El ciudadano pastor

El ciudadano pastor
de Félix María Samaniego


Cierto joven leía
En versos excelentes 
Las dulces pastorelas 
Con el mayor deleite. 
Tenía la cabeza
Llena de prados, fuentes, 
Pastores y zagalas, 
Zampoñas y rabeles.
Al fin, cierta mañana 
Prorrumpe de esta suerte: 
«¡Yo he de estar prisionero, 
Cercado de paredes, 
Esclavo de los hombres 
Y sujeto a las leyes, 
Pudiendo entre pastores 
Grata y sencillamente 
Disfrutar desde ahora
La libertad campestre! 
De la ciudad al bosque 
Me marcho para siempre. 
Allí naturaleza
Me brinda con sus bienes, 
Los árboles y ríos
Con frutas y con peces, 
Los ganados y abejas 
Con la miel y la leche; 
Hasta las duras rocas 
Habitación me ofrecen 
En grutas coronadas 
De pámpanos silvestres. 
Desde tan bella estancia, 
¿Cuántas y cuántas veces, 
Al son de dulces flautas 
Y sonoros rabeles,
Oiré a los pastores
Que discretos contienden, 
Publicando en sus versos 
Amores inocentes? 
Como que ya diviso 
Entre el ramaje verde
A la pastora Nise,
Que al lado de una fuente, 
Sentada al pie de un olmo, 
Una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?..» 
Tanto el joven enciende 
Su loca fantasía,
Que ya en fin se resuelve, 
Y en zagal disfrazado, 
En los bosques se mete. 
A un rabadán encuentra, 
Y le pregunta alegre: 
«Dime, ¿es de Melibeo 
Ese ganado?» «Miente, 
Que es mío; y sobre todo, 
Sea de quien se fuere.»
No respondió el buen hombre 
Muy poéticamente.
El joven, temeroso 
De que tal vez le diese
Con el fiero garrote 
Que por cayado tiene, 
Sin chistar más palabra, 
Huyó bonitamente. 
Marchaba pensativo, 
Cuando quiso la suerte 
Que cogiendo bellotas 
A la pastora viese. 
«¡Oh Nise fementida! 
Exclama; ¡cuántas véces, 
Siendo niña, querías 
Que yo te recogiese
La fruta con rocío
De mis manzanos verdes!» 
Diciendo así, se acerca, 
La moza se revuelve,
Y dándole un bufido, 
En las breñas se mete. 
Sorprendido el mancebo, 
Dice: «¿Qué me sucede? 
¿Son éstos los pastores 
Discretos, inocentes, 
Que pintan los poetas 
Tan delicadamente?
A nuevos desengaños
Ya no quiero exponerme.» 
Rendido, caviloso,
A la ciudad se vuelve. 

Yo siento a par del alma 
Que no se detuviese
A disfrutar un poco 
De la vida campestre. 
Por mi fe, que las migas, 
El pastoril albergue,
El rigor del verano, 
Los hielos y las nieves, 
Le hubieran persuadido 
Mucho más vivamente.
Que es un solemne loco 
Todo aquel que creyere 
Hallar en la experiencia
Cuanto el hombre nos pinta por deleite.