El drama del alma: 14

El drama del alma de José Zorrilla
Libro quinto. ¡VÆ Victis! «En la catedral de Burgos» (XXVIII-LVIII)

XXVIII.

¡Cuán poético es Dios! qué poderosa
La fe del creador catolicismo,
Que de grandeza artística rebosa
Al enunciar el pobre cristianismo,
Con esa sencillez maravillosa
De quien trae su poder consigo mismo.
¡Cómo atrae, cómo exalta el alma mía,
Oh santa catedral, tu poesía!

XXIX.

¡Bendita sea, sí, bendita sea
La religión sublime cuyo culto
Todas las artes en glosar emplea
Su sentido simbólico y oculto:
Haciendo por do quier que el pueblo vea
Su tradición histórica de bulto
En iglesias, imágenes y fiestas,
El sentimiento para herir dispuestas.

XXX.

¡Qué fé, qué inspiración, qué poesía
Aspira en esta nave solitaria
Exaltada esta tarde el alma mía!
¡Cómo en este primor de imaginaria
Del Borgoñón Felipe me extasía
La escena angustiadora y tumultuaria,
En que la imagen de Jesús divina
Inocente al patíbulo camina!

XXXI.

¡Oh poder misterioso, oh fe del arte!
En esta maravilla de escultura,
Se ve que el hombre en su alma tiene parte
De aquella esencia creadora y pura
Con que Dios le hizo a él: Dios la reparte
En almas aptas a crear, y dura
En sus obras la chispa creadora
A cuya luz quien cree las ve y adora.

XXXII.

Esa imagen del Cristo que camina
Por el ajeno crimen al suplicio,
De ese pueblo feroz que le asesina
Y le escarnece audaz entre el bullicio…
Del pueblo que hoy ante él se arremolina
Para verle marchar al sacrificio,
Como ayer a aclamarle se agolpaba
Cuando triunfante en la ciudad entraba,

XXXIII.

Hace en mí una impresión inexplicable.
Esa escultura al contemplar, me siento
Extasiado en un doble e inefable
Artístico y piadoso arrobamiento.
Paréceme imposible que no hable
Ni se ponga ese cuadro en movimiento:
Y la figura mística del Cristo
Me hace acordar… de un hombre a quien he visto.

XXXIV.

Libre de culpa y de virtud ejemplo
Contempla al Redentor mi fe cristiana…
Mas… ruge el huracán fuera del templo,
Y a intervalos la imagen soberana
A la luz del relámpago contemplo.
Esa escultura ¡aberración insana!
Me hace acordar del buen Maximiliano
A merced del furor republicano.

XXXV.

Estalló al fin la tempestad violenta:
El viento las vidrieras estremece;
Y desencadenada la tormenta,
Que va a arrancar la catedral parece.
Culebrea el relámpago: revienta
El trueno: el agua cáe: desaparece
La luz… ya no distingo las figuras
Santas de las marmóreas esculturas.

XXXVI.

¡Qué tempestad, Dios mío!… ¡qué medrosa
Soledad! Vago y temeroso ruido
Llena la oscuridad, que pavorosa
Por capillas y naves se ha extendido.
Estremécese el suelo en que reposa
La fábrica maciza al estallido
Del trueno, y del relámpago a la llama
La tenebrosa oscuridad se inflama.

XXXVII.

Qué efecto tan fantástico producen
En mi imaginación las llamaradas
De luz intermitente, que introducen
Su fulgor en las bóvedas sagradas,
Y a sus puntos más lóbregos conducen
Olas de luz sulfúrea descarriadas
Que, al alumbrar los lóbregos rincones,
Les pueblan de fantásticas visiones!

XXXVIII.

Es la primera vez que me amedrenta
La soledad de un templo, y que me espanta
La voz con que habla Dios en la tormenta.
Siento algo que en la sombra se adelanta:
Algo percibo que en la sombra alienta:
Presa me siento de pavura santa…
Cree mi fe… aunque mi espíritu fluctúa…
Que un misterio en la sombra se efectúa.

XXXIX.

¡El relámpago!… ¡Dios! ¿qué es lo que he visto
En el cuadro de piedra? tengo miedo—
A la fulgúrea luz creí del Cristo
Ver la figura andar… mover no puedo
Los pies. ¡Otro relámpago!… ¡oh resisto
En vano a la evidencia… el rostro ledo
Volvió hacia mí la imagen… No respiro
De pavor—Oh prodigio! Yo deliro.

XL.

Esa escultura vive!—una armonía
Imperceptible casi en ella suena,
Que de santa y febril melancolía
El embargado espíritu me llena.
Un incoloro albor de opaco día
Comienza a herir la escultural escena:
Y a su mística luz la piedra inerte
En visión a mis ojos se convierte.

XLI.

Todo en el cuadro escultural se mueve:
Las figuras de piedra se adelantan
Detrás del Salvador, con pié tan leve
Que rumor con sus pasos no levantan
Al marchar por el campo del relieve.
No oso a Jesús mirar, porque no aguantan
Mis pupilas la luz y la belleza
De su gloriosa y celestial cabeza.

XLII.

Del cuadro, tras Jesús, desvaneciendo
Se van del Borgoñón las esculturas,
Y de Jerusalén a él van saliendo
Por la puerta de piedra otras figuras:
Cuya presencia bien aún no comprendo,
Mas de quienes por bustos y pinturas
De relieves, sepulcros y paisajes
Reconociendo voy los personajes.

XLIII.

Cuanto la fe, el valor y la grandeza
De la España a la América eslabona,
Pasa ante mí: la histórica nobleza
Que recibió a Colón en Barcelona;
Fernando e Isabel que a su cabeza
Ciñen ya de ambos mundos la corona;
Y Beatriz Galindo, la Latina,
Entre Guttémberg y Colon camina.

XLIV.

Los monjes de la Rábida, el aliento
De la fe de Colón, de quienes queda
La memoria en el gran descubrimiento:
Juan de Grijalva y Álvarez Pineda,
Modelos de constancia y ardimiento
Con Vespucio, Solís, Pinzón y Ojeda:
Y el papa que los mares con su mano
Partió, cual Dios del mundo soberano.

XLV.

Luego tras de Cortés los compañeros
De su sin par homérico heroísmo.
Las Casas, con los santos misioneros
Que llevaron la luz del cristianismo
A la idólatra Méjico: primeros
Mártires del rencor, el egoísmo
Y la ambición fatal de una raquítica
Torpe, y errónea y suspicaz política.

XLVI.

Carlos quinto, ya monje, del convento
Con el traje claustral, su dinastía
Austríaca trae en pos, con paso lento,
Torva faz, y mortal melancolía.
Cuantos al trono o a la fe alimento
Dieron o gloria a Méjico algún día,
Los obispos, los jueces, los virreyes
Que le dieron fe, paz, gobierno y leyes.

XLVII.

Los mercaderes íntegros y honrados
Que luego, opulentísimos señores,
Fueron en sus incultos despoblados
De ciudades y puertos fundadores.
Los que dieron el nombre a sus estados,
De su vida social los creadores
Dando a las tribus bárbaras indianas
La honradez y la lengua castellanas.

XLVIII.

Todo este lento y silencioso bando
De evocadas históricas figuras,
Se va sobre el relieve colocando
En lugar de las santas esculturas:
Y un ancho semicírculo formando
Y del paisaje ampliando las anchuras,
Del postigo de piedra el paso franco
Dejan, y en frente de él un cuadro blanco.

XLIX.

Yo no sé qué de horrible me acongoja
Viendo en el cuadro el pórtico judío,
Al que un poder incógnito despoja
De sus figuras, ante mí vacío.
Yo no sé qué de horrible se me antoja
Que va a salir por él: marmóreo frío
Como acceso febril me sobrecojo;
El corazón no late y se me encoge.

L.

Mis pupilas devoran el oscuro
Hueco cancel de la ciudad impía,
Que libre deja en el Judío muro
La evocación ante la vista mía.
Siento tras él un paso igual, seguro:
De tropa… hela allí ya… una compañía
De rifleros… ¡Dios mío… yo me pierdo
De ese tren militar tras un recuerdo!

LI.

¡Sueño, visión, delirio… los antojos
Disipa con que el alma me acongojas!
Sondar me aterra lo que ven mis ojos:
De lanzas y de sables hierros y hojas…
Rojas divisas… uniformes rojos…
¡La librea imperial!… no… ¡blusas rojas!
¡Forman el cuadro! ¿Quién? ¡delirio insano!
¡El… es él! ¡mi infeliz Maximiliano!

LIÍ.

¡Prisioneros con él sus generales
Dentro del cuadro… Miramón, Mejía…
¡Los últimos… los únicos leales
Al pendón de la hundida monarquía!
¡Vivos! Fue vuestro afán! ¡Sois liberales
Los que bebéis su sangre a sangre fría!
Él me vé… me sonríe… se adelanta
Hacia mí… me va a hablar ¡víctima santa!

LIII.

Habla, te escucho; que en mi oído suene
Tu simpática voz mansa y serena
Por la postrera vez, aunque me llene, …
Aunque me parta el corazón de pena.
Háblame, aunque la vida me envenene
Tu última frase de amargura llena.
Pon fin a la agonía con que lucho:
Habla… aunque sea un sueño: ya te escucho.

LIV.

Maximiliano.

«Oye: la tierra entera me abandona.
«Dios sea juez de los que a tal abismo
«Me han arrastrado: mi alma les perdona!
«Dios me basta: aquí en paz conmigo mismo,
«La tradición histórica me abona,
«Acompáñame el viejo cristianismo,
«Y asisten a mi muerte desastrada
«La fe y la gloria de la edad pasada.

LV.

«Francia… se hizo a la mar: Roma me olvida;
«Pero pierden conmigo estas regiones:
«La iglesia queda tras de mí vendida,
«Muertas las Europeas tradiciones.
«Lo que Méjico mata no es mi vida:
«Lo que a la boca aquí de sus cañones
«Tiene de su república la tropa,
«Es la vida en América de Europa.

LVI.

«Conmigo aquí que su poder abdique:
«De los Hapsburgos hostia expiatoria,
«Que la posteridad me justifique.
«Ni una palabra tú. Dios y la historia
«Hablarán: deja a Dios que me vindique:
«Mas si vuelve a Carlota la memoria…
«Conocerá tu voz… díla que muero
«Cristiano, emperador y caballero.»

LVII.

Dijo así: saludóme con la mano;
Tomó lugar entre sus dos leales,
Mejía y Miramón, Maximiliano,
Y ofreció a los fusiles liberales
La noble faz y el corazón cristiano.
Precisión militar juntas o iguales
Las armas asestó contra su seno:
¡Fuego! —Dijo una voz— y estalló un trueno.

LVIII.

Sueño, visión, delirio… a su estallido
Todo se disipó: letargo breve
Me embargó: y al volver despavorido
De él, trémulo de afán miré al relieve.
Sus figuras de piedra no han perdido
Su inmóvil posición: nada se mueve:
La lluvia cesa, el huracán se calma…
Queda la tempestad sólo en mi alma.