Detúvose un momento pensativo,
hasta que vio a lo lejos los piratas
lentos perderse en la torcida senda.
Y entonces exclamó: «¡Nuevas extrañas!
mil riesgos afronté, y hoy este riesgo
paréceme el postrero. La esperanza
abandonó mi corazón; mas firme
no cederá rendido en la batalla
mi incansable valor, ni mis soldados
desmayar me verán. Empresa es ardua
al encuentro correr del enemigo;
mas precavamos su feroz venganza:
a atacarnos no venga, y este asilo
sangrienta escena de sus iras haga.
¡Oh! Si mi plan obstáculos no encuentra;
si la fortuna nos sonríe grata,
verterán sus esposas llanto acerbo
en torno de sus piras funerarias.
Quizás incautos duermen: ¡que los sueños
con los halagos de su dulce magia
les acaricien! Con fulgor más vivo
nunca los despertó risueña el alba,
que el luminoso incendio que esta noche
entre las sombras vibrará sus llamas.
¡Vientos, sednos propicios! ¿Y Medora...?
¡Oh, débil corazón! Que al menos su alma
no agobie el peso que la mía oprime.
¿Por qué mi osado espíritu desmaya?
¡Y valiente yo fui...! ¡Mérito escaso
do valientes son todos! También clava
su aguijón el insecto y audaz lucha
cuando una fuerza superior le ataca.
Propio del hombre al par y de la fiera,
ese vulgar valor que el riesgo inflama
bien poco es para mí: más altos fines
ansió lograr un día mi constancia.
Con serena firmeza y bravo arrojo
a luchar enseñé a mi corta banda
contra crecida hueste; la conduje
con sagaz tino al triunfo que comprabas
escasas gotas de su sangre...Y ahora
más recurso no resta; ya no basta
mi ciencia perspicaz. ¡Victoria o muerte!
Pues bien; venga la muerte: no me espanta.
Mas ¿llevar a esos fieles compañeros
a cierta perdición...?¡Oh! ¡Jamás nada
mi destino importome; mas mi orgullo
cuánto, cuánto sufriera, si asechanza
a mis pies escondida me burlase!
¿Debo mi vida y mi poder y fama
así a un albur jugar? ¡Duro destino!
Conrado, acusa a tu demencia infausta;
al destino no acuses: el destino
aún tiene tiempo de salvarte. ¡Aguarda!
Así, consigo hablando, distraído,
a la cumbre trepó, do coronaba
verde colina su soberbia torre.
Detúvose al umbral de pronto: su alma
el timbre melancólico y sonoro
de la voz dulce que jamás le cansa
hirió fascinador. Entre los hierros
que protectores cierran la ventana,
brotaba triste su armonioso acento
que iba a perderse en las tranquilas auras,
y así del tierno pájaro cautivo
decía el canto que entonó en la jaula:
1º
Mi corazón en misteriosa calma
dulce secreto de placer oculta;
cuando me miras, te lo dice el alma;
y luego allá en su fondo lo sepulta.»
2º
«Luz que no apaga las tinieblas arde
con tibios rayos en el alma mía.
Si inútil es que sus destellos guarde,
¿por qué así en lucha con la sombra fría?»
3º
«Sin consagrarme un triste pensamiento
no pases por delante de mi tumba:
lo que en mi amarga soledad más siento
es que me olvidarás cuando sucumba.»
4º
«Oye piadoso mi postrer gemido:
el valor no te veda que me llores.
Ven, y lo único dame que te pido:
¡Una lágrima premie mis amores!»
Pasó el umbral; por corredor oscuro
entró Conrado en la escondida estancia
cuando de la canción la postres nota
en la bóveda estrecha resonaba.
-«¡Cuán triste es tu cantar, Medora mía!
-¡Alegre piensas que en tu ausencia amarga
pudiera resonar! Aun cuando lejos
no escuchas nunca mis cantares, mi alma
en sus acentos dócil se revela;
eco son de mi pecho sus palabras,
y aunque cierre mis labios el silencio,
mi amante corazón no mudo calla.
En solitario lecho, cuántas veces
de borrascosa tempestad las alas
dieron mis sueños al dormido viento,
y el blando soplo que la costa halaga
en mi mente zumbó como el mugido
que amenazante el huracán presagia,
y escuché al dulce son de su murmurio
de canto funeral la voz aciaga
que tu muerte llorando, tu cadáver
flotar hacía en las inquietas aguas!
Y saltando del lecho temerosa,
iba a ver si la luz ya vacilaba
del faro amigo en la elevada torre,
y temiendo que manos mercenarias
dejáranla morir, yo cuidadosa
daba alimento a su propicia llama.
Largas horas, insomne, de los astros
en el sereno azul la lenta marcha
con los ojos seguía, y esperando
la brisa que precede a la mañana
con soplo fresco, a la tardía aurora
llamaba loca en mis mortales ansias.
Y tristes sus destellos las tinieblas
rompían... ¡y a mi lado tú aún no estabas!
Por la llanura de la mar tendía
humedecida en llanto la mirada,
y ni mi acerbo lloro, ni mis votos
me hacían ver en la extensión lejana
del horizonte límpido, de un buque
brillar sobre el azul la vela blanca.
Hoy por fin a mis ojos anhelantes
apareció en el mar ligera mancha:
era un buque; acercose, pasó. Y otro
llega después y vira hacia la playa:
¡ay! ¡Aquél era el tuyo! Que no tornen
esos días, Conrado: dulce calma
en este grato albergue la paz brinda;
ricos tesoros escondidos guardas;
y el cielo puro que risueño brilla
y el campo fértil con sus verdes galas,
a terminar aquí la errante vida
en el reposo del placer te llaman.
no los peligros temo; bien lo sabes:
sólo tiemblo por ti, cuando te lanzas
huyendo de mis brazos, a la muerte.
¡Oh!, profundo misterio encierra tu alma,
que tan dulce conmigo, su ternura
tenaz reprime y su pasión contrasta.
-Sí: ¡misterio profundo! El desengaño
envenenó mi vida, y de heces agrias
llenó mi corazón: hollarle quiso
del hombre cruel la desdeñosa planta
cual inerte gusano, y rencoroso
víbora levantose a la venganza.
Otro bien no le resta al alma mía,
Medora, que tu amor: jamás de la alta
región serena de los cielos vino
rayo de compasión e iluminarla,
este odio al mundo que te aflige tanto,
de mi amor forma parte: están en mi alma
estos dos sentimientos tan unidos,
que entrambos morirán si los separan;
y el día que a los hombres amar pueda
te dejaré de amar. Pero, no; nada,
nada temas, Medora; mi pasado
harto ya te asegura mi constancia.
Tuyo es mi porvenir. Mas hoy de nuevo
al rigor de la suerte, resignada
cede, querida mía; aún es preciso...
oh, mi ausencia esta vez no será larga,
aún es preciso separarnos.-¡Cielos!
Bien lo previó mi corazón: ¡cuán raudas
de mis sueños de amor las ilusiones
vi los cielos cruzar de la esperanza!
¡A estas horas partir...! ¡Oh!, no es posible,
sujeto apenas de la inmóvil ancla
duerme ese buque en el tranquilo golfo;
y el otro aún en la mar... ¿Ves cuál descansan
de la ruda fatiga los morinos
al sol tendidos en la extensa playa?
En vano quieres que a afrontar se arrojen
de nuevo tras de ti la mar contraria.
Tú burlas, amor mío, mi flaqueza,
y en combatir mi espíritu te ensayas
y en templarlo al peligro; mas no irrites
un débil corazón que tanto te ama
y tu sangrienta mofa mataría.
Calla, Conrado de mi vida, calla:
ven y feliz dividirás conmigo
de tu frugal festín la mesa parca
que complacida preparé; y bien poco
tu sobriedad nuestros desvelos cansa.
Pero, mira, Conrado; complacida
yo la fruta escogí más sazonada,
aquélla que con tintas más hermosas
brillar he visto en las fecundas ramas.
Para buscar la fuente que más frescas
vierte en puro raudal sus linfas claras
tres veces de los próximos collados
he recorrido la umbrosas faldas
Verás cuán dulces tus sedientos labios
refresca hoy el sorbete. ¿No te agrada
verle brillar en el tallado vaso
de límpido cristal? Jamás embriaga
de la fecunda vid el jugo ardiente
tu pecho austero: cuando alegre pasa
de mano en mano en el festín la copa,
sobrio cual musulmán, de ti la apartas.
Ven; dispuesta la mesa, ya te espera;
y la encendida lámpara de plata
no teme, llena de dorado aceite,
las sombras densas que la luz apagan.
La mesa alegre, a tu servicio atentas,
circundarán mis jóvenes esclavas,
y entonaré con ellas dulces cantos,
o enlazaremos armoniosas danzas.
Si quieres que tu espíritu adormezca,
las cuerdas vibraré de mi guitarra
tan dulces a tu oído; y si no quieres,
en el libro de Ariosto, las desgracias,
de la infeliz Olimpia leeremos,
de Olimpia, crudamente abandonada
por quien tanto la amó. Y ¡ay!, en perfidia
hora a su burlador aventajaras
si de mi lado huyeres. Y a aquel otro,
ya sabes tú quién digo: una mañana
vi a tus labios brotar leve sonrisa
cuando el isolte de la pobre Ariadna
dejonos ver el despejado embiente,
y te mostré la roca solitaria,
y te dije, temblando de que un día
mi sospecha fatal se realizara:
«¡así me dejará Conrado en su isla!»
Y feliz me engañé: con fiel constancia
Conrado ha vuelto siempre.-¡Siempre! ¡Siempre!
Y siempre volverá, ¡Medora amada!
Mientras de vida un resto en este mundo
y en el cielo le quede una esperanza,
volverá siempre a ti. Pero del tiempo
en raudo vuelo los momentos pasan
y a la hora traen de la partida. ¿Cuáles
mir proyectos hoy son? ¿A do me arrastran?
¡Ay! ¿Para qué decírtelo, Medora;
si he de acabar por la fatal palabra
que nos desune, ¡adiós! Y bien quisiera
si tiempo hubiese, revelar... ¿Te alarmas?
¡Oh!, no; por mi no temas: mis contrarios
temibles hoy no son: valiente guardia
quiero que vele de la torre en torno,
e impensados ataques burle cauta.
Sola no quedarás; nuestras matronas
y tus jóvenes siervas te distraigan
de la ausencia en las horas. Cuando torne
gozaremos por fin en dulce calma
de asegurada paz grato reposo.
Pero, ¿qué escucho? ¿Es la trompeta? Calla:
¡Oh!, sí; ya Juan dio la señal. ¡Un beso...!
¡Otro! ¡Otro más...! ¡Adiós!»
Y se levanta;
y en los abiertos brazos de Conrado
ella se arroja, y con pasión le abraza;
y sobre el pecho de su fiel amante
ocultando la faz que el llanto baña,
siente junto a sus labios conmovido
latir su corazón. El clavar ansia
en los azules ojos de Medora
trémula de emoción tierna mirada,
mas no se atreve a levantar su frente
que inclina débil aflicción amarga.
La blonda, destrenzada cabellera,
cae en desorden por su esbelta espalda,
y los brazos que amante la sujetan
los rizos de oro cubren. Y se apagan
y apenas ya palpitan los latidos
en su fiel pecho que el amor llenara.
Y retumba el cañón: a los corsarios
el propicio crepúsculo al mar llama;
se ocultó el sol, y en su dolor Conrado
maldice al sol con insensata rabia.
Contra su pecho oprime enternecido
y la oprime otra vez, y no se cansa
de estrechar a la mante que en sus brazos
implora su piedad desconsolada.
Y la lleva arrastrando hasta su lecho;
la contempla un instante: en corta pausa
piensa que para él no hay en el mundo
otro bien que su amor; y en duda amarga
vacila.-Mas de pronto un beso imprime
en su pálida frente, y veloz marcha.