El cuarto centenario del descubrimiento de América

EL CUARTO CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA.
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 El Correo Español dedica hoy sus columnas á recordar uno de los hechos más gloriosos de la Historia, que será gloria imperecedera de la Iglesia y de la Monarquía tradicional. Por eso en ocasión tan solemne sus redactores, y muchos de sus colaboradores asiduos, ceden por natural cortesía este lugar á escogida pléyade de tradicionalistas distinguidos, á fin de que lleven en día tan memorable la voz de la comunión carlista, expresando las ideas que fulguran en su mente y los afectos que arden en su corazón.

 La premura del tiempo, causas independientes de nuestra voluntad y de la de nuestros amigos, y exceso de original son el motivo de que no aparezcan en este número los nombres de muchos amigos queridísimos, cuyos trabajos, ó han llegado tarde, ó no han llegado aún á nuestras manos. De todas suertes, justo es que cumplamos el grato deber de manifestarles á todos nuestro cariñoso reconocimiento por semejante honra.

 Y ahora séanos permitido á nosotros consignar, al lado del de nuestros amigos, el testimonio de la admiración que sentimos por el hombre inmortal que llevó á cabo el hecho más grande de la Historia, sacando de entre las brumas del mar y de las tinieblas del error un mundo para España y para Jesucristo. Al cumplirse cuatrocientos años de aquel prodigio de la fe y de la audacia española, los que todavía sentimos llamear en el corazón los mismos sentimientos y en el alma las mismas ideas de aquellos héroes, bendecidos por las generaciones y los siglos, debemos, como nadie, reivindicar la gloria inmaculada de este recuerdo grande, que en medio de nuestra nacional postración nos dignifica y eleva á la cumbre de las naciones en la historia del mundo.

 El mundo de hoy, que mira con olímpico desdén á esta triste España, deshonrada por la perfidia liberal, si no cuenta con ella para la solución de los conflictos internacionales, en cambio, al conmemorar las glorias de lo pasado, tiene que volver los ojos á esta misma España, en quien están vinculadas las grandezas más augustas de la tierra. ¡Cuán cierto es que aquí lo único grande y noble es la tradición! ¡Ella, como la sombra del Cid, vela siempre por esta harapienta viuda, que un día fué, cual la Jerusalén del Profeta, la reina de los pueblos y el regocijo del mundo, y aun después de fenecida ciñe de laureles su altiva frente! ¡Loor eterno al hombre providencial que vino de Italia á buscar para las concepciones de su genio un lugar en nuestra tierra, un asilo en nuestros conventos y un protector en nuestra secular Monarquía! ¡Gloria á los héroes de aquella epopeya legendaria, á los Hernán Cortés, Pizarros, Balboas, Almagros, Elcanos y Magallanes, que llevaron á regiones desconocidas la gloriosa enseña de Castilla, y á los humildes religiosos que clavaron allá el estandarte de la Cruz, símbolo sagrado de esa civilización esplendorosa!

 Y mientras haya españoles que sientan latir su pecho á impulsos del amor de la patria, bendecirán también en las venideras centurias á esa Monarquía nobilísima, de quien somos deudores de nuestra antigua vida, esa vida de los recuerdos que es ya la única que nos queda, esa cadena de glorias que aun hoy, rota por la invasión de la barbarie liberal, realiza el milagro de contener las lágrimas en nuestros ojos, para que no lloren las presentes ignominias! ¡Monarquía excelsa y venturosa, que sentabas tu trono de amor en el corazón de tus pueblos cuando las de hoy no sientan sino la gana en los bolsillos del contribuyente, tú, que empeñabas tus joyas á fin de acaparar tesoros para la patria, mientras que hoy hace que los tesoros de la patria traspongan la frontera, aún volverás á evocar incendios de amor en el pecho de tu querida España, y todavía oirás por luengos siglos himnos de alabanza en la Península por ti formada y á tu regazo engrandecida!

  La Redacción


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