El diputado Bernardo O'Higgins en el Congreso de 1811: 1
Ideario político del joven Bernardoeditar“Cierra los ojos, duerme, sueña un poco tu único sueño, el único que vuelve hacia tu corazón: una bandera de tres colores en el Sur, cayendo la lluvia, el sol rural sobre tu tierra”. Pablo Neruda
Canto General.
Eran conocidos por Bernardo los recelos y las aprehensiones que algunas de sus acciones —como la contratación de marineros náufragos ingleses para trabajar en su fundo o la correspondencia que mantenía con el militar argentino Juan Florencio Terrada—causaban en el Intendente de Concepción, Luis de Alava (1795-1810), hasta el punto que al retirarse cada noche a dor mir temía ser despertado por un destacamento de milicianos con la orden de llevarlo a Talcahuano para ser trasladado a los calabozos del Callao o a los de la Inquisición [1].Estas preocupaciones del Intendente se acrecentaron, según el parecer de Juan Mackenna-—en su carta del 20 de febrero de 1811—,“...desde el momento en que se descubrieron sus relaciones con Miranda y fueron comunicadas al Ministerio español por sus espías” '[2]. El “club” de José Antonio PrietoeditarAdemás de chillanejo, Bernardo se sentía profundamente penquista por estirpe y sentimientos. La familia de su madre, Riquelme de la Barrera, descendía de Luis de Toledo, contemporáneo de Pedro de Valdivia, que estuvo en las fundaciones de Santiago y de La Serena y a quien le correspondió refundar la ciudad de Concepción, donde fue vecino encomendero[3], y su padre, Ambrosio, había sido el primer Intendente de Concepción dentro de cuyos límites forjó sus mejores amistades.
Como abogado, Prieto había estado encargado de la defensa de los navegantes del buque angloamericano Guampu, apresado como contrabandista en 1809 [6], teniendo entonces la oportunidad de conocer a su sobrecargo Mateo Arnaldo Hoevel, nativo de Suecia. El carácter franco y social del sueco y la extroversión de Prieto, además de la conformidad de opiniones y principios, contribuyeron al afianzamiento de una amistad entre ellos, dentro de la cual Hoevel llegaría a constituirse en el preceptor de Prieto, en especial sobre las ideas de Rousseau en su Contrato Social, libro que con gran sigilo le obsequió. Además, le había transmitido su admiración por la democracia republicana de los Estados Unidos, país en el cual había vivido y que consideraba su segunda patria. A O’Higgins y Prieto se les unieron en Concepción, algunos oficiales como el joven capitán del Ejército Real, Manuel Bulnes Quevedo, cuñado de Prieto y padre del futuro Presidente de Chile [7] igualmente los capitanes Venancio Escanilla, Francisco Calderón y José Antonio Fernández Barriga y el ayudante José de la Cruz. Además, estaba un notable militar español casado con chilena, el capitán Carlos Spano[8], que apoyaba los sentimientos de aquellos criollos contra España constituyéndose en “el alma del levantamiento que fer mentaba en el batallón de Penco[9] al que se adhería casi la totalidad de sus oficiales oriundos de Chile” [10]. La complicada enfermedad, y que parecía incurable, sufrida por José Antonio Prieto, les servía de pretexto para reunirse periódicamente en su casa, aparentemente sin despertar sospechas. También comenzaron a participar asiduamente otros jóvenes de la ciudad y de los alrededores, considerados de confianza, como Luis de la Cruz, alcalde de Concepción, cuñado de Prieto; Fernando Urízar, hacendado de Rere; José Urrutia, de Parral; Antonio Mendiburu, de Concepción; Pedro Ramón Arriagada, dueño de una hacienda colindante con Las Canteras [11]; Ramón Freire Serrano, de Talcahuano; Miguel Zañartu Santa María y Diego José Benavente, ambos de Concepción, y tantos otros que fueron bautizados por el pueblo de la ciudad como “los duendes”. En un extraño manuscrito existente en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, que lleva por título: “Razón de lo que he presenciado y mucha parte que no e bisto me an contado personas honrradas de una y otra parte, desde el año dies y para que lo sepan lo pongo en este cuaderno” (sic)[12], un señor llamado Manuel Gregorio García Ferrer le escribe, desde Loncomilla, el 5 de abril de 1877 al ex Presidente de la República don Manuel Montt, bajo el subtítulo: “Razón de todos los sucesos que hubieron en la ciudad de Concepción antes de levantarse en contra del Rey, siendo Gobernador don Juan Rozas, de Concepción, y don José María Benavente y de Talcahuano el señor Sota” [13]. Después de describir algunas acciones de los “duendes” en contra del prior de Santo Domingo, Padre Díaz, mandado por el rey —que predicaba bajo el lema: “Dios primero, morir por él, y segundo, morir por el Rey”—, entrega los siguientes apellidos de aquéllos:“de Concepción: Sota, Benavente, Manzano, Rozas, Ibietas, Martínez, Binimelis, Castellones, Riberas, Cruces, Bar nacheas y muchos más que no recuerdo. De Talcahuano: Ser ranos, Freires y Garrigoses. De los pueblos: Alcázar, Merinos, Anguitas, O’Higgins y Riquelme y muchos más” [14] Es posible que en la constitución del “club revolucionario” de Concepción y en su participación en él, Bernardo estuviera siguiendo los consejos que Francisco de Miranda le dio al salir de Londres, reunidos en un documento titulado “Consejos de un viejo sudamericano a un joven compatriota al reg resar de Inglater ra a su país”. El original de este escrito no existe. Benjamín Vicuña Mackenna lo transcribió al castellano desde una traducción jeroglífica del secretario irlandés de O’Higgins, John Thomas. El mismo Vicuña escuchó decir que Bernardo, desobedeciendo las instrucciones de Miranda, que le habría pedido estruirlo después de su lectura, habría ocultado varios años el escrito, llevando cosida en el forro de su sombrero, una copia del documento escrita por él mismo.[15]. En algún momento, Bernardo tomó en cuenta una de las recomendaciones de Miranda, según la cual entre los campesinos del sur de Chile, acostumbrados a lidiar con los indígenas, podía encontrarse buenos soldados cuya “proximidad a un pueblo libre, debe haberlos llevado a la idea de libertad e independencia” [16]. Para comprobarlo, asistió a un parlamento con los pehuenches en Negrete convocado por el presidente Muñoz de Guzmán. Mucho tiempo después le comentó a John Thomas que, además del sentimiento de orgullo al comprobar el afecto con que los viejos caciques recordaban a su padre, descubrió que los dragones de la frontera y los milicianos que estaban allí, aunque mal ar mados y peor vestidos, servirían algún día como base para el ejército revolucionario [17]. Entre otros consejos, Miranda le pedía en el escrito no olvidar que aparte de Inglaterra y de los Estados Unidos, no había otra nación “en la que se pueda hablar una palabra de política, fuera del corazón probado de un amigo” [18]. Por ello le sugería que una vez instalado en Chile, eligiese sus amigos con el mayor cuidado. Sobre sus futuros confidentes le consejaba desconfiar de todo hombre que hubiera pasado de la edad de 40 años, a menos que le constara que era amigo de la lectura, en particular de los libros prohibidos por la Inquisición. Por otra parte, Miranda le advertía que aunque “la juventud es el período de los sentimientos ardientes y generosos” [19], y por ello entre los jóvenes se encuentran muchos prontos a escuchar y fáciles de convencer, también “es la época de la indiscreción y de la irreflexión” [20], por eso son de temer tanto estos defectos de los jóvenes como la timidez y la preocupación en los viejos. También Miranda lo prevenía de caer en el error de creer que porque un hombre tiene una corona en la cabeza o se sienta en la poltrona de un clérigo, es un fanático intolerante y un enemigo decidido de los derechos del hombre. Por su experiencia, decía conocer que en esta clase de hombres se dan los más ilustrados y liberales de Sudamérica, pero lo difícil es encontrarlos [21]. Como si las palabras de Francisco de Miranda se constituyeran en un oráculo para Bernardo, invitó también a las reuniones en la casa de Prieto al prior del hospital de San Juan de Dios, fray Rosauro Acuña [22]', y al doctor en derecho Juan Martínez de Rozas que, aunque sobrepasaba los cuarenta años, cumplía con una de las excepciones dentro de los consejos de Miranda: era amigo de la lectura, en particular de los libros prohibidos por la Inquisición. Juan Martínez de Rozas (1759-1813) había nacido en la ciudad de Mendoza cuando aún pertenecía a la Capitanía General de Chile. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Córdoba y derecho en la Real Universidad de San Felipe. Viajó a Chile con José Antonio Rojas, casado con una de sus sobrinas, hermana de Manuel de Salas. Como abogado reemplazó a Ambrosio ÓHiggins en la Intendencia de Concepción, cargo en que alcanzó gran prestigio y se casó con la hija del principal comerciante y terrateniente de Concepción, José Urrutia y Mendiburu. En 1808 fue llevado a Santiago y sirvió como secretario del presidente Francisco Antonio García Carrasco hasta que fue acusado de haber participado con éste en el cruel apresamiento de la fragata inglesa Scorpion y de salir favorecido económicamente. En apariencias rechazado por García Carrasco [23] regresó a Concepción en los primeros días de 1809. Es en esta estadía cuando toma contacto con el grupo de la casa de José Antonio Prieto y, luego, comienza a recibirlo en su propia casa: “Es notorio que para la seducción, perdición y ruina de la ciudad y provincia de Concepción —señala un informe de Fr. Juan Ramón, Guardián del Colegio de Naturales de Chillán, sobre las causas de la revolución de Chile—, contribuyó mucho la doctrina impía del doctor Rozas a una partida de jóvenes de distinción de dicha ciudad, que se juntaban en su casa con el objeto de instruirse, y esparcían aquellas semillas entre sus amigos y compañeros” [24]. Claudio Gay, que llegó a Chile en 1828, profundamente interesado por el proceso de génesis de esta nueva nación y como complemento de sus escritos científicos, comenzó a reunir antecedentes y a entrevistarse con testigos de aquél proceso. En su Historia de la independencia de Chile [25], describe de este modo el actuar de Bernardo O’Higgins en ese período:
Por su parte, Juan Martínez de Rozas, hombre de cincuenta años, acostumbrado a ejercer el mando por sí mismo o bajo su influjo, sin vínculos directos con la administración colonial, comenzó a barajar las alternativas que tenía por delante en ese momento de su vida. Importantes para él eran las opiniones de su primo José María Rozas y de su cuñado Antonio Urrutia, quienes a su regreso de Europa le habían hecho ver la desmoralización de la corte española y la posibilidad cierta de que España no pudiera liberarse de las garras napoleónicas. Ellos le habían permitido prever un gobierno autónomo del reino de Chile, en el cual deseaba tomar parte. Sin embargo, las dudas se mantenían, y envió al gobernador García Carrasco un memorial en que solicitaba se le restituyera el cargo de asesor en la Intendencia de Concepción. El Presidente lo envió a la Corte, el 16 de septiembre de 1809, sugiriendo se nombrara al peticionario oidor o fiscal de cualquier Audiencia de América. A pesar de todo, “al calor de la amistad y de la franqueza —como señala Domingo Amunátegui— estimulado por espíritus más frescos que el suyo, y robustecido por la palabra resuelta y firme de O'Higgins, el doctor Rozas fue avanzando en esta época paso a paso en el sendero de las convicciones revolucionarias” [30].
Convicciones revolucionarias del joven BernardoeditarEl abogado e historiador Julio Heise González, ha resaltado la singularidad de Chile en relación con los otros países hispanoamericanos, en tanto la emancipación y la lucha por la organización del Estado, constituyeron una sola etapa entre 1810 y 1830. Según Heise, en estas dos décadas, y con las dificultades propias de las preocupaciones militares y de las faltas de experiencia y de cultura política, se habrían afianzado definitivamente conceptos como soberanía popular, gobierno republicano y representativo y otras nuevas tendencias e ideas, que se enfrentaron con la monarquía absoluta. "En la mayor parte de los países her manos de la América hispana —dice Julio Heise— estos conceptos lograrán vigencia mucho después de la emancipación, a través de un largo y doloroso período de anarquía y de cruentas revoluciones" [31]. Con estas afirmaciones, Julio Heise quería distanciarse de aquella historiografía chilena, al menos hasta la fecha en que escribe, que
No obstante, aunque Heise reconoce que “las dos décadas de la emancipación tuvieron todo el valor de un laborioso aprendizaje político presidido, en gran parte, por D. Bernardo O’Higgins” [32], olvida que este aprendizaje, con su principal conductor, había comenzado antes de 1810 y se extendería, como teoría y práctica revolucionarias, ya sin la presencia del Libertador, hasta aproximadamente 1830. Las tres fuentes principales de las cuales se nutrió el pensamiento político del joven Ber nardo fueron el ejemplo de su padre, el aporte del venezolano Francisco de Miranda durante su estadía en Londres, y el desarrollo de la ideología revolucionaria en el país, proceso en el cual, como se ha visto, él fue protagonista.
El ejemplo de Ambrosio O’HigginseditarEn relación con su padre, se percibe en O’Higgins un genuino dolor por su alejamiento, acrecentado por el profundo respeto y la gran admiración que sentía por él. Su clara consciencia que Ambrosio O’Higgins, desde la distancia, aunque usando a veces colaboradores y métodos severos, se había preocupado de darle la mejor educación, era lo único que equilibraba estos sentimientos en él. Las características especiales del desarrollo emocional de Bernardo O’Higgins han llevado a algunos historiadores — especialmente a aquéllos que podrían ser incluidos en el espacio de la que se ha denominado psicohistoria, desde mediados del siglo XX [33] — a vincular su vocación revolucionaria con las complejas relaciones con su padre. El historiador Guiller mo Feliú Cruz, considera que el ejemplo de su padre constituyó una de las fuentes en que Ber nardo “bebió” las nociones de la ciencia política en lo que corresponde al contenido de la administración, aspirando a “una administración enérgica, que encarara las resoluciones sin titubeos” [34]. Bernardo O’Higgins escribió, en 1840, en una carta al general José María de la Cruz, la impronta que dejó su padre en su ética política:
La influencia de Francisco de Miranda en el ideario político de Bernardo O’HigginseditarEn su testimonio personal, a través de la carta que enviara a Juan Mackenna, de la cual ya se ha hablado, Bernardo O’Higgins también se refirió a su relación de amistad con Francisco de Miranda en Londres, declarando haberse convertido “a las doctrinas de ese inteligente e infatigable apóstol de la causa de Sud-América” [36]. Francisco de Miranda fue el Precursor del movimiento de emancipación de Hispanoamérica. Nacido en Caracas en 1750. Políglota de g ran cultura, era seguidor de los enciclopedistas franceses y de los filósofos ilustrados, cuyo ideario político liberal había adoptado. Como militar participó en la Revolución Francesa (su nombre está grabado en el Arco de Triunfo de París), recibiendo el título de Héroe de la Revolución; en la guerra de independencia de los Estados Unidos y en la guerra de independencia hispanoamericana. Establecido en Londres, recibió en su casa a los más importantes líderes de la emancipación hispanoamericana, entre ellos, Ber nardo O’Higgins. Murió en el penal de Cuatro Torres del Arsenal Militar de la Carraca en San Fernando (Cádiz), donde estaba encarcelado después de un confuso incidente en que siendo Presidente de Venezuela, fue acusado de traición y entregado por los patriotas venezolanos, incluido Simón Bolívar, a los españoles. No se sabe con certeza cómo ambos se conocieron en Londres. Bernardo había sido enviado por su padre a España cuando tenía dieciséis años, en 1794, para continuar sus estudios. Nicolás de la Cruz, su tutor en Cádiz [37] —a pesar de sus buenos vínculos con Ambrosio O’Higgins, a quien había conocido en Concepción, y de ser her mano de Bartolina, la esposa de Juan Albano Pereira, ambos padrinos del joven— pronto quiso deshacerse de él y lo envió a un colegio católico en Londres, “porque —como decía en una carta a su hermana Bartolina de la Cruz, el 30 de noviembre de 1795— no se corrompiese en este país viéndole un poco inclinado a la libertad” [38]. Dentro de la relativa oscuridad de las fuentes en que se ha mantenido la per manencia de Bernardo en Inglaterra, es aceptado mayor mente que asistió a clases y fue su alojamiento el Colegio Católico del señor Timothy Eeles, en Richmond, localidad cercana a Londres, donde estudió inglés, francés, geografía, historia antigua y moderna, música, dibujo y manejo de las armas [39]. Allí permaneció desde mediados de abril de 1795 hasta, aproximadamente, septiembre u octubre de 1798. El ambiente en Richmond era agradable y el joven chileno pudo alcanzar buenos resultados en sus estudios e igualmente gratas relaciones con sus profesores y compañeros. Sin embargo, los problemas con los encargados de pagar su pensión en el colegio, los conocidos relojeros Spencer y Perkins [40], y con su apoderado de la Cruz [41], hicieron que Ber nardo regresara abruptamente a Londres, donde fue acogido en una capilla católica en York Street N° 38, a pocas cuadras del domicilio de Francisco Miranda, en Great Pulteney Street, a quien aún no conocía [42]. Cuando se conocieron, Francisco de Miranda tenía cuarenta y ocho años y Ber nardo, veinte. En enero de 1798, Francisco de Miranda, deportado por el Directorio francés de 1795, se había embarcado desde Calais (Francia) hacia Dover, ciudad puerto al sureste de Inglaterra. Estaba convencido que había llegado el mejor momento para establecer un acuerdo con el gobier no inglés a favor de las colonias hispanoamericanas. Francia y España, las dos potencias que habían ayudado a los Estados Unidos para liberarse del dominio inglés, estaban coaligadas contra Inglaterra. Cabía la posibilidad de un pacto semejante al que había habido entre Francia y los Estados Unidos, esta vez, entre Inglaterra y los patriotas sudamericanos. Miranda y los hispanoamericanos cercanos a él estaban dispuestos a ofrecer una de las provincias de la “Colombeia” [43] a cambio de una ayuda material por parte de Inglaterra estimada en 30 millones de libras esterlinas, con el fin de iniciar las operaciones en pro de la independencia de la América hispana. En la idea de Miranda estaba incluir también en esta alianza a los Estados Unidos [44]. El primer ministro William Pitt —el Joven—, que había conocido a Miranda en su segunda estadía en Londres en 1790, con estas mismas inquietudes, accedió en recibirlo. Ahora, el venezolano se presentó como representante de los pueblos de América y le entregó una copia del Acta de París. Aunque algunos historiadores lo ponen en duda, el año 1797, se habría constituido en París una Convención, presidida por Francisco de Miranda, de diputados de las provincias de México, Perú, Chile, La Plata, Venezuela y Nueva Granada con el fin de recaudar fondos para la empresa independentista. Se habla del peruano José del Pozo y Sucre y del chileno Manuel José Salas, además, de Pablo de Olavide y del cubano Pedro José Caro que ayudarían a Miranda, representante oficial de la Convención, en las conversaciones y acuerdos con las potencias europeas [45]. La estrategia propuesta consistía en la creación de un ejército que cruzara el Atlántico hacia el Cabo de Hornos, en los meses de diciembre a febrero. Ocupados Valdivia y Talcahuano, desde Chile se organizaría una expedición de 20.000 hombres y veinte navíos que marcharían hacia el Perú [46]. Como el gobierno inglés no diera ninguna respuesta a su proposición, Miranda decidió viajar a los Estados Unidos para entrevistarse con Alexander Hamilton y Henry Knox. Ambos eran prominentes ciudadanos estadounidenses a quienes había conocido en 1783, mientras estudiaba el proceso de la revolución norteamericana y esbozaba su primer proyecto de independencia de todo el continente hispanoamericano. Empero, las autoridades inglesas le negaron esta vez el pasaporte: Pitt no estaba dispuesto a lanzarse a la aventura sudamericana pero tampoco a ceder el proyecto a otro país [47]. Con las alas cortadas, el revolucionario venezolano comenzó a dedicar la parte más importante de su tiempo a la propaganda y a la instrucción de los futuros compatriotas que lo visitaran. Escribió cartas e instrucciones secretas y fundó las logias Lautaro, las Juntas de las Patrias Americanas, la Gran Reunión Americana, la Comisión de lo Reservado y la de los Caballeros Racionales. Es en ese período cuando conoció a Ber nardo, que había llegado a Londres sin recursos y desorientado, sin un claro sentido para su vida. O’Higgins, en un ensayo de memoria del cual se ha recuperado solamente el pliego inicial, escrito de su puño y letra en tercera persona, se refirió en los siguientes términos a ese período:
Nicolás de la Cruz
(fuente MHN)
La supuesta paz de Europa, a través de los Tratados de Basilea firmados en 1795 entre Francia y Prusia (5 de abril) y entre Francia y España (22 de julio), fue interpretada por el general venezolano como la circunstancia adecuada para dar inicio a las operaciones programadas en Londres con los americanos del sur. Según la memoria manuscrita por Bernardo O’Higgins, con esta intención partió él a España [50]. Posterior mente, nunca dejó de referirse a lo que había significado para su formación espiritual su estadía en Gran Bretaña.
El sentimiento antiespañoleditarEn el joven Bernardo se descubre de inmediato un apasionado sentimiento antiespañol. En las citadas notas escritas bajo el epígrafe “Memorias útiles para la historia de la Revolución Sur-Americana” dice:
En la carta enviada a Juan Mackenna en 1811, escribe:
El mismo Bernardo O’Higgins se referiría en 1838, a “la corrupción y la ignorancia engendrada durante tres siglos por la mala administración de un Gobierno corrompido e ignorante” [57]. Como se verá más adelante, este rasgo llegaría a ser “un aspecto particularmente importante de la mística revolucionaria” [58]. Derechos naturales alienados; falta de libertad en todas sus formas; gobierno arbitrario, venal y corrupto; leyes dañosas y oscuras; conquista cruel y sanguinaria; explotación económica. Con estas expresiones era descrita la “miserable ser vidumbre” —según las palabras de
Autonomía o independenciaeditarNo es necesario insistir sobre la importancia que tuvo Francisco de Miranda en la opción libertaria de Ber nardo O’Higgins. Éste la hizo presente con insistencia. Al contrario, es opinión común en la historiografía chilena que la doctrina política predominante entre los demás revolucionarios en 1810 no iba más allá de la autonomía administrativa, pues eran escasos los que, en su interior, aspiraban a la independencia total de España. Así lo afir mó Domingo Amunátegui Solar que consideraba que como resueltos partidarios de la independencia absoluta de su patria, “sólo podría citarse sin incurrir en yer ro a dos personajes que se hallaban en este caso: don José Antonio de Rojas, en Santiago, y don Ber nardo O’Higgins, en Concepción” [59]. Camilo Henríquez fue muy crítico, en 1822, sobre el desarrollo de las ideas emancipatorias en la sociedad chilena:
José Antonio de Rojas evidente que la opción libertaria debía ser manifestada con cautela, incluso en el club revolucionario de Concepción, aún después de haber ter minado de funcionar el primer Congreso Nacional de 1811.
(fuente MHN) En el grupo de la casa de Juan Antonio Prieto, hubo dos excepciones a la regla de cautela. Dos integrantes que O’Higgins denominó en su carta a Juan Mackenna sus “decididos discípulos”: fray Rosauro Acuña y Pedro Ramón Arriagada. Que ellos también defendían la separación de Chile del imperio español, quedó públicamente en evidencia con las denuncias del Gobernador García Carrasco que ordenó sus detenciones. Fueron juzgados, a fines de 1809, por defender en distintos lugares públicos de Chillán que “lo que conv enía era que los habitantes todos a una tratasen de ser independientes de todas las naciones y sacudir el yugo español, haciéndose republicanos; que este reino no necesitaba de rey...” [65]. Ambos fueron detenidos y liberados. Rosauro Acuña, que continuó siendo vigilado, fue nuevamente apresado y enviado temporalmente a los calabozos del Perú. Mariano Osorio, en 1814, fue desterrado al archipiélago Juan Fernández donde, presumiblemente, falleció [66]. O’Higgins tuvo que esperar hasta después de Chacabuco y de Maipú para que su idea libertaria log rara su consagración definitiva, primero con la proclamación de la independencia de Chile, fechada en Concepción el 1º de enero de 1818, y luego con la creación de la nacionalidad chilena, el 3 de junio del mismo año, adelantándose a los otros países de América de habla hispana. La creación de la nacionalidad chilena, por Decreto de O’Higgins, es una de las máximas expresiones de la independencia del país. Está claramente emparentada con la noción de identidad hispanoamericana defendida por Miranda. Ambas no discriminan entre los nacidos en el territorio a que se refieren, trátese de “indios”, mestizos o criollos.
El republicanismoeditarEn su carta de respuesta a Miguel Luis Amunátegui Reyes, quien le había solicitado infor mación al general José María de la Cruz [67] sobre diversos aspectos relacionados con Bernardo O’Higgins, el general se refirió a sus “principios políticos” diciendo:
Empero, dentro de la población había sectores no afines a los nuevos ideales políticos, o ignorantes sobre ellos. Así, Simon Collier resalta una comunicación de J. M. Zorrilla a Antonio Ermida informándole que varios soldados en el Sur deseaban rendirse a los realistas aduciendo que “jamás havrá en América el Gvno republicano, qe. el mejor es el Despótico o Puramente Militar” (sic)[69]. El mismo Bernardo le confesó a su amigo Juan Florencio Terrada que “probablemente había más republicanos en una sola calle de Buenos Aires que en el Reino de Chile entero” [70]. Algunos historiadores creen importante destacar que se prefería a la república no sólo por el rechazo a la monarquía —entre otras razones, porque esta última se había originado por la violencia o por el engaño de la doctrina del derecho divino— sino más bien por “la aceptación de toda una filosofía secular que enseñaba que el hombre solo puede alcanzar o perseguir la virtud como ciudadano de la república” [71]. La adhesión a esta filosofía secular guió, asimismo, a Francisco de Miranda a redactar de la siguiente manera la “fórmula de fe del dogma republicano”, segundo grado de iniciación de los neófitos de la Sociedad Lautaro o Caballeros racionales, creada en Londres:
Las convicciones republicanas de Ber nardo fueron puestas a prueba con ocasión del Cong reso de Aquisgrán, el año 1819, convocado por la Santa Alianza. Además de Chile, representado por Antonio José de Irisar ri, participaron en él representantes de Argentina (en aquel entonces Provincias Unidas), Colombia y Venezuela. El argentino Ber nardino Rivadavia y el venezolano Fernando Peñalver eran partidarios de proponer la creación de monarquías con el fin de obtener el reconocimiento de la independencia de sus países, ya que la Santa Alianza había sido creada para g arantizar militarmente la defensa de los principios del absolutismo monárquico.
La importancia de los cabildos en el proceso de cambioeditarFrancisco de Miranda había previsto que la emancipación hispanoamericana se aceleraría por la acefalía del imperio español causada por la invasión napoleónica. A propósito de ello, en marzo de 1798, en carta al Presidente de los Estados Unidos, John Adams le confía su temor de que un movimiento convulsivo en la Metrópolis generara sacudidas anárquicas en las colonias de América. Para contrarrestar esta posibilidad, Miranda veía en los Cabildos a la única institución colonial disponible para encauzar el movimiento revolucionario a través de una constitución federal, que lo hiciera representativo y deslindara bien las atribuciones del Ejecutivo y del Legislativo, evitando el caos y la anarquía del asambleísmo espontáneo [75]. En la introducción al presente capítulo se dio a conocer como Bernardo O’Higgins apoyó la participación del Cabildo, mayor mente a través del vocal Juan Martínez de Rozas, como un instrumento para conducir el proceso revolucionario hacia la representatividad democrática, a través de la convocatoria a un Congreso Nacional. El objetivo principal de este Congreso era elaborar una constitución que legitimara el proceso. Estas ideas están presentes en diversos escritos de Miranda y alimentaron la tenacidad de Ber nardo en pro del Congreso de 1811, convencido de la necesidad de lanzar un proceso de aprendizaje republicano a pesar de la falta de cultura política.
El desarrollo de la ideología revolucionaria en el paíseditarEn lo que sigue se prescindirá del debate al interior de la historiografía chilena sobre el grado de influencia que pudieran haber tenido en la construcción de la ideología emancipatoria la doctrina escolástica española, la ilustración y el liberalismo francés, o elementos doctrinarios de la antigüedad clásica. Posiblemente, la postura más cierta al respecto es considerar que su diversidad de origen es aquello que mayor mente define a la ideología revolucionaria. Mientras no hubo medios de impresión en Chile, Bernardo O’ Higgins participó en la etapa oral del desarrollo de la ideología revolucionaria, principalmente en las tertulias políticas en los domicilios de los abogados José Antonio Prieto y Juan Martínez de Rozas, en Concepción y, más adelante, una vez llegado a Santiago como diputado del partido de Los Ángeles, en el domicilio del sacerdote paraguayo Juan Pablo Fretes, donde se alojaba. En estos encuentros Ber nardo se fue familiarizando con los nuevos conceptos que iban constituyendo el núcleo de las ideas revolucionarias en Chile, las cuales enriquecieron la visión que él traía al reg resar al país y que era el resultado de sus conversaciones con Francisco de Miranda y con otros patriotas hispanoamericanos de Cádiz.
Principios de la revolucióneditarA continuación se destacan las doctrinas básicas que hasta fines de 1811 fueron principalmente enunciadas a través de discursos, sermones y documentos gubernamentales y, en ocasiones, a través de panfletos que circulaban principalmente en la capital. Para mayor claridad, a ellas se agregan opiniones publicadas una vez que se dispuso de la imprenta y que, como se dijo, claramente deben haber iniciado su desarrollo en el período pre-imprenta. Para la doctrina revolucionaria no hubo teóricos políticos propiamente tales, salvo, posiblemente, Juan Egaña, por eso se ha preferido citar fuentes primarias, per mitiendo así establecer el nivel de desarrollo de las ideas.
Ley natural, contrato social y soberanía populareditarEn el panfleto, con el carácter de proclama, escrito por Camilo Henríquez usando el anagrama Quirino Lemáchez y que circuló en Santiago poco antes de inaugurarse el Congreso, se leía: “La naturaleza nos hizo iguales, y solamente en fuerza de un pacto libre, espontánea y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable” [76]. El mismo concepto de “pacto o alianza social”, que rompía abiertamente con la doctrina del derecho divino de los reyes —enseñado en las aulas y en el púlpito— fue esclarecido, por Henríquez, en el artículo de fondo del primer ejemplar de la Aurora de Chile titulado “Nociones fundamentales sobre los derechos de los pueblos”. Para la intelectualidad criolla, la noción de pacto social era muy importante y le estaba claro que consistía en “un convenio bajo el cual la sociedad transfería a un gobier no la función de regulación” [77]. Lo que sí se prestaba a confusión, era si el convenio podía ser modificado sin que la sociedad que lo había estipulado se disolviera. Bernardo de Vera y Pintado, uno de los escasos separatistas en el primer tiempo, entendía de este modo la quiebra del contrato social:
Juan Egaña
(fuente MHN)
Sería erróneo suponer que el concepto de ley natural jugó, de modo expreso, un papel importante en la ideología revolucionaria, “pero —como lo señala Simon Collier— sí se puede decir que muchos chilenos tenían en el fondo de su mente la consoladora sensación de que existía una ley suprema con la cual debían en última instancia concordar todas las leyes humanas” [83]. ==Sistema republicano y la representación==
El constitucionalismoeditarLa intelectualidad criolla de la Patria Vieja aceptaba que a través de las constituciones se hacía efectivo el pacto social. Como se vio, era un principio que Bernardo había conversado en Londres con Miranda. Más aún, no sólo se consideraba a las constituciones como un instrumento que favorecía la paz social, sino que también uno que por sí mismo mantenía la salud de la comunidad. Así lo entendió Manuel de Salas, diputado titular por el partido de Itata, al advertir a los redactores de una Carta Fundamental que no debían perder de vista que ella “debe ser el santuario o depósito de la se guridad y felicidad de los pueblos [sin que ello significara olvidar que así como] las cosas se mudan en el tiempo [...] ningún pueblo puede renunciar a la facultad de mejorar su pacto social” [87]. Años más tarde (1822), ante los integrantes de la Convención Preparatoria, en orden a la creación de una Corte de Representantes, Bernardo O’Higgins, hacía público su antiguo convencimiento:
Los derechos naturaleseditarComo fue habitual, uno de los primeros formuladores en público del concepto de derechos naturales, fundamental entre los criollos ilustrados, fue Camilo Henríquez. Como se verá más adelante, se refirió a ellos por primera vez en su sermón para la instalación del Congreso Nacional. Posterior mente, enunció en el “Catecismo de los Patriotas” el canon de los derechos naturales individuales, según se entendió en la Patria Vieja: “Los Gobiernos se han instituido para conservar a los hombres en el goce de sus derechos naturales y eter nos. Estos derechos son la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad y la resistencia a la opresión” [89]. Luego, entregó la noción de seguridad:
Puede verse también que, en su artículo del Monitor Araucano, Henríquez se refiere al derecho a la propiedad como “la facultad que tienen los ciudadanos de disponer a su gusto de sus bienes, rentas y frutos de su trabajo e industria” [91]129. En un proceso revolucionario en el que la libertad de comercio ocupaba un espacio tan importante, era esperable que la ideología revolucionaria pusiera énfasis en el derecho de propiedad. José Miguel Infante lo diría sin eufemismos: la “inviolabilidad de las propiedades es lo primero en todo Estado” [92]. Respecto al derecho a la igualdad, siendo que las diferencias entre los estratos sociales eran tan notorias, y en la que no había dudas sobre a quienes por naturaleza correspondía gobernar, el derecho a la igualdad se redujo a la igualdad ante la ley. Ley que, como se vio, podía excluir a algunas personas del derecho a elegir a sus autoridades.Antonio José de Irisarri En cuanto al derecho a la libertad, cuya conceptualización obviamente se dificultaba en un ambiente revolucionario, Antonio José de Irisarri [93] consideró necesario distinguir entre la libertad natural y la civil:
(fuente MHN)
Hasta los últimos días de su ostracismo, este fue su “leit motiv”:
Libertad y virtudeditarEn algún momento, se hizo ver que el respeto a la libertad civil y su consagración constitucional no solucionaban por sí mismos el dilema entre despotismo o anarquía, haciéndose presente lo que Manuel de Salas describiría como el “horror al desorden que inundó a nuestro país” [98]. Las miradas de muchos patriotas habían estado puestas en Inglaterra y los Estados Unidos, como actitud revolucionaria, entonces, no extrañó la opinión, nuevamente, de Antonio José de Irisarri: “Repito una, y mil veces, que la ruina de la libertad social ha sido siempre ocasionada por
En 1831, en Montalbán, Bernardo reiteraba su antigua convicción y la de muchos de sus contemporáneos, en una carta a José Joaquín de Mora [101]:
El futuro gran hombreeditarA fines de noviembre de 1810 la gran preocupación de Bernardo O’Higgins, todavía en su hacienda, era si el Congreso de Diputados sería o no convocado. Porque estaba dispuesto a incorporarse a él, auscultaba las necesidades del partido de Los Ángeles al cual deseaba representar. Aquello que le llamaba la atención lo anotaba con trazos anchos, resueltos, bajo el epígrafe “Puntos que hay que pedir a la junta (por el diputado Ber nardo O’Higgins)”. Muchas de sus experiencias, muchos de los principios analizados, muchas de las palabras escuchadas estaban presentes en su mente en esas caminatas por el poblado, cuando se acercaba a sus coterráneos de un modo diferente. Su deseo de libertad se confundía cada vez más con el de ellos y ellos comenzaban a sentir que él asumía sus carencias. Estaba surgiendo ese líder de la revolución chilena, que referido mayor mente a la actividad militar, Miguel Luis Amunátegui Aldunate —que no era un “o’higginista”—, representó así:
Mural del Primer Congreso Nacional de 1811, ubicado en la testera del antiguo Senado (fuente BCN)
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