El desafío del diablo: 01

Primera parte de El desafío del diablo (leyenda tradicional, 1845)
de José Zorrilla
Introducción
I


Primera parte

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Nació Doña Beatriz
para monja destinada,
mas salió al mundo inclinada
y no fue eleccion feliz.

Con demasiado devoto
corazon, en su preñéz
hizo su Madre tal vez
tan desatinado voto.

Porque fué tal el tormento
que antes de nacer la dió
Beatriz, que se temió
por ella y con fundamento.

Y ella, á impulsos del fatal
dolor, á Dios hizo ofrenda
de aquella azarosa prenda
de la dicha maternal.

¿Mas por qué á Dios ofrecer
lo que otro ha de cumplir?
¿Quién puede ¡necio! decir
lo que otro ha de querer?

Ello es una aberracion,
mas ello es cierto tambien
que de estas cosas se ven,
y asi muchas madres son.

En vez de ofrecer por sí,
en mal de que bien salieron,
por sus hijos ofrecieron
¡tantos malos hay asi!

Pero ¡oh lector! felizmente
en los tiempos que alcanzamos
de estos sucesos no hallamos
ejemplos tan comunmente.

Aunque tú te acordarás
por vano que hayas el seso,
que pasaban con esceso
diez ó doce años atrás.

¿No era duelo ver un chico
de seis años enredando
por la calle, y ya arrastrando
un hábito dominico?

¿O asida á los guardapieses
de una fresca montañesa
hecha una Santa Teresa
una chica de once meses?

Asi Beatriz anduvo
toda su infancia, asi oia
las razones noche y dia
que para el hábito hubo.

Y asi pasaron sus bellos
y primeros ocho abriles,
entre juegos infantiles,
sin ver lo que iba tras ellos.

Hasta que al fin una noche
lujosamente ataviada
y de flores coronada
la metieron en un coche.

Ella al mirarse tan linda
con errado pensamiento
juzga que solo el convento
con dicha y flores la brinda.

Y el ser monja no la pesa
si siempre ha de ser querida,
como cuando recibida
fue por la madre Abadesa.

Quedóse en el locutorio
su Madre y la Superiora,
llevó, pues era hora
a cenar al refectorio.

Allí todas á porfia
las madres la acariciaron,
la dieron y la otorgaron
cuanto en gana la venia.

Asi Doña Beatriz
quedó á monja destinada
y en el convento encerrada;
mas ¿fue dentro de él feliz?






¡Ah! fueron unos tras otros
sus dulces años huyendo,
nacer en su ánima haciendo
el deseo y la razon.
Y huyéronse una por una
las deliciosas visiones,
las dichosas ilusiones
que adoró su corazon.

Sintió dentro de él entonces
desconocido, insufrible,
un deseo incomprensible,
una triste vaguedad
que turbaba eternamente
sus oraciones, sus sueños,
con recuerdos halagüeños
de otro mundo y de otra edad.

Del órgano delicioso
entre la santa armonía,
otras músicas oía
de mas alegre compás.
Y de los santos ejemplos
en las sagradas memorias
el germen de otras historias
mas sedutoras quizás.

Y ella bulliciosa un tiempo
y alegre y entretenida,
silenciosa y distraida,
y triste á andar empezó;
y oculta allá de su celda,
en un rincon solitario,
el ídolo en formas vário
de la libertad amó.

Presentáronse á su ardiente
y exaltada fantasía
los gustos á que algun dia
renunció sin grande afan;
y vió con mortal tristeza
que ahora los apetece,
¡ah! porque de ellos carece,
porque vedados la están.

Aquella verde y frondosa
ribera fresca de un rio,
que paseaba en el Estío
de la luna el resplandor:
aquella fuente escondida
del soto entre los jarales,
en cuyos frescos raudales
su sed templaba y su ardor:

Aquellos anchos balcones,
sin reja y sin celosía,
que allá en su casa tenia
la calle para mirar:
y á través de cuyos lienzos
podia tranquilamente
el tumulto de la gente
y el aire libre gozar:

Todos los dulces recuerdos
de su deliciosa infancia
dorados por la distancia
mas caros á su ansiedad,
hervian en su memoria,
despertando sus pasiones
las primeras emociones
de su juvenil edad.

Y en la orilla de aquel rio,
y en redor de aquella fuente,
y entre la turba de gente
que vía por su balcon,
tal vez alcanzaba errando
una vision hechicera
cuya sombra pasajera
turbaba su corazon.

¡Ay! exclamaba la triste,
contristaba y dolorida:
¡cuán monotona es mi vida,
cuán sin gloria y sin placer!
¿Qué es para mí el universo,
si yo cual ave entre redes
estoy entre esas paredes
condenada á nunca ver?

¿Qué valen las maravillas
que Dios sembró por su suelo
si solo alcanzo del cielo
un giron escaso y ruin,
y el cántico pasajero
de algun pajarillo errante
que se detiene un instante
en las ramas del jardin?

Asi en el fondo del claustro
donde cautiva moraba,
allá á sus solas pensaba
la olvidada Beatriz.
Y asi corriendo los años
se prepara, aunque la pesa,
á quedar monja profesa
y á no ser nunca feliz.

Mas ¡ay! que oculto veneno
de estas memorias amargas,
prensadas de horas tan largas
en la larga soledad
en su corazon fermenta,
y del corazon brotando
va en su cuerpo germinando
peligrosa enfermedad.

Profunda melancolía
el corazon la devora,
víbora desgarradora
que con él ha de acabar.
Y lenta é inextinguible
que sin descanso la deja,
fiebre ardorosa la aqueja
imposible de atajar.

Hierve en sus venas la sangre
sin alivio de un momento
acosan su pensamiento
mil delirios en tropel.
Asaltan su fantasía
mil imposibles antojos,
y llanto vierten sus ojos
mas amargo que la hiel.

Las drogas de los empíricos
no pueden con su dolencia,
ninguno logra la ausencia
de su recóndito mal.
En vano su ciencia apuran,
sus elíxires destilan
en vano, nunca aniquilan
aquella fiebre infernal.

¡Pobre niña! consumida
por fuego íntimo y secreto
busca en vano un amuleto
contra tal desolacion.
Ma en vano los Doctores
con sus brebajes la afligen,
si del mal está el origen
en su ardiente corazon.

¿Quién ocasiona sus lágrimas?
¿quién la arranca sus suspiros?
¿quién ¡ay! tan fatales giros
á sus desvaríos da?
«Lejos de mí» en los accesos
grita de su calentura!
vuestra vista es mi tortura;
¡quién de vos me librará!

Lejos de mí, lejos, lejos!
fieros espectros con tocas,
que con hipócritas bocas
me predicais la virtud,
y con fraternales manos
me estais preparando un traje
con que mas horrenda baje
despechada al ataud.

Lejos! dejadme tranquila;
me estais ahogando… dejadme;
abrid la reja, aire dadme,
quiero el aura respira…,
y asi Beatriz diciendo
se desespera y se agita
con violencia inaudita,
con iracundo pesar.

Hasta que al cabo la fiebre
la debilita y la estenúa,
y el hondo letargo atenúa
de su delirio el ardor;
y las madres aterradas
conjuran con oraciones
de sus horrendas visiones
el tropel fascinador.

Sus Padres (que al cabo lo eran)
con intento mas humano
oro médico mundano
resolviéronse á llevar,
y á pesar de los obstáculos
que las monjas opusieron,
una tarde consiguieron
hasta la celda llegar.

El Doctor, hombre de graves
conocimientos científicos,
condenó los específicos
y las drogas condenó:
y enterado de los síntomas,
con la fria indiferencia
del oficio y de la ciencia
tal plática ocasionó.

EL DOCTOR. ¿Que edad tiene esta muchacha?
El PADRE. Quince años.
EL DOCTOR. ¿Ha profesado?
EL PADRE. Aun está en el noviciado.
EL DOCTOR. Pues remedio tiene aun.
EL PADRE. Decid cuál.
EL DOCTOR. Uno tan solo:

si adoptarlo no se quiere
esta muchacha se muere.

LA ABADESA. Decidnos cuál, y segun…

si no es algun sortilegio
ó algun infernal conjuro…

EL DOCTOR. Madre, aqui no hay nada impuro

por vida de Barrabás!
Yo tengo un coche á la puerta,
la vestimos al momento
y la saco del convento.

LA ABADESA. Sacarla, Jesus!
EL DOCTOR. No hay mas.
LA ABADESA. Sacarla dice! que audacia!

extraer una novicia!
el Rey nos hará la justicia;
no será.

EL DOCTOR. ¿Cómo que no?

enfermo á quien tomo el pulso
y á quien remedio consigo
se salva ó muere conmigo.

LA ABADESA. Yo haré…
EL DOCTOR (interrumpiéndola).

Quien hará soy yo.
(al padre) Señor mio, tener hija
quereis ó no? Vamos claros.

EL PADRE. Sí, sí.
EL DOCTOR. Pues fuera reparos

y agarrad de ese colchon.

EL PADRE. Qué vais á hacer?
EL DOCTOR. A llevármela.
EL PADRE. Y el poder de la Abadesa?
EL DOCTOR. Si la chica no es profesa

nada puede en conclusion.
Con que asid de esas dos puntas
ó vámonos y que muera.



Y hablando de esta manera
entre el Padre y el Doctor,
á pesar de todo el claustro,
de su hija Beatriz asieron
y en el coche la pusieron;
y las mulas con vigor
arrancando les sacaron
de la grita y confusion
con que el coro de las monjas
á despedirles salió.
Y desde aqui, tras aquesta
necesaria introduccion,
toma principio la historia
¡oh carísimo lector!
Y esta no es fábula vieja
hallada en un cronicon;
no es fantástica leyenda
de que soy el inventor.
Es tal cual voy á escribirla
del pueblo una tradicion,
de boca de un pueblo oida,
siendo un viejo el narrador,
y la cual voy á contarte
como á mi me la contó.