El dilettantismo sentimental

EL DILETTANTISMO SENTIMENTAL[1]


Francia, en el siglo XVI, no apreció en su verdadero valor a uno de sus más grandes escritores, a Montaigne, porque él, en los "Essais", colocó bajo plena luz, bajo cruda luz, su yo intelectual y su yomoral. Y en el siglo que viera nacer a Shakespeare y a Cervantes, y, más aun,, en el siglo del Rey Sol, el culto del yo era algo que había que ocultar cuidadosamente, como se oculta una falta que avergüenza.

La literatura clásica, razonadora, abstracta, quedó herida de muerte cuando Juan Jacobo opuso el sentimiento a la razón, el amor—pasión a la galantería, la personalidad del autor al personaje abstractoel lirismo descriptivo al estilo claro y frío que revestía la idea pura.

Con Chateaubriand, con el "gran romántico", triunfa el culto de un yo, yo pesimista, triste, hastiado, sintetizado en "El hijo del siglo", de Musset. Felizmente este gusto malsano es contrarrestado por una fuerte corriente realista: los "Werther" y los "René", las "Lelias" y los "Rolla", verdaderas autobiografías, realizan la forma menos complicada de la novela psicológica. Las dificultades aumentan cuando, como en "Carmen", de Merimée, son dos los personajes, generalmente un héroe y una heroína unidos por un sentimiento común: la vida produce en cada uno de ellos una acción particular, pero no aislada. Cada acontecimiento halla un eco en el segundo, después de haber atravesado el primero: ya son dos a vivir.

El realismo objetivo, presentido por Hugo al decir: "Le poéte ne doit prendre conseil que de la nature, de la vérité et de l'inspiration", surge vigoroso con Balzac: el yo íntimo deja de ser la casi exclusiva fuente de información. Los hombres determinados a la acción por el medio ambiente, aguijoneados en la lucha por la vida por el factor económico, múltiples en sus manifestaciones, unos en esencia, desfilan en la Comedia Humana: "Le genre humain est un, divisé en espéces d'aprés le milieu", aplicando el aforismo de Saint Hilaire. Y Balzac, menos preocupado que Zola en ajustar los hechos a un determinismo externo absoluto, más verídico, por lo tanto, puesto que aborda el estudio de la vida humana con menos prejuicios, reconoce tres factores esenciales en todo hecho uno interno, el individuo, y dos externos, el medio ambiente y las circunstancias inmediatas.

Balzac hace predominar todavía las condiciones determinantes del medio ambiente; Stendhal, el Bourget de 1830—en sus novelas psicológicas. analiza, desmenuza los estados de ánimo del individuo, complica el estudio de la reacción entre los caracteres, el medio, la época. la clase social, y, desmontando minuciosamente el mecanismo interno, llega a maraillosos análisis de las ideas conscientes.

En tanto que Jorge Sand, esa sacerdotiza del yo, opone a la "Comedia Humana" su "Egloga Humana", poco después, el positivismo, con su espíritu de observación exacta y precisa, produjo en la novela una obra maestra: "Madame Bovary". Caracteriza a la obra la impersonalidad casi absoluta del autor: Flaubert pretende ser un observador frío, absolutamente imparcial.

Montaigne y Flaubert son los polos del subjetivismo y del objetivismo: ambos, por ser esencialmente reales, son igualmente humanos.

Insinúase en Flaubert el análisis preferente de los casos patológicos, género en el que descollaran los Goncourt. Es ya la novela "Une tranche de la vie", puesta en el camino de los documentos humanos, en vías de convertirse en historia natural y social de determinada familia en una época dada, como lo fué para Zola, el realista épico, pesimista y determinista absoluto. Elimina por completo el factor individual.

Sus personajes son fuerzas de la naturaleza. La voluntad, esa forjadora del individuo, actúa poco en sus obras.

Para Zola el determinismo intelectual y moral desarróllase en provecho exclusivo del determinismo fisiológico.

Zola es un realista incompleto. El realismo es la descripción exacta y sincéra de la vida tal cual la vivimos, con sus dolores y con sus crudezas, pero también con sus ilusiones y con sus ideales, que son productos de la experiencia, verdaderas ideas fijas que polarizan la conducta humana: hacia perfecciones imaginarias, como dice un escritor argentino.

Por eso debió, Zola, hacer resaltar, al lado de la fuerza de los apetitos, las fuerzas de los sentimientos y de las ideas, fuerzas que. lejos de excluir el determinismo, lo hacen más flexible y lo complementan con la idea—fuerza de la libertad, que es una realidad actuante en la conducta, como toda ilusión — permitiendo la realización progresiva del ideal moral y social.

En la lucha eternamente actual entre el subjetivismo y el objetivismo, que hemos bosquejado, el subjetivismo romántico de principios del siglo pasado es contrarrestado por el realismo objetivo. Realismo que no excluye el análisis y la introspección, que hace suyos los métodos científicos de observación y de experimentación; realismo que, extremando los principios científicos directores, lo mismo puede caer en el naturalismo unilateral de Zola o en el análisis demasiado prolijo de Bourget: análisis llevado las más de las veces hasta la raíz del deseo, del móvilpero que excluye — por su minuciosidad — el poder de ver el conjunto, la unidad del personaje vivo. Bourget hace psicología analítico-descriptiva, escudriña hasta el último rincón del yo, pero no lo ve vivir, no lo ve actuar. Su análisis retrospectivo diseca agudamente los estados de conciencia, explica muchas veces la vida humana, pero no logra actualizarla.

Bourget es un naturalista a lo Zola, en la precisión científica y en el deseo de convertir la novela en un documento de historia social; es, en cambio, un espiritualista de antigua cepa en el deseo de conciliar la psicología experimental con el sentimiento místico o religioso. Pero Bourget es más psicólogo que naturalista, y aun más psicólogo que novelista. Su psicología no forma siempre un todo con la trama novelesca: la interrumpe a veces, cortando la acción con disertaciones retrospectivas.

Con justicia alguien llamó a Bourget: "biógrafo de almas". El las estudia desde antes que vengan al mundo. Pasa en revista los factores herencia, medio, educación, lecturas, amigos, pasiones, ideales, acontecimientos sociales o políticos mediatos e inmediatos... Y, con todo, no revive la vida: la describe, la explica.

Produce la impresión de aquel que,—después de haber analizado prolijamente la trama de un tejido, de haber estudiado las diferentes clases de fibras, desde sus orígenes, fabricación y coloración, después de haber desmontado la máquina tejedora hasta en sus más menudas piezas—fuera incapaz, no ya de fabricar por sí mismo ese tejido, sino hasta de explicarse el cómo y el porqué de la acción de la máquina sobre las fibras para producir tal combinación determinada. El análisis psicológico de Bourget es útil, es fecundo, pero es incompleto. Falta la síntesis, expresión de la vida; y falta porque quizás ese análisis es más profundo en apariencia que en realidad.

El análisis de una de sus obras, justamente célebre, "El Discípulo", nos permitirá examinar un fenómeno demasiado frecuente en la vida social moderna, que compromete la felicidad humana, corrompiendo en sus mismas fuentes el más noble de los sentimientos el amor y apartando de la dicha a todos los que pretenden someter la vida afectiva a un exceso de raciocinio, hasta olvidar que el corazón tiene razones que la razón ignora, según dijo Pascal.

El "dilettantismo sentimental" consiste, más que todo, en querer amar con la cabeza en vez de hacerlo con el corazón, lo que aleja de toda tendencia verdaderamente moral, y mata, en el mismo germen, las inclinaciones que en el ser humano están más de acuerdo con la humana naturaleza. Por otra parte, estos comentarios a la novela de Bourget, permiten poner de manifiesto el peligro que hay en apartarse de la vida y de la naturaleza, que deben ser las fuentes más grandes de la observación y de la educación, peligro al que no escapan aquellos cuyo temperamento morboso los lleva a meditar sin vivir, a cavilar sin observar, a metafisicar sobre conceptos puros en vez de buscar la verdad en las cosas que realmente educan el entendimiento: el hombre mismo y la naturaleza que le rodea. Los que no aman la vida, tal como es, se abisman en el peor de los desequilibrios, tejiéndose una vida falsa, cayendo en los más inmorales desequilibrios del sentimiento.

La novela de Bourget, aparecida en 1889, a raíz de un hecho criminal que preocupó a los psicólogos, plantea interesantes problemas. Un año antes, Chambidge, joven estudiante algerino, clasificado por Ferri entre los degenerados superiores, asesinó a su amante, madre honesta y feliz hasta el momento en que Chambidge la sedujo, hipnotizándola. Condenado el criminal a 8 años de trabajos forzados, redactó en la prisión sus "Memorias", análisis retrospectivo de su vida fisiológica y psicológica.

Roberto Greslou, de veintidós años de edad, el Chambidge de Paul Bourget, responsable de la muerte de su amante, aunque no autor directo del hecho, escribe en la prisión sus memorias dedicadas a su maestro, el sabio Alejandro Sixto.

Relátale su vida entera, rehecha con la clarovidencia con que el peligro extremo la hace desfilar ante los ojos del que se ahoga. Sus más lejanos recuerdos lo trasladan a Clermond—Ferrand, a una casa de piedra, edificada en una altura, dominando el valle.

Ve a su padre, pálido, delicado, severamente melancólico, estudiando en su escritorio, trazando en el pizarrón figuras de geometría o fórmulas algebraicas, con una nitidez, con una perfección, reveladoras de un acendrado amor al orden, a la exactitud.

Grandes libros de matemáticas llenan las bibliotecas; mapas astronómicos cubren las paredes; de los marcos de roble tallado, austeras caras de sabios parecen vigilar al pequeño Roberto que juega silenciosamente al calor de la estufa; el tic tac del péndulo cuenta al niño historias familiares interrumpidas bruscamente por el ruido del ferrocarril que pasa. Sus pobres nervios extremecidos comunícanle una extraña impresión; mezcla confusa de misterio, de algo que se alėja para no volver, del tiempo y de la vida que huyen: "Mi tendencia al ensueño, a la vida contemplativa nació allí, en el escritorio desde cuyas ventanas dominaba el valle y la montaña, por donde el tren huía llamándome con su silbato".

El valle y la montaña hablaban a su imaginación infantil con mayor poder de evocación que el de los magos y las hadas que hablan a los demás niños. Su padre, en largos, en silenciosos paseos, había hecho revivir ante sus ojos ávidos, ante su plástica inteilgencia infantil, la creación y el desarrollo de las flores, de los pájaros, de las hierbas, de las piedras, de la montaña y del llano, de los insectos y de los astros. Esa inteligencia sabiamente puesta en contacto con la naturaleza prometía fecunda mies. El placer de la vida ideativa, el goce supremo de la concentración del pensamiento, de la generalización, de asimilar el porqué de lo creado a nuestra causa interna siempre insaciable, esa beatitud, vedada a la gran mayoría, le fué ofrecida a Roberto como primer alimento intelectual.

Aptitudes heredadas facilitaron la tarea al educador: la facultad de generalizar era en su padre, más que poder, manía. El abuelo, campesino instruído, tuvo intuiciones geniales de inventor, mezcladas con rasgos de locura: "siempre en la familia paterna la potente inteligencia unióse a un impulso peligroso e indomable, vecino a la locura".

De la madre, sólo heredó Roberto la mirada brillante, con brillo de fiebre, la cara pálida y fina. Hijo y madre habitaban dos mundos internos, separados en absoluto. Roberto se bastaba a sí mismo intelectualmente, y vivía gustoso elaborando abstracciones.

Para la inteligencia mediana, para la voluntad enérgica de la madre, la vida se precisaba en formas concretas y simples: creyente fervorosa, si piensa en la religión ve "su" iglesia parroquial, el confesonario, el altar ante el cual comulga, los sacerdotes que conoce, el catecismo en que aprendió la doctrina. Admiradora apasionada de su marido, si piensa en él no ve más que la actividad positiva de su vida, los beneficios que le reporta, los honores, el cargo importante que desempeña.

El divorcio se acentuó insensiblemente entre esta inteligencia concreta, sensible, utilitaria, que para desarrollarse se exteriorizaba, y la poderosa abstracción de Roberto, tanto más potente cuanto más concentrada.

Un día, orando hincado al lado de la madre, Roberto se sorprendió a sí mismo preguntándole: "¿Por qué papá no oye misa con nosotros?" Y ante la respuesta: "Los niños no deben preguntar el por qué los padres hacen tal cosa', se rebeló abiertamente su inteligencia habituada a preguntar a todo lo que veía el porqué de su existencia. Reflexionando, se contestó a sí mismo que su padre, ser superior, inteligencia reconocida por todos, estaba exento, por su misma superioridad de ciertos deberes ineludibles para los demás.

Anotemos la germinación de esta idea unida al culto inconsciente de la superioridad intelectual.

La muerte del padre cierra en Roberto la exteriorización de toda afectividad. Como todos los queviven con preferencia una vida interna tuvo el pudor de sus sentimientos: se concentró para sufrir mejor.

La madre, ante esa vida de 11 años que seguía desarrollándose aislada, silenciosa, reconcentrada, sin dolor aparente, creyó que el hijo no había amado jamás al padre. Y un día Roberto oyó de labios de su madre algo que separó definitivamente esas dos almas:

"Sospecho que mi hijo no tiene corazón; desde el día que murió su padre, ni lo nombra siquiera". Ofendido ante esta duda, el niño ocultó con mayor empeño sus sentimientos, se recreó cada vez más en sus ideas, sintiendo acrecentarse así su yo interno.

Pero en sus relaciones con los demás disimuló, fué hipócrita, obligado por la necesidad en un principio, consciente y gustosamente después. Constituyóse a sí mismo en motivo de estudio; simulaba para gustar morboso placer: inventaba detalles, desfiguraba hechos, sostenía opiniones que sabía falsas, nada más que por ver actuar al otro".

66 66 Su yo subjetivo insinuaba al yo objetivo lo que debía decir, lo dirigía, preparaba la escena, gozaba del triunfo, luego, aislándose, se estudiaba a sí mismo". Comparándose con los demás, clasificábase de "ser superior", porque penetraba las intenciones y las ideas de los otros, mientras su yo verdadero quedaba fuera del alcance de toda tentativa de estudio.

La lectura, pasión precoz en Roberto, familiarizándolo con Shakespeare y con Scott, desarrolló su romántico, por los placeres imaginativos y abrió ancho horizonte a su subjetividad, confinándolo en un mundo fantásticoamor por Un día su madre lo sorprendió leyendo a "Ivanhoe'; con el pretexto de "que esas no eran cosas propias de su edad", suprimió las lecturas, contribuyendo así a acentuar el aislamiento intelectual de su hijo.

Su afectividad acentuada estalló en una crisis de misticismo. No sentía en la religión más que esa poesía del misterio que le cautivó desde niño, fundiendo su alma con el alma de las cosas. El ideal religioso fué, para él, una pasión que duró cuatro años.

Faltándole la afectividad inteligente de la madre, entregóse por entero a la religión y a la amistad..

Ante Emilio, un jovencito enfermizo, inteligente y bueno, Roberto irradió su ser entero. Mostróse tal cual era, y fué querido. En casa del amigo reanudó el placer de las lecturas vedadas; Hugo, Lamartine, de Lisle, Balzac, Heine, y, sobre todo, Musset, fueron devorados.

32 Identificóse con "Rolla". Su sensibilidad enfermiza aprendió a despreciar las virtudes modestas, patrimonio de una intelectualidad inferior. Aplicó a la religión su demoledor espíritu de crítica y volvió a surgir ante él la duda: "¿Por qué papá no iba a misa?" La falsa aureola con que el romanticismo rodeó a determinados vicios, deslumbró al joven. Leyendo, asimilaba con el pensamiento las intensas emociones, los placeres morbosos.

Esta intoxicación literaria y su consecuencia, una sensibilidad imaginativa intensísima en 'a época del crecimiento, determinó en Roberto una crisis sensual que lo hizo gozar y sufrir, desear siempre más y padecer acerbos remordimientos.

En las horas de calma estudiábase a sí mismo.

Constató la multiplicidad de personalidades que revestía inconsciente, naturalmente. Para su malre era el hijo sumiso, obediente, virtuoso; para Emilio era el exaltado que se transfiguraba sin cesar arrastrado por la pasión; para sus profesores era el estudioso infatigable, sin ambiciones venales; para su amante era un niño con deseos insaciables; para su director espiritual era un alma elegida que buscaba la verdad iluminada por la fe.

Y dentro de sí mismo veía a su yo subjetivo vivir con mayor intensidad todas esas vidas y muchas más, merced al desarrollo indomable de su imaginación. Y en el fondo sentíase impotente para dominar y dirigir su vida entera.

La muerte de Emilio cerró para. siempre, en Koberto, la manifestación de su verdadera personalidad.

Su afectividad desviada, enviciada, fué la válvala de seguridad que permitió a la locura lúcida conservar íntegra la personalidad subjetiva, que un doloroso escepticismo amenazaba minar.

Le faltó el remedio supremo; el régimen a seguir con estos desequilibrados, dotados de poderosa fuerza de abstracción, sería el de enseñarles a amar. El amor, irradiación de nuestra personalidad, restablece el equilibrio entre el sentimiento y la ideación concentrada, unifica los procesos internos, aumenia la vitalidad, da fuerza de resistencia en la lucha por la vida, permite al ser superior adaptarse al medio y dominarlo en vez de ser dominado. "El hombre es un punto que vuela llevado por dos grandes alas:

la una es el pensamiento, la otra el amor", como decía Hugo.

Roberto, en este momento decisivo, en lugar de amar se apasionó por una teoría que, acallando sus remordimientos, hablaba a su imaginación con hechos, como su padre habló al despertarla. Se apoderó de él la fiebre del neófito, semejante a la del primer amor en sus entusiasmos y en sus fervores.

Desgraciadamente el carácter de Roberto, peligroso de suyo, halló en esas doctrinas una orientación para el desarrollo de sus peores instintos: las teorías de Alejandro Sixto le demostraron que esa simulación, que él creyera hipocresía, le era impuesta fatalmente por la herencia, por su vocación de psicólogo, y que esas caídas sombrías en un sensualismo brutal, esos innobles placeres gustados más en imaginación que en acción, eran científicamente lógicos y naturales dados su temperamento, sus tendencias y el medio en que actuara. Alejandro Sixto, en la "anatomía de la voluntad", le revelaba los motivos necesarios, la ineludible lógica. Aplicando la teoría de la evolución a los estados conscientes demostraba que nuestras sensaciones más refinadas, nuestras delicadezas morales más sutiles, así como nuestras más bochornosas caídas, no son sino la última etapa del desarrollo de un instinto simple.

"El universo moral no es más que la consciencia dolorosa y extática del universo físico". "Del determinismo universal dependen muestros actos todos', los mejores y los peores.

"El porvenir entero enciérrase en el presente, como todas las propiedades del triángulo enciérranse en su definición". "Si conociéramos la posición relativa de todos los fenómenos que constituyen el universo actual, podríamos calcular, con exactitud igual a la de los astrónomos, el día, la hora, el minuto, en que Inglaterra—por ejemplo—evacuará las Indias; el lugar en que Europa quemará su último trozo de hulla; dónde tal criminal aun por nacer, asesinará a su padre; dónde tal poema, no concebido aún, será escrito". "Nuestras voliciones son hechos de determinado orden, regidos por determinadas leyes". "Para el filósofo no hay crimen sin virtud".

"La sociedad no puede prescindir de la teoría del bien y del mal, que no tiene otro significado que el de indicar un conjunto de consecuencias, útiles a veces, a veces pueriles". "La universal trama de los fenómenos hace que sobre cada uno de ellos recaiga el peso de todos los demás; de tal suerte que el átomo del universo, en cada segundo, puede ser considerado como un resumen de todo lo que fué, de todo lo que es y de todo lo que será". "Nuestros estados de conciencia aseméjanse a islas surgiendo en medio de un océano de tinieblas cuyo fondo jamás será co34 nocido. Está reservado al psicólogo el deducir, por medio de sondajes, la base común que hace de esas islas las cumbres visibles de una invisible cordillera inmóvil bajo la inmensidad movible de las aguas".

Roberto, intelectualizándose cada vez más, condensó estas teorías en una ética en concordancia con su personalidad. Todas sus punzantes dudas se calmaron. Su escepticismo absoluto era legítimo, puesto que Alejandro Sixto demostraba que toda hipótesis sobre una "causa primera" es un contrasentido, y que la idea de la existencia de esa causa primera es un absurdo, consecuencia de nuestra limitada razón; "que el universo expande sin comienzo y sin fin el flujo inextinguible de sus fenómenos".

Como consecuencia de todo ello, "la viril felicidad de la negación libertadora exaltaba en Roberto su orgullo intelectual. Un día, en el aniversario de la muerte de su padre, negóse a comulgar: "Déjame, madre. No creo ya";—y la madre execró desde ese día un nombre y un libro: a Alejandro Sixto y "La Psicología de Dios", libro fatal, abierto ante Roberto cuando confesó a su madre que no creía ya.

Nihilista intelectual declarado, para Roberto la inmoralidad no existía; la moralidad era un mito. El bien y el mal, la belleza y la fealdad, el vicio y la virtud, no eran más que objeto de simple curiosidad intelectual.

Tal como Bourget lo presenta, en sus primeros pasos, el rasgo más característico de este joven desequilibrado, es su exagerado intelectualismo y su ausencia de verdadera vida afectiva. Podríamos decir mejor: todos sus sentimientos y pasiones parecen concentrarse en torno de la exaltación de su egotismo, constituyendo el principio de un verdadero de lirio de grandezas de orden intelectual, complicado con la obsesión del análisis de la propia inteligencia.

Llevado a tan terribles extremos, una lógica terrible le condena a ver apagarse sus sentimientos altruistas y sociales, por incapacidad de comprender las teorías del metafísico que tomara por maestro, y por su falta de ponderación para distinguir, como hizo Kant, entre la verdad lógica de la razón pura y los postulados necesarios de la razón práctica. Sus pensamientos ajenos a la naturaleza y a la vida le condenaban, desde ya, a no comprender nunca la necesidad de entregarse ingenuamente a vivir, amando las cosas y los hombres, como son, sencillos, sin más complicaciones que las creadas por la imaginación del hombre mismo.

36 Roberto dedicóse a adorar su yo. Convirtióse en un epicureo intelectual. Religión, humanidad, ideales, sentimientos ajenos, no eran más que un pretexto para aplacar su insaciable sed de sensaciones nuevas. El culto del yo, convertido en idea fija, es un síntoma de locura. El auto—análisis es el más peligroso de los estudios, cuando no considera el yo sino en sí mismo y para sí, aislándolo de la corriente de la vida universal, olvidando que es ley fundamental de la existencia el intercambio, la irradiación de la vida.

El auto—análisis es, en cambio, fecundo cuando nos estudia, no sólo para conocernos y amarnos, sino también para conocer y amar a los demás. Ante el movimiento perpet de nuestro mecanismo interior, busquemos la cadena sin fin que lo liga a los engranajes de la sociedad y del universo. No olvidemos que la vitalidad, cuanto más intensa, es tanto más expansiva, tanto más consciente, más feliz, más fecunda y más duradera.

El auto—análisis morboso, ese disolvente de la personalidad, se exterioriza por la abulia. La acción sana es la coordinación del espíritu hacia un objetivo, es el equilibrio momentáneo del organismo que oscila alrededor de la vida, su movible centro de gravedad.

"Los penetrantes cálculos que apresan todas las re laciones de las cosas y todas las posibles consecuencias de nuestros actos, paralizan necesariamente nuestra facultad de acción' (Schlegel).

"El predominio mórbido de mi sistema nervioso, dice Roberto, hace que no tenga músculos capaces de contrabalancear la excitabilidad de mis nervios. Heredé de mi padre tal poder de abstracción que casi imposibilita en mí la menor exteriorización volitiva". "La intemperancia desenfrenada del desen trastorna a veces mi ser todo: las naturalezas abstractas somos incapaces de resistir a la pasión, porque la relación cotidiana entre la acción y el pensamiento está interrumpida".

Estas crisis espasmódicas de pasión eran vigiladas "impasiblemente" por la energía continua del pensamiento abstracto: "Siempre aspiré a ser, a la vez, afiebrado y lúcido, sujeto y objeto de mi análisis: mi condición primera es lúcida, inteligente, honesta, amante apasionada del estudio; mi condición segunda es tenebrosa, cruel, impulsiva". "Mi pensamiento es mi única realidad. El mundo externo es la indiferente y fatal suceción de apariencias.

Creo, con Spinoza, que la fuerza que permite al hombre seguir viviendo es limitada, por la de las externas, infinitamente superiores"as "El maestro le decía, en "La anatomía de la voluntad", que todas las almas deben ser consideradas como "experimentos" ofrecidos por la naturaleza.

Entre estos experimentos unos son útiles a la sociedad: virtudes; otros perjudiciales: vicios y crímenes. Estos últimos son los de mayor significación".

Roberto dedicó al maestro su monografía: "Multiplicidad del yo', y realizó su deseo de conocerle personalmente: "Aparecióseme como un moderno Spinoza, identificado con sus libros por la nobleza El de una vida consagrada por entero a pensar.

Maestro era para mí la encarnación de la certidumbre, lo que fué Margarita para Fausto".

Alejandro Sixto era un filósofo de profesión,, un manipulador de ideas, "un abstracteur de quintessenses", como diría Rabelais. En su juventud oca.sionóse una verdadera apoplegía de conocimientos metafísicos. Desde los 29 años escribió confinado en la soledad del pensamiento más íntegro. Su poder de generalizar, unido a una amplia erudición, ofrecióle, en filosofía, variedad de puntos de vista orientados hacia el más audaz nihilismo. Sus ideas eran para él la única realidad existente. En ellas reflejaba la vida de todo lo creado. Las delicias que le proporcionaba el poder de generalizar, lo hacían indiferente a todo lo que no fuera su vida interior. Lo abstracto era para él lo real, y apariencias las realidades cotidianas: "No hay misterio, no hay más que ignorancias. Recibía del mundo exterior la impresión flotante que dejaba en él reminiscencias vagas. Su única y potente memoria era la de las ideas. Hacía de sus doctrinas el centro del universo. Rompió con su familia "porque aquel que quiere conocer la verdad en el dominio de la ciencia psíquica, debe reducir los lazos sociales a su mínimum de expresión (Anatomía de la voluntad). Siguiendo a Spinoza no practicaba la caridad "porque en un sabio que vive de acuerdo con la razón, la piedad es inútil y daño"sa. Demostró experimentalmente en su "Etica" que el cristianismo, con su promesa de un padre celestial y de una vida futura, desarrolla en el hombre el desdén por la realidad, amenguando el valor para soportar las duras leyes naturales". Jamás leyó un diario, ni agradeció una, crítica elogiosa. Su vida era tan ordenada como la de Kant, "porque el orden, liberta el pensamiento" (Descartes).

Alejandro Sixto, esa austera metafísica en acción, ese negador de toda libertad, ese fatalista que descomponía la virtud y el vicio como un químico descompone un ácido, ese audaz profeta "del universal mecanismo", vivió en la más perfecta armonía de su corazón y de su inteligencia, ocultando a todos, hasta a sí mismo, su hermosa alma ingenua y buena. Su profesión era observar el corazón huinano. "Conocerlo experimentalmentalmente es poder reproducir a voluntad tal o cual fenómeno, reproduciendo sus causas". "Una vez conocidas las condiciones exactas que originan determinada pasión, provocar a voluntad tal pasión en el sujeto.

Y cuando Roberto, con su extraordinaria erudición, con su maravilloso poder de razonar, con su entusiasta y sincera elocuencia, quejábase de que no se permitieran realizar experimentos psicológicos en los condenados a muerte, el maestro objetaba que "por ahora debemos contentarnos con las experiencias ofrecidas por la naturaleza y por la casualidad." "Los niños son los mejores sujetos de experimentación. Pero cómo hacer comprender la utilidad científica de provocar sistemáticamente en ellos ciertos defectos, determinados vicios..." "" Sabido es que ese metafísico crimen y virtud eran palabras huecas, puro convencionalismo social, a vece útil, a éces pueril". Estas teorías nihilistas se conservaron inofensivas mientras no fueron practicadas más que por su creador, instintivamente bueno y tan unilateral, tan incompleto como ellas.

Pero en cuanto fueron asimiladas por Roberto, cerebro de veinte años, devastado por el orgullo, por la sensualidad y por morbosas curiosidades, produjeron el mismo efecto que una herida, la más inofensiva posible, produce en un cuerpo envenenado por la diabetes. Roberto abrió ancho paso a la locura lú cida, de cuya tendencia, innata en él, sóló un amor sano hubiera triunfado; su afectividad; cada vez más desviada, cada vez morbosa, fué el último esfuerzo de su yo para impedir la intelectualización absoluta, fronteriza con la locura.

Encerrado en su yo subjetivo, no saliendo de él sino para verlo desarrollarse en sus auto—experimentos psicológicos, llegó a sentirse incapaz de obrar si una idea neta no lo dirigía. El sentimiento de impotencia de salir de su yo, y el culto idolátrico que a este yo profesara, fueron los síntomas, cada vez más netos, de su desequilibrio.

La vanidad, esa reacción ingenua del yo sobre el mundo exterior, crece en los hombres en razón directa del desequilibrio de la personalidad. A medida que la acción inhibi lora disminuye, aumenta la reacción por reflejos. Una ponderación exacta del yo interno, una mejor coordinación de los fenómenos mentales, una plena conciencia de sí mismo, una esclarecida reflección, dándonos instintivamente el sentido del propio valer, debilitan la vanidad.

Los locos y los criminales, seres parcialmente sociables o sociables por intermitencias, ignoran toda afectividad íntima, continuada: sufren crisis emotivo—impulsivas. Una poderosa inteligencia puede aunarse con tendencias a la locura o al crimen. Jamás estas tendencias coinciden con el desarrollo nor mal de la afectividad. En la locura lúcida las facultades intelectuales sutiles, poderosísimas, orientan a menudo hacia el crimen, merced a la ausencia de frenos, de escrúpulos, de obstáculos.

Este es el más grave daño de la mala cultura del espíritu. Entre los desequilibrados se recluta la mayor parte de los diletantes sentimentales, cuya perturbación es estimulada por lecturas que comprenden ma!, o entienden a medias. La falta de espíritu crítico es una falta de defensa contra las malas lecturas, y son malas todas las que el lector no entiende o puede entender a su manera.

Escritores como Schopenhauer o Nietzche son tanto más peligrosos cuanto mayor es su genio, pues sugestionan más a los que no saben distinguir, en su literatura, el fondo moral que refleja un desequilibrio de todos los sentimientos. Y lo mismo podría decirse de todos los metafísicos que plantean problemas falsos y los resuelven con juegos de palabras, desorientando a los que llegan hasta ellos sin tener de antemano un conocimiento científico de la naturaleza, que les impida tomar por ciencia o por filosofía sus más disparatadas paradojas. Alejandro Sixto pudo sugestionar a su discípulo porque era éste, además de alocado, ignorante de la vida, intoxicado por la literatura de fantasía, y sólo así podía creer que el mundo de las ideas existía con abstracción del mundo de la realidad, y que la virtud y e!

crimen eran palabras huecas en vez de ser valores seculares de la vida en sociedad, que de otro modo fuera inconcebible.

La primera crisis emotivo—impulsiva estalla en el yo subjetivo de Roberto y logra ser inhibida. Fué una crisis de odios heredados, de lucha de razas, de rivalidades entre él—tipo humano intelectualizado, casi abstracto—y el conde Andrés,—tipo humano de sólida, bella, enérgica armonía física y moral.

Roberto, el plebeyo, el egoista, el intelectual, trasplantado en un medio aristocrático, afectivo, franco, sentimental, fundamentalmente honrado y noble, establece comparaciones. Andrés, el hermano mayor de su discípulo, joven oficial de noble alcur nia, personificación de la voluntad como condensadora del pensamiento y de la acción, para quien la mentira es un estigma, despertó en Roberto, a raíz de uma antipatía admirativa y de un examen autocrítico, "la duda sobre la absoluta superioridad de su yo'. No sería un obstáculo, para alcanzar la perfección del yo, esa falta de paralelismo entre su vida pensada y su vida vivida?

la Al sentirse "incompleto", la envidia le ofreció como presa, a él, tipo—pensamiento, el conde Andrés, tipo—acción. El odio hacia Andrés, realización viviente de lo que a él le faltaba; el deseo de vivir objetivamente su vida subjetiva, avivando en Roberto su curiosidad pasional mal extinguida, le hizo sentir nostalgias de experiencias sentimentales, en el momento preciso en que una joven hermana de su rival se encontraba a cance. "Resoly realizar esa "vivisección sentimental' sin amar a Carlota, por pura curiosidad de psicólogo, por el placer de desdoblarme, de probarme a mí mismo que era capaz de actuar, por el deseo de manejar un alma viva, por contemplar el mecanismo de las pasiones, por vanidad intelectual, por la cruel voluptuosidad de humillar a mi rival, el conde Andrés, hermano de Carlota"su alLa joven, viviendo en un castillo perdido en las montañas de Auvernia, aislada moralmente en medio de su familia egoísta, que no la comprendía, hija de un enfermo imaginario, con tendencias, ella misma, a la hipocondría por el desarrollo casi morboso de su sensibilidad, era el terreno más apropiado para que Roberto realizara su voluntad subjetiva. Una gran afectividad uníase en ella, a una enérgica voluntad:

la hermosa línea sinuosa de sus labios dejaba traslacir una bondad casi divina; el enérgico mentón simbolizaba una rara fuerza de voluntad; la profundidad de la mirada, a veces inmóvil, como atraída por lo invisible, traicionba una tendencia fatal hacia la idea fija, mientras que el extraño temblor que, repentinamente, agitaba sus manos. y sus labios, denunciaban el desarrollo exagerado de su sensibilidad.

Esta sensibilidad refinada le hizo temer la realidad, desfigurarla, dotándola de calidades que ella forjaba ingenuamente: su extrema bondad iluminaba todo lo que recibía del mundo real. Así, su madre, excelente ama de casa, mujer grande y fuerte, de rasgos un poco groseros—parecíale "fina y delicada"; su padre, tan cruelmente egoísta "la bondad misma"; su hermano Andrés, imperioso, absolutista, "se desvivía por preocuparse de los demás".

Ignorábase a sí misma, como ignoraba a los que la rodeaban.

En esta completa soledad moral, Carlota languidecía bajo el anhelo imperioso de compartir con alguien su vida afectiva. Llena de un amor admirativo por Andrés, que encarnaba las aspiraciones de la familia, su alma iba a ser vivisectada por el Discípulo, para satisfacer un odio instintivo. "Mi deseo de seducirla era alimentado por la cruel voluptuosidad de humillar a ese soldado, a ese gentilhombre, a ese creyente, ultrajándolo en su hermana, en el ser que más quería". "Este matiz odioso de mis sensaciones es, en el último análisis, tan “fatalmente necesario" en mí, como lo era la gracia algo romántica en Carlota o la potente energía en el conde Andrés".

Dominada "la impotencia de salir de su yo, determinado a la acción por la idea neta" de "practicar una vivisección, Roberto se dedicó a estudiar, en "La Teoría de las Pasiones", de Alejandro Sixto, esas 200 páginas sobre el amor, las condiciones exactas que originan esa pasión, para provocarla a voluntad en el sujeto".

Y poniendo en práctica los principios de que "en el fenómeno de la piedad femenina hay un elemento que confina con la emoción sexual, me decidí a excitar la piedad de Carlota fingiéndome triste a consencuencias de un desengaño amoroso porque según Alejandro Sixto, en la mayoría de los seres no germina el sentimiento más que por imitación" y porque los celos pueden preceder al amor".

Anotó, día a día, los resultados obtenidos, en un diario: "Mi laboratorio psicológico", en cuya primera página escribió: "Spinoza se alababa de estudiar los sentimientos humanos, como los matemáticos estudian sus figuras geométricas; el psicólogo moderno debe estudiarlos como combinaciones químicas elaboradas en un alambique, sintiendo que ese alambique no sea tan transparente ni tan fácil de manejar como los de laboratorio". Yo, el biznieto de labradores, iba a seducir a una descendiente de nobles señores por la sola fuerza dei pensamiento". Carlota atravesaba una crisis de sensibilidad imaginativa, como Laertes dice a Ofelia: "durante la juventud no sólo crece y aumenta nuestro cuerpo en fuerza y en tamaño: el corazón se desarrolla con él y las funciones internas del alma se extienden y se agrandan con el templo donde el alma reside".

El Discípulo sabía bien que en momentos tales toda novela amorosa obraría por peligrosa sugestión:

"Decidí obsesionar ese cerebro desocupado despertando en él la curiosidad por lo romántico, poniendo bajo los ojos de Carlota descripciones de sentimientos análogos a los suyos; haciéndola asimilar emociones jamás gustadas que la hechizaban" y el Discípulo practicó sabiamente esa intoxicación literaria, proporcionando a Carlota, en el momento propicio, el idilio casto y ardiente de "Eugenia Grandet" o familiarizándola con las peligrosas heroínas de Musset o de George Sand.

66 "Su sensibilidad imaginativa sobreexcitada, igualándola a mí, hacíala vivir en contacto íntimo con mi pensamiento"; "y como toda relación entre dos seres reposa en una ilusión", "en los libros que yo le facilité, Carlota buscaba tan sólo algo de mí mismo, mi manera de sentir y de pensar, como lo demostraban sus ingenuas y apasionadas preguntas".

Pero, bien a pesar suyo, la gracia ingenua de Carlota penetraba en el Discípulo y "el animal impuro, injertado en mí sobre el animal pensante, despertó".

Desapareciendo la idea fija bajo la ola afiebrada del deseo, renació en Roberto la abulia, la impotencia de actuar, la timidez.

Señalemos ese otro rasgo característico del dilettantismo sentimental: la incapacidad de amar, la falta de síntesis mental para vivir en el sentido fijado por un sentimiento o por una pasión. Roberto Greslou, envenenado por sus propias quimeras metafísicas, comienza a sentirse paralizado entre la vida que le invita a amar y a vivir, y su enfermedad del análisis que le aparta de la vida misma. El que se acostumbra a jugar con sus propios sentimientos, o con los ajenos, lo que es peor, sin duda—acaba por forjar su propia infelicidad y por destruir la felicidad de los demás.

Con la aparición del deseo coincidió la llegada de la primavera. Nueva vida se infiltró en Roberto:

"Sentí que el hielo de mis ideas abstractas se fundía". El amor era, para ese pobre ser desequilibrado, la salvación a condición de que se entregara a él sanamente, de que no lo envenenara con sus locas paradojas. Un día, en medio del resurgimiento primaveral, la declaración de su amor brotó espontánea ante Carlota, muda de asombro y de dolor.

La joven amaba a un Roberto, que ella había forjado de acuerdo con lo que el Discípulo fingía, con la interpretación y comentarios de las lecturas que ambos hacían y, sobre todo, de acuerdo con ella misma, con su ingénita bondad, que tenía todo lo que Carlota amaba. Ella quería a "ese Roberto", pero su orgullo patricio le hacía ocultar ese amor como se oculta un crimen: no midió la profundidad de sus sentimientos, ni imaginó que de ella estribaba la salvación del Discípulo. Venciéndose, después de larga lucha, pretextó razones de salud y, dejando a sus padres, se trasladó a París.

El amor sano, puro, había realizado en Roberto el milagro de vencer su idea fija. Mentida era esa impotencia de salir de su yo si una idea neta no lo guiaba. El amor había descentralizado su personalidad. Amando, no sólo había "salido de su yo', sino que se había fusionado con el yo amado, asimilándolo a sí mismo, dándole lo menos innoble que en en sí tenía: su poderosa imaginación; mientras que él, por su parte, había asimilado de ese otro yo algo de su ingénita bondad hasta llegar, él, el Discípulo, a renunciar a esa vivisección en el momento que triunfaba, a horrorizarse por haberla emprendido.

Pero Carlota, al abandonarlo, llevóse con ella la atmósfera de juventud, de pureza y de bondad que envolvía a Roberto. El Discípulo renació con nuevos bríos. Replegóse sobre sí mismo, decidido a proseguir esa vivisección, sin amor, con encono, tan sólo por adornar su yo con nuevas sensaciones.

Un resto de la nobleza que Carlota despertara en él le hizo preguntarse: "Tengo derecho a seducirla?" Pero ya el antiguo Discípulo estaba armado con todas sus armas y pronto para contestar, con Spinoza: "Nuestro derecho limita con nuestro poder".

Y escribió a Carlota simulando un amor ferviente y desinteresado. Actor y espectador a la vez, si yo subjetivo llegó a interesarse con esta comedia. Y el amor, un amor impotente, lleno de rabiosos celos, estalló de nuevo en el Discípulo cuando el Marqués le comunicó que su hija Carlota se casaba en París con un amigo del Conde Andrés. Siempre ese odiado rival. Su vivisección estaba perdida. Y allá, en el fondo de su ser, a pesar del desprecio, a pesar del ultraje, con rabia impotente, sentíase amando a Carlota: su inteligencia, que ideó ese plan de vivisección sentimental, la amaba; sus deseos que la soñaron suya, la amaban; la amaban sus recuerdos, que la revivían bella y buena.

Castigóse a sí mismo para dominarse. Atacó el pensamiento con el pensamiento: estudió, estudió sin cesar con inútil empeño. Siguiendo el consejo de Goethe ensayó aplicar su pensamiento al dolor que lo abatía, para ver de dominarlo. Su juventud respondía con un grito de deseo: ¡ Carlota! Ultrajóse a sí mismo, entregándose a sensuales excesos, y de ellos surgió una resolución que le pareció salvadora:

el suicidio.

66 Matándose tornaba contra él mismo esa locura destructora que se despierta misteriosamente al aparecer el amor". (Teoría de las pasiones, de Alejandro Sixto).

Roberto, ansiaba la muerte libertadora, la que rompería, al fin, la cadena que lo amarraba a sus sentimientos, a sus deseos, a sus recuerdos; la muerte que interpondría para siempre su imagen entre Carlota y su prometido.

El regreso de Carlota al castillo, la seguridad de que ella lo ama, de que lo sacrifica a rancias preocupaciones, de que si él no se suicida ella será de otro, fortifica su resolución.

Y ante la idea neta" del suicidio, que lo "determina" a la acción, desdóblase de nuevo la personalidad del Discípulo.

Veíase sufrir con impasible lucidez. El yo objetivo actuaba con independencia casi absoluta del yo subjetivo. Ante los preparativos del suicidio, el yo interno experimentaba indefinible sensación de automatismo lúcido, de soñar despierto.

Y, con serenidad absoluta, Roberto escribía a Carlota, a Alejandro Sixto, y a su madre, despidiéndose.

Esa noche, cuando iba a consumar su suicidic, Carlota se le aparece. Viéndola llena de juventud y de pureza, decidida a morir con el amado, el vértigo del deseo se apoderó de Roberto: había, implícita, una condición de honor: el suicidio. Carlota venía a morir con él, no a vivir con él.

Al día siguiente Carlota se despertó sobresaltada: "Qué horrible pesadilla. Soñé que mi hermano Andrés (s perseguía, Roberto". La imagen de ese hermano, tan acerbadamente odiado, interpuesta cuando la posesión había matado en Roberto el ser pasional, hizo surgir de nuevo en el Discípulo el proyecto de vivisección. Huirían juntos serían felices y, humillándolo, demostraría al Conde Andrés su superioridad. Y se mostró por entero ante Carlota. Ese ser cobarde y vil, que temía la muerte, que no cumplía lo prometido, no era el Roberto que ella imaginara.

Y el amor de Carlota tornóse en odio, cumpliéndose así la ley psicológica que enseña que odio y amor son una misma cristalización de sentimientoscon valor negativo el primero, con valor positivo el segundo.

A partir de este momento psicológico, Bourget no se preocupa más que en desenredar la madeja de sentimientos encontrados, en hallar un final rápido y efectista. Así, por ejemplo, es inexplicable la demora de Carlota en realizar su proyectado suicidio, si no buscamos la causa en dar tiempo a que regrese el conde Andrés y castigue al Discípulo. Es inexplicable la actitud de espectadores impasibles, asignada a los padres de Carlota. Ante la larga y dolorosa crisis pasional, ni siquiera la madre, menos egoista que el padre, ese enfermo imaginario—más próxima a Carlota, por el sexo, se da cuenta que esa joven, enloquecida por el dolor, no es la feliz prometida próxima a casarse. En la conversión semi—milagrosa del Maestro, Bourget, novelista tendencioso, encarna un símbolo la necesidad de conciliación entre las verdades científicas y los sentimientos religiosos. Pero, como no desarrolla lógicamente su tesis, no logra convencer.

Tal es el resultado sombrío a que el dilettantismo sentimental arrastra a los intoxicados por la literatura malsana. No es ciencia, ni filosofía, la que rompe en el hombre los moldes de sus más nobles sentimientos; es simple literatura criminal, disfrazada de ciencia, con oropel de filosofía. Y es triste lección para los que siembran paradojas sin saber si caerá la semilla en surcos enfermos; son paradojas, y no otra cosa, las especulaciones abstractas con apariencias de razón, pero sin fundamento en la observación de la naturaleza, sin respeto a las leyes de la vida humana, que son, ante todo, solidaridad social, simpatía, armonía, bondad, amor.

La lectura de las "Memorias" del Discípulo remueve en Alejandro Sixto el fondo bueno y noble de su naturaleza: "Existe entre vos, maestro insigne, y yo, vuestro discípulo, acusado del crimen más infame, un lazo que quizás el mundo no sabrá apreciar, pero que siento en mí, estrecho e indisoluble: "He vivido "de" nuestro pensamiento y 'en" nuestro pensamiento, tan apasionada, tan completamente en el momento más decisivo de mi existencia".

66 Y el maestro extremecíase al leer la cita de aquel pasaje de sus obras. Parecíale que algo de su personalidad quedaba mancillado, enlodado, gangrenado. Veíase a sí mismo en ese vil discípulo, pero veía a su yo unido a los sentimientos que más detestaba.

Su pensamiento, actuando, corrompía. Habría consagrado a sus teorías treinta años de vida pura; habría adorado la verdad, ante cuyo altar sacrificó fortuna, honores, familia, salud, amistad; se habría aislado en sí mismo, suprimiendo en él el ser sentimental, para ver, en la práctica, a sus teorías envenenando un alma, contagiándole un germen de muerte?

Precisamente ahí estaba la culpabilidad, la responsabilidad del maestro: en haber ahogado, a sabiendas, su ser sentimental; "en haber vivido unilateralmente la vida, y después de fabricar, en la soledad más absoli ta de su único pensamiento, teorías de acuerdo con la razón pura, pretender generalizarlas, querer guiar la vida humana como si la vida del hombre fuera tan solo vida de la inteligencia, como si el hombre no fuera un animal que piensa, que siente y que quiere, con relativa libertad".

Las teorías unilaterales, cuanto más perfectas son, son tanto más destructoras. Inofensivas en apariencia, dan desastrosos resultados. Llevan latente un germen de destrucción, porque no es posible deformar substancialmente la naturaleza humana sin cortar en lo vivo, sin destruir lo que se opone a la realización de sus teorías.

El Discípulo mismo encárgase de demostrar que las leyes de Alejandro Sixto no son aplicables ni aun a él mismo, tipo humano degenerado, que se aproxima, por la casi absoluta intelectualización, al tipo creado por el Maestro. Contándole su negativa a suicidarse, aun después del "¡Cobarde!" con que lo azotó Carlota, dice el discípulo qué: "Este episodio de mi vida será calificado de vergonzoso por los hombres; pero no por mí, que aprendí de vos, Maestro insigne, que esas palabras no tienen sentido". Y un poco más lejos se lee: "Puesto que todo es nece66 sario, tanto"en" nosotros como en torno" de nosotros; ¿por qué esta idea tan lúcida no destruye en mí el sufrimiento que me invade al recapacitar sobre mi vida? Tengo "remordimientos, aun cuando mis doctrinas filcsóficas, las verdades en que creo, las convicciones que forman la esencia misma de mi inteligencia, me digan que el "remordimiento" no existe. Dudo con mi corazón de lo que afirma mi cerebro. Por eso acudo a vos, médico del alma. Dadme la clave de este enigma, decidme que no soy un monstruo, probadme que no me equivoqué al adheri mi íntima energía de creyente sincero a la nueva fe que vos predicáis". "Escribidme, Maestro. Alentadme para que persevere en la doctrina que justifica hasta nuestros actos más detestables, más funestos; que hace que hasta mi premeditada tentativa de seducción, mi cobarde actitud al negarme a cumplir el pacto de muerte que Carlota y yo sellamos, dependa del conjunto de leyes de este inmenso universo. Decidme que no soy un monstruo, que los monstruos no existen, puesto que todo es necesario:

que estaréis a mi lado si salgo con vida de esta crisis suprema, que me llamaréis aun vuestro discípulo, vuestro amigo, vuestro hijo intelectual".

Ante este grito de dolor, Alejandro Sixto, el me tafísico de la universal necesidad, sintió remordimientos, a pesar de que su razón le gritara: "Eres tan culpable de esa felonía, como el químico que descubrió la dinamita es culpable de que los anarquistas la empleen en sus atentados".

Abordemos con Alejandro Sixto el. problema de la responsabilidad: el Discípulo planteóselo con el de la libertad, al preguntarse: ¿El destino crea fatalmente nuestro pensamiento o, por el contrario, nuestro pensamiento modela nuestro destino? Amiel, ese auto—disecador psicológico, contéstale: "El hombre no es más que lo que llega ser, pero no llega a ser más que lo que es', asignando como límite a la libertad individual, forjadora de la personalidad, el determinismo externo: "La causa interna, concurriendo con la causa externa, en todo acto humano".

Por eso creo que el hombre, relativamente libre, es responsable, porque es un ser que razona, porque es un ser capaz de hacerse a sí mismo, dado que adquiere la noción social del deber y está en sus manos convertirla en ideal firmísimo de su propia conducta.

De ahí que, hasta cierto límite, halle razón a Brunetiére, cu ndo afirma que los metafísicos nihilistas, "que osan atacarlo todo, que todo lo niegan, son tan culpables como los que ponen en práctica sus teorías. Los sabios son responsables de las teorías que sostienen"; pero no tanto que pueda negarserazón a Ribot cuando sostiene que "no hay progreso sin la absoluta libertad del pensamiento, aun cuando la libertad implique el peligro del error. La verdad es siempre sana. Ni la moral, ni la sociedad, ni la humanidad, pueden basarse en el error y en la rutina". Y de ahí, finalmente, que crea con Ferri que "la ciencia no hace a los criminales: por cierto mimetismo social las teorías científicas en boga tiñencoloran las tendencias de los desequilibrados, de los degenerados que se escudan tras ellas".

El mal no está en la ciencia. El mal está en la ignorancia que impide el sentido crítico y hace confundir con las ciencias mismas las consecuencias absurdas que de ellas deducen los desequilibrados morales. Una educación verdaderamente integral, debería sembrar desde la niñez los fundamentos sociales de la moral, para impedir que la vida afectiva pueda ser intoxicada, caer, hombres y mujeres, en el dilettantismo sentimental.

¡Haya menos 'Madame Bovary" y menos "Roberto Greslou"! Por eso condeno en la novela moderna esa predilección por los casos de sentimentalidad patológica, predilección que desde Flaubert, los Goncourt, Zola, hasta Bourget, no ha hecho más que poblar cada vez más el círculo del infierno dantesco, donde se encuentran "aquellos que lloraron durante su vida, cuando pudieron ser felices".

  1. Ensayo póstumo, publicado en la "Revista de Filosofia" (Mayo de 1917) con la siguiente nota de su director: "Entre otros muchos escritos inéditos de Raquel Camaña que merecen publicarse, damos la preferencia al presente, escrito en 1908, como trabajo monográfico del curso de psicología, en la Universidad; el tema le fué señalado por su profesor, que hoy publica el trabajo sin otra alteración que el cambio de título, pues en su tiempo ile vaba el de "Psicología de El Discípulo, de Paul Bourget". El manuscrito, que nos ha entregado gentilmente su familia, es, sin duda, una nueva redacción de la autora, de fecha poco anterior a su muerte".