El don de la palabra :3

El don de la palabra - Ramón Campos


Capítulo III. Cómo le hace las abstracciones al pensamiento el don de la palabra


El que dos nombres juntos denoten concomitancia, semejanza o dependencia, es una ocurrencia tan natural, que todo el que tiene que explicarse en una lengua de la cual sabe pocas palabras, se vale de este arbitrio, y logra que lo entiendan. Las lenguas no muy cultivadas, y algunas bastante adelantadas suelen retener todavía la propia costumbre. En inglés y en vascuence, estando juntos dos sustantivos, el primero depende del segundo.

En lo primordial pues de las lenguas, antes de conocerse los ligamentos del discurso, las preposiciones y los nombres adjetivos, es un medio natural calificar un nombre sustantivo con otro sustantivo. En cualquiera idioma es uno dueño de decir, v. gr. del lindo que es un Adonis; del forzudo que es un Sansón; del que padece que es un Job; del turbulento que es un Graco; del sedicioso que es un Catilina; del sabio que es un Salomón; del muy alto que es un gigante. Este debe ser más bien el estilo primordial. En aquel periodo no puede haber adjetivos, sino apodos concretos.

Los nombres adjetivos verde, bueno, malo, etc., deben ser en lo primordial nombres propios de individuos u objetos que hagan raya por estas cualidades; y en muriéndose el individuo, o borrándose de la memoria el origen del apodo, v. gr. por mudarse la tribu salvaje del país donde estuviese el objeto llamado verde, etc., el apodo deja de representar un individuo, y representa tan sólo una cualidad, pasando así a abstracto lo que en su origen fue concreto, y a general lo que en su origen era individual. En latín la palabra venus, cuyo origen individual es bien conocido, pasó a un significado general equivalente a venustas; y así dice Horacio en la carta a los Pisones:

Ordinis haec virtus erit et venus, aut ego fallor, etc.

Abstraído ya el apodo, entra naturalmente el declinarlo, como se dijo; y sin intervención del pensamiento quedan formados los adjetivos.

En cuanto hay nombres adjetivos, se abrió la puerta a los sustantivos abstractos, a los nombres de especies, géneros y clases de todas suertes.

En cuanto hay nombres adjetivos, se abrió la puerta a los sustantivos abstractos, a los nombres de especies, géneros y clases de todas suertes.

Del mismo modo que las cualidades están ligadas o identificadas con sus objetos, así lo están en el pensamiento las palabras con sus ideas o significados. La palabra es, digámoslo así, la basa a que adhiere la idea; y desde que el pensamiento ase y almacena las palabras que representan cualidades desprendidas de sus objetos, es ya tan dueño de estas cualidades, como lo es de las palabras. El don pues de la palabra es el instrumento único de la abstracción o descomposición, partiéndose por su medio el pensamiento en dos facultades o potencias diferentes, imaginación y memoria. La imaginación es el pensamiento de las cualidades como unidas con sus objetos, y el pensamiento de los objetos acompañados de sus cualidades, y haciendo con ella una sola pieza; la memoria es el pensamiento de los objetos o de las cualidades no en concreto cual ellos son, sino como pegados o adherentes a las palabras, y tomando, por decirlo así, la forma de éstas; quiere decir, separados o reunidos según que la palabra los separa o los reúne.

No se lograría igual resultado con el lenguaje de accionado. Éste excede en energía, porque despierta la imaginación, pero por el mismo hecho de no despertar sino la imaginación, es imposible separe las cualidades de sus objetos en el pensamiento. Del lenguaje de acción al lenguaje de palabra hay la misma diferencia que de la pintura a la escritura. Un pasaje bien pintado se demuestra al golpe, se imprime vivo, uno se figura que lo está viendo; pero no se adelanta a más el pensamiento que a lo que se adelantara presenciando el lance que en el cuadro se figure; y como el pensamiento no es de suyo dueño de separar las cualidades y los objetos, quedaría eternamente en la misma impotencia, por más que se perfeccionase y se hiciese familiar el arte de la pintura o el lenguaje de la pantomima.

Por este principio los maestros o compositores de la pantomima pueden corregir sus piezas de teatro, descartando las muchas ideas abstractas que suelen suponer, y que no pueden adquirirse sin el auxilio de la palabra.

Al echar de ver que una cualidad abstraída v. gr. verde, pertenece a muchos individuos, toma naturalmente dos aspectos: el uno como cualidad concreta en el individuo independientemente del pensamiento o de la palabra; y el otro aspecto como cualidad existente en el pensamiento independientemente del individuo, y aplicable a muchos de ellos sin necesidad de que la aplicación la haga el pensamiento. El pensamiento pues mira la cualidad como independiente de sí mismo, y como independiente del individuo, es decir, se atribuye una existencia independiente de todo; y en la primer ocasión de tener que nombrar la cualidad sin relación ni a los individuos ni al pensamiento, hay que alterarle el sonido, y decir verdor.

La impotencia del pensamiento para abstraer las cualidades, le hace concretarlas en el mismo estado que se las presentan las palabras, es decir, como desprendidas o separadas de los objetos; y concretando así la abstracción, resulta por fuerza otra abstracción mayor. Verdor es más abstracto que verde. La concreción pues a que propende irremediablemente el pensamiento hace cundir por fuerza las abstracciones que le trae la palabra.

Con la palabra verde y cualquiera de los verbos ir, dar, echar, andar, hay cuanto se requiere para explicar lo de ir poniéndose verde cualquiera cosa, diciendo al estilo primordial verde da, verde dar, etc., y por último verdear. De esta suerte los adjetivos producen verbos abstractos, del mismo modo que de un sustantivo concreto y de un verbo, como de monte, ir, etc., se compone naturalmente el verbo montar.

Es menester tener presente que los sustantivos concretos pueden pasar por metáfora a sustantivos abstractos sin que el pensamiento haga la abstracción. Por ejemplo, el sustantivo día es regular que originalmente signifique luz, y luego empiece a denotar lo que denota en castellano. En francés aún retiene los dos significados. La palabra tiempo en castellano significa el temperamento de la atmósfera, y también la duración de horas, días, etc. En inglés ambas cosas tiene distinto nombre.

Iguales observaciones pueden hacerse en orden a los números. Nada parece más simple que las palabras uno, dos, tres, muchos, etc. Pues son palabras bien abstractas. A conocerse primordialmente, no se les inventaría a los nombres el singular, dual y plural. En vez de la incomodidad de complicar tanto las declinaciones de los nombres, se diría más fácil y naturalmente un monte, dos monte, o monte dos, tres monte, o monte tres, monte mucho, etc. El no decirlo así en lo primordial, evidencia que los nombres de los números no están entonces separados de los nombres de las sustancias. Con efecto uno, dos tres, etc., no existen sino en el pensamiento después de inventarse tales palabras: en la naturaleza lo que hay son uno, dos, tres individuos determinados. La cantidad de los individuos es una afección de ellos, el pensamiento no puede separarla: esto es obra de las palabras. Antes pues de la invención de los nombres numerales, los números son concretos, es decir, el sustantivo y su número van en una sola pieza. Las cuentas únicas de que es capaz el pensamiento en aquel periodo, son las que se definen con la declinación o distinta terminación de los nombres. Los griegos que tenían singular y dual en sus nombres, podían definirlos bien hasta ese término; en aparatándose del dual, les entraba la medida indefinida del plural. La idea de la cantidad entonces es a ojo por la proporción del bulto; es decir, en lo primordial la idea de las cuentas no es aritmética o numeral, sino geométrica; cuya observación aclara la profunda definición que del número da Newton en su aritmética universal: numerus est ordo seu babitus vel relatio unius quantatis ad aliam. Este grande matemático en la primordial época del lenguaje se hubiera quedado sin poder sumar, y nadie sabe entonces cuántos años tiene. La larga duración de este mísero periodo tal vez puede discurrirse por el enjambre de declinaciones a que dio lugar en la lengua de los griegos.

Quizá habrá alguna dificultad en señalar el minimum de los números concretos necesarios para derivar de ellos los números abstractos, cuya decisión sacaría en claro si es o no esencial el que los nombres sustantivos en los idiomas, además del singular y plural tengan también dual para poder empezar la formación de los números abstractos.

Abstraído el dual, no hay duda que el pensamiento se apodera de la raíz de la aritmética; porque del mismo modo que dos es el doble de uno, conocerá que casando las palabras dos y uno, sale otro número que continúa la serie natural de 1, 2, 3, etc.

Al tiempo de esto entra el conocer la importancia de los dedos de la mano, y el ponerles nombre bien fundado, para que ayuden el trabajo grande de la formación de números.

El tener nombre los dedos de la mano y no los del pie, arguye su grande uso para las cuentas en lo primordial al tiempo de separarse de los nombres sus cualidades numerales.

La separación de estas es fácil de discurrir. Por vía de ejemplo: supóngase que hablando de su causa un ladrón, dijese que era de hurto; el que le replicase no es de hur-to, sino tos, haría una contracción graciosa y natural.

De aquí se infiere debió equivocarse Mr. de la Condamine en aquella palabra de ocho sílabas que refiere era el número dos en cierto pueblo de salvajes: sería el nombre concreto de las cosas numeradas, declinando en su número dual, y quizá en algún caso muy complicado de éste. Para haber separado de los nombres una terminación tan larga, era preciso que los nombres radicales fuesen más largos de lo que es posible.

La misma clase de contracción a que se acaba de atribuir la separación o la abstracción de los nombres numerales, pudo dar origen a la desmembración o abstracción de aquel género de palabras dependenciales o referenciales como por, para, con, sin, como tras, sobre, de, etc., que los gramáticos llaman confusa, impropia y falsamente preposiciones y adverbios. Unas de éstas salen del remate de las declinaciones; otras son en su origen nombres concretos, cuyo sentido se extiende por multiplicarse naturalmente las aplicaciones hasta denotar cierta referencia en general.

Si, no, poco, mucho pueden ser desmembramientos de verbos afirmativos, negativos, de palabras diminutivas o aumentativas. Poco, en inglés, se dice pequeño: less y full que significan menos y lleno son los remates de las palabras de privación y de abundancia. En vez de nadie, se dice en inglés no cuerpo; en vez de tan se dice así.

En francés, en vez de si no, se dice otramente, por y para son una misma palabra; siempre es todos días.

En castellano harto y batante denotan bien su origen: en vez de abajo, detrás, ahora, suele decirse bajo, tras, hora. Quedo, alto, bajo, recio, etc., son adjetivos; quizá es árabe; de veras, a sabiendas, por ventura, acaso, a hurtadillas, dentro, etc., es fácil conocerles la derivación; dentro y tarde vienen de entrar y de la tarde; a bulto quiere decir mirando sólo al bulto; según vale conforme o con arreglo a.

Otras de estas palabras vienen del extranjero perdiendo su derivación concreta. Por ejemplo fichas viene de la palabra inglesa fishes que significa peces, porque las fichas del juego que son de invención inglesa, tienen comúnmente la figura de peces, y aun son de conchas de nácar. Por este estilo hay o puede haber en los idiomas muchas palabras abstractas y referenciales. También es de creer, que algunas se originen de aquellos sonsonetes particulares y pegadizos comunes en los que hablan y en los que escuchan, y que empezando por no significar nada, en fuerza de la costumbre llegan a hacerse precisos, como los altos y los bajos de la voz.

Asimismo, no habiendo nada fijo en orden al número y naturaleza de los casos ni de las otras modificaciones que se calificaron, tanto de los nombres como de los verbos, cada lengua tiene su distinta porción de referenciales, y una lengua las toma o las mezcla con las de otra lengua, ganando de esta suerte medios de explicar nuevas referencias.