después, acabó de convencerle. Paulino se despojó de su humilde ropa y se puso la de Guillermo, que parecía hecha para él. La bruja le peinó como el otro niño y el parecido aun fue más notable.

-En pago de este servicio, le dijo Antolín, me darás todo el dinero que puedas; si dejas de hacerlo descubriré la verdad y te volverás a tu casa, después de recibir un castigo.

Paulino prometió pagar aquel favor y al día siguiente partió para la ciudad en compañía de Antolín. Nadie supo por entonces lo que había sido del cochero.

La madre de Paulino fue avisada por la bruja de que su hijo se había caído de un árbol; vistieron a Guillermo con la ropa del otro niño y la pobre ciega pudo engañarse al pronto creyendo que aquel muchacho herido y atacado de violenta calentura era realmente su hijo.


- III - editar

Cuando Antolín volvió, ya tenía todo el dinero que los señores habían dado a su supuesto hijo para que lo gastara en limosnas y diversiones.

-Esto va a ser una mina inagotable, dijo el hombre, así podremos vivir sin trabajar, comiendo bien y bebiendo mejor.

El papel que quería representar Paulino era más difícil de lo que pensó.

El señor del castillo observó bien pronto que el que creía Guillermo había atrasado en sus estudios y le obligaba a estar todo el día con el libro en la mano.

Era un hombre despótico, un verdadero tirano en la casa, lo que Paulino ignoraba, porque Guillermo no se había lamentado nunca de esto con él. Ya no tenía el niño aquella hermosa libertad de que disfrutaba cuando era pobre, ya no salía solo por el campo, ni podía hablar con ningún amigo, ni hacer su gusto jamás.

Él creía antes que en las casas de los ricos todo era felicidad y se convencía de que ésta no se compra con dinero. A esto hay que añadir lo que le costaba representar su papel cuando le hablaban de cosas completamente ignoradas y a las que no tenía más remedio que contestar.

-Eres más torpe cada día, le decía el padre de Guillermo; estoy deseando que vuelvas al colegio.

Y al terminar las vacaciones allá le llevaron.

Se vio entre rígidos maestros, entre compañeros de clase elevada que le trataban con insultante altivez, pues, aunque le creían de ilustre familia, se juzgaban superiores a él por la educación. Y si triste había sido su vida en la ciudad donde moraban los padres de Guillermo aun lo era más en aquel colegio cuyos profesores y condiscípulos eran extranjeros en su mayor parte.

De pronto, y sin que supiera por qué, dejó de recibir las cartas que todas las semanas le enviaban los señores del castillo creyéndole su hijo. El director del colegio sí tenía noticias de ellos porque le pagaban mensualmente. Llegaron las vacaciones y nadie le fue a buscar. Pasó el verano casi solo y muy aburrido.


- IV - editar

Una noche tuvo un sueño que le causó profunda impresión.

Se hallaba con su madre en su pobre casita esperando a su padre; aquélla le acariciaba como en otros tiempos y él era feliz pensando en que si le faltaban riquezas le sobraba cariño. Después llegó el soldado cubierto de laureles y mientras les refería sus hazañas miraba a su hijo con ternura y luego le entregaba un reloj de oro, un bastón y otros objetos. Pero de repente aparecía el fantasma y arrancaba al niño de los brazos de sus padres para arrojarle a un precipicio.

Se despertó sobresaltado y entonces pensó en lo mucho que sus verdaderos padres le amaban, en las privaciones que por él se habían impuesto, arrepintiéndose sinceramente de sus faltas.

Pero ¿cómo remediar éstas? Le pareció lo mejor confesar su culpa y así lo hizo en una sentida carta dirigida a los padres de Guillermo. Quince días después enviaron en su busca a un criado con el que partió para su pueblo.

¡Con que placer volvió a ver éste!

¡Sus altas montañas, sus hermosos bosques, sus arroyos de agua cristalina, sus poéticas casitas y el soberbio castillo del que había querido ser amo!

Se dirigió ante todo a su antigua morada, donde le esperaba su madre ya restablecida de su dolencia, y su padre que había ganado grados y cruces en el campo de batalla. Ambos le concedieron pronto su perdón.

Allí supo que poco después de partir al colegio habían averiguado los señores del castillo el accidente ocurrido a su hijo por la llegada del cochero, que había estado enfermo de gravedad, que Guillermo también les había escrito y que no dudaron que era Paulino el que habían enviado al colegio y su hijo el que estaba en el pueblo con la mujer del soldado. Después supieron la intervención de Antolín en el asunto, disfrazado de fantasma para engañar mejor al niño, y por esto y por otros delitos habían sido presos su mujer y él.

Decidieron dejar a Paulino en el colegio, hasta que se arrepintiera de su falta, sin darle parte de lo ocurrido. Guillermo perdonó de todo corazón al que siempre quiso como a un amigo.

Desde entonces Paulino fue feliz en su casa, en la que ya no se vivía con la estrechez de antes a causa del ascenso del soldado a oficial, y comprendió que la dicha no consiste en vivir en la opulencia, sino en el cariño puro y desinteresado, en la paz de la familia, en la conformidad con la suerte, y que lo mismo puede albergarse en la casa del rico que en el humilde hogar del pobre.