El consejo del Amor: Oda IV
Pensativo y lloroso,
contemplando cuán tibia
Dorila mi amor oye
por hermosa y por niña,
al margen de una fuente
me asenté cristalina,
que un rosal adornaba
con su pompa florida.
El voluble murmullo
de sus plácidas linfas,
de mis penas agudas
amainaba las iras;
y en sus ondas rientes
encantada la vista,
invisibles cual ellas
mis cuidados se huían,
cuando en torno una rosa
que besar solicita,
volar vi a un cefirillo
con ala fugitiva,
y entre blandos susurros,
en voz dulce y sumisa,
entendí que a la bella
cariñoso decía:
«¿Dó, insensible, te vuelves?
¿Por qué, injusta, te privas
en mis juegos vivaces
de mil tiernas caricias?
Mírame que rendido,
cuando humillar podría
con soplo despeñado
tu presunción esquiva,
que te tornes te ruego,
y a mis labios permitas
que los ámbares gocen
que en tus hojas abrigas.
No temas, no, que ofendan
con culpable osadía
su rosicler hermoso,
aunque blanda te rindas.
Aun más fino que ardiente,
a nada más aspiran
que a un inocente beso
las esperanzas mías.
Por ti dejé en el valle,
por ti, beldad altiva,
con vuelo desdeñoso,
mil lindas florecitas.
Tú sola me embebeces,
tú sola», repetía
el céfiro, y más suelto
en torno de ella gira,
cuando súbito noto
que la rosa rendida
le presenta su seno,
y él cien besos le liba,
con los cuales mimosa
de aquí y de allá se agita,
otros y otros buscando
que muy más la mecían.
Y en aquel mismo punto
escuché que benigna
nueva voz me alentaba,
nuncio fiel de mis dichas:
«No de tímido ceses;
insta, anhela, suplica,
cefirillo incesante
de tu rosa Dorila;
y en sus dulces canciones
delicada tu lira
su tibieza y sus miedos
cual la nieve derritan.
Verás como a tus ansias
cede al fin y propicia
las finezas atiende,
por ti ciega suspira,
apurando en mi copa
las inmensas delicias
que a mis más fieles guardo,
que mi afecto le brinda».
Del Amor fue el consejo;
y así luego entre risas
vi a la esquiva en mis brazos
como mil rosas fina.