El drama del alma: 16
LXV.
EPÍLOGO.
Oye, pueblo sagaz, republicano
Que llevas «Dios Y libertad» por lema,
Tu Dios es un vil ídolo: en su insano
Furor de Dios tu libertad blasfema.
Tiene la libertad limpia la mano
De oro y de sangre: su equidad suprema
De la equidad de Dios es santa hermana.
¿Es esta libertad la mejicana?
LXVI.
No lo es: tu libertad liberticida
Se ceba en los vencidos, atropella
La libertad que en la conciencia anida
De quien difiere de opinión con ella:
Al que encomienda a su merced la vida
Por el afán de degollar, degüella:
Y va, cual hiena vil, con el insulto
A hozar en el cadáver insepulto.
LXVII.
La libertad es generosa: empieza
Por lidiar y vencer; triunfa y perdona
Sólo acepta del alma la nobleza,
Odia la tiranía y la destrona.
La tuya les arranca la cabeza
Por quitar a los reyes la corona.
Méjico audaz de regicidio rea,
Si esa es tu libertad ¡maldita sea!
LXVIII.
Oye, Méjico aún. Maximiliano
No tendrá vengadores en la tierra:
Mas deliras si sueñas que tu mano
Le hizo tu prisionero en buena guerra.
No: Dios te le entregó: y es un arcano
De su justicia que en su juicio encierra.
No tienen en la tierra vengadores
Los que cual Cristo y él son redentores.
LXIX.
Dios de su raza redentor le ha hecho
Y él sus crímenes viejos ha espiado;
Tú, con las balas que le enviaste al pecho,
Cuanto a Europa te liga has fusilado;
Todos los lazos mutuos has deshecho:
Mas tal nudo al romper con tal pecado,
Olvidaste en tu cólera insensata
Que muere a hierro quien a hierro mata.
LXX.
Lo sabes como yo: Maximiliano
Tu corona en las sienes no se puso
Por propia voluntad; ni fue tirano
Ni usurpador en Méjico ni intruso:
Fue a engañarle un partido mejicano
Diciendo que era tu nación: fue iluso,
Fue víctima: vivió y murió tu amigo:
Y es venganza su muerte, no castigo.
LXXl.
Mas tu odio a Europa te arrastró muy lejos:
Tu libertad con él has fusilado,
Y en lugar de romper tus grillos viejos
Otros grillos más duros te has forjado.
Escuchaste del Yánkee los consejos,
Y del Yánkee en la red te has enredado.
Pues tanto odias tu sangre de Europea…
¡Ojalá seas Yánkee y yo lo vea!
LXXII.
¡Ojalá seas Yankee y luterana:
Porque para llegar hasta ese día
Has de arrojar la lengua castellana,
La religión del hijo de María,
Y tu ruin libertad republicana
En el vil lodazal de tu anarquía:
Y sin fuerza, sin honra y sin altares,
Entregarás al Yankee tus hogares.
LXXIII.
Pero el Yankee jamás será tu hermano,
Ni irá a la par contigo: no lo esperes.
Dueño una vez del suelo mejicano
Se apropiará tus minas y placeres:
Te obligará a sembrar para él tu grano
Y dará a sus colonos tus mujeres,
Porque tu raza india hallará fea…
¡Ojalá seas Yankee y yo lo vea!
LXXIV.
¡Ojalá pronto tu anexión reclamen
Los Estados-Unidos, pueblo iluso!
Y haz que a su madre en español no llamen
Tus hijos, siervos ya del Yánkee intruso,
Y odio en la leche de su madre mamen
Al padre vil que en su poder les puso.
Es la ley del talión, nación ingrata:
A hierro muere quien a hierro mata.
LXXV.
Desparrama tus hordas liberales
Por tu suelo infeliz republicano:
Y que borren las últimas señales
Que hay en él de Español y de Cristiano,
Borrando en tus banderas nacionales
Tu «Dios y libertad» en castellano:
Porque ¡oh nación de deicidio rea!
Dios con tu libertad no se aparea.
LXXVI.
¿Un pueblo independiente y soberano
Quieres ser? —el derecho está en tu abono:
Mas eres más sacrílego y tirano
Que el rey peor que se sentó en un trono.
¡Asesinas al buen Maximiliano
A la Europa, tu madre, por encono!
Méjico en él de parricidio rea
¿Esa es tu libertad?—¡maldita sea!