El falso Inca
de Roberto Payró
Capítulo XII


XII - EL FUERTE DE SAN BERNARDO


La situación de Villacorta en San Bernardo era comprometida, por falta casi absoluta de municiones, aunque el fuerte fuera lugar estratégico de primer orden, elegido en la rebelión anterior para proteger la retirada de los pulares.

El fuerte ocupaba la punta que forman los dos brazos de un río que llega del rumbo de los Lipes, y que tendría dos cuadras en su parte más ancha. Dominaba unas altísimas barrancas, inaccesibles a pie y a caballo, salvo unos pasos muy estrechos. Los brazos del río volvían a unirse a dos tiros de escopeta. El fuerte, pues, edificado en la parte superior, estaba defendido en la parte inferior por las barrancas y una muralla de pirca o piedra sin argamasa, de vara y media de alto.

La obra, sin embargo, estaba deteriorada, y del edificio principal sólo quedaban las paredes de dos frentes. Mercado, con sus hombres, acampó, pues, entre la casa y el parapeto, levantando sus tiendas en ese espacio, sin reforzar la defensa.

El padre Torreblanca hizo construir una capilla de ramas y paja seca, para decir misa y mantener con sus sermones el buen espíritu de la soldadesca.

El temor de un asalto en esa situación, sin municiones, y cuando los espías anunciaban que Bohórquez y su gente iban moviéndose hacia Salta, se convertía ya en pánico, cuando un mensaje de dicha ciudad llevó la feliz noticia de que acababa de llegar gran cantidad de botijas de pólvora, así como plomo para balas y cuerda o mecha para los arcabuces, enviada por el Presidente de la Real Audiencia de la Plata, don Francisco Nestares Marín, a indicación del maestro de campo don Pablo Bernárdez de Ovando, quien le había pintado la situación harto amenazada de los españoles en los valles calchaquíes.

Villacorta pidió que se apresurara el envío de parte de esas municiones al fuerte de San Bernardo, e hizo bien, pues al propio tiempo de éstas, el 22 de septiembre de 1658, llegó un explorador con la noticia de que el enemigo se había acercado y acampaba en los próximos pueblos de los pulares.

-¿Los manda Bohórquez? -preguntó Villacorta.

-No he podido saberlo, pero vienen con algún jefe importante, pues son muchos.

-¿Cuántos?

-Más de mil.

Villacorta llamó a Sancho Gómez.

-Ponte a la cabeza de diez hombres a caballo, y ve a explorar lo mejor que puedas el campo enemigo.

Gómez obedeció inmediatamente, soñando en la venganza que maduraba desde que lo abandonó Bohórquez. En el fuerte sólo quedaron setenta hombres.

Para Mercado, el ataque era inminente, así es que tomó al punto las medidas y disposiciones del caso. Puso diversos centinelas en puestos avanzados, encargando a Juan de Tobar un punto a inmediaciones del bosque.

A regular distancia, defendidos por las asperezas, y en conveniente altura, situó algunos arcabuceros, buenos tiradores, y distribuyó los menos diestros y valerosos en posiciones no tan expuestas.

Cayó la tarde en medio de la expectativa general, y llegó la noche, silenciosa y oscura. Villacorta estaba intranquilo; su porvenir -después de tantos errores- se jugaba definitivamente en ese momento.

Para hacer mayor su angustia, las horas pasaban y Sancho Gómez y sus soldados no volvían... Tenían que haber sido derrotados y hechos prisioneros por los indios...

En medio de la noche, Villacorta fue a buscar al padre Torreblanca, que descansaba en la improvisada capilla.

-Reverendo Padre -le dijo-: se acerca la hora de mi muerte y quiero comunicaros mis últimas disposiciones, y ponerme en paz con Dios por vuestro intermedio.

-¿Por qué esos presentimientos, hijo mío?

-Porque si no rechazamos a los indios, saldré de este recinto para morir matando, ya que ése será el único medio de...

-Confía en la Divina Providencia y no te abandones al desaliento.

-No me abandono, padre, pero oídme: Aquí, detrás de la capilla, está atado mi alazán. Es un gran caballo que en poco tiempo puede poneros en Salta, y que no alcanzará nadie que os persiga. Si soy derrotado, si veis que los nuestros cejan, montad y partid sin mirar atrás. Aquí tenéis las llaves de mis escritorios de papeles, cédulas y negocios de importancia, que entregaréis a mi sucesor.

Entregole, en efecto, las llaves y luego agregó:

-Examinad mis cartas y papeles particulares y quemad todo aquello que creáis oportuno. ¡Fío en vuestra prudencia y generosidad: que mi memoria no quede empañada ni comprometida!

-Así lo haré, hijo mío.

-Ahora, padre, oíd mi confesión.