El corsario:XIII
En el oscuro calabozo en tanto tras luengas horas de inquietud amarga, girando sobre un mismo pensamiento, logró Conrado en abatida calma la angustia dominar, que en lucha horrible su combatido espíritu agitara, cuando temió, ¡funesta incertidumbre!, que cada instante, de su muerte aciaga el suplicio espantoso le anunciase; y al escuchar en la vecina estancia sonoros pasos, a su inquieta mente en cuadro espantador se presentaban el palo agudo o las cortantes hachas el apalo agudo o las cortantes hachas. Su horrible anhelo dominó: a la muerte no estaba entonces preparada su alma; irritose su orgullo, pronto empero, de combatir se fatigó, y cansada indiferente se entregó vencida a la horrorosa prueba que le aguarda. El hirviente calor de la pelea, el choque y el fragor de la borrasca, pensar no le dejaron en el riesgo. Ahora, en su muda soledad, le asaltan cuantas punzantes sugestiones, débil del ánimo constante el fuego apagan. No poder apartarse de sí mismo; mirar por fin de irreparables faltas la enlazada cadena que inflexible a vergonzosa perdición le arrastra; amenazante contemplar la muerte, y no poder frenético evitarla; buscar en vano un esforzado amigo que su ánimo levante, si desmaya, y que al suplicio con serena frente y denodado corazón ir le haga; de los contrarios la enemiga, turba ver alredor, que con calumnia osada su último instante empañará, manchando de toda su existencia las hazañas; aguardar los tormentos, que desprecia el espíritu audaz, pero que flaca quizás la carne resistir no pueda; pensar que si el dolor por fin le arranca mal comprimida queja, aquella queja su postrera corona le arrebata, la del valor; saber que allá en el cielo le niegan unos hombres que usurparan de la piedad divina el monopolio la vida que huye a su deseo rauda; y, lo que vale más que esa dudosa gloria incierta, el edén que la esperanza pinta en el mundo a la ilusión, y aroma de puro amor dulcísima fragancia, ver cual se desvanece, cuando al mundo de los brazos le roban de su amada: esos los pensamientos son que horribles en tenaz lucha y confusión batallan del cautivo en el ánimo dudoso; esas son las angustias que le alarman; ese el afán que combatir él debe; ese el afán que combatir alcanza ¡Mas, su resignación es burla impía...! ¿Y qué le importa? No sucumbe, y basta. Pausado deslizose el primer día y a la oscura prisión no fue Gulnara: el segundo pasó, pasó el tercero; mas sin duda el encanto de sus gracias alcanzar pudo de su amante dueño lo que a Conrado prometió la esclava. Pues el sol alumbró del cuarto día al cautivo en la torre. Nubes pardas ya de aquel sol los últimos destellos robaban a la tierra, y en las alas volaba la tormenta de los vientos. ¡Con qué ansiedad de las revueltas aguas oyó el corsario el zumbador mugido que su sueño feliz jamás turbara! Su voz amiga que con tierno acento suena a su oído, su valor inflama, y pensamientos brotan más audaces en su turbada fantasía. ¡Oh, cuántas, cuántas veces del mar burló las iras de frágil buque en las ligeras tablas, y la corriente rápida bendijo que arrastró su bajel en veloz marcha! Cual de fiel compañero voz querida, murmura de amistad dulces palabras aún su sordo rugido, pero en vano sus roncas olas al corsario llaman. El aire silba, y retumbando el trueno hace temblar las sólidas murallas del antiguo torreón; con luz incierta relámpago fugaz la alta ventana que fuertes cierran enclavados hierros, rápido alumbra, y más que de la blanca luz de la luna el macilento rayo, es a los ojos de Conrado grata la roja claridad: hasta la reja su pesada cadena lento arrastra, y la muerte invocando, entrambas manos al cielo, opresas de sus hierros, alza, y un rayo que clemente de su vida rompa el ya odioso lazo le demanda. Al par el vengador fuego celeste atrae el hierro que infernal plegaria; la tempestad empero indiferente siguió en el cielo su solemne marcha y herirle desdeñó: los estampidos calmando fueron su estruendosa rabia y a lo lejos perdiéronse. Conrado mas solo viose en su desnuda estancia: ¡ay!, es que desoyendo antiguo amigo sus súplicas, infiel le abandonaba. De pronto hacia su puerta leve paso oye que precavido se adelanta de la dormida noche en el silencio; con agrio son escucha que resbalan los pesados cerrojos lentamente; las llaves giran, y -«la hermosa esclava viene por mí» -su corazón le dice; y un rayo le ilumina de esperanza. Un ángel mira en la piadosa sierva y a su recuerdo su razón se exalta y más bella a sus ojos aparece que el serafín que en sus visiones santas ve entre doradas nubes el devoto. Es ella, sí; mas ¡cuánto la desgracia marchitó su hermosura! Vacilante fija en el suelo la insegura planta; y palidez de muerte su faz cubre. Triste arroja sobre él una mirada que su fatal destino le revela antes que sus rosados labios abra. -Sí; la muerte te espera inexorable. Para evitar el sino que te aguarda, sólo un recurso... ¡el último!, terrible, muy terrible en verdad, pero la amarga agonía del palo es más terrible! -Mujer, tu ciega compasión es vana: jamás quise escapar a mi destino; ya te lo dije. Mi ánimo no cambia; Conrado es siempre el mismo. ¿Por qué tierna de un vencido la vida salvar ansias justa sentencia revocando? Harto de Selim merecí la atroz venganza. -¿Por qué deseo libertarte? ¿Noble no me libraste acaso en noche aciaga del incendio voraz y la deshonra, más para mí temible que las llamas? ¿Por qué deseo libertarte...? ¡Oh cielos!, a pesar de los crímenes que infaman tu nombre aborrecido, el alma mía de tu dolor se enterneció, pirata. Temíate, y salvaste mi existencia: la que la vida te debió, se apiada de tus tormentos... ¿Apiadarse dije?, ¡oh!, no, no; con delirio te idolatra. No me respondas, no; no quiero oírte: no me digas que es otra la que tú amas, y que yo en vano te amaré. ¿Qué importa? Aunque por ti suspire enamorada, aunque me venza en hermosura, ¿acaso de los peligros el horror contrasta como yo, por tu amor? ¿Y tú has creído que el corazón de esa mujer inflama de la pasión el fuego...? Fuera yo ella no yacieras cautivo. ¿Así se aparta la mujer de un proscrito de su esposo, y solo deja que los riesgos vaya lejos a provocar? ¿Y que hace mientras cobarde, oculta en su retiro? ¡Calla!, no me contestes, no; de frágil hebra pendiente, nuestras vidas amenaza desnudo alfanje; si en tu pecho oculto hay de valor un resto, si aún es cara la libertad a tu ánimo abatido, levántante, ¡valor...! Toma esta daga y sígueme resuelto. -¿Con los hierros que mis miembros oprimen...? ¿De los guardas los vigilantes ojos burlar puedo de cadenas cargado? Tú olvidabas que así no puedo huir; que no estos hierros el hierro necesito de las armas. -¡Cuán poco en mí fías! De mis joyas sobornó el oro a los guardianes. Basta una palabra, una mirada mía, para que rotas tus cadenas caigan. ¿A tu encierro pudiera de otro modo abrirse paso mi resuelta audacia? Te vi, te amé: mi astucia desde entonces en tu servicio sin cesar se afana. Criminal soy, pero por ti lo he sido, si es criminal la mano que levanta el hierro vengador, y del tirano la frente hiere que el delito mancha. ¡Te estremeces de horror! ¡Tiemblas cobarde...! Débil cautivo, escúchame: Gulnara ya no es la sierva temerosa. Viose escarnecida, envilecida, hollada; vengarse necesita. El acusome cuando era su sospecha imaginaria, cuando humilde en su odiosa servidumbre vivía, esposa fiel, sumisa esclava. ¡Oh! ¿Te sonríes...? Créeme, Conrado; motivo nunca di a su suspicacia: no le era infiel ni te quería entonces. Mas, pues, supuso sin razón mi falta, su predicción se cumplirá: merecen tal castigo los celos. Nunca mi alma el amor conoció: su oro comprome; pero por todo el oro de sus arcas comprar mi corazón quisiera en vano, humilleme a su yugo resignada; mas él creyó que si al harem de nuevo tornado no me hubiese, huyera ingrata despreciando su amor, contigo: y eso, eso es mentira que celoso trama. Mas dejemos hablar a esos profetas que la suerte merecen que presagian. No retardó mi súplica tu muerte. De este falso favor dale las gracias a su barbarie que el suplicio busca que con más lentas agonías mata. Con la muerte también, que yo desprecio, me amenazó su enardecida saña; mas su loca pasión de mi hermosura guardará los encantos, que aún no cansan a su sed de placer; y cuando un día de mi beldad se sacie, pronto se hallan un esclavo y un saco, y silencioso los muros el mar bate de este alcázar. ¿Y del capricho de insensato viejo nací a ser el juguete? ¿Soy alhaja que al suelo arroja desdeñoso el dueño cuando el dorado con su roce gasta? Te amé apenas te vi; salvarte quiero, quiero que sepas tú que también guarda fiel gratitud el pecho de una sierva. Si mi vida y mi honor su injusta rabia no hubiera vengativo amenazado (y él jamás olvidó sus amenazas) entonces a su amor contigo huyera, pero mi compasión le perdonara. Ahora soy tuya; a todo estoy dispuesta. Sé que tú me desprecias, que no me amas; mas tú has sido el primero a quien yo quise, y él el primero a quien odié. Si cuánta pasión mi alma atesora comprendieses, no de mí huyeras; del ardor que abrasa de las hijas de Oriente el tierno pecho no temerías la insaciable llama: faro de salvación es hoy su fuego que de osados mainotas ágil barca en el puerto te muestra. Pero incauto duerme Selim en la vecina estancia que atravesar debemos: es preciso que no despierte el déspota.-¡Gulnara! ¡Jamás hasta este instante he conocido cuánto la suerte para mí es contraria, cuánto empañose de mi honor el lustre! Selim es mi enemigo, mas con franca lucha y abierta guerra, de los mares quiso arrojar mi tropa temeraria; y yo aprestando mi bajel guerrero vine a buscarle con mi heroica banda. A la muerte con la muerte respondiendo, mi alfanje contestó a su cimitarra; que el alfanje es el arma de Conrado, no el oculto puñal. Quien noble salva a una mujer llorosa, no la vida a su contrario cuando duerme arranca. No te libré para que tú a mi esfuerzo a ofrecerle vinieras esa paga: que de mi compasión digna no eras a juzgar no me obligues. ¡Adiós!, ¡marcha y la paz puedas recobrar...! La noche su largo curso silencioso acaba, la última noche de reposo... -¡Cielos! ¿De reposo...? ¡Reposo! Apenas nazca sobre la mar el sol, tus miembros todos en el tormento crujirán. Dictada está ya tu sentencia; la he leído; pero más no veré; tu muerte aciaga me matará. Mi amor, mi odio, mi vida, todo mi ser pende de ti, ¡pirata! ¡Un golpe, un solo golpe, y libre somos! Si él no perece, nuestra fuga es vana; ¿cómo burlar su cólera sangrienta? Siguiera a nuestra ofensa su venganza. Mis injurias impunes, tantos años de esclavitud, mi juventud gastada en sus placeres, vengará su muerte. Pero ya que el alfanje mejor cuadra que el puñal a tu diestra, de mi brazo la fuerza probaré. Gané los guardias, y en un momento terminado todo... ¡Adiós, adiós! En la segura calma de la paz nos veremos, o ya nunca a verme volverás. Si se acobarda mi mano y yerra el golpe, a un tiempo mismo mi tumba y tu suplicio verá el alba.