El contrabandista delator

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El contrabandista delator.

A su vuelta de Paris la señorita B. tuvo la imprudencia de decir á sus compañeros de viaje que traia de Francia para su hermana un precioso velo de encaje, que llevaba escondido debajo del corsé.

Llegó la diligencia á Irún, se detuvo delante de la aduana, y mientras los encargados del resguardo registraron los equipages, uno de los viajeros, que por su altura y por su corpulencia estraordinaria venia incomodando á todos en el viaje, se separó dé los otros y se encaminó misteriosamente al despacho.

Poco después sale seguido de un empleado, el cual, dirigiéndose á la dama del velo, le anunció que iba á ser registrada por su esposa, guardándole, por supuesto, todas las consideraciones debidas.

El velo fué descubierto y conñscado, y la infeliz subió á la diligencia maldiciendo en voz alta y sin ninguna consideración contra el villano delator.

— ¡Ah! señora, esclamó el hombre gordo cuando salieron de la zona fiscal, ¿por qué alborota V. tanto y me trata así por un andrajo que apenas valdrá cincuenta duros? ¿ve V. este cuerpo, añadió señalando su panza incomensurable y su espalda de dos varas, ve V. que al parecer voy á reventar de gordo? pues delgado soy como una caña, y todo ello no es otra cosa que preciosos géneros de contrabando por valor de mas de doce mil duros que llevo escondidos. Delatándola á V. me he salvado yo, porque ¿cómo habian de sospechar de un hombre que se toma tal interés por la renta?

Cese V. en sus quejas, porque en el primer relevo le regalaré no un velo, sino dos, mejores que el que ha perdido V. por mi causa salvando los mios.

Los viajeros se quedaron con la boca abierta examinando con envidia aquella gordura que tanta compasión les habia inspirado hasta entonces.