Antes de que los turcos renovasen
con nuevas iras la marcial pelea,
Gulnara fue con las demás cautivas
en libertad de los peligros puesta;
y apenas pudo serenar la mente
con los temores de la muerte inquieta,
cuando la hermosa de los negros ojos
en el soldado que librola piensa.
¿Quién fue? ¿Por qué para con ellas solas
endulzó el vencedor su ira soberbia?
¿Por qué a la hermosa en lance tan sangriento
él más amable que Selim se muestra
en los momentos de mayor ternura?
Es que el pachá su corazón le entrega
como un don harto rico, y a su esclava
orgulloso a la par ama y desdeña,
mientras Conrado consoló sus duelos
como un honor que a la mujer es deuda.
-«¡Ay!, es tal vez culpable este deseo
e inútil a la par; mas yo quisiera
ver mi libertador, darle las gracias
(lo que olvidé turbada por mis penas),
darle las gracias, pues salvó mi vida,
que mi dueño cruel tan poco aprecia.»
De pronto mira que le traen cautivo
tras recogerle respirando apenas
de entre los muertos. Lejos de sus tropas
combatió de contrarios turba inmensa,
caro cediendo el campo, y cayó herido
sin obtener la muerte que desea.
Su contrario le ve, su herida cura
y a muerte al mismo tiempo le condena,
que la venganza le excitó, y el odio
nuevos suplicios pavoroso inventa
para que ante Selim soplo por soplo
la vida se consuma que aún le resta.
¿Ese es el que ella contempló triunfante?
De su sangrienta mano entonces era
cada signo una ley: ahora está inerme,
mas no abatido, y sólo la existencia
que conserva le duele; sus heridas
son despreciables para aquél que en ellas
la muerte ansió encontrar. ¿Sólo él debía
conservar una vida que desprecia?
Él sintió lo que aquel a quien derriba
la suerte infiel de lo alto de su rueda.
sintió el temor de las torturas crueles
do muestra el vencedor su ira funesta;
pero el orgullo que instigole un día
tanto delito a cometer, le esfuerza,
y más de un vencedor que de un cautivo,
es la arrogancia altiva que demuestra.
Ni temor, ni fatiga se descubre
en su mirada límpida y serena.
La muchedumbre en vano y sin peligro
prorrumpe en gritos llenos de insolencia,
los guerreros valientes, los que han visto
a su contrario combatir de cerca,
conocen ya su brazo, y no le insultan,
que su desgracia y su valor respetan;
mientras los guardias con secreto espanto
a las prisiones de Selim lo llevan.
Un médico le vio, no compasivo
para curarle y aliviar sus penas,
sino por ver si sufrirá el tormento,
y calcular la vida que le resta.
Cuando mañana moribundo el día
se hunda en la mar, para Conrado empieza
del empalado la tortura horrible;
y cuando el sol disipe las tinieblas
verá si en los tormentos ha guardado
la constancia del ánimo altanera.
¡Suplicio horrible! Se una a la agonía
la sed devoradora: en torno vuelan
bandas sin fin de carniceros buitres
que se disputan su cercana presa.
«¡Agua!, ¡agua!» grita el moribundo, y nadie
a ese gemido de dolor contesta:
refinamiento de odio, pues si bebe
la vida acaba y el dolor con ella.
Médico y carceleros se retiran
dejándole cargado de cadenas.
¿Quién explicar podrá los pensamientos
que se agitan en su alma turbulenta?
El mismo la ignora: lucha y caos
dominan nuestra enferma inteligencia
cuando confunde sus ideas todas
de lo pasado la memoria eterna.
Remordimiento, engañadoras voces
que se levantan sólo en la conciencia
después que el crimen cometiste, y gritan:
«Ya yo te lo advertí; busca la enmienda.»
¡Vano reproche!; el ánimo inflexible
esa incesante acusación subleva;
sólo el débil se dobla y se quebranta.
sí, que esta es la verdad hasta en aquellas
horas de calma, solitarias, tristes,
en que el alma a sí misma se revela,
y un pensamiento pertinaz y fijo
no a los demás entre las sombras deja;
en que el salvaje aspecto del pasado
concurre a la memoria por mil sendas.
Los sueños ya de la ambición que expira,
el amor que dolido se recuerda,
la gloria sin peligro, el soplo leve
que de esta vida mísera nos resta,
los goces ignorados, el desprecio
por quien sin gloria nos venció, la acerba
memoria de un pasado irreparable,
el porvenir que en rápida carrera
ignoramos do marcha, todo, todo
lo que jamás tan vivo se recuerda,
pero que nunca se olvidó; las faltas
que ayer pudimos cometer ligeras
y hoy crímenes son ya; la certidumbre
de un mal desconocido, que atormenta
más si es más ignorado; todo aquello
que hace temblar del hombre la conciencia,
eso es lo que se ve dentro el sepulcro
del corazón al entreabrir sus puertas,
hasta que al fin, tú, Orgullo, te levantas,
y el espejo del alma altivo quiebras.
Todo lo oculta la altivez y todo
lo resiste el valor, aun en aquella
postrera al par que irreparable caída;
pero en la hora fatal todos conservan
el amor de la vida y todos temen,
aun el que menos los descubre. ¿Espera
éste tal vez mentidas alabanzas?
¿Es por ventura el fanfarrón que muestra
valor, y huye después? No; es el que mira
a la muerte en silencio y nunca tiembla,
es el que armado desde largo tiempo
aguarda firme la final pelea,
es el que al ver la muerte ya vecina
por recibirla se adelanta a ella.
En la más alta torre del castillo
Conrado está cargado de cadenas:
como el palacio devoró el incendio,
corte y prisión la fortaleza encierra.
Conrado aguarda la cercana muerte
sin acusar de injusta esta sentencia:
igual suerte a Selim él le guardaba.
Solo está, y los recuerdos que le apenan
no han conseguido perturbar su calma;
uno sólo incesante le atormenta:
¡Medora! ¿Soportar le será dado
de su derrota las terribles nuevas?
Los brazos alza con dolor al cielo
cuando en su mente fíjase esta idea,
y mirando sus hierros, los sacude
con rabia convulsiva: luego encuentra
un punto de descanso, y se sonríe
como burlando de sus propias penas.
-«¡Voy a dormir: lo pide mi fatiga;
y que la muerte a despertarme venga!»
Hablando así, sus ojos se cerraron,
y al dulce sueño sin temor se entrega.
A media noche comenzó sus planes,
que ejecutó con infernal presteza,
porque a la destrucción le basta un soplo
para arruinar cuanto delante encuentra.
Desde que el buque le aportó a las costas,
Conrado a un mismo tiempo, él solo, fuera
Dervis, soldado, vencedor, vencido,
pirata sobre el mar, caudillo en tierra,
destructor, salvador de las hermosas
y cautivo dormido entre cadenas.
Conrado duerme en aparente calma:
¡feliz si el sueño aquel la muerte fuera!
Duerme... mas ¿quién sobre su duro lecho
viene a inclinar la lánguida cabeza?
¿Es algún ángel que a anunciarle baja
el paraíso que al morir le espera?
No, que es una mujer, aunque al mirarla
lo dudaríais por su forma esbelta.
Una lámpara lleva, y sus fulgores
con una mano alabastrina vela,
de temor que algún rayo del cautivo
hiera sus ojos y al dolor le vuelva.
Una mujer de pálidas mejillas,
de negros ojos y de trenzas negras
cuyos rizos adorna desprendidos
con una red de blanquecinas perlas.
De hada es el talle, y con los pies desnudos
blancos como la nieve el piso huella.
¿Cómo llegar hasta el encierro pudo,
entre la sombra y rudos centinelas?
¡Ah!, preguntad más bien qué es lo que puede
oponerse al poder de una belleza
a quien amor y compasión conducen!
Gulnara insomne meditaba, y mientras
mira aún en sueños el pachá al pirata,
ella su lecho silenciosa deja,
toma el anillo de Selim, que a veces
riendo se ciñó, y confiando en esta
señal temida, se abren a su paso
del calabozo las cerradas puertas.
Rendidos del combate, adormecidos
los centinelas por las duras piedras,
al paso y a la voz que los llamaba
alzaban dormitando la cabeza
para ver el anillo, y ni la causa
ni la persona indagan que lo lleva.