En deleitosa cámara escondida
del rico harén en el feliz retiro,
la suerte de Conrado meditando,
sobre cojines el pachá sombrío
sentado yace. Entre el amor y el odio
sus pensamientos vagan indecisos
sobre la frente hermosa de Gulnara,
sobre la torre estrecha del cautivo,
Reclinada a sus pies la favorita
contempla inquieta con curioso ahínco
anublarse su frente, y los enojos
disipar quiere del feroz caudillo;
y mientras brilladores centellean
sus negros ojos árabes, esquivo
al suelo musulmán los suyos baja
sólo en las cuentas del rosario fijos,
en tanto que en la víctima se ceba
su oculto pensamiento vengativo.
-Pachá, te ha coronado la victoria;
favorable a tu suerte fue el destino:
tus cadenas oprimen a Conrado
y han muerto los demás. De tu enemigo
dada está la sentencia: ¡y es la muerte...!,
bien mereciola; de su suerte es digno.
Mas ¿por qué en él tus odios se encarnizan?
hora que yace a tu poder rendido,
por precio de su vida más valiera
sus tesoros comprar. No ya el invicto
Corsario será luego: derrotado,
sin oro, sin soldados, sin prestigio,
a tus fieles galeras fácil presa,
en tu poder caerá. Si hoy el cuchillo
del verdugo segase su garganta,
de sus rapiñas el caudal opimo
embarcará su banda, y a otras playas
huyendo tu furor, pedirá asilo.
-¡Oh, si por cada gota de su sangre
mágica perla de celeste brillo
cual la que adorna del sultán la frente
me ofreciesen, Gulnara; si ancho río
de arenas de oro virgen me ofrecieran
por un cabello suyo; si... ¿qué digo?,
aunque viera a mis pies cuantos tesoros
finge la fantasía en su delirio
para adornar serrallos encantados
o el celestial jardín del paraíso,
todas esas riquezas no lograran
mi venganza comprar y su castigo.!
Sólo su muerte dilató mi saña
dudosa en la elección de su suplicio,
los tormentos buscando más horribles
y los que más prolonguen su martirio.
-¡Sea!, tus iras mitigar no quiero:
justo de tu venganza es el motivo;
la clemencia imposible. Era mi intento
los tesoros comprar, hoy escondidos
de ese pirata audaz. Libre a ese precio,
no fuera libre ya: si perseguirlo
intentaras de nuevo, dispersados
por tus triunfantes armas sus amigos,
nueva derrota hiciérale tu esclavo.
-Tal vez; mas ¿juzgas de mis iras digno
un instante de vida, un solo instante
flaco ceder a mi contrario inicuo?
Y ¿por qué...? ¿Por qué tú, mujer, me pides,
sensible en demasía, el sacrificio
de mi justa venganza? Tal vez quiera
premiar tu corazón, hoy compasivo,
la piedad tierna del infiel pirata
que sólo a ti y a tus esclavas quiso
perdonar en la lucha, sin que ciego
viese que más que vuestra vida, estimo
la reclusión de vuestro oculto albergue.
Tu gratitud elogio; mas te digo,
te lo digo en verdad, que de ti dudo,
y que hoy más en mis dudas me confirmo.
Él te salvó de las voraces llamas
y en sus brazos condújote atrevido
fuera de mi serrallo... ¡tú en sus brazos!
¡Y librarle ahora quieres del peligro
y con él huir quizás...! No me respondas:
el sobresalto en tu semblante ha escrito
la confesión del crimen. Pues bien: ¡guarte,
sirena que seduces mi cariño,
guarte de mi furor! No está su vida
amenazada sólo... Otro suspiro,
otra palabra compasiva, y pronto
tú, Gulnara, también... Pero preciso
no será tal rigor. Pérfida sierva,
medita mis palabras. ¡Oh!, ¡maldito,
maldito para siempre el día sea
en que el setrallo profanado ha visto
del incendio a la luz, mi hermosa esclava,
en brazos de mi bárbaro enemigo!
Más valiera, ¡oh Alá!, que entonces muerta...
llorado hubiese yo su amor perdido:
ahora es ya tu señor quien te reprende.
Mujer ingrata, ¿sabes que el delito
no sé dejar impune, y que las alas
de la inconstancia corta mi cuchillo?
Levantose, y saliendo a pasos lentos,
Miró a Gulmara con desdén sombrío,
y por adiós dejole una amenaza.
¡Oh! cuán poco conoces, viejo inicuo,
el corazón de la mujer, que nunca
la amenaza domó, cedió al peligro!
¡Cuán poco sabe el déspota insensato,
oh Gulmara infeliz, cuánto cariño
guarda tu corazón cuando te aman,
cuánto cuando te insultan odio altivo!
¡Pobre mujer!, su amor no comprendía:
pensaba que su pecho compasivo
llenó la piedad sólo: era ella esclava
y debía sentir por el cautivo
fraternal sentimiento, cuyo nombre
preguntarse a sí misma no ha querido.
A un impulso cediendo irresistible,
se aventuró temblando en el camino
do le detuvo del pachá el enojo;
hasta que al fin en su ánimo indeciso
la lucha comenzó del pensamiento,
que fue de la mujer siempre el martirio,
el primer eslabón de la cadena
que a los bordes la arrastra del abismo.