El corcel
(Premiada)
El cuello enhiesto, y con la crin al aire,
piafando altivo y describiendo tornos,
con sed de gloria, apareció en el Circo
soberbio potro.
El hábil domador quitole el freno,
pasó la diestra por sus anchos lomos
y a un signo suyo, el generoso bruto
partió fogoso.
¡Qué de ejercicios practicó! ¡qué juegos!
¡Qué raro instinto y aptitud en todo!
¿Rompía un vals la música? Valsaba
vertiginoso.
¿Se oía el toque del clarín de guerra?
Ansiando lides, relinchaba loco;
y hendía sin temor aros, que ardían
cual vivos hornos;
o fingíase muerto; o deteniendo
su carrera veloz, ante el patrono
hincaba la rodilla, y le besaba
humilde el rostro.
El público en frenéticos aplausos
daba muestras vivísimas de asombro,
cuando, puesto de pie en el regio palco,
imberbe mozo
gritole al dueño: -«Ese corcel es mío,
»tásale precio. No escaseo el oro.»-
El mancebo era un príncipe, heredero
de egregio trono,
a quien su padre el rey, para ilustrarle
y domeñar su espíritu fogoso,
le hacía, por países extranjeros,
viajar de incógnito.
Al asomar la luz de nueva aurora
ya cabalgaba el joven en el potro,
y contra de él, el látigo blandía
con rudo enojo.
El altivo animal, que no era digno
de aquellos tratos bárbaros, sufriolos,
no obstante de sentir que le dolían
por lo afrentosos.
Pero hiriole después el acicate,
y al ver en sangre sus ijares rojos,
se irguió y dio un salto que al jinete hizo
morder el polvo.
Cuando a sus plantas le miró humillado,
con lástima tal vez, mas no con odio,
habló el corcel al altanero joven
en este tono:
-«La majestad no debe ejercer nunca
»actos fieros que manchen su decoro;
»que haya bondad, Señor, que haya justicia,
»en la silla lo mismo que en el trono.»-
Los que en la cumbre del poder trataren
al súbdito leal de inicuo modo,
no olviden esas frases sentenciosas
del noble potro.