El entierro de Sir John Moore
IX
EL ENTIERRO DE SIR JOHN MOORE
Llevámos el cadáver del héroe á la trinchera
Sin que un tambor se oyese ni un eco funeral,
Y allí le sepultámos, sin que un soldado hiciera
En solemne descarga sonar su adiós final.
Con nuestras bayonetas cavámosle la fosa,
Nocturno hondo silencio reinando en derredor,
De medio oculta luna á la luz vaporosa,
Y de opaca linterna al trémulo fulgor.
No en lienzo mortüorio velámos su semblante,
Ni su pecho estrechámos en rígido ataúd;
Mas en su manto envuelto yacía semejante
A un guerrero en momentos de tregua y de quietud.
Pocas y breves preces fueron al cielo alzadas;
Ni una sola palabra dijimos de dolor;
Mas en la faz dormida clavando hondas miradas,
En el futuro día pensámos con pavor.
Pensámos, cuando hubimos la cabecera fría
Mullido, donde el héroe la frente iba á posar,
Que encima el enemigo la planta estamparía,
Cuando fuésemos lejos nosotros en la mar.
Y de aquella alma noble se rëiría ufano,
Lanzando á su memoria talvez insulto vil;
Mas él mientras descanse de le enterró un britano,
Yacerá imperturbable por siglos mil y mil.
Cumplido en parte estaba nuestro deber sagrado,
La hora de retirada marcaba ya el reló;
Y el enemigo lejos, acaso despechado,
Al aire sus cañones de pronto descargó.
Lentos y pensativos el cuerpo sepultámos,
Aun tibio y con la sangre que le bañó en la lid;
Ni una piedra pusimos, ni una línea trazámos,
¡Mas por todo dejámos su gloria al adalid!