El espíritu castellano

[1] Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Ministerio de Cultura
La España Moderna. Núm. LXXVI. Abril de 1895
Páginas 27 a 58.


I

Casticisimo es en nuestras letras castizas el teatro, y en éste el de Calderón, porque si otros de nuestros dramaturgos le aventajaron en sondas cualidades, él es quien mejor encarna el espíritu local transitorio de la España castellana castiza y de su eco prolongado por los siglos posteriores, más bien que la humanidad eterna de su casta; es un « símbolo de raza (1) ». Da cuerpo á lo diferencial y exclusivo de su casta, á sus notas individuantes, por lo cual, á pesar de haber galvanizado su memoria tudescos rebuscadores de ejemplares típicos, es á quien « leernos con más fatiga » los españoles de hoy, mientras Cervantes vive eterna vida dentro y fuera de su pueblo.
Calderón, el símbolo de casta, fué á buscar carne para su pensamiento al teatro, en que se ha do presentar al inundo en compendio compacto y vivo, en sucesión de hechos significativos, vistos desde afuera, desvaneciéndose á último término, hasta perderse á las veces, el nimbo que los envuelve, el coro irrepresentable de las cosas (2).
Y de todos los teatros, el más rápido y teatral es el castellano, en que no pocas veces se corta, más bien que se desata, el nudo gordiano dramático. Lope, sobre todo, suele precipitar el desenlace, la anagnórisis.
Por toda la literatura castellana campea esa sucesión caleidoscópica, y donde más, en otra su casticísima manifestación, en los romances, donde pasan los hombres y los sucesos grabados al agua fuerte, sobre un fondo monótono, cual las precisas siluetas de lo gañanes á la caída de la tarde, sobre el bruñido cielo. El didactismo á que propende esta misma literatura suele por su parte resolverse en rosario de sentencias graves, en sarta sin cuerda á las veces.
En el teatro calderoniano se revela de bulto esa suerte de ver los hechos en bruto y yuxtapuestos por de fuera. El argumento es casi siempre de una sencillez y pobreza grandes, los episodios pegadizos y que antes estorban que ayudan á la acción principal. No se combinan, como en Shakespeare, dos ó más acciones. Una intriga enredosa á las veces, pero superficial, caleidoscópica, y sobre todo enorme monotonía en caracteres, en recursos dramáticos, en todo (3).
Por ver los hombres en perfil duro no sabe crear caracteres; no hay en sus personajes el rico proceso psicológico interno de un Hamlet ó un Macbeth, es « psicología de primer grado, como las imágenes coloreadas de Alemania son pintura elemental », dice Amiel (Journal intime, 8 janvier 1863, juzgando de refilón de nuestro teatro.
« Todas las cosas están allí apuntadas y casi ninguna llevada á cabal desarrollo », lo que se atribuye á « condiciones del ingenio español (castellano)… la rapidez y la facilidad para comprender un carácter y lo incompleto de su desarrollo ». (M. y P.) ¿Rapidez para comprender? Es que pasan el hecho ó la idea recortados, sin quebrar su cáscara y derramar sus entrañas en el espíritu del que los recibe, sin entrar á él envueltos en su nimbo y en éste desarrollarse.
El desarrollo es la única comprensión verdadera y viva, la del contenido; todo lo demás se reduce á atrapar un pobre dermato-esqueleto encasillable en el tablero de las categorías lógicas. La idea comprendida se ejecuta sola, sponte sua, como en la mente shakespeariana. En la de Calderón se petrifica. Superar en ejecución lo es en verdadera comprensión, porque la ejecución revela la continuidad y vida intimas de la idea.
Como las buriladas representaciones calderonianas no rompían su caparazón duro, fué el poeta, no viéndolas en su nimbo, á buscarles alma al reino de los conceptos obtenidos por vía de remoción excluyente, á un idealismo disociativo (4), y no al fondo del mar lleno de vida, sino á un ciclo frío y pétreo.
Este espíritu castizo no llegó, á pesar de sus intentonas, á la entrañable armonía de lo ideal y lo real, á su identidad oculta, no consiguió soldar los conceptos anegándolos en sus nimbos, ni alcanzó la inmensa sinfonía del tiempo eterno y del infinito espacio de donde brota con trabajo, cual melodía en formación y lucha, el Ideal de nuestro propio Espíritu. Para él dos mundos, un caleidoscopio de hechos y un sistema de conceptos, y sobre ellos un Motor inmoble.
Espíritu este dualista y polarizador. Don Quijote y Sancho caminan juntos, se ayudan, riñen, se quieren, pero no se funden. Los extremos se tocan sin confundirse y se busca la virtud en un pobre justo medio; no en el dentro en donde está y debe buscarse. Sáltase de los hechos tomados en bruto sin nimbo á conceptos categóricos. Cuando Quevedo no nos cuenta al buscón D. Pablos comenta á Marco Bruto, y el grave Hurtado de Mendoza narra las picardías del lazarillo del Tormes.
Calderón nos presenta la realidad « con sus contrastes de luz y de sombra, de alegrías y de tristezas », sin derretir tales contrastes en la penumbra del nimbo de la vida, « mezcla lo trágico y lo cómico », sí, los mezcla, no los combina químicamente. Y así « en nuestro teatro más que idealismo hay convencionalismo, y más que realismo la realidad histórica de un tiempo dado » y « cierta ligereza y superficialidad », la de no pasar de la superficie.
Genuinamente castizos son nuestros dramas teológicos y autos sacramentales, con sus personajes sin vida, la Fe, la Esperanza, el Aire, el Fuego, el Agua, la Encarnación,, la Trinidad, no seres vivos, sino

tumba de huesos, cubierta
con un paño de brocado.

En su idealismo se pone lo grande de Calderón, su « genio sintético y comprensivo », viendo en él grandeza de concepción y una alteza tal de ideas teológicas, intelectuales y filosóficas, que resultaba mezquina toda forma para encerrarlas, « alteza de la idea inicial de sus obras ». Mas como aun así no pueda proponérsele cual modelo de belleza, ni supo hallar « lo que es universal y eterno del corazón humano », se nos dice que « no bastan por sí solas las grandes ideas para hacer con ellas grandes dramas ».
Las grandes ideas categóricas y abstractas, no.
Distinguen al ingenio castellano « grandeza inicial y lucidez pasmosa para sorprender las ideas; poca calma, poca atención para desarrollarlas ». (M. y P.) ¡Es claro!, como las sorprende, se le escapan sin entrar en él é imponerse su atención, para desarrollar por sí, en virtud propia, su contenido. La « intuición rápida » de « proceder como por adivinación y relámpagos », es falta de comprensión viva, genética; los relámpagos deslumbran, no alumbran.
¡Genio sintético y comprensivo el que ni vislumbró la unidad de los dos mundos! ¡Armonismo un mero enlace de ellos, en que se ve la pegadura! ¡Pobres altísimas concepciones, muertas de desnudez, sin carne en que abrigarse! La mera ocurrencia de sacar á tablas conceptos abstractos delata toda la flaqueza de este ingenio, como lo empedernido de su idealismo el encontrarse resuelto (!!!) en sus obras « el enigma de la vida humana… sin luchas, sin vacilaciones, sin antinomias, sin dudas siquiera ».
No es de extrañar que se sobreponga el idealismo de Calderón al de Shakespeare, y aun que no se le vea bien en éste. El inglés pone en escena á que desarrollen su alma hombres, hombres, ideas vivas, tan profundas cuanto altas las más elevadas del castellano. El rey Lear, Hamlet, Otelo, son ideas más ricas de contenido íntimo que cualquiera de los conceptos encasillables de Calderón. ¡Un hombre!, un hombre es la más rica idea; llena de nimbos y de penumbras y de fecundos misterios.
Calderón se esforzaba por revestir huesos de carne y sacaba momias, mientras que en el proceso vivo brota el organismo todo de un óvulo fecundado, surge del protoplasma del nimbo orgánico, dibujándose un dentro y un fuera, un endodermo y un ectodermo, y formándose poco á poco en su interior, del tejido conjuntivo endurecido por sales calcáreas del ambiente el esbozo de los huesos, que son lo último que queda y persiste cuando el ser ha muerto, delatando la forma viva perdida para siempre. Huesos encerrados en lo vivo por carne palpitante, huesos que admiran los osteólogos y paleontólogos en los dramas sarmentosos de Calderón, y que en Shakespeare están vivos, con tuétano caliente; pero sustentando, ocultos por la carne, la fábrica viva toda de que surgieron, inconcientes á su autor. Para el inglés los óvulos eran cuentos, novelas, anécdotas, sucesos vivos; en nuestro teatro abundan como tales lugares teológicos ó de parecida laya (5).
Por sumirse en el fondo eterno y universal de la humanidad, que es la más honda y fecunda idea, donde se confunden los dos mundos, por cuyo ministerio brota el ideal de la, realidad, de la naturaleza el arte, Shakespeare, sabiendo de pobre historia paleontológica tan poco ó menos que Calderón, más letrado que él, penetra en el alma de la antigüedad romana por la estrecha puerta de una mala traducción de Plutarco y resucita en su Julio César la vida del foro resonante, mientras Calderón, atado á la historia de su tiempo y de su suelo, apenas se despega, de lo transitorio y local. Penetra Shakespeare en la intra-historia romana y en la del alma con Hamlet, encarnación de humanidad tan profunda como el alegórico Segismundo, más viva. Y por ser más profundas sus concepciones vivas, informulables, es por lo que alcanza la « verdad humana, absoluta, hermosa » y la « expresión única ».
Hay en nuestro castizo teatro disociación entre el idealismo y el realismo y en punto á éste los graciosos, que representan el fallo de la razón imparcial y sobria del común sentido (6). El gracioso, impertinente á menudo, « de un modo realista y prosaico, no exento de vulgaridad y aun de grosería, vuelve siempre por los fueros del sentido común ». No exento de vulgaridad y aun de grosería nuestro Sancho, es cierto, pero Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano, Sancho sincero. ¡Impertinente!, esto es, disociado, que no casa bien con el idealismo de su Quijote.
Este espíritu. disociativo, dualista, polarizador, se revela en la expresión, en el vano lujo de colores y palabras, en el énfasis, en la « inundación de mala y turbia retórica », en la manera hinchada de hipérboles, discreteos, sutilezas y metaforismo apoplético. Nuestros vicios castizos, desde Lucano y Séneca acá, el culteranismo y el conceptismo, brotan del mismo manantial. Dícese que el culteranismo y la hipérbole arrancan de brillantez de imaginación, el conceptismo de agudeza de ingenio.
¡Socorrido recurso el de la brillante ó fogosa imaginación española! Aquí entran en cuenta el sol y otros ingredientes. Y en realidad, sin embargo, imaginación seca, reproductiva más que creadora, más bien que imaginación fantasía, empleando tecnicismo escolástico. O los hechos tomados en bruto, en entero y barajados de un modo ó de otro, no desmenuzados para recombinarlos en formas no reales, ó bien conceptos abstractos. Nuestro ingenio castizo es empírico ó intelectivo más que imaginativo, traza enredos entre sucesos perfectamente verosímiles; no nacieron aquí los mundos difuminados en niebla, los mundos de hadas, gnomos, silfos, ninfas y maravillas. Pueblo fanático, pero no supersticioso, y poco propenso á mitología, al que cuadra mejor el monoteísmo semítico que el politeísmo ariano. Todo es en él claro, recortado, anti-nebuloso: sus obras de ficción muy llenas de historia, hijas de los sentidos y de la memoria, ó llenas de didactismo, hijas de la intelectiva. Sus romances por epopeyas y por baladas, y el Quijote por el Orlando.
La imaginación se apacienta en los nimbos de los hechos, nimbos que el castizo espíritu castellano repele, saltando de los sentidos la inteligencia abstractiva. Y al tomar en bruto los hechos para realizarlos, acude al desenfreno del color externo, de lo distintivo en ellos, así como cae por otra parte en el conceptismo de los universales faltos de nimbo; sensitivismo é intelectualismo, disociación siempre.
Cuando se alcanza mal á repartir en un cuadro los matices y medias tintas de tal suerte que en la unidad del conjunto aparezcan los objetos encajados, subordinados al todo, se cae en el desenfreno del colorismo chillón y de mosaico, de brillos metálicos, corriendo tras el enorme despropósito de que las figuras se salgan del cuadro, que vale tanto como desquiciarlas de su puesto y disociarlas de la realidad, acudiendo para ello procederes de efecto escenográfico, más que sean pintar en el mareo la pezuña de un caballo ó cualquier otro desatino tan desaforado. El ver las cosas destacarse á cuchillo es no percibir que es su forma en parte la del moldo que les da el fondo, y así, por no dibujar tanto hacia afuera corno hacia dentro, se busca la línea continente por serie de rectificaciones que engendran perfil confuso é incierto, desdibujada resultante de tanteos.
La poca capacidad de expresar el matiz en la unidad del nimbo ambiente lleva al desenfreno colorista y al gongorismo caleidoscópico, epilepsia de imaginación que revela pobreza real de ésta; la dificultad en ver la idea surgiendo de su nimbo y dentro de él, arrastra á la escenografía intelectualista del conceptismo; y la falta de tino para dibujar las cosas con mano segura á la par que suave, en su sitio, brotando del fondo á que se subordinan, conduce á las tranquillas oratorias dé acumular sinónimos y frases simétricas, desdibujando las ideas con rectificaciones, paráfrasis y corolarios. Y de todo ello resulta un estilo de enorme uniformidad y monotonía en su ampulosa amplitud de estepa, de gravedad sin gracia, de períodos macizos como bloques, ó ya seco, duro y recortado. Y en este estilo dos retóricas, la de la oratoria y la de la dialéctica, metaforismo de oradores, ergotismo de teólogos y leguleyescas citas.
El elemento intelectivo es lo que « ahoga y mata la expresión natural y sencilla », sofocada al peso do categorías; la expresión única brota de la idealidad de lo real concreto.

II

Es grande Segismundo, precursor del Quijote, y hay eterna grandeza en Pedro Crespo y aun en Don Lope de Almeida, porque todos ellos, y con ellos su creador, eran algo más que mentes nacidas para comprender el mundo. Eran voluntades con los vicios y la bondad íntima de la energía que desborda. La inteligencia misma es forma de voluntad.
Todo espíritu que pase por enérgica abstracción desde recortadas sensaciones á conceptos categóricos, sofocando el nimbo de las representaciones, ó es juguete de los motivos del ambiente, ó reacciona sobre ellos con voluntariedad de arranque en resoluciones bruscas y tenaces, ó ya esclavo ó ya tirano de lo que le rodea. Los personajes de nuestro teatro y aun los de nuestra historia se forman más de fuera dentro que á la inversa, más por cristalización que por despliegue orgánico, produciéndose ex abrupto no raras veces. En Lope los hay que cambian de repente, sobre todo al final do sus comedias, sin causa justificada. « Los sentimientos más opuestos brotan en su pecho, sin ofrecer las gradaciones que entre nosotros », dice de los españoles el alemán Schack. Cuando no son de una pieza, se mueven guerra dividiéndose en dos ó ya son sistema de contradicciones como el egoísta generoso, el Don Domingo de Don Blas, de Alarcón.
Obedecen nuestros héroes castizos á la ley externa, tanto más opresiva cuanto menos intimada en ellos, abundando en conflictos entro dos deberes, entro dos imperativos categóricos sin nimbo en que concordarse. A la presión exterior oponen, cual tensión interna, una voluntad muy desnuda, que es lo que Schopenhauer gustaba en los castellanos, por él tan citados y alabados. Acá vino también Merimée á buscar impresiones fuertes y caracteres simples, bravíos y enteros.
A la disociación mental entro el mundo de los sentidos y el de la inteligencia correspondo una dualidad de resoluciones bruscas y tenaces y de indolente matar al tiempo, dualidad que engendra, al reflejarse en la monte, fatalismo y librearbitrismo, creencias gemelas y que se completan, nunca la doctrina del determinismo de la espontaneidad. Se resignan á la ley ó la rechazan, la sufren ó la combaten, no identifican su querer con ella. Si vencidos, fatalistas; librearbitristas cuando vencedores. La doctrina es la teoría de la propia conducta, no su gula.
En las disputas teológicas que provocaron el calvinismo primero, y el jansenismo más tarde, teólogos españoles fueren los principales heraldos del libre albedrío. ¡Frases vigorosas el « no me dala real gana » y el « no importa »! Y aún las hay más enérgicas y castizas, que vienen como anillo al dedo á la doctrina schopenhaueriana de que la voluntad es lo genérico, así como la inteligencia lo individuante en el hombre, que el foco, Brennpunkt, de aquella son los órganos genitales. Todo español sabe de dónde le salen las voliciones enérgicas.

« Y teniendo yo más alma, ¿tengo menos libertad? »

grita Segismundo. Tener más alma es tener más voluntad entera, más masa de acción, más intensa; no mayor inteligencia ni más complejo espíritu.
Y junto á esta voluntariedad simplicista de esta enérgica casta de conquistadores, fe en la suerte: Da ventura á tu hijo y échalo en el mar. Fe en la estrella, buena si se triunfa, si se sucumbe mala. Es el vislumbre de sentirse arrebatado de algo íntimo, más hondo que la conciencia.
La monotonía de caracteres del castizo teatro castellano paréceme ser reflejo de un rasgo real. Caracteres los de esta casta, de individualidad bien perfilada y de complejidad escasa, más bien unos que armónicos, formados los individuos por presión exterior en masa pétrea, personas que se plantan frente al mundo, y le arman batalla sin huir del peligro, que en la ocasión se moverán guerra á sí mismos sin destruirse, y que si se dejan morir es matando, como Sansón con todos los filisteos (7).
Eran almas estas tenaces é incambiables, castillos interiores de diamante de una pieza, duro y cortante. Genio y figura hasta la sepultura; lo que entra con el capillo sale con la mortaja; lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama.
Al plantarse en sociedad cada una de estas almas frente á las otras, prodújose un verdadero anarquismo igualitario, y á la par anhelo por dar á la comunidad la firme unidad de cada miembro, un verdadero anarquismo absolutista, un mundo de átomos indivisibles é impenetrables en lucha dentro de una férrea caja, lucha de presión externa con interna tensión.
Fué una sociedad guerrera (8), y en la guerra misma algo de anárquico, guerrillas y partidarios.
En tales sociedades y con tales individuos prolóngase un sentido de justicia primitivo, vengándose devengan sus derechos. En Pedro Crespo se une á la justicia la venganza y tenemos un rey á quien llaman unos el Cruel y el Justiciero otros. Entre nosotros buscaba Schopenhauer ejemplos del anhelo de llevar « al dominio de la experiencia la justicia eterna, la individuación » dedicando á las veces toda una vida á vengar un entuerto, y con previsión del patíbulo (9).
Pasarnos, según Rasch (Die heutige Spanien), en Alemania, ¡prepárese el lector!... á la vez que por ganosos de fama, codiciosos é indolentes, ruhmsüchtig, golddürstig, faul, por crueles y sanguinarios, grausam, blutdürstig. Cuando los extranjeros nos quieren mal y tratan de traer á cuenta nuestras flaquezas, no olvidan al inhumano duque de Alba, á su Juan de Vargas y su Consejo de sangre, los autos de fe y los quemaderos, y los desenfrenos todos de nuestro odium theologicum. Es dureza de combatiente.
El valor, valor de toro. « ¡Ve á vencer! » - dice arrogantemente el rey á Rodrigo de Vivar en Las Mocedades del Cid - y en éstas, al morir Rodrigo Arias, repite á su padre: « Padre ¿he vencido, he vencido?... yo muero, padre, ¿he vencido? »
En la vida de lucha conviene además juntar al esfuerzo astucia, aquella arma del fuerte y ésta del débil. « Apenas habla término medio entre el caballero y el pícaro » - dice el Sr. Menéndez. - Confundíanse uno en otro; en horas de insolación asoma bajo el aristócrata el chulo.
Esta voluntad se abandona indolentemente al curso de las cosas si no logra domarlo á viva fuerza, no penetra en él ni se apropia su ley; violencia ó abandono más menos sostenidos. Es poco capaz de ir adaptándose lo que le rodea por infitesimales acciones y pacienzudos tanteos, compenetrándose en las pequeñeces de la realidad, por trabajo verdadero. O se entrega á la rutina de la obligación, ó trata de desquiciar la cosas, padece trabajos por no trabajar.
Es proverbial nuestro castizo horror al trabajo, nuestra holgazanería y nuestra vieja idea de que « ninguna cosa baja tanto al hombre como ganar do comer en oficio mecánico », proverbial la miseria que se siguió á nuestra edad del oro, proverbiales nuestros pordioseros y mendigos y nuestros holgazanes que se echan á tomar el sol y se pasaban con la sopa de nuestros conventos.
El que se hizo hidalgo peleando moriría antes que deshonrar sus manos (10).
En ninguna parte arraigó mejor ni por más tiempo lo de de creer que el oro es la riqueza, que aquí, donde Ustáriz extremó el mercantilismo. Los pobres indios preguntaban á los aventureros de
El Dorado por qué no sembraban y cogían, y en vano propusieron los prudentes se enviaran á las Indias labradores. Francisco Pizarro, en el momento de ir á pasar su Rubicón, traza con la espada una gran raya en tierra y dice: « por aquí se va a Perú á ser ricos; por acá se va á Panamá á ser pobres; escoja el que sea buen castellano lo que más bien le estuviere.»
Y más tarde, solemne escena en Caxamalca, cuando, previa invocación al auxilio divino, se reparte con gravedad el precio del desgraciado Atahualpa, aquel reposado inca, último testigo de una civilización borrada para siempre por los conquistadores de aquel « infierno del Perú, que con multitud de quintales de oro ha empobrecido y destruido á Epaña» - decía Las Casas. Poco después el leal duque de Alba, sirviendo á su Dios y á su Rey no olvidaba el botín (11).
¡El botin!, tal era la preocupación del legendario Cid (12) y el mismo Sancho, el pacifico, el discreto, el buen Sancho,, el codicioso de la ínsula, apenas vió en el suelo al fraile de San Benito « apeándose ligeramente de su asno arremetió á él, y le comenzó á quitar los hábitos..., que aquello le tocaba á él legítimamente como despojos de la batalla que señor Don Quijote había ganado ».
El pobre con aspiraciones que no se aviene á enterrarse cogido á la mancera en la masa intrahistórica de los silenciosos, los intracastizos, ni á vivir como el licenciado Cabra « clérigo cerbatana, archi-pobre y proto-miseria » para quien la penuria era salud é ingenio, ó dice con el soldado de Los Amantes de Teruel de Tirso:

Bien haya, amén, quien inventó la guerra
Que de una vez un hombre queda rico
Aunque en mil años haya visto blanca;

ó se gana honradamente la vida con la industria de sus manos..., que « hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal », y « quien no hurta en el mundo no vive » - decía su padre al buscón D. Pablos, espejo de vagabundos.
Y aun sin llegar tal, vívase al día, con un mañana que nunca llega por delante, á ver si cae maná. Todos los años aplaudimos al castizo héroe conquistador del « ¡tan largo me lo fiáis! » y todos se aguarda por todos con ansia el día del nacimiento del Redentor, en esperanza del gordo.

El nacer pobre es delito.

Y así vive el hidalgüelo mayorazgo á cubierto del trabajo, en resignada indolencia y medida parsimonia. Mas si es segundón y ha de asegurarse el pan ¡á probar fortuna! á buscárselas, ó al convento (13).
Con frecuencia tras una vida de aventuras se tomaba iglesia.
¡Pan y toros, y mañana será otro día! Cuando hay, saquemos tripa de mal año, luego... ¡no importa!
Tal el alma castiza, belicosa é indolente, pasando del arranque la impasibilidad, sin diluir una en otro para entrar en el heroísmo sostenido y oscuro, difuso y lento, del verdadero trabajo.
Y anejo todo esto las virtudes que engendra la lucha, la generosidad de la guapeza, el rumbo de José María, amigo de sus amigos, limosnero del pobre con dinero ajeno. A bote de lanza, anárquicamente, enderezaba entuertos Don Quijote.
La misma caridad es de origen militar. Lo que decía M. Montegut (Revue des Deux Mondes, 1º Marzo, 1864) hablando de nuestros místicos, de que no conocen la caridad sino de nombre, siendo para ellos virtud más bien teológica que teologal, es aserto que admite explicación. Porque hay una caridad que por compasión fisiológica, por representación simpática, nace de las entrañas del que sufre viendo sufrir, y otra más intelectiva y categórica, que brota de la indignación que produce el ver sufrir á unos mientras otros gozan; hija de ternura aquélla, de rectitud ésta. Unas veces brota el sentimiento de justicia del de caridad y otras éste de aquél.
Cuando en Las Mocedades del Cid encuentra éste al gafo se pregunta « ¿qué me debe Dios más que á ti? » y, considerando que le plugo repartir lo suyo desigualmente en los dos, no teniendo él, Rodrigo, más virtud, sino siendo tan de carne y hueso, concluye en que

Con igualdad nos podía
tratar; y así es justo darte
de lo que quitó en tu parte
para añadir en la mía.

Y por sentido de justicia, más que por ternura, y no poco acaso por hazaña, come en el mismo plato con el gafo. Caridad típica también la de aquel arrebatado y agresivo P. Las Casas, que vuelto en sí al leer un día de Pascua el capítulo 34 del Eclesiástico, se dedica á protector de los indios y más aún á violento fiscal de sus compatriotas. Y con él su orden, la que con más brío predicaba en Europa cruzadas contra los herejes, amparaba y defendía en América los pobrecitos indios, vírgenes de herejía. Caridad de ir á salvar almas desatándolas de sus cuerpos; quien bien te quiere te hará llorar. Caridad de espada y de igualdad. La misma caridad tierna y compasiva de Francisco de Asís se trueca en ardiente y belicoso ordenancismo en el español (portugués) Antonio de Padua.
« Una limosnita por amor de Dios! » piden los mendigos; se les contesta « perdone, hermano »; y ellos, si se les da, « Dios se lo pague. »
Toda ella es caridad austera y sobria, no simpatía. A otra cosa se llama sensiblería aquí.

III

Este hombre formó familia y sociedad civil. Formaba familia, dentro de la cual guardaba á su mujer. Las de Tirso superan al hombre en decisión y malicia, y en el museo de Lope hallamos esgrimiendo la espada á La Varona castellana, defendiendo con panal su honra La Moza de cántaro, y junto á, ellas, entre otras, La Villana de Getafe y La Serrana del Tormes.
Entre esta mujer y su hombre los amores son naturales, con pocos intrincamientos eróticos. Nuestra castiza lírica amorosa será sutil, mas poco efusiva, y raros en nuestra literatura los acentos de pasión de amor absorbente puro de otro sentimiento.
No es el amor ardiente y atormentado de Abelardo, ni el de los trovadores provenzales, pues si bien entró en Castilla la casuística erótica de éstos por los trovadores gallegos, catalanes y valencianos, no fué castiza y de genuina cepa. Ni el gallego Macias el Enamorado ni el valenciano Ausias March son almas castellanas.
Los Amantes de Teruel, de Tirso, son sobrios en ternezas y blanduras, si bien se mueren de amor, con muerte fulminante y repentina. La Jimena de Las Mocedades del Cid expresa sentimiento tan poco erótico y femenino, como es el de estimar más el ver estimar su amor que su hermosura, tomándolo por pundonor. Y esta misma Jimena admira en aquel Rodrigo que le corteja, salpicándole el brial con la sangre de sus palomicas, que luce en él gallardamente, entre lo hermoso, lo fiero. El hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso. Y aun cuanto más bruto, pues Celia, en El condenado por desconfiado, quería á Enrico que la saqueaba y maltrataba por valiente, como se rinde á su chulo la barbiana de rompe y rasga.
En esto del amor aparece también el espíritu disociativo, porque es, ó grosero, más que sensual, ó austero y de deber más que sentimental, ó la pasajera satisfacción del apetito ó el débito del hogar.

Y en tratando casamiento
verás que mi amor le agrada,
que esto es el último intento
de toda mujer casada.

Y una vez casada, niega Isabel de Segura un simple abrazo á Diego de Marsilla.

« Ya es mi esposo, Marsilla, Don Gonzalo
perdóname si el gusto que me pides
no te lo puedo dar corno quisiera,
que no le he de ofender por ningún modo. »

Doña Blanca, la mujer de « García del Castañar » cree que

« ..... bien ó mal nacido,
el más indigno marido
excede al mejor galán. »

No es castiza en España la casuística del adulterio, ni se ha elevado á institución á la amiga. Fuera del matrimonio, los amores son de gallo, de Tenorio, no de Werther.
El realismo castellano es más sensitivo que sensual, sin refinamientos imaginativos y con fondo casto. Huele á bodegón más que á lenocinio, y cuando cae en extremo, más tira, aun en la obscenidad, á lo grosero que á lo libidinoso. Sirvan de ejemplo típico la novatada del buscón Don Pablos, la aventurca del bálsamo de Fierabrás y la de los batanes. La misma Celestina escolastiza el amor (14) cuando no cae en lo brutal.
No son castizos el sentimentalismo obsceno, ni los aderezos artificiosos del onanismo imaginativo del amor baboso. No sale de esta casta un marqués de Sade, que en su vejez venerable suelta con voz dulce una ordure « avec une admirable politesse » (15). Nuestras mozas de partido no son de la casta de las Manon Lescaut y Margarita Gautier, rosas de estercolero.
Los celos en el teatro calderoniano son de honor ofendido, y los celosos matan sin besar como Otelo, sin amor, por conclusión de silogismos y en frío, y las veces por meras sospechas, y aun sabiendo inocente á la mujer « sólo por razón de estado » como « el labrador más honrado », García del Castañar:

« A muerte te ha condenado mi honor, cuando no mis celos, porque á costa de tu vida de una infamia me preservo. »

Amor sin refino y en el matrimonio gravo y sobrio. La mujer, la madre, está en nuestro teatro castizo « oculta en el sancta sanctorum del hogar ». (M. y P.)
Es el amor natural, base de la familia, fuertemente individuada ésta en la sociedad, la familia una y constante, cuyos miembros se acuerdan en el espacio, y en el tiempo se unen con los pasados por los sufragios á las benditas ánimas del purgatorio. Cosa castiza el purgatorio.
Son los hijos guardadores del nombre de sus padres y vengadores de su honra. Diego Láinez, afrentado, llama á los suyos, desprecia por infames á los que se quejan cuando les aprieta la mano y desenójale el enojo de Rodrigo, que le amenaza con que, á no ser su padre, le sacara las entrañas, y al presentarle éste la cabeza del ofensor...

« Toca las blancas canas que me honraste,
llega la tierna boca la mejilla,
donde la mancha de mi honor quitaste. »

El anciano D. Mondo de Benavides, afrentado por Payo de Bivar, perdona á su hija Clara sus ilícitos amores con el rey Bermudo, puesto que á ellos debe el tener en Sancho un nieto vengador de su honra. (Los Benavides, de Lope.)
Para tales hay que educar á los hijos, como Arias Gonzalo, cuando, muertos en lid singular con D. Diego Ordóñez sus hijos Pedro y Diego, va á apadrinar á Rodrigo, á atizarle fuego en el honor.
La sociedad civil que formaron estos hombres tomó de ellos carácter y sobre el de ellos reobró. Formáronla sobre los restos de otra, bajo la presión de invasores de su suelo, comprimidos en un principio en montañas, donde originaron el sentimiento patrio.
Las necesidades de la Reconquista les dieron lealtad a caudillo ó igualdad entre los compañeros. Sin lealtad no cabe comunidad guerrera, « pues siempre de la cabeza baja el vigor á la mano ». Jamás olvida el Cid separar del botín el quinto para el rey Alfonso, que le airó, enviarle presentaias y humillarse ante él, « hincando en tierra los hinojos y las manos, tomando dientes las hierbas del campo y llorando de lo ojos. » Y con el « castellano lea l» siente Guzmán el Bueno, y el señor de Buitrago, y tantos otros. Lealtad esta de combatiente á su caudillo más que de cortesano á su señor, lealtad no exenta de « pronunciamientos ».
Mas « del rey abajo ninguno » ¡fuera jerarquía! ruda igualdad y llaneza entre los demás. Llaneza, castizo término. Al extranjero que viaja por España le sorprende el fácil tramar conversación en los trenes, el ofrecerse viandas, el pedirse fuego en la calle, el ponerse «¡ á su disposición! »
Reinaba en nuestro castizo siglo una peculiar igualdad que se ha llamado democracia frailuna, en gran parte la de la holganza y la pobreza, la de la espórtula y la braveza., anarquista. La disfrutaban muchedumbre de caballeros pobres, frailes, hidalgüelos, soldados y tercios, menospreciadores del trabajo, amantes de la guerra y de la holganza. Y á este anarquismo íntimo acompañaba, como suelo, fuerte unificación monárquica al exterior; el absolutismo, ó mejor ordenancismo castellano, fué forma y dique de anarquía, fué el espíritu de individualismo excluyente transportado á ley exterior.
Siempre la firme fe en el libre albedrío lleva, tanto como el fatalismo, al sofoco de la libertad civil; que hay que imponer ley á quien apenas la lleva dentro (16), y consuélese el sometido con que su voluntad es libre é inviolable el santuario de su conciencia. ¡Gran Celestina la metafísica!
Era aquí la castiza monarquía cenobítica y austera, ordenancista, reflejo de la familia castellana. En España no juegan papel histórico sobresaliente queridas de reyes.

« Una grey y un pastor sólo en el suelo
un monarca, un imperio y una espada »,

cantaba Hernando de Acuña, el poeta de Carlos » V.
Era en aquella sociedad el sentimiento monárquico profundo, bien que un si es no es quisquilloso, con la sumisión del « se obedece, pero no se cumple ». El rey no es el Estado, sino el mejor alcalde; no quien crea nobleza y honra, sino quien las protege. Bien que sea fábula, es típico el « cada uno de nosotros vale tanto como vos, y todos juntos más que vos », y hondamente castizo el « e si no, no ».

« Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y sólo se debe á Dios. »

Las voluntades se encabritaban, sí, pero para someterse al cabo, sentida su desnudez, á la autoridad venida de lo alto, y tenían fe en ella. Pocas cosas tan genuinamente castellanas como el ordenancismo, acompasado de pronunciamientos. Ordenancismo más que absolutismo á la francesa, ni despotismo oriental, ni tiranía italiana.

IV

Cada uno de estos individuos se afirma frente á los otros, y para hacer respetar su derecho, su individualidad, busca ser temidos. Preocúpase de la opinión pública, preocupación que es el fondo del honor, y cuida conservar el buen nombre y la nobleza. La bárbara ley del honor no es otra cosa que la necesidad de hacerse respetar, llevada á punto de sacrificar á ella la vida. « ¡Muera yo, viva mi fama! » exclamó Rodrigo Arias al ser herido mortalmente por D. Diego Ordóñez de Lara.
Como apenas se han socializado estos individuos ni se ha convertido en jugo de su querer la ley de comunidad, se afirman con altivez, porque el que cede es vencido; hacen todos del árbol caído leña, y ayúdate, que Dios te ayudará, que al que se muere le entierran.
Nada de componendas ni de medias tintas, ni de pasteleo, nada de nimbo moral, justicia seca ó razón de estado. No saben « andar torciendo, ni opiniones, ni caminos ». En el hermoso diálogo de la primera parte de Las Mocedades del Cid confiesa el conde Lozano á Peranzules que fué locura su acto; pero como tiene mucho que perder y condición de honrado, no la quiere enmendar, que antes se perderá Castilla que él. Ni dará ni recibirá satisfacción, que el que la da pierde honor y nada cobra el que la recibe,

« el remitir á la espada
los agravios es mejor.
……………. que en rigor
pondré un remidiendo en su honor
quitando un jirón al mío:
y en habiendo sucedido,
habremos los dos quedado,
él con honor remendado
y yo con honor rompido. »

Y encierra su opinión honrada en esta cuarteta, quinta-esencia de la ley del honor:

«Procure siempre acertarla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defenderla, y no enmendarla. »

¡Antes mártir que confesor! ¡Tesón, tesón hasta morir y morir como D. Rodrigo en la horca!
No hay que flaquear, y si se flaquea, que no lo sepan. Sobre todo, esto; que no lo sepan ¡por Dios!, que no lo sepan. Como « el prender al delincuente es publicar el agravio », manda el rey se tenga secreta la ofensa del conde Lozano á Diego Láinez, lo cual parece á Peranzules « notable razón de estado ! » Secreto, ante todo; « á secreto agravio, secreta venganza »; « que no dirá la venganza lo que no dijo la afrenta ». ¡Secreto, secreto, sobre todo secreto! (17).
El honor se defiende á estocada limpia: « en ti, valiente espada, ha de fundarse mi honor », ese honor que en el pecho « toca fuego, al arma toca », el que se lava con sangre. Con la de la herida del conde Lozano se frota Diego Láinez la mejilla, « adonde la mancha estaba » (18). « De lengua al agraviado caballero ha de servir la espada », « lengua de la mano » que

« …………………….. es falta de valor
sobrar tanto la paciencia,
que es dañoso el discurrir;
pues nunca acierta á matar
quien teme que ha de morir. »

« El perro muerto, ni muerde ni ladra », decía aquel francote de Rodrigo Orgóñez, el amigo del pobre Adelantado Almagro.
¡Cuánto cuesta someterse á ley no hecha carne, categórica y externa! « Cuánto cuesta el ser noble y cuanto el honor cuesta! », exclama Jimena. ¡Honor, « vil ley del mundo, loca, bárbara, ley tan terrible del honor »!

« Que un hombre que por sí hizo
cuanto pudo para honrado
no sepa si está ofendido! »

Son de oír en A secreto agravio secreta venganza (escena 6ª de la jornada III), los desahogos de D. Lope de Almeida contra esa ley. Es la tal ley un sino fatal, es la sociedad imponiéndose al individuo, disociado de ella en espíritu, no diluido en el nimbo colectivo; es ley externa la que engendra el conceptismo dilemático del pundonor. Es anarquismo moral bajo el peso de absolutismo social.
Esta ley y este sentimiento del honor tuvieron su vida, y no es muy hacedero raspar de ellos el barniz caballeresco francés para discernir qué cualidades castizas y peculiares acompañan al honor castellano. La sitematización del honor, la caballería, es, como tantas sistematizaciones y pulimentos, de origen francés. ¡Cuánto más caballeresca la Chanson de Roland que nuestro viejo y sobrio Cantar de myo Cid, no libre, sin embargo, de influjo francés! En aquella aparece la loi de chevalier, y Sancho debajo del Cid, que en su querella con los infantes de Carrión se cuida mucho de los haberes que le han llevado, porque « esso me puede pesar con la otra desonor » (verso 2913).
Estaban los nuestros muy ocupados con los moros para esas caballerías, mas al desembarazarse de ellos derramáronse por esos mundos de Dios (19), y á la postre entró el caballerismo en España, y tomó fuerte arraigo. Nuestros caballeros metieron las manos hasta los codos en aquello que llamaban aventuras. Fué aquí exagerado al punto de los Amadises y demás de su linaje, y en la vida real al de Suero de Quiñones, y al de los desafíos de Barleta. San Ignacio veló las armas y se hizo caballero á lo divino. El caballerismo dió nuevo barniz al Cid, á Bernardo del Carpio y á otros héroes legendarios. Los franceses nos dieron Rolando, como nosotros á ellos Gil Blas.
Mas siempre fué aquí el honor más macizo y brutal, más natural y plebeyo, más sutil que delicado al querer refinarse. Pué siempre aquí cada cual más hijo de sus obras y padre de su honor (20), debido éste más á naturaleza que á gracia, al brazo que al rey; honor menos de relumbrón y parada, más positivo, más apegado á sus raíces. En la francesada, no era el fin de los españoles - decía G. Pecho - la gloria, sino la independencia, que á haberse batido por el honor habríase acabado la guerra en la batalla de Tudela. Y á Stendhal le parecía el único, le seul, pueblo que supo resistir á Napoleón absolutamente puro de honor estúpido, bête, de lo que hay de estúpido en el honor. (De l‘Amour, cap. XLVII) No hay aquello de « tirez les premiers, messieurs les anglais », porque sabemos bien que el que da primero da dos veces, aunque no quite lo cortés á lo valiente. Son nuestros caballeros más brutales y menos amadamados, monos tiernos (21) en derretimientos, más fastuosos y guapos que elegantes y finos; menos dados también la sensiblería ginecolátrica. « Dios, Patria y Rey », es la divisa de los nuestros, más bien que « Dieu, l’honneur el les dames ». Cuando más la dama, no les dames; el fondo de Amadís es su casta fidelidad á Oriana, virtud que brilla también en Don Quijote. ¡Desgraciada la mujer cuando la hacen ídolo!
En el fondo del caballerismo francés aparecen barones feudales, aquí reconquistadores del suelo patrio.

V

En sociedades tales el más intimo lazo social es la religión, y con ella una moral externa, de lex, de mandato, que engendra casuismo y métodos para ganar el cielo. De todos los países católicos, acaso haya sido el más católico nuestra España castiza.
El catolicismo dominicano y el jesuítico, son tan castellanos como italiano el cristianismo franciscano. Una fe, un pastor, una grey, unidad sobre todo, unidad venida, de lo alto, y reposo además, y sumisión y obediencia perinda ac cadaver.
Este pueblo de las disociaciones y los contrastes se acomodaba bien á afirmar dos mundos, un Dios y un Diablo sobre ellos, un infierno que temer y un cielo que conquistar con la libertad y la gracia, ganando al Dios misericordioso y justo. Fué éste pueblo de teólogos cuidadosos en congruir los contrarios; teólogos todos, hasta los insurgentes, teólogos del revés los librepensadores. En la teología no hay que desentrañar con trabajo hechos, sino combinar proposiciones dadas, es asunto de « agudeza de ingenio », de intelectiva. De esta casta brotaron los principales fautores de Trento, y los llamados Domini canes, la Orden de Predicadores que se estrenó contra los albigenses, y la Milicia de Jesús más tarde. Un portugués, el impetuoso San Antonio, fué el que primero peleé contra herejes en la Orden de paz y de tolerancia de pobrecito de Asís.
Que las castizas guerras de nuestra edad del oro fueron de religión... Esta era el lazo social, y a unidad religiosa forma suprema de la social. Para demarcar, por vía de remoción, la unidad nacional, se expulsó judíos y moriscos y se cerró la puerta á luteranos, por « sediciosos, perturbadores de la república (22)». Ordenes militares religiosas se fundaron en España para la cruzada interior que reconquistara el propio suelo, y en ninguna parte más vivo el sentimiento de la hermandad entre el sacerdote y el guerrero que en el pueblo que dió tantos curas guerrilleros en la francesada. Guerras religiosas, sí, en cuanto el reino de la religión se extiende á este mundo, en cuanto institución para sustento de la máquina social y mantenimiento del orden y del silencio y de la obediencia á la ley.
Aquellas almas fueron intolerantes, no por salud y vigor, sino por pobreza de complejidad, porque no sólo tolera el débil y el escéptico sitio sino el que en fuerza de vigor penetra en otros y en el fondo de verdad que yace en toda doctrina, puesto que hay junto á la tolerancia por exclusión otra por absorción. Temían las masas doctrinas, las ideas, porque eran éstas en ellos categóricas é impulsivas; temían más la « soberbia del espíritu » que la « concupiscencia de la carne »; por la razón temían haber de venir la caída. Mas ellos no razonaron su intolerancia como tal, que esto se queda para los que no la sienten. Aquellos conceptistas concebían sus conceptos por exclusión y la religión como lazo social y base de unidad civil. Valía más según el duque de Alba, conservar mediante guerra un reino arruinado para Dios y el Rey, que tenerlo, sin esto, entero, en provecho del demonio y de los herejes sus secuaces.
A la ley había que someterse por la fe, que era confianza, sobre todo, confianza en que el Rey celestial no habría de negar una hora de arrepentimiento al que obedeciese, aunque no cumpliera sus mandatos. Paulo el ermitaño, se condena por desconfiar de su salvación,

« porque es la fe en el cristiano, que en sirviendo á Dios y haciendo buenas obras, ha do ir á gozar de él en muriendo »,

por querer que Dios le diga si se ha de salvar ó no; y Enrico el de los « latrocinios, cuchilladas, heridas, robos, salteamientos y cosas deste modo », el que mató treinta hombres y forzó seis doncellas, como « aunque es tan malo, no deja de tener conocimiento de la santa fe », sino que abriga esperanza siempre de que tiene de salvarse, esperanza no fundada en obras suyas,

« sino en saber que se humana
Dios con el más pecador y con su piedad lo salva »,

sálvase por acto de arrepentimiento, llevándole al cielo « dos paraninfos alados. » La misma concepción en el fondo que esta de El Condenado por desconfiado, de Tirso, es la de La Devoción de la Cruz, de Calderón. El genio oculto de la sociedad, su intraconciente providencia, dió cedida del cielo y terror al infierno á aquellos anarquistas. Donde Paulo, el ermitaño, al creerse condenado como el bandido Enrico, exclama:

« si su fin he de tener
tenga su vida y sus hechos! »

allí es donde adquiere, en virtud del contraste, plena significación el « aunque no hubiera infierno te temiera ». En el fondo de aquellas naturalezas de un individualismo salvaje quedaba chispa de fe; poso de sumisión á una terrible ley externa, hado de la sociedad, á la que había que obedecer, mal que no se la cumpliera. A Sancho el socarrón le parecía un demonio « hombre de bien y buen cristiano, » al oírle jurar « en Dios y en mi conciencia », y concluía que « aún en el mismo infierno debe haber buena gente ». ¡Respeto, respeto ante todo y horror al escándalo! « Gracias á Diós, todo está tranquilo en los Países Bajos », gracias á Dios y al Consejo de sangre.
La religión cubría y solemnizaba. Para que les enseñaran « las cosas de nuestra santa fe católica » encomendaban indios á los aventureros de América. ¡Extraña justificación de esclavitud! Y allá, en aquellas mismas tierras de nuestra castiza epopeya viva, vírgenes de policía, donde se desenfrenaban las pasiones, cuando Pizarro, Almagro, y el maestrescuela Luque hicieron convenio de repartirse la presa de la conquista del Perú, aportando el último, socio capitalista, 20.000 pesos, y su industria los otros dos, entonces cierran el trato en Misa celebrada por Luque, en que comulgaron los tres de una sola y misma Hostia. ¡Qué de miserias irreligiosas brotaron de este solemne y consagrado trato!



Afirmaba el alma castellana castiza con igual vigor su individualidad una frente al mundo vario, y esta su unidad proyectada al exterior; afirmaba dos mundos y vivía á la par en un realismo apegado á sus sentidos y en un idealismo ligado á sus conceptos.
Intentó unirlos y hacer de la ley suprema ley de su espíritu, en su única filosofía, su mística, saltando de su alma á Dios. Con su mística llegó á lo profundo de la religión, al reino que no es de este mundo, al manantial vivo de que brotaba la ley social y á la roca viva de su conciencia.
En ninguna revelación del alma castellana que no sea su mística se entra más dentro en ella, hasta tocar á lo eterno de esta alma, á su humanidad; y en ninguna otra tampoco se ve más al desnudo su vicio radical que en la pseudo-mística, en los delirios del alumbrismo archi-sensitivo y ultra-intelectivo, en aquel juntar en uno la unión sexual y la del intelecto con el sumo concepto abstracto, con la nada.
Por su mística castiza es como puede llegarse á la roca viva del espíritu de esta casta, al arranque de su vivificación y regeneración en la Humanidad eternas




(1) Asi lo llama en sus conferencias acerca de « Calderón y su teatro » el Sr. Menéndez y Pelayo, añadiendo de él que es « poeta españolísimo », « nuestro poeta nacional por excelencia », el que « cifra, compendia y resume en sí todas las grandezas intelectuales y poéticas de nuestra edad de oro… la España antigua con toda la mezcla de luz y de sombra, de grandeza y de defectos. »
(2) En la ópera es donde halla representación. Así es que el genuino teatro alemán es Wagner con el leitmotiv de melodía infinita que se desarrolla en sinfonía armónica é inarticulada.
(3) « Pecado capital de Calderón », llama el Sr. Menéndez á la monotonía.
(4) Calderón es poeta idealista « porque ha excluido absolutamente de su teatro todos los lados prosaicos de la naturaleza humana », (M. y P.) ¡Prosa de la vida, fondo inmenso de eterna poesía!
(5) « Vaya el que fuere curioso á Belarmino », dice Tirso al acabar su hermoso drama El condenado por desconfiado.
(6) Véase A. F. Schack Historia de la literatura y el arte dramático en España, segundo periodo, parte primera, Cap. X (páginas 450 y459 del tomo II, de la traducción de D. Eduardo de Mier). El Sr. Menéndez compara el gracioso al coro de la tragedia clásica.
(7) Alabando Hernando de Pulgar en Los claros varones de España al almirante D. Fadrique, porque « ninguna fuerça de la fortuna abaxó la fuerça de su coraçon », añade: « Loan los historiadores romanos por varón de gran ánimo á Caton, porque se mató no pudiendo con paciencia sufrir la victoria de César su enemigo. Yo no sé por cierto qué mayor crueldad le hiciera el César de la que él se hizo... Y adornan su muerte diziendo que murió por aver libertad. Y ciertamente no puedo entender qué libertad pueda aver para sí ni para dar á otro el hombre muerto », Esto último es castizo y de oro puro.
(8) Ya Tucidides decía (VI, 90) que los iberos eran tenidos comúnmente por los más belicosos de los bárbaros, y Trogo Popeyo que si les falta guerra fuera, se la buscan dentro.
(9) Véase el cap. LXIV del libro IV de El Mundo como voluntad y representación, donde cita el caso de aquel boticario (á quien hace obispo) que en la francesada envenenó á varios oficiales (generales los hace) convidándoles á su mesa, y envenenándose él con ellos. Aquí estriba lo heroico para Schopenhauer. Remite para más ejemplos al cap. XII del libro II de Montaigne.
10) « Ser bien nacido y de claro linaje es una joya muy estimada, pero tiene una falta muy grande, que sola por si es de muy poco provecho, así para el noble como para los demás que tienen necesidad. Porque ni es buena para comer, ni beber, ni vestir, ni calzar, ni para dar ni fiar; antes hace vivir al hombre muriendo, privado de los remedios que hay para cumplir sus necesidades, pero junta con la riqueza no hay punto de honra que se le iguale. Algunos suelen comparar la nobleza al cero de la cuenta guarisma, el cual solo por si no vale nada, pero junto con otro número le hace subir mucho. »
Dice el doctor Juan Huarte en el cap. XVI de su Examen de ingenios.
(11) « Acabando este castigo comenzaré á prender algunos particulares de los más culpados y más ricos para moverlos que vengan á composición. » « De estos tales se saque todo el golpe de dinero que sea posible. » Así escribía á su amo y señor desde los Países Bajos el duque. (Documentos inéditos, tomo IV, pág. 489).
(12) Del que no ha recibido aún el barniz de los romances, del viejo, el del Poema. El cual se sale de casa porque el rey le airó por haber « priso » grandes y soberanos haberes retenendo de ellos « quanto que fué algo » (110-114), mas se consuela porque

Hya, caballeros, dezir vos he la verdad
Qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar
(v. 947 y 948).
Si con moros non lidiaremos, no os darán del pan
(673),

y se va á tierra de moros á meterse en «arrancadas provechosas (v. 1233) para ganarse « averes » y « marcos de plata » y hacer « duenas ricas » á su hijas y mujer. ¡Y que nos costaba poco! Suban, suban ellas al alcázar de Valencia, á contemplar la heredad que los ha ganado Rodrigo, y véanle lidiar que

« afarto verán por los oios commo se gana el pan. » (v. 1642).

Corran por Aragón y Navarra pregones; el que en buen hora nació llama á quien quiera llegar á rico saliendo de cuitas « perder cueta e venir á rritad » (1689).
Y así, « al sabor do la ganancia », se le « acoien yentes de la buena christiandad ». Mas teme que una vez tomada Valencia y ellos « abondados en rritad » se le vayan con los haberes y manda quitárselos al que le cojan desertor, y al palo con él (v. 1245-1255). ¿Qué remedio? ¡Hay que vivir, buen D. Ramón, conde de Barcelona! ¡No te aflijas tanto, ni dejes de comer, ve libre!, pero sin los haberes quo perdiste en lid porque

« prendiendo de vos e de otros, ir nos hemos pagando » (1406).

Prendiendo á fuerza ó estafando á judios con astucia de pícaro. Véanse además los versos 510 y siguientes, 795 á 807, 1040 á 1048, 1149, 1245, 1266 á 1269, 1334 y sigs., 1736 y sigs., 1775 y sigs., 2315, 2430, 2466, 2493 y sigs. de la edición Vollmöller.
En las canciones de gesta francesas no domina tanto el botín.
(13) Llegó á componerse de frailes y monjas la tercera parto de la población de España, y en tiempo de Felipe III, principios del siglo XVII, salían de España, según el licenciado Pedro Fernández de Navarrete, al año 40.000 personas « aptas para todos los ministerios de mar y tierra ».
(14) « El que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite que por el Hacedor de las cosas fué puesto porque el linaje de los hombres se perpetuase, sin lo cual perescería. » « La natura huye lo triste y apetesce lo deleitable. » Véase además lo que dice Celestina á Areusa en el acto sétimo.
(15) La peste del sadismo inficiona la literatura francesa, como si no hubiera más realidad que la injuria. En la típica novela de Laclos llega al proselitismo con la repugnante marquesa de Merteuil. Y « avec quel art consommé elle distille et insinue son venin! » En nuestros días « A rebours » de Huysmans, ofrece un ejemplo asqueroso.
(16) En el librearbitrismo, el poder opresivo suple á la caída naturaleza; en el fatalismo representa á la ley externa del hado; cuando se ve por el contrario, ley determinante de la voluntad, se fía en el hombre. Así es como « el dejad hacer, dejad pasar », brotó de la concepción optimista del homo oeconomicus, que conoce siempre su verdadero interés, y de la fe en que éste se concilia con el colectivo; de un determinismo.
« ¡Libertad! Bien entendida, ¡hermosa palabra!.. Un pueblo jamás se hace maduro ni prudente; siempre es niño », dice el duque de Alba en el Egmont de Goethe. ¡Libertad bien entendida! Y para hacerla entender, ¡palo limpio y tente tieso!
(17) ¡Gran virtud el silencio y el secreto para la casta de Pero Mudo! Ya de antiguo cuidaban más de él que de la vida; su fidelidad brillaba en el secreto. Sape tormentis pro silentio erum immortui adeo illis fortior taciturnitatis cura quam uitae, decía de los españoles Justino
¡Secreto! Y consigo mismo reserva mental. « ¡Calla! - dice Doña Urraca á Bellido Dolfos; - si es traición, y en mi querella, - excusará el no saberla - la culpa de no excusalla. »
(18) Corneille, en su Le Cid, suprimió este vigoroso rasgo, así como lo más enérgico del diálogo precitado entre el conde Lozano y Peranzules. Dice en cambio:

« Mais, puisque c’en est fait, le coup est sans remède. »

¡Qué diferencia! Los héroes de Corneille son muy civilizados.
(19) « Y por cierto no vi en mis tiempos ni ley que en los passados viniessen tantos cavalleros de otros reinos y tierras estrañas á estos nuestros reinos de Castilla y de León por hazer armas en todo trance, como vi que fueron cavalleros de Castilla á las buscar por otras partes de la christiandad… Y fué informado que el capitán francés ó el italiano tenía entonces por muy fornescida la esquadra de su gente quando podía ayer en ella algunos cavalleros castellanos, porque conoscía delios tener esfuerço y constancia en los peligros más que de las otras naciones. Vi también guerras en Castilla, y durar algunos tiempos; pero no vi que viniessen á ella guerreros de otras partes. Porque assi como ninguno piensa llevar hierro á la tierra de Vizcaya, donde ello nace bien, assi los estrangeros reputaban á mal seso venir á mostrar su valentía á la tierra de Castilla, do saben que ay tanta abundancia de fuerças y esfuerço en los varones della que la suya será poco estimada. »
Hernando de Pulgar, en el titulo XVII (Rodrigo de Narváez) de Los Claros varones de España.
(20) « Señor, bien sé que vuestra señoría es muy buen caballero y que sus padres lo fueron también, pero yo y mi brazo derecho, á quien ahora reconozco por padre, somos mejor que vos y todo vuestro linaje », decía un capitán á un caballero, según nos lo cuenta, en el cap. XVI de su Examen de Ingenios, el Dr. Juan Huarte. (21) En la Chanson de Roland á cada paso lloran los héroes, y aun se desmayan de tendrur. En cierta ocasión cien mil franceses de una vez (verso 2032). A los caballeros franceses es á los que sobro todo se aplica lo que decía Flaubert (Madama Bovary) « bravos como leones, dulces cual corderos, virtuosos como no se es, bien puestos siempre y que lloran como urnas ». A nuestro buen maese Nicolás, el barbero, le gustaba más Galaor que Amadís, « porque no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano. »
(22) Durante la Reconquista no había empeño alguno en convertir a los moros, con los que se entendían no mal los cristianos. El Cid del
Cantar jamás piensa en tal cosa, pelea con ellos para ganarse el pan (verso 673), y al no poder venderlos considera que nada gana con descabezarlos (versos 619-620). Así es que le bendicen y tiene entre ellos á su gran amigo « natural », Avegalvón. En la Chanson de Roland, por el contrario, preocúpanse de destruir á los paganos, paiens, que siguen la ley de Mahoma, Apolo y Tervagán, y hacen de la guerra un juicio de Dios (verso 3670). En las canciones de gesta francesas, al conquistar una ciudad infiel, obligan, so pena de muerte á que se bauticen á sus habitantes todos, ne seit ocis ó devient chrestiens. (V. Roland, versos 102 y 3670, Gui de Bourgogne, versos 3063, 3071-74, 3436-38; Huon de Bordeaux, 6657-59, etc., etc)
Donde resalta la diferencia es en la toma de Zaragoza por Carlo Magno, y la de Valencia por el Cid. Toma el emperador Zaragoza, y entran sus soldados en mezquitas, mahumerias, y sinagogas, destruyendo ídolos, ¡ídolos en mezquitas y sinagogas!, porque Carlos cree en Dios y quiere hacer su servicio, fare voelt sun servise; llevan á los paganos al bautisterio, y al que se niega hacer la voluntad de Carlos lo cuelgan, matan ó queman. Así bautizan más de cien mil « verdaderos cristianos », veir chretien (versos 3660-3674).
¡Cuán otro el cuadro de la toma de Valencia!

« Quando myo Cid gañó á Valencia é entró en la çibdad
Los que fueron de pie cavalleros se fazen.
El oro é la plata ¿quién vos lo podrie contar?
Todos eran ricos quantos que allí ha.
Myo Cid Don Rodrigo la quinta manda tomar.
En el aver monedado XXX mill marcos le caen;
E los otros averes ¿quién los podrie contar? »
(Versos 1212 á 1218.)

Y así continúa. ¡Cómo se ve que lo uno tiene de ficción imaginativa más, y más lo otro de historia concreta! Mas por debajo aparecen los hombres. Cierto es que los franceses no conocían á los moros como los castellanos.