El enemigo verdadero

El enemigo verdadero
———


 Salgan Uds. por estas calles y plazas diciendo que esta sociedad tiene las entrañas enfermas y que por esto se está disolviendo, y el que le oiga se tentará el cuerpo y seguirá su camino diciendo:—¡Pse!.... ¡que le hemos de hacer!

 Pero digan Uds.:—¡Esto está mal, no se gana un cuarto!—y ya tienen Uds. conversación para rato, con caras largas y exclamaciones interminables.

 Es que hemos llegado á un tiempo en que se prefiere estar enfermo de alma y cuerpo que de bolsillo. Aunque este achaque es ya antiguo, pues se contrajo cuando el liberalismo vendió su alma y su cuerpo para llenarse los bolsones; esto es, desde su origen y nacimiento, desde que empezó á perderse la fe.

 Lo malo es que hoy, después de tantas bajezas, crímenes é indignidades como ha cometido el liberalismo para lograr esto último, repartir el dinero, despojando á los legítimos poseedores de sus bienes, trastornando las leyes morales de la riqueza y alterando las relaciones ordenadas de las clases sociales, se encuentra enfermo y miserable; porque todo su trabajo ha dado por resultado único empobrecer á la clase alta y media, envilecer á la proletaria y crear un feudalismo del dinero, en cuyo obsequio ha redundado todo el provecho material de la revolución.

 Cuantos extremos se hacen hoy en esta lucha por la vida, esto es, por llenar los bolsillos, se estrellan ante la impotencia. El árbol de las manzanas de oro que plantó la revolución está ya esterilizado por el público; los frutos que, aun cuando menguados, sigue dando, los cogen los jardineros que lo cultivan y tienen cerrada la verja del jardín, y se los reparten amigable ó violentamente.

 Quiere el ciudadano trabajar, y no puede vender lo que produce ó no encuentra en qué emplearse; quiere vivir del producto de sus rentas ó del sudor de su rostro, y se encuentra con que el dios Estado, ó los ministros liberales en su nombre, le exige la mayor parte de lo que gana, y con lo que le resta no puede vivir; quiere dedicarse á una industria ó comercio, y un tratado internacional, una ley ó real orden, que con tanta frecuencia vienen á trastornar los intereses creados, le arruinan; quiere lanzarse á este nuevo mercado abierto por la civilización moderna á los valores fiduciarios y á esa riqueza más ó menos ficticia representada por hojas de papel, y viene el agio, la inmoralidad, lo imprevisto á derribar las fortunas con la misma rapidez con que se levantaron.

 Hoy el pueblo económico viene reduciendo sus términos; para el que tiene consiste en preguntarse: ¿cómo conservaré lo que tengo de modo que pueda vivir con ello?; y para el que no tiene en esta otra: ¿dónde hallaré la manera de vivir? Y no decimos vivir honradamente, porque hasta la manera de vivir deshonradamente se va agotando por el gran número de los que se hacen la competencia en este terreno.

 Un día es la cuestión obrera representada por el anarquismo; otro día es la cuestión de los cambios, otro la de los tratados, otro la de la Bolsa, otro la de los empréstitos, y otro la de los impuestos, las que tienen el privilegio de inquietar los ánimos, porque todas vienen á traducirse por una crisis doble: la del Tesoro público y la de los bolsillos españoles.

 ¿No sería ya hora de empezar á buscar la causa de esta mortal enfermedad para llegar á su destrucción y emprender los únicos caminos de salvación que quedan, si es que los hay practicables?

 Porque nosotros barruntamos que no hay más que uno; precisamente el que á todos causa espanto: la revolución social; pero no una revolución de mentirijillas, sino una revolución radical, profunda, que no deje nada del funesto edificio creado por el error moderno, por el liberalismo. La razón de esto es fácil de comprender.

 ¿Quién ha introducido y entronizado este error en los pueblos? El judaísmo, por medio de la masonería.

 El judaísmo, en su guerra tradicional contra Jesucristo, fué vencido por la civilización cristiana. Para triunfar tenía que destruir esta civilización y crear otra que satisficiera su inflexible anhelo.

 Porque el judaísmo tiene una idea constante: la de poseer la tierra. Pero tiene que luchar contra la maldición del cielo que recibió al cometer el Deicidio; de ahí que sus triunfos no puedan ser definitivos, y en esto está nuestra única esperanza. Hoy se ha hecho demasiado fuerte contra Dios para que no tenga que sentir el poder de su brazo el día en que haya de dejar de ser el castigo de los pueblos que han caído bajo su yugo por haber cedido á sus halagos.

 El judaísmo es enemigo del nombre cristiano; pero no sólo del alma, sino del bolsillo de los cristianos. Quiere perder sus almas y arrebatarles sus riquezas.

 Para lograr lo primero empezó haciendo escribir contra la Religión y halagando al hombre, recordándole sus derechos y entusiasmándole por la libertad. Poco á poco fueron así perdiendo almas; y como en este mundo no se ve lo que es perder el alma, el frenesí ciego de las generaciones arrebatadas por la libertad fué subiendo de grado hasta llegar al ateísmo, al materialismo y á la licencia de todos los vicios.

 Como las redes tendidas por el judaísmo á todas las naciones que aceptaron la revolución por ellos pérfidamente preparada para completar su obra no estaban á la vista de todos, la sociedad no se alarmaba mientras la enfermedad económica no atacaba á los bolsillos de la mayoría.

 No sabemos si todavía lo ven muchos; pero ya irán viendo con claridad que nuestras fortunas están por completo á merced del judaísmo. Nos ha prestado todo el dinero que han necesitado los Gobiernos liberales para pagar sus despilfarros; nos ha ofrecido ferrocarriles, Bancos, fábricas, armamentos y buques; nos ha rodeado de esplendores materiales; explota nuestras minas, juega en nuestras Bolsas, posee nuestras vías férreas, y, por consiguiente, es dueño de nuestro capital y de nuestras rentas.

 Con una jugada de Bolsa arruina ó enriquece, según conviene á sus intereses; se aumentan las contribuciones lo necesario para pagarle los réditos de lo mucho que acredita, y nuestras fincas serán vendidas en su provecho si se retrasan en el pago del impuesto, por exorbitante que sea. Sin el judaísmo no pueden hacer los Gobiernos de España empréstitos de alguna importancia. Con reclamar sus créditos pone en quiebra á cualquier nación, y con echar al mercado sus valores archivados arruina á todo un pueblo.

 ¡Para esto son liberales los que reniegan del nombre de tradicionalistas y odian la antigua legislación cristiana, la independencia gloriosa de la España católica!

 ¡Y todavía no lo ven ó no quieren confesarlo los que hoy son víctimas y esclavos del judaísmo, al que han prestado su concurso con llamarse liberales, ó con su indiferencia han dejado á los Gobiernos entregarnos al judaísmo!

 Conocido, pues, el origen de la enfermedad que nos aqueja, fácil es resumir la situación actual de España diciendo: Estamos bajo el poder del judaísmo, que tras la fe nos quitará el dinero.

 Para librarnos de esta esclavitud no hay más que un medio: adquirir una fuerza de que hoy carecemos, á fin de vencer al Faraón que nos esclaviza.

 Y esta fuerza vendrá, y no faltará el Moisés, que Dios enviará cuando suene la hora de humillar al judaísmo y libertar al pueblo de Dios, como demostraremos otro día.

  L. M. de Ll.


Fuente editar