El diablo cojuelo/IX
Tranco IX
Y saliéndose al ejercicio de la noche pasada, aunque las calles de Sevilla, en la mayor parte son hijas del Laberinto de Creta, como el Cojuelo era el Teseo de todas, sin el ovillo de Ariadna, llegaron al barrio del Duque, que es una plaza más ancha que las demás, ilustrada de las ostentosas casas de los Duques de Sidonia, como lo muestra sobre sus armas y coronel un niño con una daga en la mano, segundo Isaac en el hecho, como ese otro en la obediencia, el dicho que murió sacrificado a la lealtad de su padre don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, alcaide de Tarifa; aposento siempre de los asistentes de Sevilla, y hoy del que con tanta aprobación lo es, el conde de Salvatierra, gentilhombre de la cámara del señor infante Fernando y segundo Licurgo del gobierno. Y al entrar por la calle de las Armas, que se sigue luego a siniestra mano, en un gran cuarto bajo, cuyas rejas rasgadas descubrían algunas luces, vieron mucha gente de buena capa sentados con grande orden, y uno en una silla con un bufete delante, una campanilla, recado de escribir y papeles, y dos acólitos a los lados, y algunas mujeres con mantos, de medio ojo, sentadas en el suelo, que era un espacio que hacían los asientos, y el Cojuelo le dijo a don Cleofás:
-Ésta es una academia de los mayores ingenios de Sevilla, que se juntan en esta casa a conferir cosas de la profesión y hacer versos a diferentes asuntos; si quieres (pues eres hombre inclinado a esta habilidad), éntrate a entretener dentro; que por huéspedes y forasteros no podemos dejar de ser muy bien recibidos.
Don Cleofás le respondió:
-En ninguna parte nos podemos entretener tanto: entremos en hora buena.
Y trayendo en el aire, para entrar más de rebozo, el Diablillo dos pares de antojos, con sus cuerdas de guitarra para las orejas, que se los quitó a dos descorteses, que con este achaque palían su descortesía, que estaban durmiendo, por ejercerla de noche y de día, entraron muy severos en la dicha Academia, que patrocinaba, con el agasajo que suele, el conde de la Torre, Ribera, y Saavedra, y Guzmán, y cabeza y varón de los Riberas. El presidente era Antonio Ortiz Melgarejo, de la insignia de San Juan, ingenio eminente en la Música y en la Poesía, cuya casa fue siempre el museo de la Poesía y de la Música. Era secretario Álvaro de Cubillo, ingenio granadino que había venido a Sevilla a algunos negocios de su importancia, excelente cómico y grande versificador, con aquel fuego andaluz que todos los que nacen en aquel clima tienen, y Blas de las Casas era fiscal, espíritu divino en lo divino y humano. Eran, entre los demás académicos, conocidos don Cristóbal de Rozas y don Diego de Rosas, ingenios peregrinos que han honrado el poema dramático, y don García de Coronel y Salcedo, fénix de las letras humanas y primer Píndaro andaluz.
Levantáronse todos cuando entraron los forasteros, haciéndolos acomodar en los mejores lugares que se hallaron, y, sosegada la Academia al repique de la campanilla del Presidente, habiendo referido algunos versos de los sujetos que habían dado en la pasada, y que daban fin en los que entonces había leído con una silva el Fénix, que leyó doña Ana Caro, décima musa sevillana, les pidió el presidente a los dos forasteros que por honrar aquella Academia repitiesen algunos versos suyos que era imposible dejar de hacerlos muy buenos los que habían entrado a oír los pasados; y don Cleofás, sin hacerse más de rogar, por parecer castellano entendido y cortesano de nacimiento, dijo:
-Yo obedezco con este soneto que escribí a la gran máscara del Rey nuestro señor, que se celebró en el Prado alto, junto al Buen Retiro, tan grande anfiteatro, que borró la memoria de los antiguos griegos y romanos.
Callaron todos, y dijo en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán, de esta suerte:
- Soneto
- Aquel que, más allá de hombre, vestido
de sus propios augustos esplendores,
al Sol por virrey tiene, y en mayores
climas su nombre estrecha esclarecido,
- aquel que, sobre un céfiro nacido,
entre los ciudadanos moradores
del Betis, a quien más que pació flores
plumas para ser pájaro ha bebido,
- aquel que a luz y a tornos desafía,
en la mayor palestra que vio el suelo
cuanta le ve estrellada monarquía,
- es, a pesar del bárbaro desvelo,
Filipo el Grande, que, árbitro del día,
está partiendo imperios con el Cielo;
aplaudiéndolo toda la Academia con vítores y un dilatado estruendo festivo; y apercibiéndose el Cojuelo para otro, destosiéndose como es costumbre en los hombres, siendo él espíritu, dijo de este modo:
- A Un sastre tan caballero, que no quería cortar los vestidos de sus amigos, remitiéndolos a su masebarrilete
- Soneto
- Pánfilo, ya que los eternos dioses,
por el secreto fin de su juicio,
no te han hecho tribuno ni patricio,
con que a la dignidad del César oses,
- razón será que el ánimo reposes,
haciendo en ti oblación y sacrificio;
que dicen que no acudes a tu oficio
estos que cortan lo que tú no coses.
- Los ojos vuelve a tu primer estado:
las togas cose, y de vestirlas deja;
que un plebeyo no aspira al consulado.
- Esto, Pánfilo, Roma te aconseja;
no digan que de plumas que has hurtado
te has querido vestir, como corneja.
El soneto fue aplaudido de toda la Academia, diciendo los más noticiosos de ella que parecía epigrama de Marcial, o en su tiempo compuesto de algún poeta que le quiso imitar, y otros dijeron que adolecía del Doctor de Villahermosa, divino Juvenal aragonés, pidiendo el conde de la Torre a don Cleofás y al Cojuelo que honrasen aquella junta lo que estuviesen en Sevilla, y que dijesen los nombres supuestos con que habían de asistirla, como se usó en la Corusca1 en la academia de Capua, de Nápoles, de Roma y de Florencia, en Italia, y como se acostumbraba en aquella. Don Cleofás dijo que se llamaba el Engañado, y el Cojuelo, el Engañador, sin entenderse el fundamento que tenían los dos nombres; y repartiendo los asuntos para la academia venidera, nombraron por presidente de ella al Engañado, y por fiscal al Engañador, porque el oficio de secretario no se mudaba, haciéndoles esta lisonja por forasteros y porque les pareció a todos que eran ingenios singulares. Y sacando una guitarra una dama de las tapadas, templada sin sentirlo, con otras dos cantaron a tres voces un romance excelentísimo de don Antonio de Mendoza, soberano ingenio montañés y dueño eminentísimo del estilo lírico, a cuya divina música vendrán estrechos todos los agasajos de su fortuna. Con que se acabó la Academia de aquella noche, dividiéndose los unos de los otros para sus posadas, aunque todavía era temprano, porque no habían dado las nueve, y don Cleofás y el Cojuelo se bajaron hacia el Alameda, con pretexto de tomar el fresco en la Almenilla, baluarte bellísimo que resiste a Guadalquivir, para que no anegue aquel gran pueblo en las continuas soberbias avenidas suyas. Y llegando a vista de San Clemente el Real, que estaba en el camino, a mano izquierda, convento ilustrísimo de monjas, que son señoras de todo aquel barrio, y de vasallos fuera de él, patronazgo magnífico de los Reyes, fundado por el santo rey don Fernando, porque el día de su advocación ganó aquella ciudad de los moros, le dijo el Cojuelo a don Cleofás:
-Este real edificio es jaula sagrada de un serafín, o Serafina, que fue primero dulcísimo ruiseñor del Tejo, cuya divina y extranjera voz no cabe en los oídos humanos, y sube en simétrica armonía a solicitar la capilla empírea, prodigio nunca visto en el diapasón ni en la naturaleza; pero no por eso privilegiada de la envidia.
A estas hipérboles iba dando carrete (verdades pocas veces ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de risa y aplausos de regocijo en una casa baja, edificio humilde que se indicaba de jardín por unas pequeñas verjas de una reja algo alta del suelo, que malparía algunos relámpagos de luces, escasamente conocidos de los que pasaban. Y preguntole al Cojuelo don Cleofás qué casa era aquella donde había tanto regocijo a aquellas horas. El Diablillo le respondió:
-Éste se llama el garito de los pobres; que aquí se juntan ellos y ellas, después de haber pedido todo el día, a entretenerse y a jugar, y a nombrar los puestos donde han de mendigar ese otro día, porque no se encuentren unas limosnas con otras. Entremos dentro y nos entretendremos un rato; que sin ser vistos ni oídos, haciéndonos invisibles con mi buena maña, hemos de registrar este cónclave de San Lázaro.
Y con estas palabras, tomando a don Cleofás por la mano, se entraron por un balconcillo que a la mano derecha tenía la mendiga habitación, porque en la puerta tenían puesto portero por que no entrasen más de los que ellos quisiesen y los que fuesen señalados de la mano de Dios; y bajando por un caracolillo a una sala baja, algo espaciosa, cuyas ventanas salían a un jardinillo de ortigas y malvas, como de gente que había nacido en ellas, la hallaron ocupada con mucha orden de los pobres que habían venido, comenzando a jugar al rentoy limetas de vino de Alanís y Cazalla, que en aquel lugar nunca lo hay razonable, y algunos mirones, sentados también, y en pie. La mesa sobre que se jugaba era de pino, con tres pies y otro supuesto, que podía pedir limosna como ellos, un candelero de barro con una antorcha de brea, y los naipes con dos dedos de moho hacia cecina, de puro manejados de aquellos príncipes, y el barato que se sacaba se iba poniendo sobre el candelero. Y a esta otra parte estaba el estrecho de las señoras, sobre una estera de esparto, de retorno del invierno pasado; tan remendados todos y todas, que parece que les habían cortado de vestir de jaspes de los muladares. Y entrando don Cleofás y su compañero y diciendo una pobra, fue todo uno: «Ya viene el Diablo Cojuelo», alterose don Cleofás y dijo a su camarada:
-Juro a Dios que nos han conocido.
-No te sobresaltes -respondió el Diablillo-; que no nos han conocido, ni nos pueden ver, como te previne; que el que ha dicho la pobra que viene es aquel que entra ahora, que trae una pierna de palo y una muleta en la mano, y se viene quitando la montera, y entre ellos le llaman el Diablo Cojuelo por mal nombre, que es un bellaco, mal pobre, embustero y ladrón, y estoy harto cansado con él y con ellos porque le llaman así, que es una sátira que me han hecho con esto, y que yo he sentido mucho; pero esta noche pienso que me lo ha de pagar, aunque sea con la mano del gato, como dicen.
-Muy grande atrevimiento -dijo don Cleofás- ha sido quererlas apostar contigo, siendo tú el demonio más travieso del infierno, y no te la hará nadie que no te la pague.
-Estos pobres -dijo el Cojuelo-, como son de Sevilla, campan también de valientes, y reñirán con los diablos; pero no se alabará, si yo puedo, este de haber salido horro de esta chanza; que en el mundo se me han atrevido solamente tres linajes de gente: representantes, ciegos y pobres; que los demás embusteros y gente de este género pasan por demonios como yo.
En esto, se había acomodado o sentádose en el suelo el Piedepalo, Diablo Cojuelo segundo de este nombre, diciendo muchas galanterías a las damas, y entró el Murciégalo, llamado así porque pedía de noche a gritos por las calles, con Sopaenvino, que le había encontrado agazapado en una taberna y sacado por el rastro de los mosquitos que salían de él, como de la cuba de Sahagún. Convidolos con su asiento el Chicharro y el Gallo, el uno, que cantaba pidiendo por las siestas en verano y despertando los lirones; el otro, mendigaba por las madrugadas; y tomando el suelo por mejor asiento, porque cualquiera cosa más alta los desvanecía, y estando en esto, entró un pobre en un carretón, a quien llamaban el Duque, y todos se levantaron, ellos y ellas, a hacerle cortesía; y él, quitándose un sombrerillo que había sido de un carril de un pozo, dijo:
-Por mi amor que se estén quedos y quedas, o me volveré a ir.
Temieron el disfavor, y llegándole el muchacho que le traía el carretón a la mesa donde se jugaba, pidió cartas. Faraón, que era uno de los del juego, llamado de esta suerte porque pedía con plagas a las puertas de las iglesias, y el Sargento, nombrado así porque tenía un brazo menos, le dijeron que los dejase jugar su excelencia, que estaban picados; que después harían lo que les mandaba; viniéndose el Duque con el Marqués de los Chapines, que era un pobre que andaba arrastrando, y de la cintura arriba muy galán, y estaba entreteniendo las damas, diciendo:
-Con vusía me vengo, que está más bien parado.
Y a ninguno de los dos les habían las damas menester para nada.
La Postillona, llamada de este nombre porque pedía a las veinte limosna, no dejando calle ni barrio que no anduviese cada día, tuvo palabras con la Berlinga, tan larga como el nombre, que había sido senda de Esgueva a Zapardiel, sobre celos del Duque; y la Paulina, que apellidaban así porque maldecía a quien no le daba limosna, se picó con la Galeona, que llamaban de esta suerte porque andaba artillada de niños que alquilaba para pedir, sobre haber dicho unas palabras preñadas al Marqués sin dar causa su señoría a ello, metiéndose la Lagartija y la Mendruga a revolverlas más, y el Piedepalo a las vueltas, con las Fuerzas de Hércules, que eran dos pobres, uno sobre otro, que a no meterse Zampalimosnas, que era el garitero, de por medio, y Pericón el de la Barquera, y Embudo el Temerario, Tragadardos, Zancayo, Peruétano y Ahorcasopas, hubiera un paloteado, entre los pobres y pobras, de los diablos. El Duque y el Marqués interpusieron sus autoridades, y para quietarlo de todo punto enviaron por un particular, que trajo luego Piedepalo, para pagarlo de bonete, que fueron unos ciegos y una gaita zamorana que muy cerca de allí se recogían, que fue menester pagárselo adelantado por que se levantasen, y se concertó en treinta cuartos, y dijo el Duque que no se había pagado tan caro particular jamás, por vida de la Duquesa. Y al mismo tiempo que entró Piedepalo con el particular, se entró tras ellos Cienllamas, con la vara en la pretina, y Chispa y Redina con él, preguntando:
-¿Quién es aquí el Diablo Cojuelo? Que he tenido soplo que está aquí en este garito de los pobres, y no me ha de salir ninguno de este aposento hasta reconocerlos a todos, porque me importa hacer esta prisión.
Los pobres y las pobras se escarapelaron viendo la justicia en su garito, y el verdadero Diablo Cojuelo, como quien deja la capa al toro, dejó a Cienllamas cebado con el pobrismo, y por el caracolillo se volvieron a salir del garito él y don Cleofás.
-Este es -dijo el Duque, señalando a Piedepalo-; que nosotros, ni hombres como nosotros, no hemos de defender de la justicia a hombres tan delincuentes; -tomando venganza de algunos embustes que les había hecho en las limosnas de la sopa de los conventos; y agarrando con él Chispa y Redina, comenzó a pedir iglesia a grandes voces Piedepalo, que en un bodegón hiciera lo mismo, queriendo darles a entender que era ermita, y no garito, donde estaban, y que todos y todas habían venido a hacer oración a ella. El tal Cienllamas y Chispa y Redina comenzaron a sacarle arrastrando, diciéndole, entre algunos puñetes y mojicones:
-No penséis, ladrón, que os habéis de escapar con esos embustes de nuestras manos; que ya os conocemos.
Entonces el Marqués, metiendo las manos en los chapines, dijo:
-¿Por qué hemos de consentir que no contradiga el Duque que lleve preso un alguacil a un pobrete como el Cojuelo? ¡Por vida de la Marquesa que no lo ha de llevar!
Y haciéndose los demás pobres y pobras de su parte, y apagando las luces, comenzaron con los asientos y con las muletas y bordones a zamarrearle a él y a sus corchetes a oscuras, tocándoles los ciegos la gaita zamorana y los demás instrumentos a cuyo son no se oían los unos a los otros, acabando la culebra con el día y con desaparecerse los apaleados.