El corsario:XII
En deleitosa cámara escondida del rico harén en el feliz retiro, la suerte de Conrado meditando, sobre cojines el pachá sombrío sentado yace. Entre el amor y el odio sus pensamientos vagan indecisos sobre la frente hermosa de Gulnara, sobre la torre estrecha del cautivo, Reclinada a sus pies la favorita contempla inquieta con curioso ahínco anublarse su frente, y los enojos disipar quiere del feroz caudillo; y mientras brilladores centellean sus negros ojos árabes, esquivo al suelo musulmán los suyos baja sólo en las cuentas del rosario fijos, en tanto que en la víctima se ceba su oculto pensamiento vengativo. -Pachá, te ha coronado la victoria; favorable a tu suerte fue el destino: tus cadenas oprimen a Conrado y han muerto los demás. De tu enemigo dada está la sentencia: ¡y es la muerte...!, bien mereciola; de su suerte es digno. Mas ¿por qué en él tus odios se encarnizan? hora que yace a tu poder rendido, por precio de su vida más valiera sus tesoros comprar. No ya el invicto Corsario será luego: derrotado, sin oro, sin soldados, sin prestigio, a tus fieles galeras fácil presa, en tu poder caerá. Si hoy el cuchillo del verdugo segase su garganta, de sus rapiñas el caudal opimo embarcará su banda, y a otras playas huyendo tu furor, pedirá asilo. -¡Oh, si por cada gota de su sangre mágica perla de celeste brillo cual la que adorna del sultán la frente me ofreciesen, Gulnara; si ancho río de arenas de oro virgen me ofrecieran por un cabello suyo; si... ¿qué digo?, aunque viera a mis pies cuantos tesoros finge la fantasía en su delirio para adornar serrallos encantados o el celestial jardín del paraíso, todas esas riquezas no lograran mi venganza comprar y su castigo.! Sólo su muerte dilató mi saña dudosa en la elección de su suplicio, los tormentos buscando más horribles y los que más prolonguen su martirio. -¡Sea!, tus iras mitigar no quiero: justo de tu venganza es el motivo; la clemencia imposible. Era mi intento los tesoros comprar, hoy escondidos de ese pirata audaz. Libre a ese precio, no fuera libre ya: si perseguirlo intentaras de nuevo, dispersados por tus triunfantes armas sus amigos, nueva derrota hiciérale tu esclavo. -Tal vez; mas ¿juzgas de mis iras digno un instante de vida, un solo instante flaco ceder a mi contrario inicuo? Y ¿por qué...? ¿Por qué tú, mujer, me pides, sensible en demasía, el sacrificio de mi justa venganza? Tal vez quiera premiar tu corazón, hoy compasivo, la piedad tierna del infiel pirata que sólo a ti y a tus esclavas quiso perdonar en la lucha, sin que ciego viese que más que vuestra vida, estimo la reclusión de vuestro oculto albergue. Tu gratitud elogio; mas te digo, te lo digo en verdad, que de ti dudo, y que hoy más en mis dudas me confirmo. Él te salvó de las voraces llamas y en sus brazos condújote atrevido fuera de mi serrallo... ¡tú en sus brazos! ¡Y librarle ahora quieres del peligro y con él huir quizás...! No me respondas: el sobresalto en tu semblante ha escrito la confesión del crimen. Pues bien: ¡guarte, sirena que seduces mi cariño, guarte de mi furor! No está su vida amenazada sólo... Otro suspiro, otra palabra compasiva, y pronto tú, Gulnara, también... Pero preciso no será tal rigor. Pérfida sierva, medita mis palabras. ¡Oh!, ¡maldito, maldito para siempre el día sea en que el setrallo profanado ha visto del incendio a la luz, mi hermosa esclava, en brazos de mi bárbaro enemigo! Más valiera, ¡oh Alá!, que entonces muerta... llorado hubiese yo su amor perdido: ahora es ya tu señor quien te reprende. Mujer ingrata, ¿sabes que el delito no sé dejar impune, y que las alas de la inconstancia corta mi cuchillo? Levantose, y saliendo a pasos lentos, Miró a Gulmara con desdén sombrío, y por adiós dejole una amenaza. ¡Oh! cuán poco conoces, viejo inicuo, el corazón de la mujer, que nunca la amenaza domó, cedió al peligro! ¡Cuán poco sabe el déspota insensato, oh Gulmara infeliz, cuánto cariño guarda tu corazón cuando te aman, cuánto cuando te insultan odio altivo! ¡Pobre mujer!, su amor no comprendía: pensaba que su pecho compasivo llenó la piedad sólo: era ella esclava y debía sentir por el cautivo fraternal sentimiento, cuyo nombre preguntarse a sí misma no ha querido. A un impulso cediendo irresistible, se aventuró temblando en el camino do le detuvo del pachá el enojo; hasta que al fin en su ánimo indeciso la lucha comenzó del pensamiento, que fue de la mujer siempre el martirio, el primer eslabón de la cadena que a los bordes la arrastra del abismo.