El corsario:X
De sus rayos más fúlgidos vestido al fin de su carrera el sol traspone las altas cumbres que a lo lejos alzan de la Morea los enhiestos montes, No de las nubes en el manto envuelto como en los cielos del sombrío Norte, sino vertiendo al firmamento limpio su ardiente luz en puros resplandores, sobre el cerúleo mar vibra los rayos para que rojos sus cristales doren. El dios augusto de la luz envía a las rocas de Egina sus adioses, y retardando su celeste curso, alumbra complacido las regiones do a su culto se alzaron los altares que hoy entre escombros el olvido esconde. De las montañas la extendida sombra veloz avanza, y los risueños bordes va a besar de tu golfo, ¡oh Salamina! Del astro moribundo a los fulgores de púrpura se tiñen las colinas, y en mar de luz parece que se borren sus inciertos contornos, y suspenso entre los cielos y la tierra, entonces tras los collados de la antigua Delfos va pausado a ocultar su disco enorme. Quizá en una tarde tan serena, reina orgullosa de la Grecia noble, su última luz en los marmóreos muros de tus templos, oh Atenas, reflejose, cuando tendía su postrer mirada con majestad augusta al horizonte el mejor de tus hijos. ¡Con qué anhelo los discípulos fieles del grande hombre los últimos instantes de su vida miraban con la luz morir veloces! ¡Tened, tened! en la lejana cima Helios aún brilla, dominando al orbe y de la eterna despedida deja que la ansiedad amarga se prolongue. ¡Oh, cuán sombríos sus serenos rayos son a los ojos del dolor! Los montes que de luz el ocaso siempre viste, de sombra hoy cubren sus gigantes moles. De negro luto fúnebre sudario parece que afligido Febo arroje sobre los dulces, extendidos campos de los que siempre sonrió a las flores. Y aun antes que su luz la alzada cumbre del alto Citeron a Atenas robe, en el pecho de Sócrates la copa vierte el fatal licor; los lazos rompe de la vida su espíritu, y al cielo raudo vuela inmortal, al cielo a donde por tan heroica muerte libertada, jamás alma tan pura remontose. ¡Mirad! Desde la cima del Himeto la casta reina de la oscura noche su silencioso imperio en paz domina. De su frente de plata, los vapores de la tormenta présagos, no manchan la pálida beldad. Alzan inmobles su chapitel al cielo las columnas reflejando los tibios resplandores; y de trémulos rayos coronadas en las mezquitas sobre esbelta torre, de su celeste compañera irradian la luz las medias-lunas. Y los bosques do entre viejos olivos el Cefiso cual ágil sierpe murmurando corre, y los cipreses fúnebres, y el quiosco con sus doradas cúpulas de cobre, y la palma del templo de Teseo que dando al aire su follaje dócil solitaria se eleva y entre ruinas triste parece que el pasado llore, con magia irresistible del viajero llaman los ojos, la atención absorben. ¿Qué corazón al misterioso encanto de aquel sublime cuadro no responde? ¿Quién de la inspiración la voz sagrada dentro del alma resonando no oye? Allá en el fondo brilla el mar Egeo: Su voz apaga la distancia; móvil mece callado sus inquietas aguas que de los elementos cansó el choque; y allá a lo lejos sus hinchadas olas de azul sombrío, sin fragor se rompen contra la adusta frente de las islas que el mar parece que enlazadas borden. ¿Por qué vuela hacia ti mi pensamiento, hermosa Atenas de inmortal renombre? ¡ay!, sin que todo lo que el alma llena la sombra excelsa de tu gloria borre, nadie puede tender la vista absorta, sobre tus mares, ni escuchar tu nombre. ¿Cómo un poeta que distancia y tiempo no apartan de esa cuna de los dioses, do de las bellas Cícladas los mares de su alma son el único horizonte, te negaría su cantar, y cómo olvidarte pudiera? El rudo islote del Corasrio fue tuyo un tiempo, ¡oh Grecia!, y aun ahora lo es también: los aquilones y las olas del mar sólo le baten, y audaz la libertad reina en sus montes.